Tras conocer La Yunta decidimos había llegado la hora de visitar Cutanda. En mi caso tal vez volver. Entre tanto trajín ya no recordaba si había estado o no cuando de zagal recorrí la comarca con mi padre en el Avia de Matinsa repartiendo pienso sentando en el regazo del bueno del señor Manuel Colás. Ni siquiera sabía dónde paraba. Más allá de Navarrete camino Barrachina me dijo mi mujer.
Anda don José Luis Latorre Lázaro cerca de los 2000 amigos en Facebook. Agitador cultural en dicha red social embajador de su tierra y viajero eterno cual batallador reconoce con cierta pena que ya todo se lo ha recorrido y que en breve deberá volver sobre sus pasos. Yo solo soy uno de aquellos que cada mañana al abrir el ordenador recibe sus buenos días desde un lugar del país del Jiloca que previamente ha visitado, fotografiado y estudiado.
Aquel sábado 11 de septiembre del año del señor 2021 en el que debió arder la hoguera del Santo Cristo fuimos a pasear junto a él. Pastor ya jubilado, guía de excepción, a la entrada nos aguardaba junto a las ovejas de su hermano listas para la batalla diaria.
En media mañana y sin salir del pueblo andamos varios kilómetros, arriba y abajo, a todas caras, siguiendo atentos las indicaciones de tan ilustre e ilustrado cutandino. Fue maravilloso. He de reconocer quede impresionado y también algo contrariado pues de eso que se llaman turistas nada de nada y bien que merece la pena apuntar en la agenda su visita.
Ninguna fotografía que haya visto hace justicia al castillo de Cutanda. Hay que acercarse, con cuidado eso sí, y verlo, alzar la vista y darse cuenta de lo que en su día debió ser. Subir la costera del monte hasta donde es posible, quedarse al pie de la muralla, mirar alrededor y dejar el mundo conocido a tus pies, darte cuenta sin duda alguna de la magnitud de sus piedras actuales y pasadas, ¿Cómo rendirlo? Aun hoy resultaría imposible.
Desde cualquier lugar se ve, allá donde mires lo ves y a su lado el Cerro de la Horca donde a juzgar por su nombre hubo quien allí fue ajusticiado con la vista perdida en su maravilloso cielo.
Las piedras de sus casas de hoy fueron algún día del castillo, pasear y descubrir entre sus estrechas calles sus restos resulta evocador, mientras el invierno acecha y dejara el pueblo aún más tranquilo. El Ojo que todo lo ve de José Azul quedara como testigo de lo que aún resta por hacer.
La vista de las celadas es allá donde mires un paisaje tan familiar como desconocido; otrora campo de batalla hoy de cultivo. Ultima luz que vieron derrotados y muertos vencedores, luz apacible de la que hoy disfrutamos en su recuerdo. Su magnífica vista fue lo primero que nuestro guía nos enseñó y lo ultimo que vieron quienes allí fueron a morir. Resultando desde lo alto en esta época del año una amalgama de colores tenues, sueños del pasado y del presente, el camino de la muerte al cielo donde nos aguarda un dios igual para todos.
Hoy acogedoras tierras de labor donde se ven las ultimas ovejas, las suyas y se oyen sus esquilos, un tractor labrando a lo lejos, “hay tempero va la tierra bien” nos dice, “ha llovido cuando tocaba”, mientras suenan unos tiros cazadores a lo lejos. Es entonces cuando reparo en la lejana visión de unos tal vez amenazadores molinos de viento tal como un día debió ser la llegada de las tropas del Batallador para los habitantes del castillo.
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