Corría el año 1989 y el
temario de historia contemporánea avanzaba con tal lentitud que nos temíamos lo
peor. En clase de arte ya nos habían advertido: no llegaríamos a estudiar Goya,
como tampoco alcanzamos un año antes a Velázquez. Y entre historia medieval y moderna
los futuros licenciados en Geografía e Historia por la Universidad de Zaragoza nunca
llegaríamos a reconquistar España ni poner un pie en el nuevo mundo ni mucho
menos a colonizarlo. Llevábamos tres años de carrera juntos y aún nos quedaban los
dos de especialidad donde el grupo inicial se separaría y pondría remedio ¿o no?
a tales carencias.
Los profesores en aquel
tiempo gustaban tanto de presumir de buenos deportistas por sus carreras frente
a los grises como de pasarse año tras año el temario por el arco del triunfo.
Empezábamos a cansarnos. Veíamos una vez más como tan solo hablaban de aquello
que les venía en gana. Juanito, medio melé, jugador de rugby, nuestro héroe, una
mañana de otoño en las aulas del sótano de la Facultad de Derecho donde estábamos
desterrados por la carcoma de la nuestra levanto la mano:
“Llevamos todo el trimestre
estudiando la Revolución Francesa en este año de su bicentenario. Vista la
amplitud del temario y las horas que restan. Hablo en nombre de todos mis
compañeros y dado que solo unos pocos cursaran la especialidad de contemporánea,
a todos nos gustaría, dedicar el ultimo mes de clase al estudio de la guerra civil
española”
El profesor sonrió y dijo
“no”. La desilusión fue tal que, aunque pretendió seguir con el
desarrollo normal de la clase no pudo y añadió a modo de tiro de gracia “no estáis
preparados”. Se empeño en seguir y lo hizo sin admitir ni una sola pregunta:
“La guerra, aunque consta en temario se estudia en la especialidad. Es muy compleja,
no es cosa de un mes. Hay que tener una base”
Acabó la clase y se marchó.
Tristes, cansados y abatidos, condenados al exilio para poder estudiar, nos
rendimos allí mismo a nuestro aciago destino y ansias de aprender fusiladas. Tratamos
de consolar a Juanito y entendimos que la mayoría nos íbamos a licenciar dos
años después tras la especialidad sin saber nada de los días del jaleo, ni de
Goya, ni de Velázquez, ni de los Reyes Católicos, …nada que recordase a España.
Sin embargo, con aquella
y otras muchas carencias podríamos dar clase. Hablar de todo con autoridad en cualquier
foro y hasta ser políticos. Siendo francos he de reconocer que todo cuando aprendí
de la guerra civil me lo enseño Doña Pili en párvulos cuando leímos la última página
del parvulito y luego en segundo y cuarto de EGB con los recuerdos de Don Juan.
Durante años pensando que
un día sería un profesor nada deportista como los que tuve, pero sí de esos que
jamás dejan tirado a un alumno, compre libros a derecha e izquierda, ensayo y
novela, vi documentales y sobre todo pregunte tanto como me fue posible a sus
protagonistas. Al comprender que jamás pisaría un aula, decidí olvidar. Llevan así
aquellos libros años durmiendo el sueño de los justos en el pajar, antesala de
una muerte segura. Total, no tengo nada ni a nadie a quien enseñar.
Bueno tanto como nada o a
nadie, no. Resulta que hoy mis hijas si están preparadas. A un paso de la universidad
en el instituto y caminando entre ciencias la historia de España es la estrella
y en medio de estos días de cautiverio (año 2020) me preguntan por la contienda
y me dicen que les han recomendado ver Mientras dure la guerra y el documental
La Guerra Civil en color y yo para asombro mío y suyo, les contesto, “no
estáis preparadas” pero insisten. Va en temario y tienen examen on line
de los años del jaleo. ¡Ver para creer!, me emociono. El nivel de los apuntes es
tan alto, tan detallado y hasta tan fiel a la realidad que por momentos me doy
cuenta de que mi deportista profesor tenía razón y sigo sin estar preparado.