La tarde.
Recuerdo aquella
tarde de finales de junio, de ello hace casi ya treinta años, entre libros y
apuntes, camino de la selectividad, deje de estudiar pasadas las siete y salí
por el Barrio Nuevo a la Calle Real, camino del Peirón, donde habíamos quedado
en acudir todos de casa, a ver al abuelo José, lo suyo era cuestión de días,
había resuelto dejarnos, morirse a causa de la edad, en su casa y en su cama,
como siempre debiera ser.
Hacia bochorno,
el sol se escondía entre las nubes y por un momento parecía que llegaría una
tronada, la tarde se oscurecía y al instante se despejaba, entre a lo de
Romances a echar la Primitiva y compre la Muy Interesante. Finalmente llegue al
Peirón, a casa de los abuelos.
La puerta
aparentemente cerrada, siempre estaba abierta, metí el brazo por el ventano,
tire de la cuerda, la abrí, entre al
patio, “soy yo” dije, “pasa Jesusin, estamos arriba”, contesto mi abuela. Pase
por la cocina antes de subir a verlo, la tele estaba puesta y la voz se oía con
claridad, “Manolin, tú por aquí otra vez, los abuelos están arriba, mira tú que
la entiendes, ponle el palillo a la tele y bájale la voz, está muy alta y
molestara”. Era la Encarna la Miércolas, pasaba allí todas las tardes haciendo ganchillo
y compañía a mi abuela. Coloque el palillo, la tele dejo de pregonar la faena
de Julio Robles, espere sin sentarme a ver como mataba el toro, “nadie mata
como él los toros” dijo la Encarna al tiempo que la mujer empezaba a ojear la
Muy Interesante, “voy a verlos”, ya no me oyó o eso creí, entretenida ella con
la revista la deje estar… “Sube, sube,
yo ya no estoy para escaleras, he bajao hace un rato, una pena maño, el Tío
José se nos va”.
El ramo de escaleras apenas eran diez o doce
peldaños para llegar al rellano del piso, allí de un lado las habitaciones y de
otro una puerta que daba paso a dos habitaciones comunicadas entre sí, y allí
en la primera estaba en la cama mi abuelo y sentada junto a la puerta de la
galería mi abuela. Había salido el sol y se colaba por la puerta, por entre las
cortinas, iluminando toda habitación, por entre la cabeza de la cama, junto a
la puerta que daba a la otra habitación, la luz en cambio era blanca. Me vio
llegar mi abuela, pero fue mi abuelo quien primero hablo, se incorporó y dijo
“hola maño, has merendao ya” y volvió a recostarse. Me senté en la silla junto
a la cama y al cabo del rato mi abuela comento “aún conoce, pero está muy mal
hemos llamado al médico” el sol se había ido ya definitivamente y estábamos
medio a oscuras.
Al cabo de un rato, el abuelo José rompió el
silencio: “Cuidado, quietos, quietos, no salgáis, cuidado, cuiado, tiros,
tiros, tiros, vuelve, vuelve,… ¡mi pierna, me han dado, me han dado, abajo, abajo,
esconderos….” “Lleva así toda la tarde” dijo mi abuela resignada, y yo solo acerté
a decir “parece algo de la guerra, pero al abuelo no le dieron”, al cabo del
rato la Xaltación termino la conversación: “a saber de que estará hablando,
igual es alguna marcha de las ovejas, de la guerra nunca conto nada, ni le
pegaron ningún tiro, hubo suerte. Pero hijo hemos pasado por tantas, que
acordarnos de todo sería una faena”.
Recupero parte
de la consciencia al oírnos hablar, recordó que yo estaba allí, me miro y dijo
“bájate a por un par de cervezas y súbete unas almendras y merendamos”. La lucidez del momento era tal, que tontamente
mire a mi abuela para preguntar “¿qué hacemos?”, “a tu abuela no le hagas caso,
haz lo que te digo” dijo mi abuelo… “redios el tío el copón, que ahora de parte
tarde no te podías fiar, que de todas botellas me chuperreteaba, que bueno está
el moscatel decía … cuando pases con el camión, tráeme, tráeme pajarilla de esa
tan buena de la ribera para ver si así me entra la gana comer, le decía a tu
padre” mi abuela ya no se fiaba y hablaba en voz baja, “abuelo, vamos a esperar
que venga mi padre, y entonces merendamos todos” fue lo primero que se me
ocurrió contestarle para salir del paso. “Vale, vamos a esperar, vete a la casilla,
anda a por la botella, llégate a la
Huerta Grande y llénala de agua, tengo sed” Ordeno.
Que yo recuerde
fui una vez, de la Vega Los Postigos a la Huerta Grande a por agua, que yo le
decía, “pero abuelo si llego antes a casa, y aquella agua da pena”… “no, ve, ve”…”tendré
que bajar a por una botella de agua por si vuelve a pedir, o subo una cerveza”.
Hablábamos con cuidado y mi abuela me interrumpió, “Calla, alguien ha abierto
la puerta, será el médico”
Subió el médico,
tal vez fuese Don Pedro, o el compañero de aquellos años, ya se conocía el
camino, entro y mi abuelo lo saludo como si tal cosa, pensé que me haría bajar
a por una cerveza para él, pero no, la conversación era distinta: “otra vez,
aquí, a pincharme porque no como,… ya comeré cuando tenga gana”,…” Pero hombre
aun no te han dado de merendar, pues te pinchare aunque sea para que te dejen
descansar y mañana volveré a verte”, “Ni media docena de veces me habrán
pinchado en toda mi vida”. Volvió a dormirse en apariencia, el médico aún se
sentó con nosotros a descansar, llevaba mal día, y la tarde estaba pesada, en
fin, lo que aguante, mañana si dios quiere, vendré a dar vuelta, me marcho que
parece que viene alguien, y ya son más de las ocho, casi las nueve ya, como
pasa el tiempo. Ahora descansara, no puede ser que aguante mucho, aunque estas
naturalezas tan fuertes, ya se sabe, no se rinden, no dejan de trabajar”
Al tiempo que el
médico se marchaba entraba la Tía Paca, llegaba de Zaragoza en el autobús de
las “ocho”, el cual con parada en todos los pueblos llegaba a la media, se quedó
en el umbral de la puerta dando paso a
Don Pedro, mi abuela, hizo ademan de levantarse, pero estaba agotada, no podía
más, su hermana, mucho más joven y ligera, alta y espigada, entro a saludarnos, sólo
con sus ojos, allá donde mirase, lo iluminaba todo, “ya ves lo que hay, ahora
le ha pinchado y ya está dormido, al menos hasta bien entrada la noche, así que
vamos a bajar a preparar la cena y aprovechamos para descansar y charrar” estaba
la Xaltación terminando de hablar en voz muy baja, cuando mi abuelo se incorporó
y con total lucidez dijo: “Paca, maña que bien que hayas venido, y que bien te
encuentro, que tal el viaje, como están todos. Pues alguien más viene, se
siente la puerta, alguien me llama”. “¿Ande estas José?”. Se oyó. Nos quedamos
asombrados mi abuela y yo de que la conociese con tan poca luz, de la conversación
en sí, la inyección parecía haber hecho un efecto total durmiéndolo y sin
embargo estaba más despierto. Se recostó en la cama y volvió a repetir: “Cuidado, quietos, quietos, no salgáis,
cuidado, cuiado, tiros, tiros, tiros, vuelve, vuelve,… ¡mi pierna, me han dado,
me han dado, abajo, abajo, esconderos….” El Angel, el marido de la Encarna, hija de la Miercolas, entro en la habitación,
se quedó en la puerta, lo vio dormido y pregunto “¿Qué hace el peón, cómo va?”,
venía a verlo casi todas las tardes. El abuelo esta vez no pudo incorporarse
pero abrió los ojos, lo reconoció y hablo: “Hombre Angel, que tal, ayer también
viniste, bájate con el zagal y subirme una cerveza, estamos esperando a Jose
Maria para merendar pero no viene”. El Angel se acercó y nos miró, “lleva así
toda la tarde” le dijimos, queriendo echar un trago de cerveza, ya no sabemos qué
hacer si supiéramos que con eso se le pasaban todos los males. Insistía ya casi
dormido, “bajar, bajar a por una cerveza y luego subir”,… Finalmente el Angel,
yo que ya no podía más, dijo: “No se apure Tío José, que nos bajamos el chico y
yo a merendar, y a ver si viene Jose Maria y a escape le subimos una cerveza,
pero solo un trago, eh, que le acaban de pinchar”. “Bajar, bajar”. Y en
apariencia se durmió de nuevo.
Nos bajamos el
Angel y yo, él se iba a marchar pero aún se acercó por la cocina, yo necesitaba
descansar un poco y pensé en subir la botella de agua de “la Huerta Grande” por
si la inyección no terminaba de hacer efecto: “Coño tu por aquí, pues sí que
has hecho tú la visita el doctor, que no has estado ni un minuto arriba, está
dormido, está descansando por lo menos”, saludo la Encarna a su yerno… “nos ha
pedido una cerveza el Tío Auge, y ya no saben qué hacer” le contestó… “Pues en
esta casa no hay cerveza ni para el Tío José ni pa ti ni pa nadie, que ya es la
hora de cenar”… “Calle, calle, quien puede pensar en echar una cerveza estando
la cosa como esta,… nos hemos bajao por ver si se le pasaba”.
“Coño, callaros
los dos, algo pasa ahí arriba, esos gritos, sube tu Angel, sube…ve ayudar”. No
dio tiempo, apareció la Tía Paca en la cocina con los ojos apagados llenos de
lágrimas y dijo: “Ya nos os cale subir, lo hemos visto morir, ha sido al bajar
vosotros, al saber que le subiríais la cerveza y la merienda, se ha quedado
tranquilo y se ha muerto, se nos ha ido el José. Parece como si me hubiera
estado esperando al saber que venía” Arriba
sola, se oía llorar a mi abuela, mientras lo llamaba con la esperanza de que
volviese. ¡José, José!. No pudo volver,
llega un momento, en que ya no merece la pena. La Tía Paca se sentó y apago la
tele. Tendremos que hacernos al ánimo y subir.
La noche.
Lo siguiente que
recuerdo es estar sentado en el cuarto de la casa, comunicado con la cocina a
través de una puerta, y justo frente a mí, otra puerta que daba al patio, donde
sobre una mesa descansaba el cajón abierto, serian ya sobre las once de la
noche, y allí estaba la familia y poco más, pues dada la hora de la muerte
nadie en el pueblo se había enterado.
Habríamos
cenado, charrado y descansado y dejábamos pasar el tiempo, el “pariente”, el
primo José El Cerillas, se quedaba dormido, intentaba hablar, contar las historias
de la vida que llegan con la muerte, y literalmente se le cerraban los ojos “copón
bendito, me quedo dormido, no sé qué hostias me pasa, no puedo abrir los ojos,
el pobre José se va a pensar que no quiero verlo”… seguía la conversación y se
dormía, al final, la Juana, la mujer resolvió el misterio: “¿pero tú, que
pastillas te has tomao”?,… “Coño, eso digo yo… ya nos pasa la que decía el Tio
Cachurro, si uno ya ni ve, ni oye, ni na, ya no se para que vive, si no para
dar mal como un tocino”…. “Anda duérmete y calla”. Se recostó en el sofá de
balancín y empezó a roncar. Se oyó la puerta, y las pisadas de un perro.
“José, maño, ande estas, soy yo”. Era el Tío
Gregorio El Colín, el marido de la Encarna y Blas su perro, se adelantó, llego
a los pies del cajón y se volvió, “¿Qué haces, te quedas o te vas, ya lo has
visto?”. El perro debió decirle que se quedaba y se echó en el patio junto a la
puerta. El Tío Colín camino hacia la luz del cuarto, y se acercó al cajón a ver
al amigo José. Allí estuvo un buen rato, de espaldas a todos nosotros y con los
brazos en jarra, movía la cabeza, le hablaba, miraba al cielo, y ya con los
brazos gesticulando parecía pedirle cuentas al de arriba. Al volverse hacia
nosotros, tenía la cara desencajada y había perdido su habitual pícara sonrisa
envejeciendo años en unos segundos. Entro y se sentó en la primera silla que
encontró, al ver que le daba el culo al cajón pidió que nos cambiásemos todos
de sitio, para dejarle un hueco y poder ver todos, al pobre José.
“Santo Cristo l´Arrabal,
llegara un día que no habremos de estar ninguno de los que estamos aquí. Buenas
noches, por decir algo, que no he dicho nada. Copón bendito”. Recobraba la
sonrisa y la cara se le rejuvenecía, y ante el silencio, prosiguió: “Para José
y para mí, la cosa se empezó a torcer el día que a los dos con setenta años,
que puede que tuviéramos entonces y sino cerca andábamos nos pusieron nuestra
primera inyección, allá en la Residencia en Teruel cuando a los dos nos
operaron de la dichosa hernia, joder que sanos estábamos entonces y fuertes….
Por cierto Xaltación,
que ahí fuera me ha dicho el Auge, “que ande está el coñac, que además en esta
casa siempre ha sido del bueno y las pastas, que saques algo, o es que no
tienes nada preparado, que te pensabas, que no se iba a morir”, redios con el
Tio José, aun muerto manda.
“Anda Jesusin,
maño, que tiene razón el desustanciao este, y yo no me acordaba, aquí todos con
el café y sin una pasta, abre el armario y saca, hay de todo, considera si no
sabíamos que se moría, hasta él lo sabía… lo que no hemos hecho ha sido llamar
a Villalba para que baje mañana Ramiro un cordero, ya sabéis que el padre,
quería que el día de su entierro, comiésemos carne de cordero,… anda llamar, si
no habrá que ir a lo de Cachola a comprar, y Ramiro, el consuegro, dijo que lo
bajaría”.
Pronto la mesa
se llenó de botellas y pastas, coñac de Osborne, un culo de Soberano, moscatel
Carmelitano, ponche Caballero, y la botella de Licor 43 que nadie bebía, pero
que estaba en todas la casas así como todo el muestrario de pastas de Saboga. El Tío
Colín enseguida lo tuvo claro, “pues yo mañana comeré aquí”. Llego el silencio,
entre copas y pastas… solo roto por los ronquidos de José EL Cerillas.
La vida.
“Ya que nadie
habla, hablare yo, dijo el Tío Colín, así pasaremos la extranochada, ir a meterme a la cama con la Encarna no me
apetece que la noche es muy larga, si fuera más joven, ella quiero decir, pues
aun…, José y yo éramos tal para cual, tan pronto nos queríamos, como nos
queríamos matar, o todos buenos o todos malos…
muchísmo trabajadores los dos, el con más genio que yo y yo con más picardías,
a él muchas veces le bastaba con echar cuatro juramentos,… a mí me iba más el
careo. Ahora en estos años, cuando nos juntábamos en la calle ahí abajo
enseguida me guipaba bien sabía dónde encontrarme a la hora en que pasaban las
jovenzanas del instituto,… se te va la fuerza por los ojos desustanciao me
decía, no era de los que se callaba no, aunque tampoco hablase tanto como yo,
que si no… en algún camino nos habrían encontrao alguna noche… “macho viejo,
coneja joven, cría segura” le decía yo, la fuerza se nos iba ya por la boca
además de los ojos. Venga a trabajar y tragar…
ya se sabe, que nosotros los pobres con cuatro pesetas ya teníamos un
duro, pero el que se ganaba el jornal con el sudor de los otros, ese no, para
ese un duro no eran cinco pesetas, y siempre queria más,… José, le decía yo,
que metan los zagales las ovejas en la Dehesa… no, no… hacia él, y luego a
escape las entraban. Si yo hubiera entendido la mitad que él de ovejas, nadie,
nadie las conocía mejor que él, mecagüen el copón, y la tierra igual, pero
nunca le gusto fanfarronear… Fijaos lo que os digo, que a escape iremos todos
pa arriba, pero que cuando lleguemos, el Auge ya tendrá apañao un atajo ovejas,
las mejores del cielo, con cuatro pellejos que le habrán dao, y de la tierra
que no haya querido nadie, habrá hecho un vergel como la Cerrada Sancho, … Y en
cuanto suba yo, la prepararemos, le llamare la atención, pleitearemos otra vez,
“José maño, deja ya de trabajar,
descansa”. Que parao no sabía estar. Que en esta puta vida no hemos hecho nada más
que sufrir y padecer para morir,… la de la mujer, que si no se casa le toca
sufrir, y si se casa le toca padecer, pues lo mismo los demás. Solo ahora, a la
vejez, parece que echemos el mal pelo fuera… pero ya tarde mecagüen el Santo Cristo, que diría
él, no miento. Oye, que yo he jurao mucho pero jamás me he cagao en el Santo
Cristo, me decía el Tío José y razón tenía que nunca le oi faltar a los del
Rabal. Trápalas y costodias, … aún me
acuerdo que él era el único que me daba la razón, con lo de la hita que habían
movido los sinvergüenzas de Bañon comiéndose medio monte, coño, los únicos
donde podían comer las ovejas… aquello, aquello fue peor que lo de la Dehesa…
pero José lo tenía claro, que todos me
decían que era yo un busca ruidos y un metomentodo, pero él, pastor desde que
supo andar, como yo, lo sabía, porque de
pequeño con las ovejas la hita no estaba allí, que la habían movido los de Bañon,
un obús cuando la guerra, sinvergüenzas, yo lo sabo, yo lo sabo me canse de
decirlo a todo cristo, pero nada… aquello costo pleitos, bullas y pedradas, que
no te dejaban echar las ovejas, y hubo que ir a los ayuntamientos y hacer venir
de Madrid con los mapas… y al final que paso, pues que teníamos razón y me la
dieron, que los de Bañon habían movido la hita que separa el termino de
Calamocha del suyo y se nos habían comido medio monte, … Y ya pudimos volver a
echar las ovejas, y que paso, que los de Bañon las seguían metiendo, pero qué,
nada, yo nunca les llame la atención como hicieron ellos,….El Tio José y yo
éramos así, poco o mucho, había para todos… así es la vida, así es como debe
ser… Como la tarde en la que el Blas y otros puteros mataron al Chuti… José
maño, que ha pasao esto, y tengo al Chuti en la puerta de casa, pues nada me
dijo, yo con un disgusto que pa que con los cojones en la garganta, que si
hubiera sido el Blas el muerto, yo no lo hubiera sentido tanto, si la que pasa…si
fuera una oveja nos la comeríamos dijo, ya voy a por él, y lo enterrare en la
Vega los Postigos al pie del peral, que llegar a viejos como nosotros no es
nada fácil, así es la vida Gregorio, peor era cuando a los zagales se les
reventaban las ovejas… ”
Pasada la una de
la noche, camino de las dos, me marche a dormir al Barrio calle Real arriba,
sin dejar de mirar las estrellas del cielo ya despejado.
La Mañana.
Aquel día,
soleado, de verano, comimos cordero, a salto de mata, pero cordero al fin y al cabo, cada uno donde pudo y a la
hora que pudo, era esa la comida de los días grandes, de San Roque, de San
Isidro, del día en que se esquilaban las ovejas,… de las fiestas en casa. Ramiro,
el consuegro de Villaba sentado en la pila del corral, junto al viejo pozo no
paraba en elogios hacia el animal que él mismo había criado, “que buen cordero,
que costillas más buenas, y que pan más bueno hay en este pueblo, este de quien
es del Churro o de Saboga, aunque a mí me parece que se llevan poco los dos…. Qué
bien hemos comido, que razón tenía el pobre José con mandarnos comer cordero a
todos el día de su entierro, cuando yo me muera he de dejar dicho que se haga
lo mismo… pena, ninguna, si morimos cuando nos toca, con la edad que tenemos
qué queremos…”. Se reía entre dientes, nunca mejor dicho, pues le faltaban unos
cuantos, se reía con pena y nos miraba para que le diésemos la razón.
La casa era ya
un continuo trajín de gente, un ir y venir de un lado a otro, mientras
apurábamos las costillas y preparábamos el café, en aquellas cafeteras enormes
que siempre hicieron el mejor café del mundo, café para toda la familia…
conforme se acercaba la hora de marcharnos a la iglesia, llegaban los últimos
parientes, vecinos, amigos,… y volvían las lágrimas ante lo inevitable del
entierro. Cuando uno se marcha de su
casa para no volver.
Deje a Ramiro
entre las costillas y el café, y me salí a la calle, la puerta de casa también
estaba concurrida llegaban entonces mis primos Manolo y Pili, uno levantaba un
par de palmos del suelo y la hermana algo menos, así que su madre, tejió un
pequeño revuelo cuando los llevo hasta el cajón y los aupó un par de veces a
cada uno para que vieran al abuelo; Habría que preguntarles si lo recuerdan y
si aquella noche pudieron dormir o no. “Tenéis que verlo, tenéis que verlo”. No
les dio opción, lo vieron.
Se acercaba la hora de marchar hacia la
iglesia cuando vi llegar al otro consuegro, a Valentín el Chichin, apenas podía
andar, mover su inmensa humanidad debía ser un suplicio y andar desde su casa
hasta allí, un infierno, cansado como un perro, sin poder respirar a penas,
emocionado y sin la eterna sonrisa que le acompañaba, desde la esquina de la
calle, al pie de la costera me hizo señas para que me acercase: Así que le
dije: “Pero hombre, no ha querido que lo trajeran y se viene andando, lo
hacíamos en la iglesia” cuando pudo contesto: “Quería venir, y quería venir
andando, a despedirme,… y de pocas me muero, pero aquí estoy, … ¿llego a tiempo
o han tapao el cajón ya?”. Al menos pude darle la alegría de no haber hecho el
camino en balde: “Aún está abierto, aún llega a tiempo, estamos esperando que
llegue la hermana de mi abuela, la Carmen y el Álvaro de Valencia”. “Pues vamos
maño, vamos que lo cierran”. Me volví y vi el Peugeot 505 aparcando en medio de
la calle y a mi Tío Álvaro y la Tía Carmen, entrando en casa. Luego, el cajón
se cerró.
No recuerdo nada
más, ni la llegada de la funeraria, ni la iglesia ni el cura, ni el camino al
cementerio ni esa última imagen que queda de cualquier entierro, cuando tapian
el nicho… nada, absolutamente nada. La llegada de los de Valencia, que pasaban
los veranos en aquella casa, junto a mis abuelos es el punto final. Pasado San
Roque, los “valencianos” se marchaban a la Puebla de Valverde. Se acabaron los
sanroques para siempre.
La Abuela
Xaltación moriría casi el mismo día, cinco años después, sin embargo, murió en
Teruel, y no llegue a verla, los últimos exámenes de la carrera lo impidieron,
el cajón llego al Barrio, a la Calle de las Escuelas ya cercana la hora de
comer y de allí salió la funeraria… hice un montón de café, en aquella cafetera
tan extraña, de la otra familia, que años atrás nos había traído de Francia la
Tia Nati. Aquel día, el último café se lo serví a Manole, a Paco, el vecino del
huerto. No recuerdo más. Nada. Absolutamente nada.
FIN
De los años de
la Cazalla. La tarde en que murió el abuelo José.