Así que pasan los cuatro días de
hielos gordos, nunca como los de antaño, y desaparecen por entre la tierra los
cuatro copos de nieve que caen, nada, afirman, en comparación con lo de antes,
y llega un día, en que uno se asoma a la puerta de casa, ve el sol y se
barrunta, con la que está cayendo y lo que este por venir, el fin del invierno. Empieza a escampar por Santa Bárbara.
¿Cómo adivinar qué día es ese?, en realidad, a
ciencia cierta, no se puede, pero quien ha nacido y vivido allí toda su vida,
apegado a la tierra, destripando terrones, matando hormigas, esperando el agua,
entre ovejas, tocinos y caparras, aguardando, sabe
cuando ha llegado ese momento. Ya no helara como hasta ahora, ya ni tan
siquiera nevara, seguirá eso si helando si te descuidas hasta junio, pero
pronto la tierra revivirá, hasta un día puede que llueva bien, y los campos vuelvan
la cara y llegue el tempero, y ese día, habrá de estar lista la replanta para
el campo.
Ese día en concreto fue el pasado
domingo, cuatro macetas viejas, algún terrizo conocedor de tiempos y mondongos
mejores, pozales sin culo, calderetas sin ansa, cualquier cosa sirve, para
echar la simiente del año pasado, dejarla al sol y taparla por las noches o
entrarlas al cobijo de las cortes, tomateras, pimentoneras, calabazas, pepinos,
lechugas…. Simiente guardada con la
esperanza de que los frutos sean como la madre.