Érase una vez a principios del siglo XVI cuando en nuestra querida Calamocha en aquellos días, como hoy en los nuestros, paraíso en la tierra bendecida por dios con su paz. Una cristiana joven de origen judío por nombre Jumaca o Jumaya dio en enamorarse perdidamente del mozárabe calamochino igualmente cristiano nuevo, el flamenco Jan o Juan Pudia. Él prendado de su amor bebía los cierzos por ella.
Pero aquel amor puro que, de haber sido protagonizado por otros calamochinos, cristianos viejos, puros de sangre, descendientes de las huestes del Batallador y el mismísimo Cid habría sido uno más. Contó con la oposición de todo el sabio pueblo sin excepción alguna, cristianos viejos, judíos conversos y mozárabes. Teniéndose unos y otros en tan alta estima que veían por igual y con malos ojos aquel amor contra dios y natura.
El pueblo había hablado. Sentenciado. Pero, compasivo estaba dispuesto a perdonar y darles a los amantes una oportunidad de bendecir su unión si renegaban una vez más de su fe original levantado una nueva cruz jamás vista en forma de peirón a la entrada del pueblo cara Daroca ciudad desde donde pudiera verse y fuera dicha cruz al ser levantada símbolo de su amor por el dios único y verdadero.
Pobres de solemnidad, aquello les condenaba aún más a su triste destino de vivir en soledad y morir de amor. Ambos por sus familias repudiados estaban solos. Sollozaba día tras día Juan en su desesperación por no poder desposar a su amada y decidió poner fin a su vida bebiendo el agua maldita de la fuente que acabaría llevando su nombre. Le falto valor para colgarse de un chopo junto al rio o desgarrarse la gola con su hoz. Mientras Jumaya bañada en lágrimas noche tras noche, alertada por una cristiana vieja, amancebada, buscona alcahueta quien le dijo “corred tras él, joparos lejos de aquí con vuestros parientes a la nueva Qalah Musa más allá del Poyo del Cid al sur de las montañas del Hindú Kush al valle del Helmand donde encontrareis la felicidad que aquí se os niega. ¡Dejadnos tranquilos! Pensad que más se perdió en Cutanda”. La doncella siguió su consejo y trato de evitar el suicidio de su amado saliendo en su búsqueda, corriendo acalorada roto su corazón se desplomo, cayose de sus pies a las afueras del pueblo y allí fue dejada y enterrada como infiel, dando su nombre aquel lugar: El campo de Jumaya. Mientras su enamorado moría una legua más allá en las insalubres aguas estancadas que dio en beber como solución a su mal de amores, donde igualmente quedo su cuerpo hundido en el barro dando él también su nombre a la senda que uniría ambas muertes. El camino de la Jampudia aquel que aun hoy va del Campo de Jumaya a la ya fuente seca del mismo nombre.
Mi querido lector todo cuanto he escrito es invención mía, por tanto, mentira y supongo estará conmigo en que no deja de ser una verdadera pena. Más aun si tenemos en cuenta cuan escasos andamos en Calamocha de historias fantásticas, leyendas y mitología que contar.
En fin, si usted como yo, alguna vez se ha preguntado por qué el nombre del campo de futbol de la villa es Jumaya y quiere saber la respuesta deberá comprar el libro escrito por José Carbonell “Historia de una pasión. El Club de Fútbol Calamocha” donde hallara la respuesta y muchas cosas más: “Me he limitado a recopilar información y documentación, para que quede constancia escrita de su historia, aunque es verdad que, desde mi llegada a Calamocha en 1982, he estado casi constantemente involucrado en esos menesteres como directivo e informador no profesional para los medios de comunicación”
En suma, lo de Carbonell y el futbol
fue y es una verdadera historia de amor real. Sueño que algún día nos pueda radiar
en directo un final feliz en forma de ascenso a Segunda B del equipo de los rojos,
del equipo jamonero del equipo de “los Tönnies”
Publicado el El Comarcal del Jiloca