martes, 23 de julio de 2013

Revienta Sapos. El Juego.

 
Dudó el abuelo un instante, para mí toda una eternidad, interrogado con insistencia por los nietos, habidos ellos de encontrar alguna celebridad entre sus mayores. Veremos cómo sale de esta, pensé, no sin cierta maldad, tendrá que rendirse y decir la verdad. No le caldra otra solución.
 
Nunca en la familia hubo nadie que destacase en el terreno de lo que sería el juego, entendido como deporte. Somos del montón, cuasi patosos, la cosa es así, lo más normal del mundo, es menester  haya de todo.
 
A escape y sin problemas, el abuelo lo resolvió con una brillantez enorme, sin mentir ni echar mano de la imaginación. Nos asombro a todos. A mí el primero.
 
En la familia había habido un fenómeno del juego, del deporte, y uno, a mi edad,  lo desconocía todo.
 
Aquellos eran otros tiempos, advirtió, y eso de hacer deporte, no se estilaba, a vuestra edad, yo ya iba de pastor, y mi padre lo mismo, vuestros padres tuvieron más suerte, pero no pasaron de darle patadas a un balón o jugar al escondite en la puerta de casa, también eran otros tiempos los suyos, nada que ver con lo de hoy y el trajín que os lleváis… a pesar de todo, nos lo pasábamos en grande.
 
Escuchar, os voy a contar una historia y así podréis contarla y presumir por ahí, mi padre, tu abuelo, por mi, vuestro bisabuelo, por ellos, allá en Calamocha, hará cosa de sesenta años o más, el otro día, como aquel que dice si no me acordaría, era el mejor del pueblo jugando al Revienta Zapos. El deporte de los Trujales. Así lo definió. Un fenómeno.
 
Todos los veranos, continuo, corroborando sus recuerdos, Fulanito, cuando viene a pasar unos días para las fiestas, y nos encontramos en Los Viejos o ande sea, me lo comenta, tu padre era el mejor, mi padre y mi tío, jamás lograron vencerlo. Cuanto echo de menos aquellos días, cada vez que bebo un trago de vino recio, me acuerdo, en la vida no se me olvidaran jamás aquellas trápalas que se llevaban los mayores en los Trujales jugando al revientasapos.
 
 
Los Hocinos de vendimiar. Nada queda ya.
 
 
El asombro corrió paralelo a la expectación entre todos, había una celebridad en la familia, alguien invencible en el extraño juego, para nosotros ya deporte, del Revienta Zapos, del cual lo desconocíamos todo, pero nos daba lo mismo. Habíamos dejado de ser unos desmanotaos en esto del juego.
 
A continuación el abuelo, trato de explicarnos en qué consistía tan apasionante deporte.
 
Veréis, vuestro bisabuelo era el que se apostaba, jugaba y siempre ganaba, ponía las rodillas en tierra y luego los codos, y luego estaban los otros dos que lo trababan, echaban la espalda al suelo y el uno el tiraba los pies a la cabeza y el otro a los riñones.
 
El juego empezaba y el que estaba a cuatro patas trabao, sin poder usar ni las manos ni los pies tenía que tratar de levantarse, mientras el uno le agarraba el cuello con los pies y el otro le pisaba los riñones, y además estos, se abrazaban para hacer mas fuerza si se ponían en el mismo lado, si no uno a cada lado,  y venga los demás en el Trujal a la hora de la merienda a animar a mi padre para que se levantara.
 
Podía con todos, esa es la verdad, tardaba poco o mucho pero acababa levantándose a puro de tirar de riñones, y entonces, al levantarse los otros caían como sapos al suelo…
 
En todas calles había Trujales y en cuanto veían pasar a mi padre lo llamaban para que entrase a jugar un rato, era la temporada de jugar al revientasapos la de pisar las uvas y hacer el vino.
 
Andaban locos todos cascándole al mocle, al anis con mosto, y jugando, pasabas por un Trujal y ya oías chillar a todos, venga ya están reventando sapos. En fin, puede parecer fácil, pero no lo es, y si no probar a ver qué pasa, lo dicho el Tio Auge tenia mas cojones que una burra capada.
 
Abuelo, no digas palabrotas.
 
¿Qué coño he dicho maña?

lunes, 8 de julio de 2013

¡Déjalos, que se esporriñen!


Lleva tanto tiempo fuera de Calamocha, como yo en el mundo, probablemente más. De vez en cuando viene a verme. Al pueblo ya solo vuelve también muy de vez en cuando, y casi siempre para comprar madalenas; Dice que se levanta un día, se sienta a desayunar, y añora las madalenas, baja a la cochera, agarra el montante se sube al auto y se jopa, va y viene en el día.

Pero ya reconoce, que las prisas ya pasaron, se queda un par de días, pasea, ve a los amigos, no deja de sorprenderse de lo que ha cambiado Calamocha… El jamón ya le cansa, cosas propias de la edad, el esfuerzo de cortarlo puede con él, a todos llegara un día que nos pasara igual, ya no lo echa de menos, se niega a comprarlo fileteado, dice que sabe a plástico, que se lo coman los valencianos, él no.  

¿Quien pudiera ahora beber vino del trujal? me dice con cara de pena, habla, pregunta, recuerda, siempre estamos en las mismas, los de Calamocha, fuera de Calamocha, somos unos pesados, monotemáticos, insufribles, no hay quien nos aguante, no sabemos al parecer hablar de otra cosa, que no sea del pueblo.

Me voy dice, ya no vuelvo mas a verte, te voy a mandar a escaparrar, ¿joder te has enterado de quien se ha muerto?,… y a ti qué más te da, si ni lo conoces. La juventud no conoce a nadie, todo le da igual. Tienes razón le digo, no expliques quien es, no lo quiero saber, menos, si dices vivió en el Barrio. Cuando se muere alguien que no conoces, parece que se muere menos, no me lo cuentes.

 Si es que llevo muchismos años fuera, un día me tuve que ir, para esporriñarme….

 


Entonces, me da la risa, no puedo parar de reírme, el me mira y se calla, seguía a lo suyo, recordando, nunca se acuerda de comprar el libro de Agapito, el de Rubio. Dice que eso le pasa porque cuando va a Calamocha, allí no echa de menos nada, vuelve a la carga, este ultimo año me lo ha contado tantas veces como nos hemos visto, media docena al menos, yo fui a la escuela con la hermana de Rubio, hará unos años la vi en fiestas, si no mucho, asegura, quince o veinte. Se calla, no puedo parar de reírme.

No voy a venir a verte nunca más, no hay forma de llevar una conversación contigo, pareces un navarretino desustanciado, a ti te debían de haber cogido los del Rabal en aquellos años y haberte dado una paliza, no le falta razón. Viene y me abruma, pregunta por todos, y yo apenas puedo seguirle, me sobrepasa, habla, recuerda, empieza, vuelve.... Deja de reírte ya.

Has dicho esporriñarse. Hará otros quince o veinte años que no oigo tal palabra, es asombroso, genial, que después de tantos años, como aquel que dice, ayer mismo, volverla a oír. Me parece sencillamente entrañable que después de tanto tiempo, sigas hablando así, yo de mayor quiero ser como tu.

Pues era tu abuelo el que más nos lo decía: Dejar a los zagales en paz, que ya son mayores, que trabajen, que conozcan gente, que hagan todos los recados, que se vayan esporriñando, que en esta vida les ha de tocar de todo.