La luz de aquellas simples farolas que alumbraron las noches de mi niñez era blanca y la vista de las calles de Calamocha muy distinta a como ahora se ve en ese amarillo brillante que despiden las elegantes de hoy. No me acostumbro. Me sigue pareciendo aquel blanco la luz propia de las noches de hielo al cerrar la fría puerta tras volver con la leche de casa de la Teresa en busca del calor de la estufa y la gloria. Luz de las noches de verano sentado a la fresca con la vista perdida en las estrellas buscando entre ellas luces de aviones a los que nunca subí, escuchando historias dado que por entonces no tenía nada que contar.
Me despierto de madrugada, sudando y frio en un sueño sin fin que vuelve una y otra vez. Es probablemente mi recuerdo más antiguo de la primera vez que me vi solo en el mundo en medio de la nada frente a la inmensidad del rabal.
Sobre la acera veo a mi Tío Victor y la Balbina sonreír y charrar. Los he acompañado, toda una osadía por mi parte y precisamente un valiente no soy. Me tratan como a un mayor y tengo que volver solo. Van a cenar con el señor “Capote” y la Tía Josefa, amigos de siempre, debieron estar juntos en la guerra esa que hubo hace muchísimos años. Mis tíos vienen los veranos desde Barcelona y siempre pasan una noche con ellos. Su hija Maria del Mar, mi prima, se ha olvidado de la cita a lo cual mis tíos no dan importancia debe estar por el Peirón, San Roque está ahí, miro hacia las cuatro esquinas, no se ve nada más allá del bar de Santos, tengo que volver, no seas gabache pienso. “Venga Jesusin a casa” me dice la Tía Josefa, la Rosa estará pasando pena.
Rabal arriba mis pasos son pequeños y las casas me parecen enormes, luces amarillas en sus ventanas y alguna blanca, sillas en las puertas, me quedo mirando la casa de los Jotos, viven en la planta de arriba como en un piso de ciudad, su madre me guipa, he bajado de la acera a la carretera porque la puerta de Lechón está ocupada entrando y sacando cosas de la cochera. Se llama como nosotros, pero dice mi padre que no somos parientes o muy lejanos. Calamocha me parezca enorme. “Jesusin qué haces ahí, sube a la acera y jopate a casa” Es la madre de Vicente y Manolo con quienes mi hermano hace la peña allí mismo, ya han pintado el nombre: La Cuba.
“Pero ande va el peón, venga Manolin tira a escape que cuando llegues a casa ya no tendrás cena” Me sonríe Tomas, me llama por mi otro nombre sentado en la puerta tomando la fresca. En la tienda de la Paca y Rafael todo me es familiar, paso la mano por los azulejos, cruzo corriendo la calle Ingenio que me parece la boca del infierno, aunque la Poza da mucho más miedo, no dejo de correr me canso y paro a respirar, alguien me habla. “Casimirin donde vas tan corriendo si ya vas tarde” “Anda que te acompaño”, “Deja al zagal que ya es mayor, venga maño tira y dales recuerdos a los abuelos”. Sonrío y me voy, incapaz de hablar, vergüenza y miedo. El Tio Conchanete con su reloj de bolsillo y la Tia Mariina, amigos de mis abuelos me quieren muchísimo, he estado muchas veces detrás de la ventana desde la que me hablan.
La casa del Tio Catalan enorme y clara en la noche señala la entrada al Barrio las Escuelas. En casa de Inocencio están cenando, veo la calle llena de sillas vacías y envuelta en una luz blanca cegadora cara la oscuridad de Santa Barbara. Una voz me llama: “¡Eh amigo!, ¿de dónde vienes?” Es Paquito, el hijo de Máximo y Manolita, lleva una mochila y un balón, es aprendiz en Talleres Abad y juega en los juveniles del Calamocha, todos queremos ser como él. Trato de responderle y el sueño vuelve a comenzar. Sobre la acera veo a mi Tío Victor y la Balbina sonreír y charrar. Me despierto, nunca llego a casa
JESUS LECHON El Comarcal del Jiloca 6 de agosto de 2021