Calamocha.
Sobremesa del 15 de agosto de 1995.
La
Felisa, hace una pausa y pide que alguien le acerque la botella de
coñac, tras el carajillo con hielo, quiere abarrerse un culo de café
que ha quedado, saborear una copa más. Atrás queda el remolachero,
la cerveza y el vino. La conversación, se alarga. Se la acerco, como
lo más normal de mundo. Todos sin excepción, más que puesto en
duda, hemos mostrado nuestro asombro, por algo que acaba de decir:
“Recuerdo con un cariño enorme, cada vez que llegaba a Valencia
una carta de Córdoba, de la familia de Manolete, y como yo corría a
escribirles. Nada más bonito que recibir una carta”.
Triste,
cansado y abatido, al día siguiente, sin más remedio, además de
ser San Roque, tengo que irme a la mili, agotadas todas las
prórrogas. Aquellos días me parecen los últimos de mi vida, pero
en realidad tan solo es el último verano en el que coinciden la
Felisa, el Víctor y la Balbina,… el último verano de lo que
tradicionalmente había sido la familia en fiestas, la edad, que no
perdona, unos en el cielo, otros que se hacen mayores, otros que
llegan.
Fue el
Tío Víctor el primer en reaccionar: Felisa, nos estas diciendo, que
conociste a Manolete, al torero, y que además te escribías con la
familia. ¿Pero eso es verdad?. Mira que nos conocemos de toda vida,
mira que llevamos años charrando, y jamás te lo he oído, eres
tremenda, cuéntanos por favor, no nos tengas así….
Me iba
a marchar a la mili, y discutíamos si debíamos escribirnos o no,
como se hacía antaño. Se estaban perdiendo las formas, una cosa era
no escribir cartas, y otra no llamar ni por teléfono, la familia se
perdía, se alejaba, se agrandaba. Y todo entraba dentro de la
lógica. Pero, las cartas. Dolía perderlas.
En el
recuerdo, como no, mi Tío Jesús, se llevaba la palma, debió
escribir una carta al día, a juzgar por las muchas fotos que envió,
fruto de aquellas milis eternas, de finales de los cuarenta. Escribía
desde San Javier, en Murcia, en el quinto pino saliendo de Calamocha
por la carretera que lleva a Torrijo, donde había ido a parar por
recomendación de la Felisa.
La
Felisa aseguraba que a los militares había que entrarles por
derecho, llevarlos a un rincón, mirarlos a la cara y decirles: Tengo
un sobrino que llaman a quintas, aquí tienes los datos, quiero que
haga la mili en Valencia capital, donde tú sabes, ¿te acuerdas, de
aquel mes en Guadalajara?, ¿cuándo fue, en el 37?”
La
verdad es que nunca se conoció a ciencia cierta, el por qué mi Tío
Jesús acabo cumpliendo el servicio en Murcia en lugar de en la
capital del Reino, aquella vez fue, quizás, la única en la cual la
Felisa, no consiguió lo que se propuso. No quiero ni pensar, donde
acabaría el militar de alto rango, aquel buen señor, encargado de
llevar a cabo el recado.
“No ha
parido madre, hombre que me diga que no, ni mujer, por supuesto”
Decía con frecuencia la Felisa.
Cuando
en Calamocha se supo dónde iba hacer la mili, a pesar de la
recomendación, mi abuela no tardo en mandar recado a Valencia, para
que quien fuese, ósea la Felisa, tomase cartas, en este caso de las
otras, en el asunto: “Felisa, a Jesús, en la mili, lo han echado a
Murcia, cosas que pasan, no lo esperes. Eres igual que tu padre.
Recuerdos”.
El padre de
la Felisa, era hermano de mi abuela Rosa, y nombrarle, compararla con
su padre, era el mayor insulto, desprecio, que mi abuela podía
hacerle a su querida sobrina, que prácticamente era una hija. Cosas
de familia,…
Lo
dicho, no quiero ni pensar, donde acabaría aquel militar que debió
recomendar a mi tío y dejo a la Felisa en la estacada. Ella al
respecto, siempre contó barbaridades… Eso, si en San Javier, mi
tío, gozo de tantos privilegios, que hubo de decir basta.
Aquel
fue el único “fallo” conocido de la Felisa, se contarían por
cientos, las recomendaciones de todo tipo que fue dando a lo largo de
su vida, de uno u otro tipo, "yo favores, no pido, hacen lo que les
pido, porque antes, yo, he hecho algo por ellos. He conocido a tanta
gente, he estado en tantos sitios"
A más
de uno y dos calamochinos, también los enchufo a la hora de hacer la
mili allá en Valencia, uno de ellos, sin ir más lejos, fue quien se
casó con su hija, otro, casó con la vecina de arriba...
Hablábamos
aquel día, en aquella sobremesa de la que no me habría levantado
jamás, como decía, de las cartas,… que ya nadie escribía.
Che
collons, Víctor, me vas hacer tu, como el desustancio de mi yerno,
que no tardo en mandarme callar y echarme a la cara que mentía.
¡Mentir yo! Ha faltado la Felisa, alguna vez a la verdad, decirme,
os ha contado algo alguna vez, que al cabo del tiempo haya resultado
ser mentira. No. Pues, lo dicho. No solo tengo las cartas, sino que
lo que hablo debiera bastar, sin pedirme explicaciones. En su casa yo fui una más, una hija más
para su madre, y una hermana más para todos.
Hace
un rato, Víctor, has dicho, que conociste, si quiera viste de lejos,
a Machado, cuando salía de España, camino de Francia, por que
estabas de soldado allí. Y la Felisa no te ha interrumpido, ni lo ha
puesto en duda ,porque tú, como yo, porque
nadie en esta familia, ha tenido nunca la necesidad de mentir.
Aquello
de mi yerno, después de tantos años, es que me jodio viva, echarme
en cara que mentía, y que jamás había sentido él, cosa igual ni
de mi, ni de nadie, que tenía delirios de grandeza, que chocheaba
llego a decirme, vamos para haberme levantado de la mesa, y haberle
dado una patada en los cojones. "Aún no ha nacido quien me toque a mi
la figa". Su madre, mi cosuegra, la Tía Rosario, que de pequeño debió volverle la
cara del revés más de una vez y dos, y no lo hizo, y ahora lo paga
la Felisa. También tiene su culpa.
Estábamos
en un restaurante, y ni me levante, ni hable más de lo que manda la
educación, una vez me dijo lo que dijo y dio a entender lo que dio.
Termine y me marche a mi casa. Si a él, como a vosotros, no os lo
había contado nunca, será porque nunca ha habido ocasión, porque
yo hablar, ya me conocéis, no paro, hablo y lo cuento todo, pero
también es verdad, y me darías la razón, que nunca me habéis oído
contar dos veces la misma historia, somos ya mayores, hemos vivido
mucho, nos ha pasado de todo, y aún no hemos terminado, al menos yo,
de contar tanto como he vivido, ni creo que la Felisa vaya a vivir
tanto, como para poder contarlo todo. Y cuento, como debe ser, las
cosas no por presumir, sino porque lo trae la conversación, y si hoy
estamos hablando, de que ya nadie escribe cartas, es lógico que
recuerde las que he escrito, las que he recibido, y también las que
deje de recibir.
En
cuanto llegue a casa aquel día del restaurante, ya no hice otra
cosa, me hervía la sangre, removí Roma con Santiago, después de
tantos años, y al final, encontré las cartas, me las guarde, y
espere toda la semana, hasta el domingo siguiente cuando nos juntamos
todos de nuevo a comer, esta vez en su casa. El graciosos de mi
yerno, ya lo conocéis, no tardo en decir, “bueno y por Córdoba,
Felisa, como están las cosas”.
Mecaguen el tío el copón, los
palos que le habría dado, de haber sido hijo mío. Mira, aquí las
tienes, le dije, ven a por ellas y ya nos dirás. A mí nadie me
llama mentirosa.
Se
levantó, las cogió, volvió a su sitio y se sentó, las leyó
varias veces, y ni comió, ni hablo en un buen rato. Al final no le
quedó otra, que darme la razón,.. Le faltó tiempo, cuando por fin,
salió de su asombro, en levantarse y querer llevársela para
copiarlas, trae aquí le dije, esas cartas, no salen de mi vista, se
vuelven a casa conmigo, me las dio, y fin de la historia. Fin de la historia. (*)
Joder
Felisa, eres cojonuda, lo que tantas veces hemos hablado, ¿como pudo
la República, estando tú de su parte, perder la guerra?. Tienes
razón, las cartas son de Manolete y familia, la mare que va,
collons. Tengo la mejor suegra del mundo, la más grande, no me la
merezco.
Te cuento
Victor….
Los conocí cuando la guerra, cuando iba a ser si no, de los días que
con Pedro en Intendencia nos tocó estar por allá abajo, por Córdoba, unos días, meses imagino, en los que fui a parar a su
casa, allí su madre, me acogió como una más, como una hija más,….
Viví con ellas, con su madre y sus tres hermanas, personas mejores
que aquellas, pocas.
Yo ya
sabéis, que para las cosas de casa no valgo, tendría entonces, no
llegaría a veinte años, coño ni a dieciocho, recién casada con la guerra, y ni aun coser un botón sabia, ni freír
un huevo, más que ayuda, en esos menesteres de la casa siempre he
sido un estorbo, aun hoy no se hacer nada de eso, ni aprenderé…
pero nada importo, allí viví con ellas, allí pasamos como pudimos
aquellos días, yo ayudaba poco, pero bien sabéis, que no paro, y
eche una mano en todo lo que pude, a la Felisa, nunca se le ha puesto
nada por delante, y si había que ir hablar con unos o con otros,
echar mano de esto o de lo otro, buscar y sacar de donde fuese, allí
que iba la Felisa la primera en tocar a la puerta que quien fuese,
vergüenza, ya me conocéis, no he tenido nunca. ¿Quién pensaba? Lo
que vendría después, lo uno y lo otro. Manolete estaba en eso de
los toros, pero no era nadie, ni se podía imaginar lo que llego a
ser luego, quien lo iba a pensar… más noble no se podía ser, al
final, se lo llevaron a la guerra.
Mirar,
aun se me pone la carne de gallina, solo de acordarme de ellas, y del
día en que nos despedimos, la cosa se ponía fea para todos, nos
trasladaron a otro frente, y yo las deje allí, cuidaros, cuidaros
mucho y que esto acabe cuanto antes, ya nos escribirás que ya sabes
dónde estamos, me decía su madre, y en cuanto podamos nos vemos.
Cuantísimo me querría aquella mujer y cuanto les quise yo.
Y
aquello de la guerra, tócate los cojones, poco más y no acaba,
pasaron años hasta que termino, y fuimos a parar a Valencia después
de recorrernos toda España entera y verdadera.
Cuando
tuve tiempo y me acorde, me senté y escribí a Córdoba, para dar
traslado de que estábamos todos bien, vivos y que finalmente, no
pasábamos a Francia, y así ver que tal estaban por allí, Manolete
ya empezaba a ser famoso. Tan pronto como escribí, me contestaron,
todas bien, me dijeron, Manolete dice que en cuanto te enteres de que
va a torear a Valencia, vayas a verlo.
Nos ha
jodido yo a los toros, antes me vuelvo a Torrijo, o mejor a la
guerra, que me voy a una plaza, como si no tuviera otra faena. No
podría ir a verlo.
Así
que una tarde, al cabo de un tiempo, yo sola en casa, me tocan a la
puerta, dos hombres y abra señora, y abra señora, y dale que te
pego, y yo que siempre he sido una miedosa, que no, y que no, hasta
que uno me dice, que le traigo un recado del Maestro Manolete.
Y
entonces les abrí, el uno era un criado y el otro, debía ser un
policía secreta que lo acompaño hasta la puerta, y con una sorna y
una gracia me soltó: “Es usted la Felisa, el Maestro Manolete
quiere verla, que pase sin falta por el hotel, que la espera”.
Mira,
me hervía la sangre, le hubiera dado una torta como un pan, de aquí
hasta allá.
Pues
muy bien señor, le diga usted lo siguiente: si mi marido puede,
iremos a verlo, y si no, otra vez será, y le diga también que ahora
que ya sabe dónde vivo. Si quiere algo, que venga él a verme.
Nos ha
jodido, tratarme como una fulana, no sé qué recado le daría
Manolete, pero el que me dio, ya te digo yo que no. Aquí estaríamos,
de haber sido yo de aquellas, que nunca les importo agacharse ni
pringar sabanas que no fuesen suyas, pues no me faltaron ocasiones ni
nada, que de cabrones e hijos de la gran puta, con el perdón de sus
madres, anda el mundo lleno, pero conmigo, lo llevaron siempre claro, ya lo
creo, pasando calor y matando moscas estaría hoy la familia,…
cuando menos estaríamos en Marbella que no en Calamocha
Al día
siguiente, fui a verlo, más que nada por si necesitaba algo, y por
qué si su madre se enteraba de que no había ido a verle habiendo
recibido el recado, lo mismo venía a Valencia y me daba una paliza,
no era cosa de perder la amistad, por guardar las formas, fui sola,
sin Pedro, que debía estar en el purgatorio, no lo recuerdo, igual
lo vi dos o tres veces más, alguna ya con Pedro, cada vez que venía
a Valencia, pero claro, aquel cabrón de toro lo mato enseguida, casi
no le dio tiempo a nada al pobre.
El
hotel, lo recuerdo, como si estuviera hoy allí, siempre estaba lleno
de gente, a ver si caía algo, no era fácil acercarse, ni que te
hicieran caso, así que al llegar a recepción, buenas, buenas, que
desea, soy la señora Felisa, ah, sí, si Manolete ha dicho que suba,
que la está esperando, perdone señor, dígale que baje, que yo no
subo. ¡Mujer!... ha dicho que suba. Pues dígale que la Felisa, le
espera, que si quiere algo que baje, que yo no subo, que soy mujer
casada…
Al minuto Manolete bajo, preguntando donde estaba su
hermana valenciana. Y en cuanto me vio, me dijo: Felisa, eres tremenda.
De los Años de La Cazalla. La Fiesta Nacional.
* La Felisa, como ella misma se llamaba, murió hace unos años, cada vez mas, y cada vez mas la echamos de menos. Las cartas no aparecieron entre sus recuerdos, fotos, y papeles que le sobrevivieron. Muy probablemente, aquel día en que después de tantos años, contó la historia, las enseño y dieron fe de ella, al llegar a casa, las quemo.