“Ya lo creo, que tendrás jabón y no os lo
acabareis, esa forma de pensar, de vivir, yo soy igual, me la enseño tu abuela,
en aquellos años mi madre. Los únicos tiempos, que fuimos libres todos, allá en
Calamocha, al acabar la guerra.
Cada día antes de irnos de casa, había que dejar las camas hechas y todo limpio, como si no fuésemos a volver, como si ese día fuese el último,… por si en una de esas nos moríamos, que los pobres para morirse bien poco necesitamos, así cuando entrasen en casa a buscarnos la mortaja, pudieran decir, mira que curiosas, todo limpio y recogido, que nadie pudiera hablar de que en aquella casa estaba todo manga por hombro, sin tener ninguna faena”.
Cada día antes de irnos de casa, había que dejar las camas hechas y todo limpio, como si no fuésemos a volver, como si ese día fuese el último,… por si en una de esas nos moríamos, que los pobres para morirse bien poco necesitamos, así cuando entrasen en casa a buscarnos la mortaja, pudieran decir, mira que curiosas, todo limpio y recogido, que nadie pudiera hablar de que en aquella casa estaba todo manga por hombro, sin tener ninguna faena”.
Así recuerda y resume mi tía, la
forma de ser en la familia, ella camino de los noventa bien lo puede decir.
De modo que no es de extrañar que diría aquel, que
allá por los ochenta, cuando ya se dejaba de tener tocino en casa porque no podías
matarlo en la cochera por mal que de que nos diese un pelo y nos entrase a un
tiempo el baile San Vito y la triquinosis, que nos muriésemos al fin y al cabo,
como si fuéramos a ser inmortales, y la mitad de las cosas necesarias para
hacer el jabón ya ni en el sepu de León Muñoz se podían encontrar, ni polvos
para secar los jamones, que también los prohibieron, pero eso ya es otra
historia,… desde que se acabaron aquellos polvos rojos, los jamones del granero
ya no saben a nada.
No es de extrañar pues que mi
abuela pensase un día que aquella sería la última vez que en casa se haría
jabón y se dispuso hacer cuanto pudo, y aún dura. Hacia todos los años un poco,
allí en el corral con las traudes y la caldera de las morcillas. “Pero madre, ande va con tanto”, “Coño, ande
voy a ir con los años que tengo, al camino Navarrete cualquier día,
(Cementerio), si ya no hay tocino, si ya
no vende polvos, habrá que hacer todo el jabón que podamos, por que luego no
podremos, y lo echareis en falta”.
Aquí dejo la receta, algún día
haremos, que todo se acaba, la receta como diría mi madre que es quien la
recuerda, la formula al fin y al cabo del jabón de tajo de toda la vida.
“Entonces se guardaban todos los
aceites de cocinar, toda la grasa de los tocinos y los animales que matabas en
casa, todo se guardaba para hacer jabón, se gastaba una barbaridad de jabón, lo
mismo para lavar, que para curar heridas. Lo único que se compraba para hacerlo
era la sosa que le dicen. Con eso y con agua, se hacia el jabón, al principio
me acuerdo, que lo cocíamos en latas de sardinas, de esas grandes que había
entonces cuando era yo una cría, después ya siempre en la caldera de matar el
tocino, en la caldera de las morcillas. Luego si se podía, se compraban y se
ponían unos polvos para que sacase espuma y tuviese olor, pero al principio lo
hacíamos sin nada, tampoco vendían claro.
Se ponía todo a cocer hasta que
veías que se espesaba y entonces sacabas un poco y lo echabas al suelo y si al
enfriarse se quedaba solido, ya estaba el jabón listo. Así de fácil.
Luego lo vertías en cajas de
madera para que se enfriase y se hiciese todo un bloque. Al día siguiente con
un alambre de esos ahora roñosos que había por casa en cualquier rincón lo
cortabas a tajos, como quisieras hacerlos, y a lavar al rio, al lavador de la
Fuente del Bosque y antes al Ajutar, o al del Barrio Nuevo, en cada calle, como
aquel dice, había un lavador, lo mismo que un horno o un trujal.
La noche de antes de ir a lavar
al rio, cogías un poco de jabón y lo regalabas, lo derritias en el fuego y lo hacías
liquido y cogías la ropa y la metías toda en un balde grande a remojo con el jabón
y a la mañana siguiente, ponía el abuelo el balde en el carretillo y todas a
lavar al rio y allí ya le dabas con el jabón de tajo, y se quedaba la ropa
limpia, limpia como una patena, y un olor mas bueno que hacia … y suave y venga
a charrar todas allí y nosotras a lavar lo pequeño…”
Sigue, esta vez, mi tía
recordando: Aunque de pequeña, antes de la guerra, mis padres nos llevaban a la
playa en Barcelona, no nos dejaban casi ni mojarnos los pies por miedo, así que
aprendí a nadar en el lavador, allí en el Barrio Nuevo, en Calamocha mientras
las mujeres lavaban los críos nos capuzábamos hasta arriba en esa agua tan fría.
Cada vez que me acerco a la
Fuente del Bosque, o paseo por el ajutar, recuerdo el olor del jabón, tan es así,
que me asomo al lavador en busca de la espuma, del brillo que había en el agua,
del olor… pero nadie ha estado lavando desde que las abuelas dejaron de ir por
causas propias de la edad, más que del progreso.
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