Aquel pariente al parecer, aunque
lejano lo era por una y otra rama de la familia y solía algún que otro día al
volver de trabajar pasar por la puerta de casa. Alto, flamenco y buen mozo
caminaba a pasos agigantados con la cabeza siempre baja, vigilante la vista al suelo,
como si no viese del todo bien y necesitase mirar por donde pisaban sus largas
y firmes zancadas, invariablemente con nosotros y con todos cuantos se cruzaban
en su camino, alzaba la cabeza se giraba y saludaba. A todo el mundo sonriente decía
hola y adiós enseñando su radiante y completa dentadura amarilla, tal vez del
tabaco, con sus dientes y su sonrisa tan grandes como él. Nunca se detenía
hablar, seguía su camino con la chaqueta o el gabán, según el tiempo que nos
llegaba del cielo, bajo el brazo camino de casa.
¿De verdad es pariente?, siempre pasa como la Isabelita, corriendo.
Me llamaba la atención que nunca hiciese un alto frente a la puerta de casa, lo
normal era lo contrario, la gente pariente o no se paraba unos instantes a
charrar de lo que traían aquellos días de la vida tranquila además del frio o
el bochorno.
¿Y para que quieres que se pare? La respuesta tajante y seca te
daba aún más que pensar. No hay nada de
que hablar, el está bien, nosotros igual y si un día él necesita algo o
nosotros lo necesitamos, todos estaremos para lo que haga falta. Años mas
tarde cuando oí cantados los versos de Labordeta lo entendí mejor: “Por qué no nos ven hablar, dicen que no nos
queremos.”
Que hoy recuerde solo lo
necesitamos una vez, y, por cierto, me lo perdí, supe que fue el quien arreglo aquella
emergencia en casa en medio del frio, la nieve y el hielo de un día de enero de
hace muchísimos años en que vino a visitarnos la guadaña, día de tristeza. “Ha
sido cosa del pariente, el dará razón por nosotros”, dijo mi tío.
Contaba mi padre la historia de
aquel pariente reducida al absurdo, a un solo hecho, a una anécdota, como si un
día por matar a un perro por accidente te cargasen para toda tu vida con el sambenito
de “mataperros”, y aun la recuerda de vez en cuando pero ahora soy yo quien con
frecuencia la cuenta, sin embargo, todavía no sé muy bien por qué pues aún desconozco
cuál es el sentido final, de hecho nunca lo he sabido, y a estas alturas de la
vida de todos, tampoco me importa demasiado, cierto que no hubo tiempo ni ocasión
alguna de pararnos un día y recordar
Así y todo desconozco si su fin fue
despertar entre nosotros el sentido de no dejarnos. Aquella frase tan repetida
por nuestras abuelas, “maño, que no te ganen, tu no te dejes nunca, tienes que
ser el primero en todo, y algún día subir a la luna” o simplemente, ¿quién sabe?
advertimos con ella de que hay ciertas situaciones en la vida, momentos, en los
cuales no merece la pena dar ni un paso.
La de aquel pariente fue buena,
cuentan que una noche en un pueblo cercano a orillas del Jiloca no lejos de
Calamocha él y los de su recua andaban de verbena despidiendo a un amigo que pronto
a casarse en aquel mismo pueblo había invitado a toda la cuadrilla compuesta
como aquel que dice de toda la quinta. Y la jarana en blanco y negro de aquellos
años, ya se sabe era algo extraordinario a todas caras, era otra historia, no faltaba
humor, y eso que hoy se llama corrección política la había a raudales en tanto
que ni se conocía ni era menester. Para dar y regalar de todo.
En algún momento de la noche
entre pasadobles, rumbas de Peret y alguna de Karina un mozo del pueblo aquel de
cuyo nombre no quiero acordarme a la cabeza de la quinta de la novia cuentan
que subió al escenario para pregonar lo evidente, empezaba lo bueno, y se abría
el concurso habitual de tales noches en el que se iba a elegir no a la reina del
baile, eso solo pasaba en la películas, no en la vida real, si no al más feo del baile.
En cualquier caso, no era
necesario correr apuntarse pues todos santos varones asistentes, con especial atención
a los solterones en la senda de llegar a mozo viejos estaban apuntados. Puestas
las miras en todos y cada uno de ellos del primero al último, todos los hombres
entraban a forma parte del concurso. Supongo que a continuación la banda de música,
que tampoco sería de muy lejos, atacaría sin piedad el éxito de aquellos años de
Los Sirex, “Que se mueran los feos”. Y la noche siguió.
Ya camino del alba, con la pista
y el cielo echando a clarear, los mozos del pueblo subieron de nuevo al escenario
tras deliberar un buen rato cuando ya era evidente que el sol se les echaba encima
y los gatos dejaban de ser pardos, al ver que los de Calamocha optaban por volver
a casa subieron por fin para hacer público el resultado, y asi proclamar ganador
al más feo entre los feos de entre los asistentes al baile.
Tras reconocer y hacerse de rogar
que la cosa había estado reñida y que no había sido nada fácil optaron por
hacer público y notorio el nombre de campeón de los feos, y del subcampeón, pues
tan reñida como había estado la cosa no bastaba con uno. Y ese fue el error y
de ahí vino el problema.
Con el fallo del jurado se desato
el escándalo en cuanto que el pariente supo que le habían dado el segundo
premio no le sentó nada bien.
Alto fuerte y formal, sonriente y
animador total de la pista de baile el pariente alzo la mano y pidió subir al
escenario cuando supo que le había ganado un mozo del pueblo, el cual ya estaba
sobre el escenario disfrutando de las mieles del éxito. Cuentan que no hubo
forma de pararlo, nadie quería líos de entre sus amigos y menos en un pueblo que
no era el suyo, pero no pudieron sujetarlo, y así consiguió por fin llegar,
subir al entablado y ante el silencio se coloco a la par del ganador y dirigiéndose
al público y en especial al jurado pidió que los mirasen bien a los dos, y pregunto si estaban seguros de lo que veían y
creían haber visto, asegurando que allí sin duda alunga el más feo de entre los
feos era el, y que bien entendía que tal vez al no ser del pueblo no le diesen
el primer premio pero que no había duda de que allí el mas feo, era el de
Calamocha, bajo los focos insistió y concluyo “Si no hubiese estado seguro de ganar ya me habría marchado a casa”
Y fue así como al hacerse de día consiguió
callar y acobardar a todo un pueblo y al mismo tiempo ser coronado como ganador
moral, la razón estaba de su parte.
Fue una noche épica sin duda y
todo un triunfo para la familia, una muestra total de competitividad, un “no dejarse”
llevado hasta el extremo, una lucha denodada por hacer prevalecer la verdad de
uno.Pero, ¿Mereció la pena?