jueves, 16 de octubre de 2014

A la fresca con Manuel en la puerta de Micheto

A falta de un par de semanas para San Roque el verano se resistía a entrar, aquel sábado final de julio habíamos llegado al pueblo, dado un paseo hasta al  huerto y de vuelta decidido volver a casa dando a su vez un paseo mayor, en realidad todo un rodeo pasando por la Plaza de la Iglesia, nueva aquel día y engalanada para el acto de proclamación de las reinas, pasando a su vez por el ya viejo Pasaje Palafox, en suma, acercarnos a lo de Micheto, antes de volver al Barrio a cenar.

Manuel sentado en un banco al pie de calle, nos recibió con alegría y cariño: Hombre ya llega el verano, como si con nosotros fuese a aparecer el calor, ya están aquí los veraneantes, venga más forasteros a dejarse las perras al pueblo, se ve que en Valencia la cosa de la calor está mal de verdad y os venís todos aquí en busca del fresco. Anda maño siéntate, y olvídate del sombrero, no te hará falta en todo el verano.



Sentado junto a él, comenzamos a charrar: Así había de hacer todo el año, dijó, este tiempo es muchísimo bueno, el calor justo para no tener que llevar chaqueta es lo mejor que hay, ni aun regar la calle como antaño es menester para estar a gusto a estas horas en la calle, una miaja de aire igual se echa en falta, pero no pases pena,  esto es lo mejor, y que tranquilidad, no pasa ni dios, aunque a escape echara a venir gente … ojala todo el año fuese así.

Hombre, tendrá que llover, dije yo por continuar la conversación, llover algo aunque sean cuatro gotas para que salgan los caracoles,  y en invierno, qué haríais, si todo el año fuese así, no tendríais de que hablar, echaríais de menos tú y todos, los hielos. Su respuesta, con toda lógica del mundo, fue inmediata.

Joder con los de la capital, los hielos dices que íbamos a echar de menos, para vosotros todos, todos para vosotros y bien gordos, que manía os dado a los de fuera con el frio, pues si no hay nada peor, andaros todos a cáscala a Luco y dejarnos estar … y de agua si me apuras lo mismo, nada, si no han quedado caracoles con los venenos, para que quieres que llueva, si no hay ni aun ribazos, así se seque el rio, la vega y el copón bendito, …

El tiempo que hace hoy es el que debería hacer todo el año y san se acabó. Lo demás, todo lo que necesitamos, hasta los  caracoles, están en las tiendas, y sin tener que agacharte y joderte los riñones ni ahogarte con el carburo, más baratos y mejores, a mi ya, para lo que me queda, me es todo lo mismo, leche que caldo teta, joderos como podáis, el que venga detrás que arree. Llevaros todos los hielos, todas las pedregadas y todo lo que haga falta, todo para vosotros, los caracoles también,  pero a mí, a mi déjame este tiempo, que yo ya he padecido bastante. El cielo me he ganado, aún sin ir a misa.

Mira, lo que te decía, ya echa a pasar la gente, todas estas van a misa, son muchísimo beatas, mira otra más, ahora sale mi mujer que también se va, otra que tal baila y aquellos veraneantes de Zaragoza, también van, no sé qué les dan allí, pero se les había de caer la iglesia encima, ale, buenas tardes a los del charco, rezar por nosotros, muy ahorrada vas niña, llévate la chaqueta, que en la iglesia hará un frio del copón.  Y pasar a comulgar venir cenadas… Que bien se está oye.

Calla que me estoy acordando de una, tu ni habías nacido, de recién casaos, ahí arriba en el rabal, cuando vivíamos en la esquina del Barrio Verde un día de esos de verano de los de antaño, que había hecho una calor de tres pares de cojones, una sofoquina de esas de las de antes que no sabías ande meterte cuando tiraba hacerse de noche, que en casa no se podía estar y en la calle menos aún, que hervía el Santo Cristo entero, como te cuento, que estábamos allí sentaos unos cuantos en la fachada del Gato ande la carnicería y en eso que vino del matadero el este, ahora no me sale, coño el vecino que vivía allí en la esquina, aparca la bici en la palanca de los machos, echa a provocarnos, que si mal trabajadores, que si esto que si lo otro, sofocado como un mulo que venía y eso que bajaba costera abajo desde allá arriba, y nos echa en cara que ni la calle habíamos regado, coño si ya se había secado, que lo esperáramos que a escape se sentaba con nosotros, y en eso que entra a casa a refrescarse y sale con el pozal lleno hasta arriba del agua del pozo y dice venga vamos a remojar esto un poco, mira agarra desde su puerta con el cubo para arriba y nos suelta todo el jarve hacia nosotros, y en eso, que claro, entonces no había neveras, eran otros tiempos, y a mi ver la mujer le había metido el porrón con el vino en la caldereta al pozo para que se refrescase para la hora de cenar, si lo que se hacía entonces, y mira, el agua que se nos venía encima y el porrón de por medio volando cara nosotros, ande vas, tira para allá, cuidado,… mecagüen el copón, claro uno para un lado, otro para otro, todos allí en el corro y el pobre padre del Gato, que estaba un poco teniente de una oreja y que con la otra no oía, y que ni veía ni olía que estaba ya mayor, a lo que quiso darse cuenta, mira que la calle es grande, pues nada, con el porrón al canto de la cabeza, que menos mal que llevaba el hombre la boina, que si no allí mismo fenece de un golpe de calor. No te creas que no hubiera sido gorda esa,…


Por eso te digo maño, que este tiempo es el mejor, y donde este el vino que se quite el agua, déjate de lluvia, hielos y demás que solo traen desgracias, no nos vaya a pasar la del pobre Gato. Ya vuelven de misa, de noche ya, la hora cenar, que pena todo, con lo bien que estamos aquí.

jueves, 2 de octubre de 2014

El Amigo del Poyo.

Los franceses, y mi Tío Blas estaba entre ellos, eran la parte de la familia que además de perder la guerra, lo había perdido todo, exiliándose a Francia, a la cuna de la libertad, igualdad y fraternidad, a la república de La Marsellesa, himno que tanto y tanto cantaron cuando no sabían francés. Luego tras cruzar los Pirineos, se les fueron las ganas de cantar y finalmente hasta de bailar. Aquel país resulto no ser el paraíso que soñaron. La utopía nunca fue tal ni aquí ni allí. Si acaso, los días de la infancia en Torrijo.

En aquel verano ni Tío Blas, todo él era la revolución, campechano, trabajador, cachondo, mejor persona imposible, caminaba con paso firme hacia los ochenta años, y al llegar de vacaciones a Calamocha dijo “esta navidad, le escribí una misiva con cuatro letras a mi amigo el del Poyo y le dije que una tarde antes de San Roque iría a verlo y charrar un rato, a ver como esta, recordar aquellos años, y despedirnos por si faltamos ya uno u otro, un día de estos”.

A mitad de camino entre Calamocha y el Poyo a donde nos dirigíamos en pleno mes de agosto, una tarde después del guiñote a eso de las cinco, justo antes de las fiestas de San Roque, andando bajo el sol, allá por los primeros años ochenta, por fin me quedo claro, de qué iba toda esa trápala.

Estaba, muy equivocado, mi Tío y yo no íbamos hasta allí con al intención de reorganizar  él, por segunda vez, el III Escuadrón de la XXVI División de Caballería de la extinta Columna Durruti, y terminar así lo que por una u otra cosa, los mayores, dejaron sin acabar en el jaleo del 36, reorganizarla en una calurosa tarde de agosto con el consabido fin de lanzarnos a la conquista y revolución de Aragón, a terminar lo que empezaron en sus años de juventud. Nada más lejos de la realidad.

Y así andando, nos fuimos al Poyo, un par de gorras, una cantimplora y a caminar. En cuanto veía un campo de panizo se metía dentro, mal asunto decía, yo siempre fui más alto que el panizo, será cosa de la tierra, esta es mejor, en Francia no hay mata de panizo a la que no le saque un palmo.

Y seguíamos camino, saludaba a todo el mundo, y no dejaba de asombrarse por todo, el campo era su pasión, de vez en cuando, en realidad a todas horas, daba con alguien que en aquellos años había estado como él en el jaleo,… y ¿dónde estuviste?, y ¿cómo te fue?, que vaya todo bien… ¿eres francés no?, de papeles solo.

Y si después de ir no está su amigo, le decía yo con todo el pesimismo posible dado el calor reinante, no digas tonterías, le dije que iría y me estará esperando. Ni siquiera quiso llamar por teléfono para avisar de que íbamos esa tarde, para él aquello era perder tiempo y dinero, sobre todo dinero, además paseando aunque fuese bajo el sol, siempre aparecía alguien interesante con quien charrar un rato y miles de cosas que ver.

Para mí, lo más asombroso de todo era que todas  y cada una de las personas con las que charraba habían combatido en el Bando Nacional, frente a él que lo hizo en el Bando Republicano, y se hablaban de uno a otro con un cariño inmenso, como si ambos hubiesen luchado por lo mismo.

Quien aquí se quedo a pesar de estar en el bando de los vencedores, también perdió la guerra trataba de explicarme, si bien no hubo de pasar por todas aquellas tragedias, que nos llevo el cruzar a Francia.

Ambas partes, a mis ojos de crio, nunca se reprocharon nada ni menos aún rivalizaron en torno a quien lo había pasado peor, ni si habías hecho esto o dejado de hacer aquello.

Tus abuelos, me decía y todos estos compañeros, no pudieron elegir donde luchar, pero todos pensábamos igual. Quien más perdió, fue quien murió. Pasó lo que paso, y aquello jamás tiene que volver a repetirse.

Sin embargo, íbamos al Poyo a reencontrase con su amigo de la guerra, yo estaba hecho un lio, el contaba lo mismo que contaban nuestros abuelos, y sin embargo a veces veías documentales en la tele donde se oía todo lo contrario, odio, rencor, buenos y malos, tan diferente a lo que oías con ellos… hasta me había comprado meses antes en lo de Agudo, el libro de Gabriel Jackson “La República Española y la Guerra civil”… del cual salvo los números, no entendía nada.

Así que estaba deseando llegar al Poyo para ver y oír la realidad de todo aquello, allí, los dos amigos, pondrían las cosas en su sitio y siendo los dos del mismo bando, todo cambiaría, volvería al discurso que siempre estaba presente en casa cuando los Franceses eran mayoría, “la guerra la perdimos nosotros, y el que gano hizo lo mismo que habríamos hecho nosotros. Lo que le dio la gana”.

Llegando a nuestro destino, me debió ver tan perdido, que de un modo sencillo lo aclaro todo: No hombre, el amigo que vamos a ver, el mejor amigo que hice en la guerra, con quien pase los últimos meses, combatió en el Bando Nacional.
Aquellos años de Jaleo

Y entonces empezamos a oír Blas, Blas,… allí a la entrada del Poyo sentados a la sombra un montón de abuelos y entre ellos su amigo esperándolo. Nos recibieron, lo recibieron, con la mayor de las emociones y el cariño posible. Habían pasado más de cuarenta años.

Y allí, mi Tío recordó como se habían conocido:

A nosotros allá en Barcelona, el jaleo se nos acabo pronto, en el 36 enseguida nos echamos para adelante y fuimos los primeros en venir por aquí, por toda esa parte del Bajo Aragón con la Columna Durruti, hasta Herrera de los Navarros llegue a estar alugn día de aquellos, yo casi me veía entrando a caballo en Torrijo,… pero en cuanto se torció un poco la cosa, ya no hubo nada que hacer, de vuelta a Barcelona, los rojos se adueñaron de todo, mandaban los comunistas, y nosotros nos negamos a entrar a filas y ya no salimos de allí mientras  duro el jaleo. A mi cuñao lo hicieron preso los comunistas y me costó el oro y el moro que lo soltasen del barco aquel en el que lo metieron, y a mí, allí en Barcelona, lejos ya del Frente, no me quedo más remedio que hacer lo que me mandaban, como a todos, así que como en aquellos años estaba fuerte como un toro y media casi los dos metros, me pusieron a recibir y cuidar de los presos que llegaban del Frente, y así fue como nos conocimos.
Cada vez que venía un tren o un camión con presos del bando nacional allí donde yo estaba, el encargado de asomarse a ver el percal que venía era yo, llevando detrás de mí a media docena de tíos como yo, pero bestias de carga por lo que pudiera pasar. El simpático y el que hablaba, siempre era yo. Conmigo nadie pasaba miedo.

El caso es que yo iba siempre de camión en camión o de vagón en vagón, preguntando ¿hay alguien de Teruel?, ¿alguien de Teruel por ahí?. Y yo pensaba, aquí venga a entrar gente y más gente y no voy a dar con ningún paisano.

Había miedo, mucho miedo, luego yo también estuve en el lado contrario, en el de los presos, y la verdad no se sabe cómo acertar, cuando a uno le preguntan, lo mejor callar por si acaso, pero este, que tenéis aquí, no se calló, fue el único que encontré y fíjate que pasarían unos cuantos.

Y entonces dijo, “yo soy del Poyo”, y yo le pregunte, ¿y más arriba del Poyo que esta?, y el dijo “Fuentes Claras”, y ¿luego? “Caminreal”, y ¿después? “Torrijo”,… Y me acerque a él y le dije, pues de allí soy yo, ahora cuando bajéis al patio, me formas a todos los compañeros y te quedas fuera de la formación.

Había que andarse con ojo, si no buen pelo nos hubiera corrido a él y a mí, si hubieran notado algo, buena estaba la cosa ya, pero para eso estábamos los amigos del pueblo, así que en cuanto podía le llevaba algún chusco o si me enteraba de cualquier cosa, se la hacía llegar.

Oye, pedirán voluntarios para esto o para lo otro, procura que no te cojan que os llevaran a picar, oye, pedirán gente, tu allí el primero, que os llevaran a vendimiar y podrás comer todo lo que quieras, oye, esto, lo otro, toma ropa de abrigo, unas botas, un chusco, unas nueces, almendras… y un cigarro cuando se podía.

La cosa ya se veía que iba a acabar como acabo, pero allí estábamos el uno y el otro  aguantando, hasta el final casi, cuando ya nos despedimos: Oye de madrugada pedirán gente y os harán recoger todo con la excusa de llevaros a otro puesto, tu deja que salgan cuatro o cinco y sales también, con un poco de suerte os cruzaran al otro lado, os van a cambiar por presos de los nuestros, y en nada esto se acaba y vuelves a casa, acuérdate de pasar por Calamocha a ver a mi hermana o si subes a Torrijo a mis padres y mi otra hermana, diles que estamos bien, pero que no nos esperen, que de la familia no falta nadie, y hacemos cuenta de marchar a Francia, mi hermana y yo.

Aquella tarde el tiempo entre recuerdos se me paso volando, no tengas prisa, cuando nos echen de menos ya vendrán a buscarnos, era ya de noche, habíamos dado cuenta de jamón y conserva y la conversación continuo hasta que oímos a mi padre pitar con el coche en la calle. Y una vez más obligados por las circunstancias se despidieron. Yo no tenía prisa alguna, de hecho aún estaría allí escuchando.

Por su parte, el amigo del Poyo, conto como llego hasta allí, como fue hecho prisionero, a paso agigantados uno dejaba de creer en todas y cada una de la películas de guerra que había visto, los sábados por la tarde, tiros, heroísmo, buenos y malos… Teníamos preparada una emboscada a los rojos, y estábamos apostados a dos alturas en una ladera, nosotros abajo listos para asaltar los camiones y los compañeros de arriba preparados para empezar a disparar y cubrimos, … y a lo que nos dimos cuenta, el comboy se nos vino encima, nos habían dicho que eran cuatro gatos y resulto ser medio ejercito republicano, mirases anden mirases, una barbaridad de camiones y soldados, eran muchos más que nosotros, tiramos la vista para arriba y los que nos debían cubrir, cogieron y se joparon, ellos que podían, hicieron bien, pero nosotros, si tirábamos para arriba malo, nos verían y nos matarían, y si tirábamos para abajo peor, así que agarro el que nos mandaba que era de los nuestros y dijo, ¿qué hacemos aquí?, pegamos cuatro tiros y nos llevamos a otros tantos por delante, antes de que nos maten a todos, o salimos con los brazos en alto y que sea lo que dios quiera, si nos dan matarile mala suerte y si no, pues lo que venga, si pudiéramos irnos como los de arriba nos iríamos, pero no podemos. 

Así que nada, sacamos un trapo blanco, de ande pudimos y salimos con las manos en alto y la guerra para nosotros se acabó. Ojala lo hubiésemos hecho el primer día. Tuvimos suerte, y yo mas de dar con tu.

Los Años de la Cazalla. Compañeros de Guerra