sábado, 30 de enero de 2021

Una suerte loca

Paso el Tío Vitos a casa de mis abuelos en el Peirón. Era mi padre un crio, lo recordaba a menudo, le tiro mano al porrón, se sentó y a escape comenzó a cascar de lo que traía el tiempo. La boda en segundas nupcias de aquel vecino mozo, viudo y sin hijos con una viuda de la comarca. “Ha tenido una suerte loca, a mi ver ella tiene tres hijos ya criaos, listos para ponerlos a trabajar y aviar la casa. Auge, una suerte loca, y además flamenca”. Pues algo así es lo que nos ha pasado a los nostálgicos amantes de los recuerdos a caballo entre el blanco y negro y el color con la publicación del libro Así en la tierra como en el suelo.

A cualquiera de nosotros los caminos nos llevan antes que a Roma a La Yunta en la provincia de Guadalajara a ribazo de Teruel y Zaragoza. Tierra de Castilla por donde se ponía el sol las tardes de verano cuando los mayores a la fresca nos contaban historias de aquellos lugares de donde unos procedían y otros habían sentido hablar.

La Yunta, en medio tal vez del todo y de la nada, del bullicio y trajín de antaño al silencio de hoy parece encontrarse en un emplazamiento ciertamente privilegiado justo a tiro piedra de Calamocha, Monreal, Daroca y Molina de Aragón, centro mismo por tanto de todo nuestro mundo conocido a la par que desconocido y al cual con la certeza de ver y sentir cosas maravillosas a escape puede uno joparse. Yo lo hare este verano, peregrinare a La Yunta y estaré de vuelta a la hora de la cena, o tal vez me quede allí.

Ha sido tras la lectura llovida del frio cielo castellano de Así en la tierra como en el suelo escrita por José Antonio Floría Martinez (La Yunta 1958) y editada por Círculo Rojo en octubre de 2019 cuando me he dado cuenta que allí en el pueblo donde nació su autor se encuentra la tierra santa mas cercana a todos nosotros, tierra de recuerdo, capital de lo que un día fuimos y vivimos en mayor o menor medida quienes nos hemos hecho mayores sin pretenderlo. Obligada se torna su lectura y visita, el paseo por la calle Cantarranas y el cristo del Guijarro.



Ha escrito José Antonio un libro redondo, maravilloso de principio a fin, balsámico, terapéutico, medicinal. Prácticamente de carácter “bíblico” para todos y cada uno de nosotros que nacimos y vivimos a lo largo de aquella década en cualquier lugar de los nombrados y alrededores. Tenemos en su lectura esa suerte loca de poder vernos reflejados entre sus páginas al cien por cien, su familia como la nuestra, sus vecinos como los nuestros, su tierra, nuestra tierra, sus recuerdos, nuestros recuerdos.

Pero aún hay más, nuestra suerte no acaba ahí. En un montón de breves capítulos, cada uno con un recuerdo y algo más, risas, citas y refranes bajo una escritura magnífica donde tienen cabida de manera magistral todas y cada una de esas palabras que forman parte de nuestro habla más familiar, esas, a todos nos ha pasado, que cuando alguien ajeno aquellas tierras las oye por primera vez te pone cara rara y hasta te acusa de no saber hablar, siendo como hablamos un español tan rico y florido como el que nos enseñaron y se la devuelves con la mayor de las sonrisas y un simple: “búscala en el diccionario”

Lo dicho una suerte loca, José Antonio no solo ha escrito el libro que a muchos de nosotros heridos por las letras y los recuerdos nos hubiera gustado escribir, sino que ha escrito aquel libro que a todos aquellos que vivieron aquellos días cuando el pan tenia corteza y miga y el vino era negro les gustara leer al tiempo que les devolverá la esperanza en ese mundo que no deja de tambalearse a nuestros pies entre baguettes y caldos.


viernes, 1 de enero de 2021

Que estás en el cielo

Van pasando los días y el tiempo, esa gran mentira, ni lo cura todo ni es el olvido, es más, me recuerda a diario que tú que tanto nos enseñaste y nos dio a leer ya no estas entre nosotros. Que te marchaste subiendo a mediados de marzo al último de uno de tus amados trenes esta vez a empujones. Obligado, encañonado por el cruel destino de la guadaña de aquel villano de tu alabada trilogía negra Monsieur Cambremer a propósito de quien un día te comenté: “Don Paco al final de la historia podías desvelar su origen como nacido en Albónica. Seria divertido”. Tu respuesta fue maravillosa: “Por dios Jesús, en Calamocha solo hay buena gente. Un canalla así no puedo hacerlo uno de los nuestros”. Guadaña revestida de pandemia contra la cual luchaste hasta caer derrotado en agosto. Me lo recuerda en especial el teléfono cuando lo enciendo y echo en falta tus correos, mensajes en las redes, consejos, complicidad. Siempre estabas ahí.

Decías Maestro que una novela con ciento y pico páginas bastaba. Pero en cambio de la vida no nos dio tiempo hablar, ¿qué decir de ella en la realidad o en la literatura?, ¿cuándo hay bastante?, tal vez nunca. Te quedaba tanto por escribir, leer y vivir. Te imagino ahora sentado a la diestra de Agapito dispuesto a escuchar las historias que ya no podrás contarnos, para después con calma darte un paseo por el cielo y escribir uno de esos maravillosos libros de viajes que amabas: “¡Sr Rubio! Si usted supiera lo que yo tengo olvidado, ¡menuda novela habría escrito!, por donde quiere que empiece, escuche esta es buena: ¡Hay que joder al mundo y dejarlo contento! Por cierto, ¿por qué ha venido tan pronto? ¿Qué ha sucedido?”

Querido Jon Lauko que estas en los cielos. Te echo de menos yo y unos pocos calamochinos, tal vez muchos. Aquellos que leímos Barrendero Enterrador Ferroviario y aquellos que quisieron leerte y ya no podrán. También se acuerdan de ti en Caminreal ¡cuánto te gustaba escribir de la niñez en el pueblo que tuvo la suerte de verte nacer! Y los de Albarracín, te echan en falta, ¡qué ciudad! Protagonista absoluta de El Jardín de los Naranjos o El Sable de la Dinastía, dos títulos para una misma obra, las editoriales y sus caprichos, escenario de la mejor de tus novelas aunque siempre me decías que preferías la protagonizada por el Nazareno con quien ahora charras en el cielo. Y en San Sebastián, Donostia, ¿pero hay algún lugar donde no te vayan a echar de menos?, Madrid, Estación Paris y ¡cómo no! en tu Barcelona querida ahora huérfana de tu razón, El Parque de Cișmigiu, todas ellas juntas en Cancán.

¿Recuerdas? hablamos en enero y nos deseamos un feliz 2020 por fin pudiste contarme lo que tanto deseabas. “He encontrado editor. Este año volverá a ver la luz Barrendero Enterrador Ferroviario y tú la presentaras en Calamocha y Navarrete”. Y hablamos un buen rato y nos reímos y por fin íbamos a conocernos. Volverías a San Roque y allí estarías con tu laúd para tocar el bolero y yo dispuesto a presentar la mejor novela posible y te dije “La presentaremos en el cementerio un atardecer al caer el sol y si nos los prohíben nos iremos al Amariello con la familia de Agapito, (“Saltaremos la tapia, te apresuraste a contestar, nos situaremos al margen. Calamocha nos pertenece”)”. “Calamocha es la excusa para todo” dijiste una vez en la televisión local, te hacía sentir bien, como a mí y a tantos otros, el pensar que un día fueses a volver.

Y comencé a releer la novela y aun la tengo sobre la mesa. Al no saber de ti te llame y tenías el teléfono apagado. Luego tu hija Gabriela me fue contando lo que no quería oír, que estabas escribiendo tus últimas páginas, difuminándote como en uno de tus dibujos, que te jopabas para siempre. Querido Maestro, nos vemos en el cielo. 


(Autorretrato)

A Jon Lauko, seudónimo de Francisco Rubio Montaner,

(Caminreal 1948- Barcelona 2020)