Por pasarme tan deprisa
para atrás me retrocedo
saludo a la
Militara
y a Benigno el “Centimero”.
Ahora paso a la esquina
porque me viene a la mano,
me encuentro con María
y con Vicente Ninano.
Y me paso a la otra casa
sin correr, pero deprisa,
y me encuentro con el Lesmes,
y su mujer que es la Rita.
Los que habitan esta casa
no lo puedo yo decir,
me parece que la habitan
Por aquí las demás casas
que forman nidos y hogares
yo ya no las conozco,
que entonces eran solares.
Aquí tenemos las casa
que hoy habita Gabrielico
la construyeron sus padres
Manuela y Pascual Majito.
Esta es la
Paca la Antera
la que tenemos aquí,
están formando su hogar
con su marido Agustín.
Y me estoy dando cuenta
que la
Rambla va en remate
al amigo Antonio Julve
lo tenemos por delante.
Este es viudo y se prepara
de nuevas para casarse,
Francisca la Pucherera
la ha convidad a su enlace.
Aquí tenemos la casa
con su puerta cara el cierzo
que la habita la Rincona ,
y su marido el Eusebio.
A continuación hay otra
que también sana se cria
habitada por Andrés
y su mujer la
María.
Ahora suelo encontrarme
por la mitad del Calvario
y en esta casa me encuentro
con la
Teresa y el “Cacho”.
Desde casa de Vicente,
cerca tengo el paradero
me encuentro con la Isabel
y Manuel “EL Mosquitero”.
Por aquí encuentro una casa
que os lo voy a explicar,
la mujer, es la Vicenta
el hombre, el tío “Militar”.
Aquí veo un matrimonio
que tuvo poco que hacer.
se trata de una Melusa
casada con un Garcés.
Y siguiendo mi camino
en esta casa me meto,
solo puedo saludar
a la
Antonia de Morito.
En esta casa que estoy,
de golpe nos encontramos
a saludar a Perpetua
y a su marido el Mariano.
Me vuelvo otra vez “pa” tras,
que la cosa ya está clara,
en esta me encuentro
con el Cosme y la Nicolasa.
Y ahora vamos a ver
en esta casa vecina
encontramos al gallo
y su esposa Marcelina.
Y marchando muy deprisa
en esta casa me paro
para poder saludar
a la
Mónica y al Manco.
En esta casa que entramos
es la que nos interesa,
vive Isidro “El Pájarico”
y su mujer la Teresa.
A Gregorio Carrascuevas,
en esta casa le encuentro,
además de estar muy solo
parece que está contento.
Iba y venía constantemente en aquel dos caballos furgoneta
de color claro, color crema, en cuyas puertas se podía leer en letras de varios
colores, entre otra cosas: Herminio Mateo, Fontanería, Torrijo del Campo. Mi
abuela conocía el coche, auto decían los mayores, por el ruido que hacia al
llegar y aparcar, por la chapa de la puerta al cerrarse, y ella, se asomaba a
la ventana para comprobar que no se equivocaba y emocionada comentaba con
cierto orgullo, “ya está aquí el sobrino Herminio, a ver que se cuenta”.
Y charraban, y charraban y charraban, se les hacían las
tantas, nunca había prisa, por estas mismas fechas, llegado octubre solía bajar
al Barrio azafrán para esbrinar o mandarnos algún conocido de Torrijo o de
Caminreal, “llévale a mi tía Rosa, yo este año no tengo, ella ya lo sabe, dale
recuerdos”… hablaban de la salud, de la familia de Torrijo, de las pocas
novedades que el tiempo traía y de las cosas de Francia, de los recuerdos en
suma, de las jotas, de aquella noche de baile ya de antes de la guerra, de la
bajada luego de mis abuelos a Calamocha en busca de faena, de la Quinta del Biberón, y la
toma de Barcelona, y del Secretario, de quien aun no siendo familia directa, el
fontanero sentía verdadera admiración, admiración reciproca…
Hablaba pausado, con voz fuerte y rota por el tabaco, en
aquellos años roncos en los que el fumar era como el comer, algo necesario por su
normalidad, tonto el que fumaba pero nada más, tono perfecto y claro, voz tal
vez jotera en su juventud, de festejador en Calamocha, todas fiestas allí en
casa, era alto, muy alto, era Mateo, buen mozo, y mi abuela en él creía ver a
su hermano, el cachondo de Blas, a pesar de que este viviese en Francia.
Herminio, inquieto, escribía a la familia, llamaba por
teléfono, contaba historias, traía recuerdos, de todos, parecía fascinado por
los años vividos y por lo que estuviese por venir, … preguntaba, escuchaba y
contaba, trataba de dar respuesta a todo, conocerlo todo y contarlo, y todos
escuchábamos en silencio, como si un día nosotros tuviésemos que contar sus
historias.
Así que fue Herminio quien un día se presento por casa con
un papel que decía Torrijo del Campo en versos, 1918, y del cual no hay autor
pues no está firmado, quien lo fotocopio lo corto, no le dio importancia, no
trae autor pero si protagonistas y muchos. Herminio que más o menos vería la
luz en Torrijo unos años después de lo escrito lo leía al tiempo que mi abuela
asentía, y a cada nombre un alto, un recuerdo,…
Herminio jugaba con ventaja, que ya lo conocía, y mi abuela
que por aquel entonces de 1918 tenía unos diez años, recordaba para que su
sobrino se volviese a casa con un puñado más de cosas que contar a propósito
del pequeño tesoro escrito.
Nuestros abuelos no sabían leer, poco o nada, que es lo
mismo, así que durante un tiempo el papel estuvo a mano y cada tanto mi abuela
nos pedía que se lo leyésemos, asentía, nos interrumpía y nos hablaba de los
personajes Para alguien que tan solo sabia escribir su nombre, escuchar a sus
nietos leer, debía resultar maravilloso, un pequeño triunfo suyo, señal de que
en la vida que les había tocado vivir, lo habían hecho bien, “ahí que pone” solía
decirnos…. Una tarde entre al cuarto y era Doña Pilar la maestra, la vecina, de
quien a veces no se sabía muy bien donde vivía si en su casa o en la nuestra,
la que lo estaba leyendo en voz alta, y mi abuela concluyo con seriedad:
“Guarda la hoja por ahí, no la pierdas, Herminio sabe dar traslao de todos,
pero ya ahora mismo, si la verdad quiere que le diga, no recuerdo a nadie, de
Torrijo serán, pero de eso hace muchismos años”
Otros días Herminio llegaba con alguna carta, con alguna
foto, había hablado con alguien, tenía algo que contar… Nos dejo hace unos
años, no muchos, pero ya empiezan a parecer una eternidad, por estas mismas
fechas en las que los campos se vestían de morado, del color oro del azafrán.
De los Años de la Cazalla. La Tía y el Sobrino.