Cuando tienes
entre manos algo bueno, no tarda en llegar un día en el cual comienzas a
pensar, en tener algo mejor. Se ve que por mucho que tengamos, parece, con nada
nos conformamos, algo en lo cual todos nos debemos llevar poco.
Calamocha es una Villa, como Madrid, proclamábamos con orgullo a los cuatro
vientos en los años de la niñez, una Villa y no un pueblo como todos los de
alrededor, nos apresurábamos a recalcar, aunque de hecho no nos lo creíamos,
pues aquello por muchas vueltas que se le diese no dejaba de ser un pueblo.
Además las cuentas no salían, así nos lo decían en la Escuela, si una ciudad
debía tener un determinado número de habitantes, nosotros nunca los tendríamos,
de modo que como mal menor debíamos conformarnos con ser una Villa, tal y como
todos los años el Programa de Fiestas se encargaba de recordarnos en el saludo
del Alcalde de la Villa de Calamocha. El resto del tiempo, seguía siendo
pueblo.
Un día, muchos años después, uno ya no estaba en el pueblo, éste, la Villa, se
convirtió en ¿ciudad?, quizás por eso, por no haber estado allí, he tardado
tanto en darme cuenta, de lo extraño que me resulta leer o escuchar,
"ciudad de Calamocha".
Y cuando fue eso, cuando llego el cambio, cómo, por qué,... ¿es cierto?, últimamente
me lo he estado preguntando y he tratado de recordar, de encontrar más bien,
aquel día, de tratar de comprende como paso, como fue que Calamocha dejo de ser
un pueblo, una Villa como Madrid para convertirse en una ciudad, ni más ni
menos que como Barcelona, por decir algo. Ahí es nada.
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Hoy, cuando bajo de la Rabal al Peirón y entro en la plaza del "mismo nombre", todavía la vista se me va hacia la derecha, en concreto a la fachada de lo que ahora es Ibercaja y su eterno reloj, que ya apenas se ven, he de esforzar la vista, por estar ahora San Roque en todo su esplendor, como si allí siempre fuera fiesta, en medio.
Hoy, cuando bajo de la Rabal al Peirón y entro en la plaza del "mismo nombre", todavía la vista se me va hacia la derecha, en concreto a la fachada de lo que ahora es Ibercaja y su eterno reloj, que ya apenas se ven, he de esforzar la vista, por estar ahora San Roque en todo su esplendor, como si allí siempre fuera fiesta, en medio.
A todas horas había algún corro en aquellas ventanas de la Caja de Ahorros que
a media altura te permitían sentarte, a cualquier momento del día y casi cualquier
día del año, a la fresca en verano y al abrigo en invierno, bueno, esto último no
tanto. Era como el circo, al frio y al calor, el lugar de conversación. Los
abuelos, entre semana y la gente joven las fiestas de guardar se encontraban
allí para cascar.
Todavía crees que allí, en sus ventanas estarán ellos apoyados, incluso uno
mismo, viendo la gente pasar, también el
tiempo, charrando, esperando, arreglando España, porque muy probablemente para
las cosas del pueblo, hoy, como ayer, ya sea tarde y no haya remedio.
Mi Tío Antonio y el Sr. Enrique eran fijos en el rolde de la Caja de Ahorros
del Peirón sobre todo las mañanas de verano en los días de hacienda,
aprovechando su generosa sombra, muchos de esos días, yo bajaba a comprar el Heraldo en Agudo camino de
casa de mis abuelos donde no solía llegar, aburrido, sin saber qué hacer hasta
la tarde cuando ya el calor dejaba ir al huerto, los veía, me acercaba y me
sentaba a escucharlos.
Uno solo hablaba cuando le preguntaban, el
resto era aprender. El tedio de la tarde lo mataba ya en casa con el Heraldo en
la mano, los siempre ilusionantes fichajes del Real Zaragoza, y las paginas con
las reseñas literarias, de libros que nunca leí y por encima de todo, las
páginas de Matías con las novedades discográficas, que nunca compre ni escuche.
¿Para qué compraría el periódico?. No lo sé.
Solía haber otros muchos y muy variopintos corros y trajín de gente que iba y
venía de unos a otros, parecía que todos los abuelos del pueblo tenían allí la
perras, la pensión, y las cómodas llenas de jabón y colonia Heno de Pravia, el
pueblo olia a Caja de Ahorros y Monte de Piedad... así que no paraban de rondar
la plaza, vigilantes, alcahueteando como
rabaleras, que unos llevan la fama y otros cardan la lana, pero ese corro, con
mucho, parecía el más radical, también el de mayor nivel, quizás por el periódico,
el más difícil de entrar, no todos se acercaban. Uno del pueblo, y el otro
también, pero ya de capital, y ya se sabe, esos, los de capital tienen muchas
leyes y un punto de falta de sustancia, mas viniendo de Navarrete su
ascendencia y aún la mía.
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- El Uno. Joder mira quien viene por ahí.
- El Uno. Joder mira quien viene por ahí.
- El Otro. Así lo parta un rayo, maño, no creo que se acerque, que me estabas
diciendo.
- El Uno. Nada, lo de los descamisaos desustanciaos estos, el Felipe y el Guerra,
que buena se va a preparar cuando lleguen. Coño el cura otra vez, hale, con Dios.
Mira que echa paseos el tío. No le falta faena.
- El Otro. De mal en peor va esto, va a ser verdad eso de "españoles no se
os puede dejar solo", has visto las botellas de vino, ya te regalare una.
Mira el zamacotan aquel, sale del Chato y se va a la Churrería. Venga, tírale.
Si lo viera quien yo me sé. Habrá que ir con el cuento.
- El Uno. Vamos hombre no me jodas, déjalo estar, que yo les voy a votar. Del
almuerzo al vermú, la vida es para cuatro.
- El Otro. Coño y yo también les voy a votar. Calla..
- El Uno. Mira, mira, que viene por ahí.
- El Otro. Qué cosa más guapa tú. Y que no saluda ni a dios. Manda huevos, que ya
nadie conoce a nadie.
- El Uno. No sé si yo también les voy a votar. Normal que nos vuelvan la cara, a
un par de viejos chochos como nosotros.
- El Otro. Pues no se lo merecen, el votar digo, porque ni han hecho ni han
dejado hacer, como el perro del hortelano, a estos otros pobres del Centro.
- El Uno. Yo a esos también les vote. Mira aquel tú.
- El Otro. No si yo también les vote, lo que no se es para que votamos, que yo ya
me canso.
- El Uno. Joder y este meapilas que entra todos los días a la Caja, qué hace,
meter o sacar, chaval, asómate tú que guipas más a ver lo que hace y nos
quedamos tranquilos
- El Otro. Pues si no tiene una puta perra, ya jodio la herencia y a mi ver ha
vendido todo el campo, la vega le queda, pero no tardara en pegarle fuego, ni
menos aun le van a dar, chico no me lo explico
- Un coche que pasa: Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
- El Uno. Mecagüen el copón que susto me ha dado, parecía que se subía a la
acera, quien era ese cabrón.
- El Otro. Coño no lo has conocido al atolandrao ese,. el de todos los días,
quien va a ser maño.
- El Uno. ¿Ya es la una?, ya salen de trabajar de los terrazos.
- El Otro. No falla.
- El Uno. Y los civiles ahí aparcaos a la sombra del kiosko sacándole brillo al
tricornio. me pongo malo niño, podían decirle algo. Que no me regales nada que
te la estampo, me has sentido, mira, redios, que viene la Concha Velasco.
- El Otro. Si los civiles ya no pintan nada, quien se lo iba a decir hace cuatro
días. Venga a cáscala a Luco todos de aquí, mone que dicen los valencianos, a
comer, chico, yo siempre fui de Sara Montiel. Ya lo sabes.
- El Uno. Venga niño déjalo, ya si eso, nos vemos en el Casino a la tarde, que ya
nos cansamos de oír siempre la misma cantinela, que parece que chochees. Que
conociste a Sara Montiel, pues vale, para que te vamos a llevar la contraria,
¿verdad maño?. Otra mentira como las del periódico que trae este y otra igual
que aquella vez que dices que en los toros en Zaragoza, te sentaste al ladico
mismo de la Duquesa de Alba.
- El Otro. Anda olvídame, a la tarde igual truena, menuda sofoquina, me voy,
joderos como podáis, tu tira para el Rabal, no te quedes aquí con este
desustanciao, y peor persona, y dile a tu padre, que se acuerde de lo mío, que
mire a ver quien tiene por ahí en algún pueblo un jamón de tocina curao en una
artesa con yeso para estas fiestas, que parece que me apetece.
- El Uno. Joder, macho, que cosas pides, será por jamones.
- El Otro. Tú que entenderás,. mira, aun sale ese otro ahora del Chato, toda
mañana que se ha cascao ahí. redios que pocas faenas tienen algunos, ya se ha
dejao ahí el jornal antes de ganarlo. Si lo viera su padre, que pronto se jodio
chico, hay que ver lo que son las cosas.
- El Uno. Adiós pues, tu mañana vuelves y nos cuentas lo que trae el periódico,
que no hablas nada, todo mentiras serán, no hace falta que lo leas, mentira
será, que lo que hoy es blanco, mañana es negro. Haz caso a los mayores.
En aquellos días podías comprar el periódico al medio día y leerlo por la tarde
sin tener la sensación de que todo cuanto leías ya se había quedado anticuado,
incluso al día siguiente podías leerlo. Esa sensación casi angustiosa de tener
que saber lo que ha pasado al momento siguiente de ocurrir, si no antes, es
nueva, es el sino de nuestro tiempos, aquellos días, se podía esperar, en la
certeza, también, de que todo cuanto leyeses, seria mentira.
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Cuando la Caja de Ahorros, años después, ya Ibercaja reformo su fachada, las repisas de las ventanas donde apoyarse desaparecieron, aquello fue un error tremendo por su parte, en el que se suponen no repararon en toda su magnitud, iban a perder la hegemonía, y el pueblo iba a dejar de serlo. Error sólo a la altura del que se cometió cuando las Escuelas Viejas se convirtieron en como se llamen ahora con la consabida catástrofe para quienes aun pueden recordar su antigua fisonomía. Una fachada lo cambió todo.
De modo y
manera que resultaba ya imposible encontrar acomodo en el tradicional rincón,
el mentidero del Peirón fue poco a poco desvaneciéndose, de hecho casi estuvo a
punto de desaparecer, hasta que decidió reinventarse, con tal de no morir, por
parte ya de otras personas, otras gentes, tal vez ya otras inquietudes y definitivamente en otro lugar.
Aquel movimiento estático de opinión, se traslado unos metros, más allá, y
encontró acomodo en un nuevo rincón, apareció otro Banco, con unas ventanas con
repisa, y el pueblo no dudo en hacerlo suyo. Me resulta extraño, ver ahí a la
gente sentada, charrando y sentir el vacio del lugar tradicional.
Definitivamente Calamocha dejo de ser un pueblo, para ser algo más que una
Villa, más incluso que Madrid, el día que llego La Caixa, con sus ventanas, su
sombra, su abrigo, para dar cobijo a los nuevos corros ahora más cosmopolitas, donde
es fácil escuchar varios idiomas, multicultural en suma, allí mismo también,
una marquesina de autobús, como corro de tertulia, junto a un paso de cebra, y
hasta sol en invierno. ..
Se seguirá,
imagino, hablando de lo mismo, de la consabida cantinela de "chico no sé qué
va a ser esto ni a donde vamos a ir a parar, lo que hay que ver, mira aquella
flamenca, mira aquel trápalas...vamos como el cangrejo, de culo. Y del pueblo
mejor no hablar, que luego todo se sabe"
Si,
decididamente aquel día Calamocha se convirtió en una ciudad, nada menos que
como Barcelona.
De Los Años de la Cazalla. El mentidero de la Plaza del Peirón.