“Sin excusa ni pretexto,
atacaréis y ocuparéis el pueblo de Singra”
Teruel
es nuestro.
Las imágenes de lo que
después pasó son una colección de postales desenfocadas. Recuerdo que hablé con
el chico de sanidad, que le había llevado al hospital en una ambulancia y me
dijo que llevaba una brecha en la cara y el proyectil le había quedado en el cerebro.
Durante la noche dimos vueltas por el cementerio guiados por un funcionario
municipal que no podía recordar dónde lo habían enterrado.
Después pasamos por
varios pueblos y yo me quedaba en el coche mientras mi padre y su hermano hacían
gestiones.
Más tarde, ya de
madrugada, estábamos en Fraga y tomamos café en un establecimiento lleno de
soldados que se divertían. Lo veía todo pero no me impresionaba nada. No
entendía nada. Después me dejaron en la Brigada y mi padre y mi tío se
marcharon. Solo en medio de la cama por fin
descanse.
Al cabo de dos días
recibí un telegrama de mi padre en el cual me decía que lo enterraban mañana en
Barcelona y que fuese hacerles compañía. Se lo enseñé a Quiñones y me dijo que
no podía conceder permisos para ir a la retaguardia. No se me ocurrió ninguna
respuesta.
Después pensé en escaparme.
Aquella sería una de las cosas que jamás le perdonaría a mi capitán. ¿Permiso?
¡Pensó quien quería un permiso!
Reaccioné con deseos de
entrar en combate y hacer que me matasen. Me parecía que, muerto mi hermano, jamás
podría mirar a nadie a la cara. Quería dejar la Brigada y volverme a la
compañía, deseaba servir otra vez con la bayoneta calada al fusil.
La oportunidad iba a
llegar más pronto de lo que lo creía. Genachte me aconsejo que no pensase en
disparates. Y me dijo que sabotearían mi solicitud para trasladarme a la Compañía.
Pero al cabo de pocos días volví por causa de fuerza mayor.
Aquella tarde había
representación teatral en la Iglesia de Ballovar y fui para distraerme junto
con Bernat y Muntaner, mis apoyos en aquellos días de crisis. Habían colocado
sillas y la nave de la Iglesia se había llenado de soldados y de humo.
Representaron un diálogo
en el cual un miliciano discutía con un grotesco general fascista cargado de
vasos de cocina como condecoraciones.
Todo el mundo reía a carcajadas y
después Serra, terriblemente pálido, salió a silbar por primera vez delante de
un público tan numeroso. Cuando se quedó solo en medio del escenario con las
manos en los bolsillos, inflo los mofletes y todo el mundo comenzó a reír. El inmutable,
se ganó totalmente al público. ¡Cómo lo aplaudieron! Después todo el mundo
gritaba y pedía nuevas canciones. Fue una actuación apoteósica.
Después, interrumpiendo a
Serra, salió al escenario, Genachte, avanzó hasta el centro y con la voz rota,
dijo una noticia sensacional:
¡Viva la República, hemos
tomado Teruel!
Nunca había visto una
reacción tan loca como aquella, era en verdad nuestra primera gran victoria, todo
el mundo lanzaba al aire sus gorras y se abrazaban unos a otros, y daban vivas
frenéticos.
Salimos a la calle en tropel,
las campanas se habían lanzado al vuelo y sonaban junto a los pitos de todos
los vehículos. Cantaban y se desgañitaban a gritos recorriendo Ballovar :
¡Teruel es nuestro! ¡Muera
Franco!
Muntaner, Serra, Genachte
y yo nos fuimos al bar, lleno de gritos, bebimos vino, ron, champán y nos
pasamos los vasos de unos a otros hasta la madrugada.
Singra
Luego a través de los
diarios íbamos viendo las alternativas del Frente de Teruel, el enemigo atacaba
con toda su fuerza, necesitaba destruir nuestro ejército el cual ganaba
prestigio en el extranjero. Fue entonces cuando nos llamaron y fuimos hacia Alfambra
y Visiedo. Seria nuestra prueba como ejército regular.
Acampamos dos días y nos
organizamos con el fin de asegurar el éxito, los mandos del comandante serian veteranos.
Teníamos la Brigada completa y cubiertos todos los puestos de tropa, pero
faltaban oficiales curtidos. Era la oportunidad que deseaba. Me dejaron escoger
el Batallón y está claro, pedí el tercero. El 744 y Serra se quedó en mi lugar
en la Brigada.
La Tercera Compañía era,
como siempre, la del viejo Palau. Cada vez que nos encontrábamos me llenaba de alegría.
Y me dio la segunda compañía, con Muntaner como Comisario.
Nos sentíamos como
extraños dentro de nuestra propia casa ya que de la gente de antes no quedaba
nadie y debíamos hacernos amigos de los jóvenes quienes ante el ataque que se
aproximaba nos miraban desconfiados.
Estaba en la Compañía y
otra vez me había quedado sin saber nada de las operación, solo sabía que
atacaríamos Singra con el fin de cortar los suministros de los que contraatacaban
Teruel. El resto de la operación la adivinaba, la orden que me la trajo el Bicicleta
y era tajante. “Sin excusa ni pretexto, atacaréis y ocuparéis el pueblo de Singra”
Ganaríamos una trinchera
hecha por ingenieros que partía un campo de trigo en dos, con su línea sinuosa,
ya no era aquella línea derecha de los primeros tiempos que una vez tomada los
que la ocupaban quedaban enfilados por el cañón de la ametralladora enemiga.
Teníamos delante nuestro
un campo enorme, al fondo se recortaba la silueta de dos montes, el de la
derecha, más alto que el otro y en su falda los tejados de Singra. El mapa
indicaba que la distancia a recorrer desde la trinchera al pueblo era de 4 km.
A las cinco de la mañana del
25 de enero de 1938 llegó la orden de salir, llamamos a la compañía e iniciamos
el ataque. Éramos 116 soldados.
Pasamos la primera mitad
del campo sin un solo disparo. Entonces comenzó a clarear, nos vieron y comenzó
el espectáculo. Idéntico al de otras veces. Avanzábamos a saltos en un terreno llano.
Nuestro ataque era paralelo al de otras unidades y sentíamos sus disparos con
los cuales cubrían nuestros flancos.
Los jóvenes entraban en
combate por primera vez y todos estaban pendientes de Muntaner y de mí. Y estoy
seguro de que si nosotros hubiésemos hecho un solo gesto de vacilación habrían
vuelto a la trinchera. Nos veíamos unos a otros en medio de la oscuridad azul
porque el día comenzaba a amanecer.
A medida que avanzábamos
el enemigo aparecía y disparaban toda clase de armas de trinchera y a lo lejos sobre
el pueblo de Alba veíamos los fogonazos intermitentes de una batería de 8,8 que
disparaba hacia el campo donde estábamos toda su metralla.
Y los jóvenes ¡había que
ver con qué coraje! se arrastraban hacia el enemigo, habían crecido en cosa de un
momento y aquellos soldados bisoños ya eran hombres curtidos. Algunos cargaban
la ametralladora montada en ruedas. Debía rodar por una superficie lisa, pero
allí pedía un esfuerzo mucho más grande y de tanto, en tanto habían de cargarla
a hombros, la operación era más propia de titanes que de adolescentes.
Después comenzamos la
ascensión de uno de los montes, el más elevado. ¡Qué lugar más intratable! la
falda de la montaña delante nuestro crepitando, comenzaron a hacernos las
primeras bajas cuando subíamos.
Llegábamos en tandas y ya
es aquella fase inexplicable en la cual lo ves todo, pero no sientes nada. Te
das cuenta de tus gritos, pero no sabes por qué gritas. Ves que el lugar es
peligroso, que pueden matarte, pero no sabes por qué avanzas. Lo has olvidado
todo el pasado y el futuro y te aferras a un presente que se te va de las
manos.
Con las filas cerradas puedes
volar y lanzar inútilmente las bombas de mano. La ametralladora fijada al suelo
con clavos de hierro, la expansión de los gases, de la granadas, es todo
inútil. ¿Ahora qué haces? rabias contra ti mismo el peor de los enemigos.
Ellos, mientras tanto, no
paran de dispararnos y nosotros tratamos de emplazar de nuevo la ametralladora.
Las otras Compañías también están en la falda del cabezo. Aquel es Palau, mi
camarada se aproxima arrastrándose.
· No
hemos traído las tijeras.
· Nosotros
traemos.
· ¿Dónde
están soldado?
· Nadie
lo sabe. Lo hemos perdido de vista hace tiempo
· ¿Qué
hacemos entonces?
· Yo
tengo que ir hacia un enlace, me dice Palau.
· Nos
refugiamos. ¿Como les haremos saber nuestra situación?
· Me
marcho.
· ¡Bicicleta!
Vamos.
· Bernat,
Espérame.
Descendemos el camino a trompazos.
El llano, otra vez visto desde aquí, es mucho más amplio. Se me ha roto la bota
del pie derecho y voy cojo.
· ¿Cuántas
horas necesitamos? Para llegar hasta Quiñones.
· ¿A
sus órdenes?
· Las
filas no se pueden. Cortar.
· Mentira
· Te
fusilaré cuando esto se acabe.
Este hombre, cuando es
presa de los nervios, es inaguantable. Que habré visto en él, como siempre quiere
ver el espectáculo desde el palco, sin ningún riesgo. Genachte interviene.
· Tirar
granadas.
· Ya
lo hemos hecho, pero es inútil. Respiró fuerte y me salen las palabras a trompicones.
Me sangra el pie derecho.
· ¿Te
han herido?
· No
es nada, pero ¿qué hacemos? Tengo gente allá arriba.
· Y
siento gritos de ¡te fusilaré te Fusilaré, eres un cobarde!
· ¿Tienes
una venda?
· La
voz de Quiñones vuelve a centrarse de nuevo en mí.
· ¡Vuelve
fascista! Los tanques cortarán las defensas.
Otra
vez Singra.
· ¡Vamos
bicicleta!
Los tanques están tomando
el sol en un barranco y ¡estos han de guiarnos! La masa de hierro parece imposible
de movilizar. Volvemos al campo de batalla lleno de metralla y de ruido.
Cardona: tiene vista de pájaro.
· ¡Tinet,
Muntaner!
Veo la silueta, pero no
lo distingo bien. ¡Si es el! El caminar desgarbado de mi comisario.
· ¿Qué
ha pasado?
· ¿Qué
querías que hiciésemos? He contado a la gente y quedamos treinta.
Veo al resto de la
compañía que viene con él. Son nuestros soldados. El esqueleto de nuestra
unidad. Atravesar el campo de batalla ha causado esta transfiguración.
· ¿Y
los otros?
· Por
ahí han quedado.
Vuelvo a ver a Quiñones y
le pregunto. ¿Como quiere que vaya detrás de los tanques?.
· ¿Dónde
tienes la compañía? Canalla
Si fuésemos milicianos, le
descargaría el cargador de la pistola. Genachte se me lleva.
· Venga,
tranquilízate. No te dejes dominar por los nervios. ¿Explícame qué ha pasado?
· La
gente ha quedado por el campo, muertos y heridos. Muntaner ha vuelto con una
treintena de críos y habíamos salido ciento dieciséis ¿Comprendes?
Se me hace un nudo en la
garganta y siento caer las lágrimas por mi cara.
· Llévate
a los de la cocina y a los de la Plana Mayor y a los de transmisiones. Ve y situado
en los Cabezos. Lo hemos de ganar nosotros, no Quiñones.
Me acompaña hasta el
barranco donde están los tanques y me lleva agarrado, pasándome el brazo por la
espalda.
· Espera
te tienes que vendar el pie.
Llama a uno de sanidad. Y
después me ponen otro par de botas mucho más grandes de las que uso. A continuación,
hace poner en marcha las máquinas Muntaner, mientras ha reunido a la Compañía y
me espera con un centenar de críos.
· ¡Aviación!
Aquello no tenia
precedentes doce, veinte, sesenta, ochenta, cien.... Es la primera vez en
nuestra guerra que mandan semejante volumen. El cielo se ha cubierto de aviones
formados con precisión geométrica. Unos disparan metralla, otros dejan su
rastro de bombas encima del campo de batalla. Pasan y vuelven a pasar. La
metralla nos persigue. Pero, sobre todo, quieren alcanzar los tanques.
Avanzamos de nuevo, nos
quedan dos tanques alcanzamos la tela metálica y abren el paso a nuestras filas
hacia el parapeto.
· ¿Pero
dónde están los fascistas? Huyen por la pendiente. ¡La posición es nuestra! Nos
quedamos mirándonos.
Situamos las metralletas.
La metralleta porque no tenemos nada más que una. Son catorce chicos los que
hay dentro de la trinchera que acabamos de ocupar. Catorce de aquel centenar de
hace unos momentos.
· ¡Bicicleta!
· Le
han agujereado la cabeza, ha quedado más abajo.
· Ve
y dale esto al comandante Quiñones.
He escrito con lápiz en
letra temblorosa el siguiente comunicado. “Ya estamos. Hacer venir refuerzos y
sobre todo armas”
El enlace se va a media
tarde bajo los aviones con el mensaje a Quiñones.
Haremos ondear una
bandera republicana. No me han creído. No hay ningún enemigo. Muntaner destripa
nervioso, una de las barras roja de una bandera conquistada para fabricar una
republicana.
· Nos
tendremos que conformar con esta.
Y tiembla encima de unos
sacos y coloca el palo y nuestra enseña.
Los refuerzos llegan tarde.
Traen, armas, morteros y avituallamiento.
Comemos golosamente carne
frita.
Somos
Ejército.
Por la mañana
contraatacan con la Caballería. Son otra vez los moros. Nos hacen pensar en un
cuadro de Fortuny. Suben a la falda de los cabezos lanzando gritos, disparando.
Maxim es un arma maravillosa y si se emplaza bien, no hay caballería que valga.
Discutimos entre nosotros por ver quién dispara y tengo que imponer mi
autoridad. Si no, no me dejarían disparar.
· Dejarme,
a mí me han matado un hermano.
Es bonito hacer fuego
contra el escuadrón. Los caballos se ponen derechos cuando sienten las balas incrustadas.
Y ruedan en formidables trompazos. Los jinetes caen detrás y gritan. ¡Traerme
más moros a caballo! Tú tan solo aprietas el gatillo.
El ingeniero, el amigo O
Higgins ha cortado la carretera y el tren. Las detonaciones señalan el final de
nuestra intervención.
Somos ya un Ejército hemos
tomado parte en una operación que se ha diseñado, que no ha inventado un
cualquiera, sino un militar. Nuestro papel no ha sido primordial ni secundario,
hemos colaborado, nada más en una maniobra de conjunto. La Brigada ha sido una
pieza del mecanismo.
Volvimos a la retaguardia,
a la Ribera del Cinca. Y nos ascendieron a todos los oficiales. Éramos ya un Ejército.
Los últimos días de la
guerra estábamos convencidos de una cosa: La habían ganado ellos, pero nosotros
no la habíamos perdido. Porque nunca sufrimos ninguna derrota.
Ciudad de México. Julio,
diciembre de 1943.
Traducción a matacaballo
del catalán esta misma madrugada de las memorias de Avel·lí Artís Gener
Utilizaba el seudónimo Tísner, o bien sus dos apellidos juntos, Artís-Gener (Barcelona,
28 de mayo de 1912-7 de mayo de 2000) periodista, escritor, caricaturista,
escenógrafo, director artístico de publicidad y quien como podemos leer tomo
Singra junto a un puñado de jóvenes soldados, la mayoría de los cuales
descansan en el campo de batalla a la espera de volver a casa.
Fotografías Facebook Ayuntamiento de Singra
PD Uno de los muertos, desaparecidos de aquellos días fue Federico Centellas, cuyos restos aun no han aparecido. Y cuya búsqueda por parte de la familia, junto con otras mas poco a poco avanza.
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