A propósito de la conserva cada vez que aparece en la mesa, nos resulta difícil ponernos de acuerdo, poco menos que imposible, esa es la verdad, siempre le damos vueltas a lo mismo: Lomo, Longaniza o Costilla, en aceite... para gustos los colores y también la conserva.
A mí me va más esto, a mi aquello, a mi lo otro. Sobran las razones. La costilla por estar pegada al hueso, el lomo por aquello de que una vuelta en la sartén le da el ser, o bien la longaniza borracha de aceite. Para terminar con aquello de: ¿cuánto hace que no comemos patatas fritas con el aceite de la conserva?. Hoy nuestro cuerpo, sería incapaz de soportar tanto sabor.
Ni el día de San Roque, ni el día de Navidad, ni el mismo día en que se mataba el tocino se comía tan bien, como el día en que se echaba la conserva, se comía y se cenaba, día que llegaba un par de semanas después del mondongo, joreado todo en el granero, en aquellos inviernos, en los que hacía frio y cierzo de verdad, la carne había vuelto el color y estaba lista.
Deja bajar a la bodega a por una botella de Delapierre y echamos un jarve de champan. día grande, el día de la conserva.
El trajon a mano y poco a poco se cortaba con la chuela de hacer la leña para la Gloria la costilla, se repelaban los costillares, y se iba comiendo tal cual, toda una tentación, y con el cuchillo del jamón el lomo y la longaniza igualmente se troceaban, luego una vuelta en la sartén y un humo y un olor a gloria bendita que ni en las puertas del cielo se debe uno sentir tan bien, como al entrar en la cocina el día de la conserva.
Y el lomo, la longaniza y la costilla ya por fin, una vez enfriadas, se metían en las tinajas de barro con aceite de girasol del Bajo Aragón, Pétalo se llamaba en aquellos días, el de oliva era caro y manimpleao para estos menesteres y tras ellos se subía al granero, para cuando fuera necesario echar mano de ella.
Y allá para San José, entonces fiesta grande, cuando se abría el espaldin, ya se podía catar con todo su sabor y empezar a comer, del tocino del invierno, ya iba quedando poco.
Y aún siendo conserva, aún siendo en aceite, en algo todos nos ponemos de acuerdo, caduca, por decirlo de un modo actual, allá por el mes de agosto, después de sufrir el rigor del verano en el granero comienza, en esos días a consumirse la carne apurada, como todos, por el calor y se rancea se echa a perder que dirían los abuelos, aunque precisamente a ellos, nunca les llegara ocurrir tal cosa.
Es con las carolinas de julio y agosto cuando la conserva alcanza todo su sabor, si bien, nosotros ya no sepamos apreciarlo en toda su magnitud, suerte que hemos tenido, pues la comemos en casa, la mayor parte de las veces, por no cocinar, y hasta sin hambre, en lugar de echarla de merienda y salir al campo, con la hoz en una mano y la zoqueta en la otra a segar, como hicieran nuestros abuelos.
Entonces sí, con calor, baldaos de trabajar y con todo el hambre del mundo, se convertía en el mayor de los manjares, acompañado de la bota de vino y algún corrusco de pan a medio florecer.
Una pena todo, que diría aquel, con lo buena que esta, sin embargo, seria de tontos ponernos a segar por tratar de apreciarla más. El tiempo dirá. mal está la cosa, dicen. Igual nos toca.
De vez en cuando aun llega por casa una tenaja de conserva, siempre hay quien la ve y pregunta, llama la atención, pero ni la han probado ni se atreven a comprar, que es, como se come.
Es entonces cuando les cuento todo lo ya escrito y termino por añadir, hoy en día, como mejor esta es en los macarrones, haces un sofrito con cebolla y tomate y le pones troceada la conserva, un poco de cada cosa. También resulta un manjar hacerte un bocata de tortilla francesa con un trozo de lomo, por no decir de comer de todo un poco junto con una tortilla de patata, todo frio, por supuesto, sin calentar,.. Pero quizás ya como mejor este sea con pan y tomate, pues la conserva con el tomate tanto natural como frito, el casero, hacen muy buenas migas.
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