Por los hondos caminos del estío,
colgados de tiernas madreselvas,
¡cuán dulcemente vamos!
El cielo azul, azul, azul,
asaeteado de mis ojos en arrobamiento, se levanta
Todo el campo, silencioso y ardiente, brilla.
En el río, una velita blanca se eterniza, sin viento.
Pero nuestro caminar es bien corto. Es como un día suave e indefenso, en medio de la vida múltiple.
¡Qué sencillo placer diario!
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