EL GUARDIÁN DE SAN ROQUE...
viernes, 16 de abril de 2021
EL MILAGRO DE LAS MATRACAS DE SAN ROQUE
sábado, 27 de marzo de 2021
El último tren
A vueltas con el tracatrá del tren recuerdo que fueron dos veces más una tercera fallida las que subí a él en la Estación Calamocha Nueva. No está mal irónicamente hablando que en más de cincuenta años me sobren los dedos de una mano para contarlas.
La primera vez fue allá por el verano de 1974 cuando termine segundo de párvulos y Doña Pili Guallarte en la puerta de su casa, éramos vecinos, me dio las notas escritas en una cuartilla que aún conservo. Sobresaliente y excelente comportamiento. Demasiado buena conmigo. El reloj de la estación marcaba alrededor de la una de la tarde cuando arranco. Nuestro destino era Valencia donde llegamos sobre las nueve.
La segunda vez seria a finales de
los ochenta en los años de estudiante. Lo cierto es que la estación siempre
quedo lejos y vivimos mayoritariamente de espaldas al tren. El autobús era lo
nuestro. Sin embargo, en aquella ocasión el sector del transporte de pasajeros
por carretera estaba en huelga y no hubo más remedio que pedir que nos subieran
en coche al tren. La estación estaba hasta arriba, hacia un frio de tres pares
de coquines y el jefe con buen criterio no vendía billetes. Imposible
meternos a todos en un tren que ya vendría lleno de Teruel. “Primero subirán
los militares, luego los mayores y al final los estudiantes” tal cual nos
ordenamos. Llego hasta arriba y se fue hasta los topes. Subimos todos. Como
piojos en costura, de pie en poco más de una hora llegamos a Zaragoza ¡y de balde!
Fue un viaje genial. ¿Por qué no nos cobraron?, ¿por qué no pusieron más vagones?
Las preguntas de siempre. ¡Vaya previsores!
Al año siguiente por las mismas
fechas y tras un concierto de Los Inhumanos, misma huelga, misma jugada,
mismo frio o más y el jefe de estación dijo “No hay plazas, viene lleno, subirán
los militares. Los demás joparos a casa”.
Siempre se ha dicho que el tren no
espera a nadie al tiempo que te recomiendan que te apartes pues él no lo hará. Finalmente,
para callarte te mandan a chiflar a la vía. Ahí justamente estamos ahora. O lo
tomas o lo dejas, o te apartas o te atropella. Las reclamaciones al Maestro Armero.
¡Ojo que viene el tren! ¡Y lo hace por la vega! ¡Bravo!¡Válgame dios! Cuan mayor soy, yo que en mi infancia vi pasar trenes desde el huerto de la Serrana y sentí su paso las noches de verano en la fresca. Vi retirar sus traviesas años después para el AVE de Sevilla, ¿sería verdad? ¿Qué está pasando aquí, volveré a la niñez, a ver el tren desde el huerto? No quiero ni lo uno ni lo otro.
Aquella olvidada Estación Vega, la vieja que a la espera de una segunda oportunidad en forma de vía verde fue magníficamente recordada por Jon Lauko en su “Agapito” resulta que está a unos años de ver pasar de nuevo el tren. Entonces era parada obligada en medio del campo, café de puchero y tentempié en su cantina para deleite de los señoritos de alta cuna camino del Ritz de Madrid. Señoritos que ahora volverán de costa a costa, pasando del frio y del Jiloca. Que paisaje más bonito dirán. Dirían si fuesen a viajar mirando por la ventana, que no lo harán teniendo una pantalla a mano. ¿Volverá el tren a los del Barrio el Bao, medio Rabal y Calamocha entera marcar las horas con su veloz paso en lugar de las campanas de la iglesia? ¿A despertarnos y mandarnos a la cama como décadas atrás? ¿Nos partirá en dos algo más que el corazón?
El tiempo y dios dirá, en concreto
aquel dios que hecho hombre vive en Madrid propone y dispone. Que el otro, el
del cielo no hay duda está con nosotros, los pobres desamparados que no
queremos ver morir lo único que nos queda: el rio y la tierra que nos dio la
vida.
sábado, 6 de marzo de 2021
Aquella Estación Vega por Paco Rubio
En la Estación Vega, los tres edificios bien alineados que formaban parte
del anden principal, la hilera de postes del telégrafo y los álamos que
jalonaban el final anunciando la hermosa vega formaban un conjunto armonioso y
elegante que había sido el orgullo del pueblo cuando, a comienzos de siglo, el
ferrocarril, tan deseado, había traído el progreso y la modernidad. Ahora medio
siglo después con la construcción de la nueva línea para enlazar el Levante con
la Estación Internacional de Canfranc, al ser construida la nueva estación, la Estación
Vega, que empezaba a ser mas conocida por Estación Vieja, había adquirido una
cierta decadencia aunque manteniendo la dignidad que le daba el ser paso obligado
hacia la capital. Todos los trenes que salieran de Valencia con destino a Madrid
debían pasar y parar en la Estación Vega. Esa circunstancia le hacia mantener un
aire mas distinguido.
Maravilloso recuerdo de Jon Lauko en Barrendero, enterrador ferroviario.
sábado, 27 de febrero de 2021
Nunca
Aland Ladd era el actor preferido de mi padre y este solía decir cuando leíamos su nombre en los créditos iniciales que ninguna película en la que actuase podía ser mala. Menos aún una obra maestra como Raíces Profundas. En ella el rubio actor al marcharse del rancho obligado por las circunstancias a la pregunta de la mujer protagonista “¿no volveremos a verte nunca?” responde: “nunca es demasiado tiempo”.
Ha llegado febrero dejando atrás el frío y situándonos a nosotros mismos en apariencia en medio de la nada. Mes de obligado paso hacia el sol primaveral y el esperado renacer de la vida. Ecuador del año sanroquero a seis meses del pasado agosto y del venidero ¡Queda hoy todo tan lejos!
Tan lejos que el pasado y el futuro convierten el gris presente en un camino yermo de tránsito obligado y terrible. De zancadas minúsculas y cansadas del que a escape y en vano queremos jopar. Por más que corramos no avanzamos y nos llega a parecer que no hay final ni descanso. Ni más aliciente que el ver acabar la pandemia. Lo cual ciertamente sucederá, ¿pero cuando? Triste consuelo este pues no sabemos la fecha. Lo mismo les ocurrió a quienes nos precedieron y vivieron la peste de finales del siglo XIX y la gripe española de comienzos del XX ¿Quién iba a pensar que padeceríamos y nos sentiríamos como ellos? Dichoso patrón San Roque ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Nos preguntamos a diario quienes aún tenemos fe en ti. ¡Tambores, carracas, matracas, los santos encerrados, guardados y sordos a cuanto nos ocurre! Ansiamos ver el final y poder volver.
Sin apenas recuerdos de la Calamocha del pasado año, sin fotos que volver a mirar, consciente de los saludos perdidos e igualmente de las conversaciones que ya nunca tendrán lugar. Caras que ya no encontraré, sonrisas perdidas, abrazos imposibles ausentes todos los besos del mundo. Sin poder acercarme a dar vuelta de nada ni de nadie. Ni de la casa donde nací ni del cementerio donde mi padre espera. Meses convertidos en años, horas en días. Un año que serán dos si no tres y el número de contagios publicado a diario a media tarde dando fe de que el pueblo se desangra.
Supongo lejos de ser el único calamochino de la diáspora, habrá otros muchos en mí misma situación. Alejados del pueblo algunos pasamos los días viendo viejas cintas del oeste tarde tras tarde para olvidar el presente y el futuro más cercano. Y no teniendo pasado reciente como no tenemos todo se complica aún más. En mi caso siento como cada día me distancio un poco más. A veces hasta me olvido de dar vuelta de la red y ver cómo va el pueblo tras el negro enero a pesar de lo mucho que nevó. La radio, la televisión, el comarcal han pasado a un segundo plano y me olvido de llamar a unos y otros. De saludar y de preguntar, “¡Hola! ¿cómo va todo?” Todo porque tengo miedo de escuchar lo que no quiero oír, que uno y otro está contagiado, que anda aquel por Teruel que ayer tarde enterraron a uno más y lo peor de todo que no haga cuenta con volver porque esto no se acaba.
Siento por instantes como me alejo de Calamocha sin importarme y no es así. No quiero que sea así, quiero volver como si nada hubiera sucedido, ¿un imposible? lo sé, pero lo quiero. Que el agua de la Fuente del Bosque, nacimiento de todo lo calamochino, nunca se pudo beber, lo sé, pero la bebi. El caso es que me falta algo y me sobra cansancio. Unos meses más, otro año más de confinamiento y miedo y tal vez habré dejado de ser calamochino, comenzado a olvidar.
Y
es que yo, Calamocha, sin ti, en realidad no soy nada y a veces me parece que
ya nunca vaya a volver a verte, ¡cuánto te echo de menos!, no verte sonreír, no
poder abrazarte. Y aunque ya nada vaya a ser como antes yo quiero volver y
caminar entre tus calles y puertas mayormente cerradas. Recordar y dar lugar a
nuevos recuerdos que vuelva con los días el futuro a ser lo más parecido
posible al pasado. A los días felices que nos diste.
sábado, 30 de enero de 2021
Una suerte loca
Paso el Tío Vitos a casa
de mis abuelos en el Peirón. Era mi padre un crio, lo recordaba a menudo, le
tiro mano al porrón, se sentó y a escape comenzó a cascar de lo que traía el
tiempo. La boda en segundas nupcias de aquel vecino mozo, viudo y sin hijos con
una viuda de la comarca. “Ha tenido una suerte loca, a mi ver ella tiene tres hijos
ya criaos, listos para ponerlos a trabajar y aviar la casa. Auge, una suerte
loca, y además flamenca”. Pues algo así es lo que nos ha pasado a los nostálgicos
amantes de los recuerdos a caballo entre el blanco y negro y el color con la publicación
del libro Así en la tierra como en el suelo.
A cualquiera de nosotros los
caminos nos llevan antes que a Roma a La Yunta en la provincia de Guadalajara a
ribazo de Teruel y Zaragoza. Tierra de Castilla por donde se ponía el sol las
tardes de verano cuando los mayores a la fresca nos contaban historias de aquellos
lugares de donde unos procedían y otros habían sentido hablar.
La Yunta, en medio tal vez
del todo y de la nada, del bullicio y trajín de antaño al silencio de hoy parece
encontrarse en un emplazamiento ciertamente privilegiado justo a tiro piedra de
Calamocha, Monreal, Daroca y Molina de Aragón, centro mismo por tanto de todo nuestro
mundo conocido a la par que desconocido y al cual con la certeza de ver y sentir
cosas maravillosas a escape puede uno joparse. Yo lo hare este verano, peregrinare
a La Yunta y estaré de vuelta a la hora de la cena, o tal vez me quede allí.
Ha sido tras la lectura llovida
del frio cielo castellano de Así en la tierra como en el suelo escrita
por José Antonio Floría Martinez (La Yunta 1958) y editada por Círculo Rojo en octubre
de 2019 cuando me he dado cuenta que allí en el pueblo donde nació su autor se
encuentra la tierra santa mas cercana a todos nosotros, tierra de recuerdo, capital
de lo que un día fuimos y vivimos en mayor o menor medida quienes nos hemos hecho
mayores sin pretenderlo. Obligada se torna su lectura y visita, el paseo por la
calle Cantarranas y el cristo del Guijarro.
Ha escrito José Antonio un
libro redondo, maravilloso de principio a fin, balsámico, terapéutico, medicinal.
Prácticamente de carácter “bíblico” para todos y cada uno de nosotros que nacimos
y vivimos a lo largo de aquella década en cualquier lugar de los nombrados y alrededores.
Tenemos en su lectura esa suerte loca de poder vernos reflejados entre sus páginas
al cien por cien, su familia como la nuestra, sus vecinos como los nuestros, su
tierra, nuestra tierra, sus recuerdos, nuestros recuerdos.
Pero aún hay más, nuestra
suerte no acaba ahí. En un montón de breves capítulos, cada uno con un recuerdo
y algo más, risas, citas y refranes bajo una escritura magnífica donde tienen
cabida de manera magistral todas y cada una de esas palabras que forman parte
de nuestro habla más familiar, esas, a todos nos ha pasado, que cuando alguien ajeno
aquellas tierras las oye por primera vez te pone cara rara y hasta te acusa de
no saber hablar, siendo como hablamos un español tan rico y florido como el que
nos enseñaron y se la devuelves con la mayor de las sonrisas y un simple: “búscala
en el diccionario”
Lo dicho una suerte loca,
José Antonio no solo ha escrito el libro que a muchos de nosotros heridos por
las letras y los recuerdos nos hubiera gustado escribir, sino que ha escrito
aquel libro que a todos aquellos que vivieron aquellos días cuando el pan tenia
corteza y miga y el vino era negro les gustara leer al tiempo que les devolverá
la esperanza en ese mundo que no deja de tambalearse a nuestros pies entre baguettes
y caldos.
viernes, 1 de enero de 2021
Que estás en el cielo
Van pasando los días y el
tiempo, esa gran mentira, ni lo cura todo ni es el olvido, es más, me recuerda
a diario que tú que tanto nos enseñaste y nos dio a leer ya no estas entre
nosotros. Que te marchaste subiendo a mediados de marzo al último de uno de tus
amados trenes esta vez a empujones. Obligado, encañonado por el cruel destino
de la guadaña de aquel villano de tu alabada trilogía negra Monsieur Cambremer
a propósito de quien un día te comenté: “Don Paco al final de la historia
podías desvelar su origen como nacido en Albónica. Seria divertido”. Tu
respuesta fue maravillosa: “Por dios Jesús, en Calamocha solo hay buena gente.
Un canalla así no puedo hacerlo uno de los nuestros”. Guadaña revestida de
pandemia contra la cual luchaste hasta caer derrotado en agosto. Me lo recuerda
en especial el teléfono cuando lo enciendo y echo en falta tus correos,
mensajes en las redes, consejos, complicidad. Siempre estabas ahí.
Decías Maestro que una
novela con ciento y pico páginas bastaba. Pero en cambio de la vida no nos dio
tiempo hablar, ¿qué decir de ella en la realidad o en la literatura?, ¿cuándo
hay bastante?, tal vez nunca. Te quedaba tanto por escribir, leer y vivir. Te
imagino ahora sentado a la diestra de Agapito dispuesto a escuchar las
historias que ya no podrás contarnos, para después con calma darte un paseo por
el cielo y escribir uno de esos maravillosos libros de viajes que amabas: “¡Sr
Rubio! Si usted supiera lo que yo tengo olvidado, ¡menuda novela habría
escrito!, por donde quiere que empiece, escuche esta es buena: ¡Hay que joder
al mundo y dejarlo contento! Por cierto, ¿por qué ha venido tan pronto? ¿Qué ha
sucedido?”
Querido Jon Lauko que
estas en los cielos. Te echo de menos yo y unos pocos calamochinos, tal vez
muchos. Aquellos que leímos Barrendero Enterrador Ferroviario y aquellos que
quisieron leerte y ya no podrán. También se acuerdan de ti en Caminreal ¡cuánto
te gustaba escribir de la niñez en el pueblo que tuvo la suerte de verte nacer!
Y los de Albarracín, te echan en falta, ¡qué ciudad! Protagonista absoluta de
El Jardín de los Naranjos o El Sable de la Dinastía, dos títulos para una misma
obra, las editoriales y sus caprichos, escenario de la mejor de tus novelas
aunque siempre me decías que preferías la protagonizada por el Nazareno con
quien ahora charras en el cielo. Y en San Sebastián, Donostia, ¿pero hay algún
lugar donde no te vayan a echar de menos?, Madrid, Estación Paris y ¡cómo no!
en tu Barcelona querida ahora huérfana de tu razón, El Parque de Cișmigiu,
todas ellas juntas en Cancán.
¿Recuerdas? hablamos en
enero y nos deseamos un feliz 2020 por fin pudiste contarme lo que tanto
deseabas. “He encontrado editor. Este año volverá a ver la luz Barrendero
Enterrador Ferroviario y tú la presentaras en Calamocha y Navarrete”. Y
hablamos un buen rato y nos reímos y por fin íbamos a conocernos. Volverías a
San Roque y allí estarías con tu laúd para tocar el bolero y yo dispuesto a
presentar la mejor novela posible y te dije “La presentaremos en el cementerio
un atardecer al caer el sol y si nos los prohíben nos iremos al Amariello con
la familia de Agapito, (“Saltaremos la tapia, te apresuraste a contestar, nos
situaremos al margen. Calamocha nos pertenece”)”. “Calamocha es la excusa para
todo” dijiste una vez en la televisión local, te hacía sentir bien, como a mí y
a tantos otros, el pensar que un día fueses a volver.
Y comencé a releer la
novela y aun la tengo sobre la mesa. Al no saber de ti te llame y tenías el
teléfono apagado. Luego tu hija Gabriela me fue contando lo que no quería oír,
que estabas escribiendo tus últimas páginas, difuminándote como en uno de tus
dibujos, que te jopabas para siempre. Querido Maestro, nos vemos en el cielo.
A Jon Lauko, seudónimo de Francisco Rubio Montaner,
(Caminreal 1948-
Barcelona 2020)