Paso el Tío Vitos a casa
de mis abuelos en el Peirón. Era mi padre un crio, lo recordaba a menudo, le
tiro mano al porrón, se sentó y a escape comenzó a cascar de lo que traía el
tiempo. La boda en segundas nupcias de aquel vecino mozo, viudo y sin hijos con
una viuda de la comarca. “Ha tenido una suerte loca, a mi ver ella tiene tres hijos
ya criaos, listos para ponerlos a trabajar y aviar la casa. Auge, una suerte
loca, y además flamenca”. Pues algo así es lo que nos ha pasado a los nostálgicos
amantes de los recuerdos a caballo entre el blanco y negro y el color con la publicación
del libro Así en la tierra como en el suelo.
A cualquiera de nosotros los
caminos nos llevan antes que a Roma a La Yunta en la provincia de Guadalajara a
ribazo de Teruel y Zaragoza. Tierra de Castilla por donde se ponía el sol las
tardes de verano cuando los mayores a la fresca nos contaban historias de aquellos
lugares de donde unos procedían y otros habían sentido hablar.
La Yunta, en medio tal vez
del todo y de la nada, del bullicio y trajín de antaño al silencio de hoy parece
encontrarse en un emplazamiento ciertamente privilegiado justo a tiro piedra de
Calamocha, Monreal, Daroca y Molina de Aragón, centro mismo por tanto de todo nuestro
mundo conocido a la par que desconocido y al cual con la certeza de ver y sentir
cosas maravillosas a escape puede uno joparse. Yo lo hare este verano, peregrinare
a La Yunta y estaré de vuelta a la hora de la cena, o tal vez me quede allí.
Ha sido tras la lectura llovida
del frio cielo castellano de Así en la tierra como en el suelo escrita
por José Antonio Floría Martinez (La Yunta 1958) y editada por Círculo Rojo en octubre
de 2019 cuando me he dado cuenta que allí en el pueblo donde nació su autor se
encuentra la tierra santa mas cercana a todos nosotros, tierra de recuerdo, capital
de lo que un día fuimos y vivimos en mayor o menor medida quienes nos hemos hecho
mayores sin pretenderlo. Obligada se torna su lectura y visita, el paseo por la
calle Cantarranas y el cristo del Guijarro.
Ha escrito José Antonio un
libro redondo, maravilloso de principio a fin, balsámico, terapéutico, medicinal.
Prácticamente de carácter “bíblico” para todos y cada uno de nosotros que nacimos
y vivimos a lo largo de aquella década en cualquier lugar de los nombrados y alrededores.
Tenemos en su lectura esa suerte loca de poder vernos reflejados entre sus páginas
al cien por cien, su familia como la nuestra, sus vecinos como los nuestros, su
tierra, nuestra tierra, sus recuerdos, nuestros recuerdos.
Pero aún hay más, nuestra
suerte no acaba ahí. En un montón de breves capítulos, cada uno con un recuerdo
y algo más, risas, citas y refranes bajo una escritura magnífica donde tienen
cabida de manera magistral todas y cada una de esas palabras que forman parte
de nuestro habla más familiar, esas, a todos nos ha pasado, que cuando alguien ajeno
aquellas tierras las oye por primera vez te pone cara rara y hasta te acusa de
no saber hablar, siendo como hablamos un español tan rico y florido como el que
nos enseñaron y se la devuelves con la mayor de las sonrisas y un simple: “búscala
en el diccionario”
Lo dicho una suerte loca,
José Antonio no solo ha escrito el libro que a muchos de nosotros heridos por
las letras y los recuerdos nos hubiera gustado escribir, sino que ha escrito
aquel libro que a todos aquellos que vivieron aquellos días cuando el pan tenia
corteza y miga y el vino era negro les gustara leer al tiempo que les devolverá
la esperanza en ese mundo que no deja de tambalearse a nuestros pies entre baguettes
y caldos.
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