A vueltas con el tracatrá del tren recuerdo que fueron dos veces más una tercera fallida las que subí a él en la Estación Calamocha Nueva. No está mal irónicamente hablando que en más de cincuenta años me sobren los dedos de una mano para contarlas.
La primera vez fue allá por el verano de 1974 cuando termine segundo de párvulos y Doña Pili Guallarte en la puerta de su casa, éramos vecinos, me dio las notas escritas en una cuartilla que aún conservo. Sobresaliente y excelente comportamiento. Demasiado buena conmigo. El reloj de la estación marcaba alrededor de la una de la tarde cuando arranco. Nuestro destino era Valencia donde llegamos sobre las nueve.
La segunda vez seria a finales de
los ochenta en los años de estudiante. Lo cierto es que la estación siempre
quedo lejos y vivimos mayoritariamente de espaldas al tren. El autobús era lo
nuestro. Sin embargo, en aquella ocasión el sector del transporte de pasajeros
por carretera estaba en huelga y no hubo más remedio que pedir que nos subieran
en coche al tren. La estación estaba hasta arriba, hacia un frio de tres pares
de coquines y el jefe con buen criterio no vendía billetes. Imposible
meternos a todos en un tren que ya vendría lleno de Teruel. “Primero subirán
los militares, luego los mayores y al final los estudiantes” tal cual nos
ordenamos. Llego hasta arriba y se fue hasta los topes. Subimos todos. Como
piojos en costura, de pie en poco más de una hora llegamos a Zaragoza ¡y de balde!
Fue un viaje genial. ¿Por qué no nos cobraron?, ¿por qué no pusieron más vagones?
Las preguntas de siempre. ¡Vaya previsores!
Al año siguiente por las mismas
fechas y tras un concierto de Los Inhumanos, misma huelga, misma jugada,
mismo frio o más y el jefe de estación dijo “No hay plazas, viene lleno, subirán
los militares. Los demás joparos a casa”.
Siempre se ha dicho que el tren no
espera a nadie al tiempo que te recomiendan que te apartes pues él no lo hará. Finalmente,
para callarte te mandan a chiflar a la vía. Ahí justamente estamos ahora. O lo
tomas o lo dejas, o te apartas o te atropella. Las reclamaciones al Maestro Armero.
¡Ojo que viene el tren! ¡Y lo hace por la vega! ¡Bravo!¡Válgame dios! Cuan mayor soy, yo que en mi infancia vi pasar trenes desde el huerto de la Serrana y sentí su paso las noches de verano en la fresca. Vi retirar sus traviesas años después para el AVE de Sevilla, ¿sería verdad? ¿Qué está pasando aquí, volveré a la niñez, a ver el tren desde el huerto? No quiero ni lo uno ni lo otro.
Aquella olvidada Estación Vega, la vieja que a la espera de una segunda oportunidad en forma de vía verde fue magníficamente recordada por Jon Lauko en su “Agapito” resulta que está a unos años de ver pasar de nuevo el tren. Entonces era parada obligada en medio del campo, café de puchero y tentempié en su cantina para deleite de los señoritos de alta cuna camino del Ritz de Madrid. Señoritos que ahora volverán de costa a costa, pasando del frio y del Jiloca. Que paisaje más bonito dirán. Dirían si fuesen a viajar mirando por la ventana, que no lo harán teniendo una pantalla a mano. ¿Volverá el tren a los del Barrio el Bao, medio Rabal y Calamocha entera marcar las horas con su veloz paso en lugar de las campanas de la iglesia? ¿A despertarnos y mandarnos a la cama como décadas atrás? ¿Nos partirá en dos algo más que el corazón?
El tiempo y dios dirá, en concreto
aquel dios que hecho hombre vive en Madrid propone y dispone. Que el otro, el
del cielo no hay duda está con nosotros, los pobres desamparados que no
queremos ver morir lo único que nos queda: el rio y la tierra que nos dio la
vida.
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