Van pasando los días y el
tiempo, esa gran mentira, ni lo cura todo ni es el olvido, es más, me recuerda
a diario que tú que tanto nos enseñaste y nos dio a leer ya no estas entre
nosotros. Que te marchaste subiendo a mediados de marzo al último de uno de tus
amados trenes esta vez a empujones. Obligado, encañonado por el cruel destino
de la guadaña de aquel villano de tu alabada trilogía negra Monsieur Cambremer
a propósito de quien un día te comenté: “Don Paco al final de la historia
podías desvelar su origen como nacido en Albónica. Seria divertido”. Tu
respuesta fue maravillosa: “Por dios Jesús, en Calamocha solo hay buena gente.
Un canalla así no puedo hacerlo uno de los nuestros”. Guadaña revestida de
pandemia contra la cual luchaste hasta caer derrotado en agosto. Me lo recuerda
en especial el teléfono cuando lo enciendo y echo en falta tus correos,
mensajes en las redes, consejos, complicidad. Siempre estabas ahí.
Decías Maestro que una
novela con ciento y pico páginas bastaba. Pero en cambio de la vida no nos dio
tiempo hablar, ¿qué decir de ella en la realidad o en la literatura?, ¿cuándo
hay bastante?, tal vez nunca. Te quedaba tanto por escribir, leer y vivir. Te
imagino ahora sentado a la diestra de Agapito dispuesto a escuchar las
historias que ya no podrás contarnos, para después con calma darte un paseo por
el cielo y escribir uno de esos maravillosos libros de viajes que amabas: “¡Sr
Rubio! Si usted supiera lo que yo tengo olvidado, ¡menuda novela habría
escrito!, por donde quiere que empiece, escuche esta es buena: ¡Hay que joder
al mundo y dejarlo contento! Por cierto, ¿por qué ha venido tan pronto? ¿Qué ha
sucedido?”
Querido Jon Lauko que
estas en los cielos. Te echo de menos yo y unos pocos calamochinos, tal vez
muchos. Aquellos que leímos Barrendero Enterrador Ferroviario y aquellos que
quisieron leerte y ya no podrán. También se acuerdan de ti en Caminreal ¡cuánto
te gustaba escribir de la niñez en el pueblo que tuvo la suerte de verte nacer!
Y los de Albarracín, te echan en falta, ¡qué ciudad! Protagonista absoluta de
El Jardín de los Naranjos o El Sable de la Dinastía, dos títulos para una misma
obra, las editoriales y sus caprichos, escenario de la mejor de tus novelas
aunque siempre me decías que preferías la protagonizada por el Nazareno con
quien ahora charras en el cielo. Y en San Sebastián, Donostia, ¿pero hay algún
lugar donde no te vayan a echar de menos?, Madrid, Estación Paris y ¡cómo no!
en tu Barcelona querida ahora huérfana de tu razón, El Parque de Cișmigiu,
todas ellas juntas en Cancán.
¿Recuerdas? hablamos en
enero y nos deseamos un feliz 2020 por fin pudiste contarme lo que tanto
deseabas. “He encontrado editor. Este año volverá a ver la luz Barrendero
Enterrador Ferroviario y tú la presentaras en Calamocha y Navarrete”. Y
hablamos un buen rato y nos reímos y por fin íbamos a conocernos. Volverías a
San Roque y allí estarías con tu laúd para tocar el bolero y yo dispuesto a
presentar la mejor novela posible y te dije “La presentaremos en el cementerio
un atardecer al caer el sol y si nos los prohíben nos iremos al Amariello con
la familia de Agapito, (“Saltaremos la tapia, te apresuraste a contestar, nos
situaremos al margen. Calamocha nos pertenece”)”. “Calamocha es la excusa para
todo” dijiste una vez en la televisión local, te hacía sentir bien, como a mí y
a tantos otros, el pensar que un día fueses a volver.
Y comencé a releer la
novela y aun la tengo sobre la mesa. Al no saber de ti te llame y tenías el
teléfono apagado. Luego tu hija Gabriela me fue contando lo que no quería oír,
que estabas escribiendo tus últimas páginas, difuminándote como en uno de tus
dibujos, que te jopabas para siempre. Querido Maestro, nos vemos en el cielo.
A Jon Lauko, seudónimo de Francisco Rubio Montaner,
(Caminreal 1948-
Barcelona 2020)
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