lunes, 19 de enero de 2015

De una de las increíbles historias del Tío de Valencia

De la que probablemente sea la mayor gesta aérea llevada a cabo por un pionero calamochino enamorado de su tierra, desde los inicios mismos de la aviación hasta nuestros tristes días de hoy, donde una historia de amor así, seria del todo imposible…

Él, sin duda alguna, de haber  podido elegir donde nacer, habría elegido Calamocha, sin embargo, no pudo, nosotros tampoco, pero en eso, tuvimos la suerte que a él le falto. Vino así a ver la luz un poco más arriba, en Teruel, que tampoco es mal sitio para nacer,  hasta llegado el caso, yo mismo lo hubiera elegido, eso si, con el tiempo paso a amar Calamocha por encima de todas las cosas, y siempre que podía, en aquellos años, del blanco y negro, se presentaba en el pueblo.

De hecho amaba tanto la tierra calamochina, que llegado un día, pensó seria una gran idea, poder acercarse a cualquier hora, y a escape, sin pasar las calamidades que por esas carreteras en aquellos días, a bordo de coches infames, debieranse a buen seguro pasar.

Y así, ni corto ni perezoso, por sus venas, sin duda, corría algo más que gasolina, en cualquier caso, no sangre, diese en comprar ni más menos que una avioneta, cosas también, a mi ver, de cuando la guerra, pues al parecer la hizo no solo del lado que tocaba, eso es del, correcto, si no rodeado de máquinas en aquella temprana aviación, y así, con su propia avioneta,  poder ir a su aire de Valencia, donde vivía, a su pueblo, donde caso, a cualquier hora, volar. Y así fue.

Dicho y hecho, un buen día de verano, camino de San Roque, despego de Valencia y puso rumbo a la procesión. Despego y voló, sobrevoló Teruel y aterrizó en el Campo de Aviación de Calamocha. En suma, todo un pionero, que merece capitulo a parte, más calamochino ni siquiera uno lo es, ni aún habiendo nacido allí en pleno rabal ni por mucho jamón, y cañao que coma.

No creo que ningún otro haya hecho lo que el hizo aquel día,… llegar en avión a Calamocha para pasar unos días. Del todo especial, sin duda, el aeródromo o lo que de el quede, debería llevar su nombre. Dando así por inaugurado aquel lejano verano el puente aéreo, de carácter civil y comercial,  Valencia – Calamocha.

Aquel día que aterrizo en el pueblo sobrevoló tan bajo Teruel, contaban que si paso o no por debajo del Viaducto, en cualquier caso esa parece era su intención. No lograba la familia  recordar si lo hizo o no, si finalmente se acobardo al ver correr asustada a la gente con los días de la guerra aún tan cercanos. Aunque no parece, por lo que de el contaron siempre o por las fotos que podamos ver como espejo de su alma, que fuera él, de los que se echaban atrás. Si pasó o no, no lo sé, no se ponían de acuerdo, tantas veces como se recordaba la heroica hazaña la duda seguía vigente. 

Finalmente se alejo del viaducto y siguiendo la línea de la carretera nacional, aterrizo en el Campo Aviación, una pena que vaya a dejar de existir si no lo ha hecho ya, ahora que el de Caudé esta lleno, y hasta despegan aviones del aeropuerto de  Castellón. Una pena, aquel puente aéreo podría tener hoy su continuidad, una vez abierta la ruta.

En aquellos días el aeródromo de Calamocha estaba en pleno funcionamiento, aviones, soldados haciendo la mili, mandos… y de pronto una avioneta que llegaba vete a saber de donde, tras sobrevolar Teruel, y con qué intenciones. Dio un par de vueltas por Calamocha, hizo un par de fotos aéreas, mando saludos. Todo un acontecimiento… Aterrizaje perfecto finalmente, y recibimiento amistoso por parte de la Guardia Civil, mosquetón en mano. ¡Manos arriba, alto, queda usted detenido!.

Como si la cosa no fuera con él, o si, frente a tan cordial recibimiento que le esperaba, dicen bajo de la avioneta consumada la gesta como si tal cosa, sonriente, sin perder la compostura, orgulloso de lo hecho, de su amor por el pueblo, quería estar siempre allí, llegar cuanto antes, no perder ni un segundo, ordeno y mando sin borrar la sonrisa, lo que había de hacerse, comento de donde venia, a donde iba, por qué, y quien era, “llamen si quieren a Valencia, o mejor a Madrid, acabaran antes, digan que estoy aquí y verán como cuento con todas las autorizaciones habidas y por haber, que sean menester. Lo de Teruel, si, he sido yo, no teman, al volver no entrare a ver mi casa, la gente se ha asustado. Hagan el favor de guardar bien la avioneta durante los días que este en el pueblo, volveré a Valencia con ella”.

Y unos días después, se marcha a Valencia, obviamente volando,… el puente aéreo quedaba inaugurado, a la espera de tener continuidad. Sin embargo, no hubo ya mas vuelos por su parte con origen Valencia y destino a su amada Calamocha. Quizás, donde hay patrón no manda marinero, le dieran un toque, vía conducto reglamentario desde las mas altas esferas de la cadena de mando, en tono discreto y cordial, del tipo habitual  “Camarada, se ha pasado usted cuatro pueblos, no esta el horno para bollos. Déjelo estar, baje los pies al suelo. Esto es España. Un lugar tranquilo”.

Y así hizo, tiempo después llego a su pueblo, a Calamocha, conduciendo un Mercedes, la familia contaba, que era uno de los primeros que llegaron a España tras la guerra, y que el mismísimo Franco había recibió uno igual, regalo de Alemania. Verdad sera.



Así, tal cual se le ve en la foto, Valencia 1948, día de comunión, no engañaba a nadie, siempre iba derecho, así lo recuerdan aún, con un enorme cariño, y de igual modo derecho que caminaba, pretendía que todos los fueran con él. Miembro de esa España paternalista que jamás pasara de moda, conocedora en todo momento de cual es el camino a seguir, por todos aquellos que a uno le rodean, el buen camino, el único posible. El recto. El suyo.

Y en frente, como no, tenía al resto de parientes, familia política calamochina en este caso,  esa otra España, una de tantas, que por muchas trabas que se le pongan, que por muchas palmaditas en la espalda que se le den, y parabienes que reciba, nunca se deja doblegar, ni engañar y asimismo nunca ceja en su empeño de hacer lo que le da la gana, este o no ese buen camino por todos pretendido, en la creencia siempre, de estar haciendo lo correcto, consejos los justos. Mejor darlos que recibirlos. “Este nos quiere gobernar a todos. Dejaremos que se lo crea” Se ve que decía mi abuelo, su cuñado. 


De los Años de la Cazalla. El cuñao con influencias. 



La avioneta protagonista sobrevolando el Puerto de Valencia
Recuerda su hija, mi Tía, protagonista de aquellos viajes, emocionada, añorando aquellos días de abuelos, bicicletas, avionetas, motos. Días de verano, niñez y Calamocha. Ella, mi Tía,  que sí pudo elegir, nació allí, recuerda:

Te podría contar una anécdota de los vuelos Valencia - Calamocha. 

En uno de ellos se atrevió a volar mi madre con la ilusión de ir en una hora a ver a su hija, a mí, y todo fue bien pero mi madre estaba acostumbrada a volar junto a mi padre y  tomar tierra en pista asfaltada, y claro en Calamocha…

El aeródromo de Calamocha era aquello como un sembrado, una era, con unos baches tremendos, tal fue el susto de mi madre al empezar el aterrizaje, que comenzó a gritar y a mi padre lo puso de los nerviosos y capotó un poco, bastante más bien, ya que se rompió la hélice que la tengo yo como recuerdo de aquellos días.

La Chica de la Bicicleta que quiso ser Piloto

Ya sabes que las hélices no se pueden arreglar, gracias a dios,  no pasó nada solo un gran susto para ellos, sobre todo para mi madre.

Aquel aterrizaje recuerdo que a mí me pillo llegando al Campo de Aviación,  pues mi padre siempre daba un par de vueltas al pueblo, no había móviles ni aun casi teléfonos y esa era la manera de decir, ya estamos aquí, yo, todo el pueblo le veía, y yo corriendo acudía en bici a recibir a mis padres. Imagínate como me sentía.

Resumiendo el carpintero del pueblo  arreglo la avioneta, la hélice la trajo un camión nuestro desde Valencia y mi padre se volvió tan contento.

Hoy pienso que fue una locura fiarse de cómo iba la avioneta, pero mi padre, en realidad la familia, éramos, somos así

De todas aquellas historias, de aquellos días, de esos viajes, de la avioneta en su feliz camino de Valencia a Calamocha, fueron no uno si no varios los viajes que hicieron, me quedo siempre la tristeza de no haber seguido los pasos de mi padre. 


Yo no fui piloto porque, mi madre que era lo contrario a nosotros, a mi padre y a mí,  gasolina en las venas nosotros, ella horchata, me lo suplico casi de rodillas una y otra vez, por Dios que no lo hiciera.

Pero si que he pilotado la avioneta, era una PIPER  EC. ADA Tres plazas, de mediados de los años cincuenta. Toda mi vida, me he arrepentido de no tener el título y volar, pues es precioso. Hubiera sido la primera mujer piloto de Calamocha. 


Muchísimas gracias por el recuerdo, y las fotografías, de una historia que tantas veces como se reunida la familia, era recordada con admiración y cariño, como ejemplo de superación. 

lunes, 12 de enero de 2015

El paso del tiempo.

No creáis, no voy a decir nada, no haré como hacia mi abuelo con mi pobre padre que lo llevaba a mal traer por el camino de la amargura. Luego sería mi padre, cuando ya no se acordaba de lo que el suyo hizo con él, el que me salia a mi con la cantinela aquella de los hijos, de lo mal trabajador que es uno para un padre, de no querer echar mano en casa, de trabajar lo justo fuera y de no pensar nada más que en la jarana. La gente joven ya se sabe.



No sé cuantas cosechas de patatas quedaran en el Ventorrillo, pero no voy a pasar pena, ya os las veréis, como me las vi yo. Cuando os toque ya os apañareis, y se que lo haréis bien, aquí o ande sea, eso de destripar terrones, lo llevamos en la sangre. Y os acordareis de mi, y aún mirareis para arriba a ver si me veis, y os pondréis a la faena. A la tierra.

Ya mi abuelo, de mala virgen, le decía de todo a mi padre, cada careo liaban de tres pares de coquines, y fíjate si han pasado años y seguimos comiendo lo sembrado en casa, le decía a gritos, entonces se chillaba para todo “cuando yo falte ni aun patatas comeréis, ni sembrar sabréis...Ahora la juventud no tiene tiempo para nada, ni ganas, de lo que da faena no quieren saber nada, y el huerto da muchisima, pero te da de comer, es agradecido.Vagos, mal trabajadores, mientras este uno, ni poner un pie. Sin vergüenzas.”

Fíjate tu, mi abuelo, decirle eso a mi padre que a los siete años ya iba de pastor el hombre pasando las de Cain y Abel porque no había ande echar las ovejas. Hace cien años ya de aquello. Y después el conmigo, más de lo mismo.

Luego, con el tiempo, yo hice igual, y mi padre me decía tres cuartos de lo mismo, cincuenta años, o los que fueran, después de haberlo oído él, pero con más razón, si cabe, por que yo si que no tenia ganas, mientras hubiese quien lo hiciese, a mi como a todos, no me pillaban, el día que yo falte, me decía a cualquier hora que nos quedábamos solo, no sabrás ni tirar un surco patatas derecho, menuda es la juventud de hoy, venga bailes y cine.

 A mi me parecía que yo no tenia tiempo para nada, atender al trabajo y punto y de la tierra, lo que no daba faena, lo que hacían las caballerias y luego las  maquinas, el caso es que en el hortal no ponía un pie... Y mi suegro, luego de casado, igual,”ni aún el camino de la Serrana conoces, el día que yo no pueda, ni sabrás donde esta el huerto ni sembrar nada, no se quien es peor si tu o mi hijo, mecagüen el copón bendito si no os conociera”.



Todo mentira, la juventud siempre ha sido igual, y los viejos lo mismo, lo poco que hacia uno de mozo le parecía mucho y a la gente mayor, nada. Pero cuando te llega el momento, cuando no te queda más remedio, entonces si, agarras y te pones a la faena, siembras el huerto, sacas la corte los tocinos, te joden el pienso las gallinas y aún no tienes un rato de tiempo que te vas al hortal a dar vuelta. 

A tus padres ya les viene justo para verte, que en vida nadie te hace justicia, pero si te vieran, dirían mecagüen el mozo el copón, me ha tenido aquí jodiéndome de trabajar, por que el se fuera a ganar alguna perra para irse de fiesta, que no hacer casa, y en cuando no he podido, ha cogido el hortal, y sabe más que yo. 


Por eso, este año cuando el día del Santo Cristo, fuisteis a la Serrana a sacar las patatas detrás del tractor de Ruiz, me di cuenta, no sé cuanto sembraré más, pero que no me cale pasar pena. Luego en un lado o en otro, sembrareis, y os daréis cuenta, de lo que todos nos hemos dado cuenta en algún momento, sin razón alguna, cuenta de que estáis malcriando a los hijos, como hicieron con mi y yo con vosotros, que os tengo pena, sin motivo, cría tocinos y no hijos que decía La Moracha.

viernes, 19 de diciembre de 2014

El retrato, el recuerdo más antiguo.

Feliz Navidad …

De cómo van y viene y de pronto surgen los recuerdos olvidados, las preguntas, el querer saber quién somos. Una tarde, en apariencia, cualquiera entre deberes, fotografías y libros.

Venga, cállate y apunta el ejercicio, debes multiplicar, mil-huit-cents noranta-huit per zero coma dos zero, quatre.

Sí, pero una cosa,… en esa fecha, había vivo alguien de la familia. Bueno, vivo sí, me refiero, que hayamos conocido, y sea antepasado nuestro.


Pues claro, ¿cómo si no íbamos a estar nosotros aquí? Al menos hay constancia fotográfica, del abuelo de tu abuela y también de uno de mis bisabuelos y así mismo de uno de tus tatarabuelos. En realidad todos eran la misma persona, y esta retratado, fotografiado en lo que es la foto más antigua que tenemos de un familiar. Luego, cuando acabes la multiplicación, y la hagas bien,  lo cual me parece poco probable, la busco.

Ve buscándola…. Ya está hecha y bien.



Se llamaba José y había nacido en Torrijo del Campo, en Teruel, sus padres eran de un pueblecito que se llama Odón junto a la Laguna de Gallocanta, cerca de allí también, y al cual algún día iremos y se llamaban, Francisco Meléndez, sin duda el apellido más bonito del mundo, Marco de segundo y Gaspara Sánchez, sin más apellidos.

Ellos, los de Odón eran unos de mis tatarabuelos, tuyos, ya no sé cómo se diría, lo buscaremos en el diccionario de María Moliner, que se dejaron en casa un año olvidado los Reyes Magos. O tal vez lo encontremos en las primeras páginas de Fortuna y Jacinta, de Don Benito Pérez Galdós quien para explicar el comportamiento de alguno de sus personajes se remontase tan atrás como tu hoy. Si no lo sabe él, no lo sabe nadie.

Piensa que junto a estos, en aquellos años, había otras muchas personas, todas parientes nuestros, a caballo entre esta tierra de Teruel de la que te hablo, la Castilla que linda con Teruel, la misma Francia y Andalucía, eso que se sepa, luego vete a saber quién más. Todos ellos, junto con algún que otro antepasado de origen desconocido, te hablo de aquellos niños que dejaban abandonados en la inclusa, es decir, en los conventos de padres por tanto igualmente desconocidos, y de los cuales, también hay en la familia.

Por aquella fecha de la que preguntas, nuestro familiar más lejano conocido, a quien puedes ver en la fotografía, tendría algo menos de treinta años por decir algo, y había vuelto de Cuba, allá en América al otro lado del mar. Cuba entonces era parte de España, y fue el lugar donde hizo la mili como soldado y tal vez la guerra, ya nadie lo recuerda,  había vuelto vivo, vuelto para contarlo.

Seria largo de explicártelo ahora, pero a la mili en aquellos años, a la guerra,… como casi siempre ha sido, solo iban los pobres, así que volver debió ser una suerte inmensa. Gracias a dios, o al gorro, el kepis, que le trajo suerte y pudo volver, para que todos nosotros estemos aquí.

Supongo que cuando en su igualmente pobre casa se supo que marchaba a Cuba, aún se dio gracias a dios y se pensó, podía haber sido peor, podía haber sido a Filipinas, que también era España y estaba en Asia, lejos, lejos, lejos y terminar siendo un héroe de los últimos de Filipinas, ya te contare la historia otro día, o te pondré la película, pero olvídate, en la familia no hay héroes…o  haber marchado a África, a pasar las de Viance en Marruecos. Tuvo suerte.

Y en esa foto que ves, y que parece un abuelo, tenía casi la misma edad que yo tengo ahora, murió en torno a 1920 con apenas cincuenta años.  Entonces los fotógrafos iban de pueblo en pueblo retratando a la gente, y la gente dejaba de comer por pagar una foto, juntaban cuatro reales por poder pagar y así se hacían una retrato, probablemente el único de toda su vida, gracias, a que dejase de comer uno o dos días, gracias a eso lo conocemos.

Y en la foto se ve, no solo su cara, sino también su alma, las personas de entonces no engañaban a nadie, salían en las fotografías tal cual eran. Cuentan de él, que era la persona más buena del mundo, y que se fue a Cuba con boina y volvió con el gorrito militar con el que le ves en la foto, y que se llama kepis, y que ya nunca se lo quito, que de puro viejo se le rompía y ya solo se lo ponía para las grandes ocasiones como la del retrato que nos dejó. Cuentan que con él, lo enterraron, allá en la tierra más bonita del mundo, en Torrijo. ¿De qué murió?, de viejo aunque no lo creas, de trabajar día y noche solo para poder comer, de agotamiento, a la edad que yo tengo ahora…

De los Años de la Cazalla. La mili en Cuba.


PD De lo escrito, de lo recordado, de aquella multiplicación a hoy han pasado un par de años, tal vez más. Incluso, lo que parecía imposible se ha hecho realidad, ha aparecido una fotografía aún más antigua, en concreto del siglo XIX.

 Es el retrato de un militar escribiendo una carta a casa. No sabía escribir, pero eso es lo de menos. Es una pose, como tantas otras. Muy probablemente sea él, o quien luego sería su cosuegro, otro de mis tatarabuelos, también soldado en Cuba, sus hijos, nuestros abuelos, igualmente no sabía escribir y juntaban letras en los reversos de las fotografías. “Aguelo mama” Papa de mama”.

Ya todo se confunde. Da la impresión de que un buen día, hace muchísimos años, el futuro de Cuba dependía de un puñado de pobres soldados, todos ellos de Torrijo,

¿Y cómo un pueblo tan pequeño, que mi Tia Nati siempre recordaba como el más bonito del mundo, iba a poder defender una isla, tan grande, y casi tan bonita como aquella tierra donde hoy descansa uno de tus tatarabuelos?

FELIZ NAVIDAD Y PROSPERO 2015 PARA TODOS LOS CALAMOCHINOS DEL MUNDO


Calamocha, Soria, Palma Mallorca, Buenos Aires, Girona, Madird, Barcelona, Castellón, Zaragoza, Navarrete, Faura, Valencia, Francia… Continuará. 



FELICITACION: 

JOSE LUIS SANCHO PAMPLONA


Viernes 19 de diciembre de 2014, nueve de la noche, cuando la Garita del Jiloca en el Puente Romano marca cero grados. Llega la Navidad.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Nada

(Calamocha un domingo cualquiera a la hora del café, de paso, de vuelta a casa, …Calamocha en los días de hacienda. Lamento. )

Me pasa una cosa, ni buena ni mala, y es que no hacen más que rondarme, unos y otros  como quien no quiere la cosa, y te van y te vienen cuando te ven por la calle con aquello de que si el día que tu no puedas, que si el día que lo dejes,… ya ves como esta la cosa, cuando uno aún no ha enderezado para la Cañadilla,  ya me ven en el camino. Malo. Así que me paran y preguntan qué pasara después.

Tampoco ocurre nada por acercarse y preguntar, todos lo hemos hecho, cuando hemos visto que alguien  iba dando el mango y cojeaba y apuntaba al camino Navarrete  y todo por que nos interesaba lo suyo. Ley de vida.

En realidad lo que quieren es saber. Saber ¿que marchas lleváis? Por que en esta vida, cuando, como nosotros, no se tiene nada, y te lo piden, echa cuenta de cómo estarán los demás. En las últimas del todo. Es el acabose mires para ande mires.



Esto se acaba, todo se acaba, hasta Calamocha se ha de terminar un día de estos a no tardar mucho, si me apuras, aún se acabara antes el pueblo que uno. No ha quedado nada, chico, pero nada de nada. Tú no te puedes hacer una idea porque solo vienes de fiesta, pero los días de hacienda, esto es terrible. De aquí a poco el huerto, y la tierra, irán por delante. Luego nosotros y todo lo demás…

¿Aún dices maño? Todo pardina, que decía el pobre Perico, todo pardina. Qué donde trabaja el Bailador, coñe, pues no lo sabes, a falta veces que te lo he dicho, en lo mismo que trabaje yo, solo que en la puerta del al lado, y aquello esta más parado que el matadero.

Ni se construye ni se reforma, casa que se cierra, casa que se hundirá, muerto el abuelo, muerta la casa, aquí será igual, no nos engañemos… a uno le parecía hace veinte o treinta años años, cuando iba con el camión de pueblo en pueblo repartiendo cuatro sacos de cemento, un puñao de arena y medio palet de baldosas, que aquello era miseria y compañía, pero en comparación con lo de hoy, entonces no parábamos de ir de un pueblo a otro, pero lo de hoy, niño, no tiene nombre. Es el fin de todo. No hay nada. No hay para donde tirar.

Entonces ibas por aquellos pueblos, y veías a cuatro crios, los  abuelos y algún joven, y poco más, y pensabas, esto, o mucho cambia la cosa, o es la última generación, a la vuelta de unos años, no quedara nadie ni en todo Teruel ni en parte de Zaragoza. Pero no pensabas en esto, en lo de hoy, en verte tu, en ver a Calamocha en las mismas. Ahora aquellos abuelos han muerto y los crios, la de vosotros, se han jopao todos, quedan si, aquellos jóvenes camino de la vejez.

Pero aún con todo, lo peor de todo no es eso, sino que lo que veía en aquellos pueblos, es ahora lo que veo en Calamocha, a la vuelta de unos años no quedara nadie, fíjate hoy domingo, del Peirón aquí al Rabal no me he topao con nadie. No hay vida alguna.

Bueno te miento, ha parado un coche preguntado por lo de Mariano y la cesta, pero no cuentes con esa gente el día que cierre el Bar del Matadero, y luego otro que me ha preguntado por el Juzgado, pues venga, que se lo llevan, tira para abajo a escape, que ya no nos hace ni falta. La cosa va de mal en peor por todos lados y de aquí a unos años, ha de cerrar hasta el cementerio, no vamos a tener ya no donde enganchar si no ni aun donde caernos muertos. Si tarda uno mucho en morirse, ya no habrá quien lo entierre, ni te podrán enterrar en Calamocha… hasta la Guardia Civil se ira, ya no queda gente, ya no habrá que robar, que todo estará robado ya por el camino que vamos.

Gente que no hay, ni habrá, eso es lo peor, y no hay por que no hay donde echar mano, gente que ya no quedamos, antes aun ibas por ahí con el camión y decías de Calamocha soy, y enseguida la gente decía con admiración, “allí esta el matadero”, había algo, una empresa, una referencia, algo que todo el mundo conocía, ahora, ahora estamos mas jodidos que Arpa Vieja, como aquellos pueblos, sin nada, envidiando lo poco que tienen los demás y sin una empresa ni media por la que se nos pueda conocer,… y ya con al autovia, nada todo pardina.

Aquellos años, del pantano y la autovia fueron los últimos, ¿te acuerdas?, cuando salíamos a pasear por la Jampudia y ver las obras parecía que nunca se acabarían,  y no lo quisimos ver, como todo iba bien no nos preocupamos por nada más, no nos veremos en otra igual, y ya ves, engordar para morir, con la autovia no entra nadie, y el pantano, muerto de asco, no han de regar jamás los de abajo, para cuatro manzanas que puedan tener,… con toda el agua que se pierde por el río, por no tener las cosas en condiciones,.. Hacer semejante obra, y así con todo.

Veremos que es eso del área de descanso en Lechago, si no hay una perra por ningún lado, ni tenemos ganas de nada, solo queremos que nos hagan las cosas, que nos lo den todo hecho, ya no sabemos para ande tirar, pero algo habrá que hacer.... Una pena todo maño, una pena.

Ahora que, o nos echan una mano, aunque sea al cuello para ahogarnos, y dejar de padecer o esto de todas maneras, se acabo. No ha de quedar ni San Roque. Venga, andaros a cáscala para vuestra tierra y no volváis hasta el buen tiempo y las fiestas. Tira echa lo poco que queda del huerto al maletero y joparos.

Y por este año, no hagas cuenta de llevarte nada más de lo del huerto, se ha terminado todo, al año que viene ya veremos, que dijo aquel, si sembramos o no, con lo que te llevas hoy tendrás que pasar el invierno, ya te apañaras como puedas, y vete pensando la marcha que llevéis, para dentro de unos años, a ti te tocara vender la tierra, en cuanto tire uno para arriba y la casa se cierre, agarras y la vendes, vende todo, toda la tierra a tomar pol culo, todo, no dejes nada, le pegas fuego, le metes herbicida, a ti te tocara acabar con todo, cuando ya no quede nada a la vuelta de cuatro días…

Fin.

Venga, no sigas siempre estamos con la misma cantinela, en peores días os habéis visto, labrando con bueyes y comiendo nabos, todos saldremos adelante y de lo otro, lo que te digo siempre, jamás venderé nada, menos la tierra, que no es mía.


La tierra es de quien la compro, de quien se empeño para trabajarla, de quien la trabajo, y si ellos que la compraron no la pueden vender, y si tu que la trabajaste no lo hiciste, yo que no hice ni lo uno ni lo otro, menos aún voy a venderla, no pinto nada en todo esto. Ya la venderán otros con tiempo para vender y sin nada que recordar, el que venga detrás (por el camino del olvido) que arree, que decía el padre de Inocencio. Yo no.

domingo, 16 de noviembre de 2014

El mechero de Serafín

Garci, el director de cine, suele comentar que a la hora de valorar una película, por lo común, nos olvidamos de lo principal, si ha sido o no entretenida, queriendo decir que, si lo ha sido, todo lo demás sobra, la trama, el mismo desenlace, la historia de amor, lo importante es que nos haga pasar un buen rato, nos distraiga, nos haga olvidar … tal vez soñar.



De modo que haciendo un símil, la novela Barrendero, enterrador, ferroviario, de Jon Lauko, es entretenida, y mucho, más para un calamochino que vea discurrir los días y los años lejos del lugar donde nació, te hace pasar un gran rato y te da pena que se acabe. En verdad no se pude pedir más. Es Calamocha lo que se puede leer y respirar. Hasta sientes frío.

No leo novela negra, si en cambio veo cine negro, en blanco y negro, busco al asesino, lo encuentro, huye, aparece otro sospechoso… y quien la hace la paga, y así ocurre en la novela, aunque termina siendo mas justicia divina que humana, pues los protagonistas sabiendo que se ha hecho justicia no terminan de saber a qué en concreto. Todo ello con un trasfondo tan delicado como el abuso infantil,… lejos un poco de esa España negra y rural a la que estamos mas acostumbrados de pleitos banales por herencias, ribazos y riñas en el baile, puñetazos, navajas y escopetas, venganzas sin sentido. Que tal vez los más mayores esperaban encontrar.



La novela, creo, termina un capitulo antes de acabar, cuando se cierra el círculo y llega la justicia, por eso, hoy, tal vez, me arrepiento de haber leído el ultimo capitulo, que deja abierto un poco a la imaginación lo que paso entre los protagonistas y a lo que te hubiera gustado que fuese el final, pero de eso se trata, no solo de leer, sino de que una vez que has leído algo, te sugiera miles de cosas… y hagas correr la voz a unos y otros, ¿oye la has leído ya?, ¿y a qué esperas?. Final en cierto modo abierto.

Capitulo ultimo para hacer justicia, ser justos más bien, con el bueno de Agapito, justicia que le falto en el libro, cuando aquel buen hombre debió en un momento de lucidez atar los cabos y dar una lección de cómo y porque sucedieron los hechos. Corre ahora peligro, el Agapito real, lo que de él se recuerda, peligro ante el Agapito de ficción. En cualquier caso, gran suerte, que alguien te recuerde, y el no vas, que te haga protagonista de una novela.

Nada más ya salvo que para cualquier calamochino debería ser el regalo de estas navidades y de los próximos sanroques,…por cierto al final no salió San Roque en la novela, no llego el mes de agosto, la justicia fue antes. Regalaremos la novela, haremos “pueblo”…

Recuerdos



El tiempo dirá si como el Madrid de Galdós o la Valencia de Blasco Ibáñez, en unos años tengamos la Calamocha de Lauko, y recorramos sus calles y paisajes centro de la novela recordándola, cuidando de que no te pille aquel triciclo de reparto, en la misma calle de la Castellana, con Teléfonos y sus amores imposibles, allí o en la ventanilla del Ayuntamiento o                de la Castellana, con Telefonos y los amores imposibles, alli o en el blar, y te cuelgan un sanbentio, d, y entr paseemos de la Estación Vega a la Nueva pasando por las casas de esos maestros que ven lo que no se ve, y en el Cuartel, desviemos la mirada al ventanuco de la puerta tras la bandera, tratando de ver si aun el Cabo Antero, a quien solo le falto el deje andaluz, continua de guardia pagando la osadía de salirse del reglamento por un amigo, reparemos en las Escuelas Viejas, en ese infame edificio de hoy en día, poca pena le dio a su arquitecto o a quien fuese, hacer tabla rasa de su vieja fachada y en las injusticias que se comenten a diario cuando se habla por hablar, y te cuelgan un sanbentio, como al bueno de Agapito se lo colgaron en la novela, y vuelvan abrir el Bar “Catalán”, allí donde lo de Elias, para que los bocazas y oscuros mozos viejos como Andrés, griten lo que ocultan, y reviva el Casino su bulliciosa vida de antaño gracias a la novela, y una de sus salas se convierta en la biblioteca del Sr Antonio, de Genaro, de Benito, de Domingo, y den vidilla cultural al pueblo convocando de vez en cuando un concurso literario, del tipo, “Barrendero, enterrador ferroviario. El último capítulo”, …y nos quedemos mirando embobados el Molino, oigamos gritos, escudriñemos las vigas de madera, sintamos el olor del café de puchero, y lo veamos con otros ojos, tan así, que nos de igual se hunda en último acto de justicia… y nos de hasta miedo seguir el camino hacia la Estación Vega, por no saber qué hacer si nos encontramos con Serafín y su pasado, y tal vez a la costera del último camino que haremos el del cementerio, le llamemos Avenida de Agapito Saz, o Bolulevard, que suena más romántico,… camino también de Navarrete, donde al llegar pensemos si no sería la Tía Gueda la hermana del pobre Avelino, y entremos al cementerio y tratemos de averiguar el nicho donde durmió Agapito, nos asomemos a la sala de autopsias, leamos las viejas tumbas en tierra buscando a la niña. Y volvamos al pueblo ensimismados, como in albis, pensando si aquello paso o no paso, si solo fue una novela o fue verdad, y entremos al Chato y pidamos  un sol y sombra, un “gapito” sin saber muy bien porque.

Quizás a partir de hoy, cuando nos encontremos un mechero  en algún lugar de Calamocha un escalofrió nos recorra el cuerpo, y nos haga mirar alrededor, temiendo que en cualquier lugar, una desgracia haya podido ocurrir. Nos sobresalte el pitido de algún último tren camino de la estación, nos de un vuelco el corazón y dudemos por un momento seguir nuestro camino o subirnos al tren, por temor a pasar las de Avelino, en suma, quedarnos o marcharnos.

 A dios gracias ya casi nadie fuma y desgraciadamente ni aun trenes pasan ni paran por Calamocha.


Ahora que ha llegado el frío, es el momento de volverla a leer la novela, con la ilusión de que tenga un final diferente.


sábado, 1 de noviembre de 2014

Cuando todos los muertos no eran santos.

Marzo de 2014

Me preguntas ahora, qué recuerdo del cementerio. Muchas cosas, esa es la verdad, de tantas idas y venidas algo tendré que contar, aunque en realidad hace años, que si bien ocasiones no han faltado, sea por una cosa o sea por otra, no he cruzado su umbral.

Tenía 9 años cuando murió mi abuelo Casimiro, aquella tarde de mayo, con el sol tras Santa Barbará, “Lúcia” el de la carpintería de allá junto a lo de Corbatón, con el Land Rover negro y amarillo bajo las costera del Barrio y trajo sobre su baca a casa el cajón.

El velatorio quedo como de costumbre instalado en casa, primero en la habitación donde nacimos todos, y luego sobre la mesa de la cocina. Al poco comenzaron a llegar todas las abuelas de Calamocha, era mayo y ya alargaba el día. Con la consabida cantinela de “no somos nada, ya ha descansado…”



Hasta aquel momento lo poco que sabía de estos casos era que al día siguiente aparecería el cura con los monaguillos la cruz y el incienso y nos iríamos todos a misa, finalmente no vino, no recuerdo el porqué, pero se ve que llego justo al entierro y mando recado de que fuésemos solos a la iglesia, donde como reducto de tiempos pasados aún se cantaba en Latín.

Lo que si llegaba y a paso ligero era la democracia arrasando con todo lo caduco, sin importarnos lo más mínimo mirar atrás. 

Aquel fue el primer entierro al que asistí, y aún lo recuerdo, no pasó nada extraordinario, o tal vez sí, me llevaron al coro, aún se cantaba como digo en los entierros, en latín, nada menos, aquel creo que fue el último, o uno de los últimos, sino, una vez más, de los nuevos tiempos, que ya corrían.

Supongo que en realidad no querían ocultarme nada, más bien en mi estaban depositadas las últimas esperanzas de que en la familia continuase la rama jotera torrijana. No fue así.

Cantaron Feliciano y Dativo y me limite a tratar de descifrar aquellas páginas ilegibles. Al tiempo, se me fue el miedo a todo lo relativo a los entierros y aniversarios y así mismo como monaguillo de misa dominical, dejo de darme miedo aquel ritual de los domingos tras misa de doce cuando se montaba al pie del altar el catafalco para los aniversarios que se celebraban por la tarde.

El acercarte a la capilla opuesta a la del bautismo donde se guardaba todo, el acercarte, abrirla y sacar el “cajón”, el velatorio… era terrible, aquella capilla, parecía en contraposición a la otra, la mismísima puerta del infierno. Aún creo que lo es.

Poco tiempo después empecé a ir al Cementerio, no había estado nunca, mi abuela no sabía leer, y en las lapidas que no había foto, no había muerto alguno.



Los dos vimos la lápida de mi abuelo el mismo día, había foto, mi abuela la habría encontrado, foto y un Sagrado Corazón de Jesús, no me preguntes por qué o si, da lo mismo. A principio de verano es el día del Corazón de Jesús, y de niño creo había procesión en el pueblo, con las abuelas, con el escapulario, con el calor de la tarde a la hora de jarve. Por lo que fuese, le guardaba devoción, cosas tal vez de Torrijo, no lo sé.

Empezamos a ir, domingo tras domingo,  todos los meses del año, mientras el tiempo lo permitía. Ese día el cementerio estaba abierto, entre semana si por el motivo que fuese había que subir,  a veces había visita, y la familia se empeñaba en vernos a todos, y subir unas flores, a quienes ya no estaban en el Barrio, si no en el otro barrio, en tal caso era necesario pedir la llave al Esquilador o a Raimundo, el del camión de la basura.

Salíamos sobre las cuatro y por el camino se incorporaban sus amigas, ya viudas también, la Tía Rosario, la Tía Alfonsa, si estaba por el pueblo la Tía Torralbina, y también de vez en cuando subían, la Velina, la de Fermín el Matatocinos, la abuela  de Ernesto,… Pero las fijas eran, hasta donde logro recordar, las dos primeras y mi abuela.

Hasta aquel día, lo único que sabía del Cementerio era como aquel dice las historias que ellas mismas contaban de vez en cuando, recordando calamidades y penas, muertes a destiempo y sobre todo, las desdichas de esa pobre gente que subían en camiones cara Navarrete en los años de la guerra, una tragedia, una pena enorme que las abuelas, cuando lo volvían a vivir y contar, lo hacían prácticamente llorando. Uno se preguntaba qué había pasado en aquellos años, qué les había pasado.

Mi otra abuela, la Xaltación remataba la historia, por cambiar de tema, con aquel  hijo que murió al poco de nacer y al no estar bautizado, no pudo ser enterrado en el cementerio como tal, sino en la parte vieja o primera donde iban los que se suicidaban o aquellos que no creían a dios, aunque, a mi ver, nunca se dio el caso de conocer a nadie que en aquellos años no creyese en dios, ni diese en suicidarse sin parecer un accidente y vete a saber quién más daría con sus huesos allí, una vez que ya no los necesitase,… pero echa a buscar al pobre recién nacido, no se sabía dónde estaba, esa era la pena. Nunca hubo tanta tierra santa como se necesitó, ni antes ni aún hoy.

Así que yo, ya tenía faena el primer día que subí al Cementerio. Además de leer, leer, y leer.

Punto uno asomarme al chaflán, a la parte vieja, aquel que hay al principio de la tierra santa que viene después, mirar a través de las grietas de la puerta. Sólo vi hierbas, y poco más, aquello estaba abandonado. Ni dios.




Punto dos, la fosa común, que mi Tío Antonio decía estaba al fondo a la derecha junto al pozo y un cirujal que siempre según él daba las mejores ciruelas de todo Calamocha, mi tío aquel era un poco sibarita, morrotocino que decía su hermana… el hoyo estaba, todo estaba, pero los muertos imagino habían marchado al cielo, junto a los del chaflán, mientras esperaban su turno el resto.

Y por supuesto localizar y escudriñar la sala de autopsias, pues las historias de Agapito eran de sobras conocidas en casa… Aquello sí que daba miedo.



Pero hubo una sorpresa.

La tierra del cementerio era roja y todo su centro parecía haber sido labrado por Perico, caballón tras caballón, cientos, tal vez miles a mis ojos de crio, de cruces de madera, aparecieron ante mí, todas con su ramo de flores, qué más daba que fueran artificiales, sin hierba alguna, también sin nombre, no tenían nombre, los soldados no tienen.

Estaba todo tan bien cuidado como el cementerio de Arlington o esos otros de Francia que se veían en la tele a propósito de los documentales de las guerras, guerras que siempre habían ocurrido fuera, lejos.



Eran los soldados, “pobrecicos”, lo mismo que aquellos otros, decían las abuelas, los de la fosa común, los que más perdieron. El Chato el Esquilador tenía aquello limpio como una patena. De vez en cuando había alguna tumba con más suerte, con cruz y nombre, y otras muchas de gente del pueblo y de algún militar con mando en plaza.



La ronda en el cementerio empezaba siempre igual, yo me fijaba en la “oficina” de la entrada, no sin miedo, vete a saber que esperaba encontrar, y girábamos a la derecha, no había prisa leía todas las tumbas, en especial las de la parte del fondo con sus viejas fechas y lápidas que parecían se caían, asomando el cajón, y en especial las que ellas señalaban porque conocían la foto o les sonaban las letras, no paraban hasta dar con quién era y recordar su vida para bien o para mal del muerto, todo era lo mismo.

 Luego llegábamos a la de mi abuelo, y mi abuela señalaba el nicho donde un día la enterrarían, yo miraba el hueco donde años más tarde un frio y nevado día de enero, de aquellos inviernos de los de antes, la enterrarían, no acertaba a pensar nada, cemento, cal, telarañas y ella me hablaba de los que serían sus vecinos.



Los nichos eran, son,  en propiedad aunque ni entonces ni ahora se puedan elegir a los vecinos, así a mi abuela, la pobre, le toco joderse y tiene como tal a uno de esos en cuya lapida no se detenía, o si lo hacía era para decir,…. “que bien estas ahí”

Aquellos nichos  en propiedad, les hacen ser unos privilegiados, el cielo mismo ganado. Serán calamochinos para toda la eternidad. En realidad no se puede pedir más, es el cielo mismo.

En cuanto podía me escaba a las tumbas de tierra. A Seguir leyendo. Pero a escape me reclamaban. Siempre había lapidas nuevas por descubrir, por leer, historias por escuchar.



¡Y qué historias contaban las abuelas…aprovechando que nadie ya les oía! Tal vez mienta, no eran de las que se callaban, nunca lo hicieron, lo habrían dicho igual, con el muerto en vida, delante.

El ir al cementerio con tanta frecuencia para ellas era tan nuevo como para mí, mi abuela por ejemplo no sabía ni donde estaban enterrados sus padres, en Torrijo sí, pero nada más. Años atrás se enterraba a la familia, alguien le ponía una cruz y se la cobraba a cuantos familiares podía y rara vez, ni para todos los santos se iba al cementerio. De hecho subimos una vez a Torrijo y no logre encontrar a sus padres, leído y releído todo lo habido y por haber.

Todo era nuevo, domingo a domingo,  a los momentos de pena, un muerto joven, un niño, una tragedia, les sucedía siempre los buenos recuerdos, frente a esas lapidas se nos pasaba el rato, “te acuerdas, lo bien que bailaba, cantaba, las meriendas en su casa…” A mí me llegaba a parecer que las abuelas, por más que vistieran de negro y llevasen pañuelo a la cabeza, se habían pasado toda su juventud de fiesta en fiesta, era lo que más les gustaba recordar, lo bueno, lo bien que lo habían pasado. Nunca les vi llorar.

Frente a otras lapidas el comentario era siempre el mismo, humor negro, “Está bien donde está, mira que le costó dejarnos en paz, lo que descanso la familia, cabrón más grande ya no se conocerá, semejante hijo de puta,… y a los casi noventa que se murió, y luego dicen que dios existe, anda maña no me jodas”.

A veces había algo nuevo que ver, las mujeres aquellos años no subían al cementerio el día del entierro, así que tocaba encontrar la tumba de aquel que había muerto días atrás. Era fácil, solo había que buscar la corona de flores. “Redios que poco se gastaron en flores, o cuantas flores, no se merecía ni un cardo, ya estará en el infierno. Vámonos, aun huele”. El olor lo sigo recordando.

Otras veces, días después nos acercábamos a ver la lápida, y ya se sabe el arte si no genera controversia, no es tal, “cosa más fea, imposible, para las perras que les habrá dejado, mal se han portado, desde luego que cojonazos, ni aun para poner flores tiene, la lápida debe ser bonita, pero parece fea. Y esa foto, pues si le daba un susto al miedo”…

En suma, como todos, ellas tampoco lo tenían claro, a pesar de ir a todos los entierros y misas, eso del cielo y el infierno, la vida en el más allá, y todas esas cosas, de los curas, dios y los santos, pero qué mejor lugar que aquel, que el pueblo en sí, para terminar. Así, lo veían, y  si algún sitio  habrían de ir después de muertas, debía ser ese, el cementerio de Calamocha, a buen seguro, el cielo, estaría ahí, no más lejos.



Hacíamos la vuelta completa al cuadrado que era el cementerio viejo a ellas también les llamaba la atención la tumba del Regular, la lápida y el nicho, no estaba en tierra, y qué lapida más bonita,… estaría con los moros en el Castillejo decían. ¿Habrá algún italiano por allí, o algún alemán?, no lo recuerdo, no los habrá. No te asomes ahí, no vaya a salir Agapito poca pena,… termine por creer que un día saldría de aquella sala de autopsias sin cristales, pero con reja y puerta atrancada. Imposible de flanquear.

Eduardo Cero. Caracterizado como Agapito. año 2014

Por los Panteones pasábamos de refilón, cosas de ricos, “déjalos estar, no vaya a ser que se nos apegue algo, también ellos se mueren aseguraban… ni caso, aquí ahora son todos iguales”. Perdí el miedo y me metí hasta donde pude. Tesoros ninguno.



De pronto se oían voces y nos girábamos, mi abuela decía, “coño forasteros, están en todos lados”,  la Tía Rosario se reía, siempre se reía y decía, “pues si no los conocemos, si de aquí no son, serán almas en pena, ves niña, no se paran en ninguna tumba, en cuanto dejemos de mirar se irán para arriba”. Así era. Yo creía a la Tía Rosario. Todos nos conocíamos. Aquello eran almas en pena camino del cielo.

El Cementerio en su día, lo recuerdo, salió en el cine, eso sí que me hizo ilusión,  bueno, en la tele. En la película Don Erre que Erre de Don Paco Martínez Soria, la secuencia inicial esa del Seat 1500 con él y su mujer camino del entierro de su suegro, cuando sale el indicador de Calamocha 36 km, y dicen “ya estamos llegando”, para entonces a echar gasolina, y de ahí no pasa el bueno de Don Paco, una pena.  Luego las imágenes del cementerio y el entierro al cual no llegan aunque te emocionan, el cine, la gran ilusión, son una pena, no son de Calamocha.

Te diré más cosas, acabando ya, una tarde entre semana de verano fuimos a pedir la llave, y nos dijeron que estaba abierto, íbamos con la familia de Francia, y allí estaba a pleno sol el Chato el Esquilador dale que te pego peleando con las tumbas de los soldados. A lo que me di cuenta mi Tío Blas estaba ayudándole y hablando de los años de la incierta gloria, de la noche oscura y de la vendimia en Francia donde el Chato algún que otro año había estado. Mi Tío,  quedo encantando de lo bien que trataban a los soldados. Una pena todo.



Acabo ya, con mi abuela y las demás al volver del Cementerio llegando a donde ahora está el Bailaor esperando el cierzo, me despedía y me bajaba al Peirón, mientras ellas se volvían a casa, en aquellos años, las mujeres no pisaban “Los Viejos”, allí al pie de la carretera nos despedíamos, veía, la foto tengo por ahí, la placa de la falange y el rotulo de Calamocha y le preguntaba a mi abuela si antes, habíamos sido todos falangistas, a lo que ella poco más o menos y con desgana, la política nunca fue lo nuestro, contestaba, “y ahora somos unos sinvergüenzas, sin educación alguna ni saber estar, es lo mismo, la cosa no cambia, ni cambiara, no lo esperes. No sé qué es peor, si lo de antes, o de lo ahora cuando se confunde la libertad con el libertinaje”.

Aquel juego de palabras, resumen político de aquellos años, estaba en todos los corros del Peirón al Arrabal.  En realidad los mayores se preguntaban, ¿qué nos estaba pasando?, siempre nos parece una pena todo, lo que daría por saber cómo definirían en dos palabras, lo que hoy parece pasarnos.

Felicidades, hoy es el santo de los que no tienen santo.

De Los Años de la Cazalla. Muertos y muertos.

PD Una ley, sólo debiera haber una ley, decía mi Tía Nati cuando llegaba esta noche y encendía las velas por los muertos, por la familia. Ley que prohibiese ver morir a un hijo. Y ella, a quien se le murieron los dos, sabía de lo que hablaba. El resto de leyes sobran. Por ello, si te dicen que caí antes de llegada la hora, el cielo tendrá que esperar.

Recuerdos


Castellón, 1 de noviembre de 2014