El inicio.
Fue en septiembre, en las fiestas del Santo Cristo, mientras la Banda
de Música de Calamocha atacaba pieza tras pieza.
Yo trataba de escuchar a pesar de mis ganas de hablar, que me podían, sin embargo, sabia que me moriría de vergüenza si me llamasen la atención, lo cual, eso de la
vergüenza, nunca ha ido con él y él, el Dichero Olvidado, estaba junto a mi.
Fue
entonces, cuando, incapaz de guardar silencio, ni allí ni en misa, ni en el cementerio, me dijo:
“calla, me sé todo el repertorio, ¿quieres que te adelante lo que van a tocar a
continuación?. Le tengo dicho al Director, que les meta caña, menos
sonrisas y más solfeo es lo que necesitan, se duermen en los laureles.
Quiero, me dijo, preguntarte una cosa, seguía él en sus trece, para ver qué
opinas, ver qué te parece, de una próxima osadía que me ronda por la cabeza, no
es nada nuevo, es algo que en muchos sitios ya se hace…
Resulta halagador el hecho de que quieras saber lo que opino, le dije sin alzar la voz, ¿pero de verdad vas a tener en cuenta lo que yo pueda decir?.
Resulta halagador el hecho de que quieras saber lo que opino, le dije sin alzar la voz, ¿pero de verdad vas a tener en cuenta lo que yo pueda decir?.
Rotundamente no, me contesto, pero que te parecería una visita guiada
al cementerio durante la próxima semana santa, al uso y manera de las que se
han hecho en el convento y en la iglesia.
Genial, le dije, verte a ti en el cementerio es el sueño de medio
pueblo, por no decir de la mitad y tres cuartos, ya sabes cómo somos, aquí y en
todos lados, el día que te marches te echaremos de menos, hasta una calle tendrás,
por aclamación popular. Y yo mismo te daré matarile como a un tocino si nos la
vuelves a liar y programas la visita solo para los que vivís aquí. Sinvergüenza.
Será en sábado, me advirtió, y ya tardas en contarme cosas. Ojo, le
advertí, vamos alejarnos, el Director parece que tiene el oído fino, es lo que toca, y la vista aún
mejor y nos oye y nos mira mal, y mucho me temo que acabara tirándonos y atravesándote un ojo con la batuta, o a lo
peor será el mío. Cállate, por el dios, le insistí. En cuanto llegues a Castellón te pones a la faena, me respondió y añadió: Cállate tú.
Así pasaron los meses como si de días se tratasen que llego la
Cuaresma y uno y otro estábamos como al principio, lo cual a mí me daba lo
mismo, pues no era yo quien se había comprometido en tan aventurada empresa. Así
ya lejos de la sonrisa amenazadora del Director de la Banda cruzamos correos de
tal suerte:
“Oye, me escribía, estoy con esto del
cementerio y con aquello, y quien me mandaría a mi meterme en esto, échame una
mano, mejor dos, … Ya sabes, has tentado al diablo, le escribía yo, lo mejor sería que el
Viernes Santo cayeses muerto al pie del Ecce Homo así, nuestra Semana Santa
tendría un mártir, y al día siguiente tu visita al cementerio quedaría resuelta.
Todo el pueblo querría ver como dan tierra a semejante visionario cansino que creía saber tanto, aunque modestamente, esa es la verdad, nunca le importo reconocer, que quien más sabia en la familia era su padre”
Todo el pueblo querría ver como dan tierra a semejante visionario cansino que creía saber tanto, aunque modestamente, esa es la verdad, nunca le importo reconocer, que quien más sabia en la familia era su padre”
“Qué te parece si cuentas esto, nada me decía, y esto otro, nada sigue
buscando, y aquello de… nada, esfuérzate más.
Y entonces cuando ya creía tener
la historia que buscaba le conté, aquello de que tenemos un cementerio de cine,
pues sale y no sale, en una de las películas de ese gran pensador aragonés que fue
Don Paco Martínez Soria, en concreto en “Don Erre que Erre”.
Nada, no me ayudas
nada, voy a tener que buscarme a otro, sigue, se me echa el tiempo encima, y
voy a quedar fatal”.
Fue entonces cuando recordé
la historia que a continuación copio y pego de su blog original, añadiéndole
fotografías, con el fin de que el niño del pelo rojo, protagonista de tan
cariñosa y terrorífica historia a un tiempo, hoy abuelo, bien cumplidos los ochenta,
pueda rebuscar en su memoria, la emoción de aquella tarde noche, a mediados de los años cuarenta, en el
cementerio de Calamocha.
La había leído unas cuantas veces hace mucho tiempo y de tanto en
tanto la buscaba, era aquella historia de un zagal, que subió de noche al
cementerio junto con su padre a pintar un panteón, como fin del trabajo que
habían venido a realizar desde Valencia.
El Dichero Olvidado artífice de la visita en ciernes, quedo encantado con la
historia, la hizo suya, hablamos, preguntamos, buscamos y tan es así que por
momentos la contó en primera persona el día de la visita, no hay duda, le hubiese gustado ser aquel niño pelirrojo que se llevaba de calle a todas las
chicas del baile.
El niño del pelo rojo hoy
SÁBADO, 3 DE NOVIEMBRE DE 2007
Mi padre me llevó en una ocasión con él a pintar
en una fábrica de telas en Calamocha.
Fábrica de Mantas Dauden
Wenceslao Dauden 1911
Un día, el dueño le dijo a mi padre si quería pintarle el panteón de su familia para el 1 de noviembre (estábamos a finales de octubre). Para no perder tiempo en el trabajo fuimos a pintarlo de noche.
Cogimos todo el material, escalera incluida, y después de cenar salimos hacia el cementerio. No se encontraba muy lejos, pero estaba en lo alto de un promontorio y la visión que un niño de mi edad (andaría yo por los 15) tenía de un lugar como aquel se semejaba mucho a esas viejas películas de terror que nos tenían atemorizados a toda la chiquillería. Esa noche había luna llena, y su blanca luz incidía sobre las vallas y la puerta, dándole un aspecto, a mis ojos, terrorífico.
La cuesta años atrás.
La cuesta del cementerio hoy
El sepulturero le había dejado a mi padre las llaves del cementerio y del panteón. Al abrir aquella verja, los goznes chirriaron de una manera que aumentó más aún el miedo que ya tenía.
Al fondo la entrada
Al entrar, a la izquierda, estaba el panteón. Era el único que había. Abrió mi padre la puerta y al entrar, sonaron nuestras pisadas a hueco, y es que los difuntos estaban debajo mismo de nosotros, en una bóveda.
Una frente a otra, allí fue a pintar
Encendimos unas cuantas velas (no había electricidad) y un hornillo para
calentar la pintura (hecha con un material que hacían hirviendo pieles de
conejo, que soltaba una especie de gelatina que al secarse endurecía, y que
vendían en forma de pastillas).
Como necesitábamos agua me mandó ir a buscarla. Salí a por ella con un cubo y con bastante miedo, que todavía se hizo mayor al ver (al entrar, con el susto, seguramente no me había dado cuenta) como a unos 20 centímetros del suelo, una especie de niebla brillante formada por puntitos blancos.
Siguiendo el pasillo entre cipreses al fondo esta el pozo
Me quedé paralizado, sin fuerzas. Mi padre que no me quitaba ojo de encima, me preguntó qué me pasaba y yo le expliqué como pude lo que estaba viendo. Entonces vino hacia mí y me abrazó riendo. Me contó el motivo de tan extraño fenómeno. Me dijo que era el fósforo de los huesos enterrados allí, y que se les conocía como ‘fuegos fatuos’.
Esta es
Aqui el valiente de aquella noche
El miedo no se me pasó, pero el abrazo que me dió mi padre y el ánimo que yo le vi me calmaron bastante. Aunque después de tantos años (tengo ahora 75) sigo recordándolo como si de ayer mismo se tratase.
Tu hijo Ramón.
El final.
Termino
ya, mil gracias a JB por la visita, la chiquillería quedo encantada, como han
cambiado los tiempos, creo recordar que no había de por medio y de esa edad,
ningún crio, todo eran chicas.
Las abuelas ya se saben, te seguirán hasta el fin de sus días que también serán los tuyos, allí estaba, me lo decía mi padre, la otra Calamocha, la que no se mueve ni por el chocolate ni por el baile, estamos gente para todo, decía.
Las abuelas ya se saben, te seguirán hasta el fin de sus días que también serán los tuyos, allí estaba, me lo decía mi padre, la otra Calamocha, la que no se mueve ni por el chocolate ni por el baile, estamos gente para todo, decía.
El
tiempo fue esplendido, acompaño de un modo certero, comenzó con sol, se fue
nublando, corrió el aire frio, llegaron los relámpagos y truenos y comenzó a
llover, en apenas una hora se hizo de noche a las siete de la tarde y todo el
mundo salió corriendo, y nos quedamos allí a la espera de que escampase en la
oficina del Chato el Esquilador, aquel hombre, pegado a un sombrero de paja,
todo nervio, tal vez, el ultimo Enterrador como tal.
Fue él
quien un día te marco en el suelo, en la tierra nuestra, el centro mismo de
Calamocha, allá en el cementerio, el lugar donde están enterrados aquellos que
murieron a causa del cólera, a finales del XIX, hasta que llegara San Roque, un
francés, a echar una mano, y allí junto a ellos enterrados, los autores del
Baile.
Y allí
en la oficina, las crías, tú y yo, quienes recordaran aquella tarde como la
primera vez que entraron a un cementerio y tú les descubriste un montón de
cosas, tan didácticamente contadas, que a día de hoy no me han preguntado nada,
y eso que no paran de hablar de tal acontecimiento.
Todos,
se fueron a escape, me saludas por favor al bueno de Agapito, no pude, fue el
primero en salir corriendo a pesar de su cojera, no pasen pena ninguno, los últimos
serán los primeros. Yo cualquier día, descalzo y con el hábito del nazareno, subiré
a la Madalena, que no a la Cañadilla.
Solo tu, rodeado de media docena de niños y una cincuentena de abuelos puedes a la
puerta del cementerio hablar de muertos, vivos, tierra santa, limbo, moros, hospitales,
soldados, curas, infiernos, rojos, banquetes, putas y lobas, autoridades y
gente sencilla, uniendo frase tras frase, sin que ni una sola duda nos quede en
la cabeza, dormitorios, lupanares, aullidos…para despedirnos con unos versos de
Juan Ramón Jiménez. Y por favor, acomodaros, sentaros entre las tumbas, no tengáis
vergüenza, estáis en vuestra casa, y ellos estarán encantados.
Y la
constatación de que no somos nada, ni siquiera Calamocha pues hay más
calamochinos muertos, que vivos, y allí todos son buenos, buena gente, le decía
aquel secretario del ayuntamiento, a aquella madre desconsolada que no podía
pagar el traslado de su hijo, soldado, allí enterrado, déjelo estar, le
escribió, en Calamocha son muy buena gente, y en concreto en cementerio están
los mejores.
Recuerdos
Termino, ahora sí, a lo igual que empecé, copiando y pegando un párrafo del mismo blog de recuerdos
de Don Ramón Montal, haciendo mías unas letras de uno de sus seres queridos (Jesús Sánchez García):
Bueno,
solo son recuerdos, pero los recuerdos nos hacen eternos mientras están en la
mente de otros, y es mi deseo que perduren en la memoria de todos porque, de
ese modo, se cruzaran y enlazaran espacios y tiempos de unas personas con
otras, por muy lejanos que lleguen a estar físicamente en el espacio y en el
tiempo en que vivieron. Fui creciendo, mi cuerpo y mi mente fueron cambiando,
pero mis recuerdos y los momentos vividos permanecieron, y ahora siguen
vigentes, esa vida la tengo atrapada, me enrriqueció, la disfruté y me sigue
alimentando.
- Fins un altre dia, Sr. Ramon -
le decia al despedirme de vuelta a mi casa.
- Adeu, xiquet, así me trovaras, cara a la
paret. - Me contestaba, sin apartar la vista del pincel ni del
toldo.
Mil gracias
Lunes de Pascua de 2014
Aquí en el enlace, supongo que añadiré más, la reseña de la visita en el Diario de Teruel (No tener en cuenta el movimiento artístico, en el que como pintor ha encuadrado al protagonista)
http://www.diariodeteruel.es/noticia/45768/el-cementerio-de-calamocha-guarda-curiosas-historias
Aquí en el enlace, supongo que añadiré más, la reseña de la visita en el Diario de Teruel (No tener en cuenta el movimiento artístico, en el que como pintor ha encuadrado al protagonista)
http://www.diariodeteruel.es/noticia/45768/el-cementerio-de-calamocha-guarda-curiosas-historias