Decía el Tío Paloma
“enfermar es cosa de ricos”, y lo solía repetir una y otra vez allá en el
Palmar, en la albufera de Valencia, en cuanto se le presentaba la ocasión y
alguien quería oírle, entre barcas y copas, entre el tajo y la cantina, en
realidad era Don Vicente Blasco Ibáñez, quien
hablaba por él en su novela Cañas y Barro.
Razón no le
faltaba, como tampoco a ninguno de nuestros abuelos, quienes decían exactamente
lo mismo, llegando un poco más lejos si cabe, “enfermar es cosa de ricos, lo
mismo que las vacaciones, y no hablemos del retiro. Moriremos, como lo que
somos unos pobres desgraciados, tirando del arado”.
No menos curioso y
cierto resulta el hecho que se recuerda de que el mismísimo Blasco Ibáñez
pasase algún que otro periodo “vacacional” en el Castillejo, allá en Calamocha.
Seguro que a Perico nacido por aquellos años y lugares, le oí alguna vez alguna
historia con Don Vicente de protagonista, sin saberlo.
Tan era así la cosa
para nuestros abuelos al respecto de enfermedades y fiestas, que en concreto
uno de ellos no alcanzo a vivir ninguna de tales circunstancias propias de los
ricos.
Así, jamás se fue
de vacaciones, nunca se retiro y tan apenas enfermo que se murió sin haber
puesto un pie en un hospital, ni haber visto, prácticamente, a medico alguno en
su vida. Murió de viejo con tan solo setenta años y en su cama, la misma donde
nací yo.
Don Angel, el
médico de aquellos bonitos años, aparcaría el vespino rojo en la puerta de casa,
subiría a la habitación y tranquilamente, ante todos, diría, “Es el final. Aquí en casa será
cosa de un mes, si subimos a Teruel, en cuatro semanas te bajaran, te daré algo
para que lo lleves mejor y adelante, por mi, para estas cosas, como en casa en
ningún lado. Tu dirás”.
No con menos tranquilidad mi abuelo efectivamente, hablando por todos, diría:
“Así es la cosa, un día es un día y una paliza es un rato, si me dieras una
copa de anís y tres cigarros al día, lo llevaría mejor, diles también que no se
pasen con las comidas, no tengo gana ya lo saben, y ya no necesito trabajar. Que le vaya todo bien. Donde se está bien,
buen rato, aquí nos quedamos. Gracias por venir”. Mi abuelo, con buen tino,
espero al cumpleaños de mi abuela, la felicito, y marcho por fin de vacaciones,
al cielo. Dando la razón así a quienes piensan que finalmente podemos, unos pocos, elegir el momento de nuestra propia muerte, una vez que lo damos todo por hecho.
Y así y todo
llegamos a la fotografía, con mis abuelos, el Auge y la Xaltación junto al Tío
Cachurro y la Tía Matea, allá por el año 80, en algún lugar en el cual no nos
ponemos de acuerdo.
Creo no equivocarme,
que a pesar de todo la foto está tomada en color, al menos en el color que
dominó sus vidas, donde todo fue mayormente o blanco o negro.
No hemos logrado
reconocer a nadie más, estaba el tío no se quien y la tía no se qué, que eran matrimonio, pero como
tenían un hijo por allí, aquel día se habían ido a verlo y no salieron en la
foto, donde media comarca, o media provincia de Teruel posa junto a los guías.
Creía tener un pequeño tesoro con todos abuelos de su quinta calamochina, pero
me temo no sea así.
Alicante, Benidorm,
Elche, Javea allí creo finalmente que fue el lugar donde pasaron aquellas
vacaciones, para muchos tanto las primeras como las ultimas. La playa, el mar más bien, castillos, iglesias, museos y la gran decepción que fue para mi abuelo la
visita al Huerto del Cura en Elche, aquella mañana creyó que iba a disfrutar de
la huerta valenciana en todo su esplendor y lo llevaron a ver flores y arboles
que ni las ovejas ni las cabras se comerían. Para semejante viaje, no hacía
falta alforjas.
De los Años de la
Cazalla. Enfermedades y vacaciones. Cosas de ricos.
Recuerdo de Javea |
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