sábado, 1 de febrero de 2014

EL VERGEL


Juan Ramón Jiménez
Capítulo 77
EL VERGEL

Como hemos venido a la Capital, he querido que Platero vea El Vergel... Llegamos despacito, verja abajo, en la grata sombra de las acacias y de los plátanos, que están cargados todavía de fruta. El paso de Platero resuena en las grandes losas que abrillanta el riego, azules de cielo a techos y a techos blancas de flor caída que, con el agua, exhala un vago aroma dulce y fino.

¡Qué frescura y qué olor salen del jardín, que empapa también el agua, por la sucesión de claros de yedra goteante de la verja! Dentro, juegan los niños. Y entre su oleada blanca, pasa, chillón y tintineador, el cochecillo del paseo, con sus banderitas moradas y su toldillo verde; el barco del avellanero, todo engalanado de granate y oro, con las jarcias ensartadas de cacahuetes y su chimenea humeante; la niña de los globos, con su gigantesco racimo volador, azul, verde y rojo; el barquillero, rendido bajo su lata roja... En el cielo, por la masa de verdor tocado ya del mal del otoño, donde el ciprés y la palmera perduran, mejor vistos, la luna amarillenta se va encendiendo, entre nubecillas rosas...

Ya en la puerta, y cuando voy a entrar en el vergel, me dice el hombre de uniforme azul que lo guarda con su caña amarilla y su gran reloj de plata:

- Er burro no puéntra, zeñó.

- ¿El burro? ¿Qué burro? - le digo yo, mirando más allá de Platero, olvidado, naturalmente, de su forma animal...

El guardia, creyendo que estaba un poco loco, le dijo con cierta impaciencia:

- ¡ Qué burro ha de zé, zeñó; qué burro ha de zéee... !

Entonces, ya en la realidad, como Platero «no puede entrar» por ser burro, yo, por ser hombre, no quiero entrar, y me voy de nuevo con él, verja arriba, acariciándole y hablándole de otra cosa, temiendo que se hubiese enterado de todo...




MISA DE DOCE

Tal suerte de aventura, bien podría habernos sucedido a nosotros mismos, si aquel lejano domingo  de mayo  en lugar de haber cogido el camino del Gazapón hacia el Riachuelo, de cara a sembrar la que luego fue la última cosecha de patatas que entro en casa, hubiésemos tirado Balsa abajo, siguiendo el camino de la iglesia, decididos a hacer algo tan extraordinario, en aquellos  años, como era guardar fiesta un domingo. Nuestros padres, todo sea dicho, trabajaban fuera de casa hasta el sábado al medio día, y el resto de lo que hoy es fin de semana, se les iba entre campos y animales pasando calamidades, por mal de hacer alguna perra.

Mosén Feliciano, sonriente, de vuelta de oficiar en las Monjas y con el Heraldo de Aragón bajo el brazo, camino de la sacristía, habría salido al paso de tan variopinta representación rabalera, y en las gradas dado el alto y dicho con autoridad y voz suave: “la caballería no puede entrar”.

 Al pronto Perico en cabeza de todos, se habría parado en seco, vuelto hacia nosotros y dicho: Esta sí que va a ser gorda, me habréis de perdonar unos y otros, pues sé que nos está hablando, pero de tan pocas veces como vengo por aquí, no atino a comprender, lo que tan buen hombre nos quiere decir”. Mi padre tomaría la palabra, para sacarlo del apuro, pues vistiendo sotana un par de veces al año, si quiera el hábito de Nazareno por Semana Santa, habría comprendido de pe a pa lo que el ensotanado cura nos decía. “Gargallo, va por ti, ¿a quién se le ocurre venir a misa con peducos y albarcas? Mira que eres desustanciado, así pasen cien años, que seguiremos en las mismas. Debías de haberte mudao”. A este le hubiera cambiado el color a blanco pálido, al saberse culpable de haber nacido pobre, y a escape mirándose los pies y sonriendo habría dicho “Por eso no va a quedar, me las quito y entro descalzo si es menester, como vine al mundo, es más, hasta muchos años después, que yo sepa, no recuerdo otra cosa que ir descalzo, y ande tendré yo los zapatos, vete tú a saber”. Y haciendo ademan de descalzarse bien se podría haber oído: “Quieto parao, mecagüen el tío el copón, San Pedro era pescador y calzaba albarcas” finalmente el juicio del ingeniero llegaba para poner orden, adivinando el Tío Jesús la realidad de las cosas, “Lo que nos está diciendo el amigo Mosén es que el animal no puede entrar a misa”.

Perico, entendiendo la situación, y con todo el saber y educación del mundo, habría dicho: “¿El animal?, ¿qué animal?, persona más noble, honrada y trabajadora no he visto en toda mi vida, Dios me deje ciego ahora mismo si a la verdad falto, mecagüen el turrón, ¿animal?, no veo ningún animal, con tal de que no habla la criatura, que por lo demás, lo mismo que nosotros, que no sabemos hacer otra cosa que callar y trabajar, y hacer lo que nos mandan, ni aun guardar fiesta sabemos. Andar muchichos, agarrar del tiro a Platero, no lo vaya a sentir, que es también muy sentido el hombre, y tirar para el rio las Monjas todos, andar que no se entere, que no nos dejan pasar, porque no lo ven como a nosotros. No pasamos ninguno y aquí no ha pasado nada”.

Y todos asentiríamos  y seguiríamos a Perico y Platero camino del rio las Monjas.

LA FOTO

Retrato. La Familia en el Riachuelo sembrando patatas. Años 80. Calamocha.

A menudo la recordamos, quizás como uno de los momentos más bonitos de aquellos, años, estamos todos, no falta nadie, y uno que estaba tras la cámara piensa que jamás hará ningún retrato ni tan bonito, ni tan entrañable, ni tan humano, como aquel.

PLATERO Y YO

El origen de toda la  historia...

Llegó a casa esta Navidad derrotada por el peso de los libros, a su edad, no recuerdo haber leído otra cosa que no fuesen tebeos. Ahora leen libros, uno cada dos semanas, alternando, en este caso, el valenciano con el español.

He de leer éste y enseño el típico libro de hoy, formato bolsillo, con muchos colores, sus 80 páginas, letra gorda y con dibujos, y que da lo mismo en que este escrito, porque no hay dios que los entienda, ni tan apenas guste, ni aun a ellos mismo, brujas, misterio, terror, son sus temas, de ahí no salimos. Su lectura consiste en adivinar todo un despropósito que te deja boca abierto. ¿Qué ha sido de los clásicos para niños?

(Literatura infantil d'avui. Definició:Esbrinar tot un desgavell que te deixa bocabadat)

Y luego he de leer este, es enorme, pesa un montón, casi doscientas de páginas, lo menos cien capítulos,… con tan pocos días de vacaciones no podre.

Tratando de animarle y lleno de orgullo le dije, si te han dejado ese libro es porque saben que te lo puedes leer. Que va, me dijo, todos nos hemos ido a casa con uno igual, llegaron un montón de cajas la semana pasada, los etiquetaron y nos los han dado para esta Navidad, si lo rompemos o perdemos tendremos que pagarlo, aunque nosotros como tenemos uno igual da lo mismo. “Habian lo mismo cen Plateros”.

Caray, pensé, menudo esfuerzo por parte del colegio, para que luego los pongamos a caer de un burro, que detallazo, menudo regalo aunque sea temporal, y no se den cuenta.

Unos días después, arrinconado en la mochila el libro de bolsillo, “papa no entiendo res, vaig llegir la primera pagina y lo dejo, la meua germana diu lo mateix, ya te lo leerás tu”. Pues solo faltaba eso, así que le iba a soltar el sermón oportuno, hay que estudiar, hay que leer, hay que trabajar, cuando me di cuenta que el marca páginas en Platero  estaba casi a la mitad, ¿tú te has leído todo esto?, ¿cuida con lo que dices que te lo voy a preguntar?

Asombroso, en torno a Platero era ya poco menos que catedrática, nos contagio de tal modo que pasamos los tres a leer capitulo tras capitulo, el libro entero. Todo el mundo debería leerlo, si quiera una versión para niños como esta, repetíamos párrafos enteros y la pequeña historia El Vergel, la leímos una y otra vez, Er burro no  pue entra, ¿el burro?, ¿qué burro?, yo no veo ningún burro. Que burro va a ser zeño, pues eze.

Papa, al final Platero muere, he leído ya el último capítulo. Eso es tristísimo, pobre Juan Ramón.

Leímos Platero y yo para niños de Ediciones Edebé, edición de Rosa Navarro Durán y dibujos de Francesc Rovira. El capítulo transcrito copiado, retocado y pegado, es una versión más de las muchas que se pueden leer, y oír en la red, no el leído en si.

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