Juan Ramón Jiménez
Capítulo 77
EL VERGEL
Como hemos venido a la Capital, he querido que
Platero vea El Vergel... Llegamos despacito, verja abajo, en la grata sombra de
las acacias y de los plátanos, que están cargados todavía de fruta. El paso de
Platero resuena en las grandes losas que abrillanta el riego, azules de cielo a
techos y a techos blancas de flor caída que, con el agua, exhala un vago aroma
dulce y fino.
¡Qué frescura y qué olor salen del jardín, que
empapa también el agua, por la sucesión de claros de yedra goteante de la verja!
Dentro, juegan los niños. Y entre su oleada blanca, pasa, chillón y
tintineador, el cochecillo del paseo, con sus banderitas moradas y su toldillo
verde; el barco del avellanero, todo engalanado de granate y oro, con las
jarcias ensartadas de cacahuetes y su chimenea humeante; la niña de los globos,
con su gigantesco racimo volador, azul, verde y rojo; el barquillero, rendido
bajo su lata roja... En el cielo, por la masa de verdor tocado ya del mal del otoño,
donde el ciprés y la palmera perduran, mejor vistos, la luna amarillenta se va
encendiendo, entre nubecillas rosas...
Ya en la puerta, y cuando voy a entrar en el vergel,
me dice el hombre de uniforme azul que lo guarda con su caña amarilla y su gran
reloj de plata:
- Er burro no puéntra, zeñó.
- ¿El burro? ¿Qué burro? - le digo yo, mirando más
allá de Platero, olvidado, naturalmente, de su forma animal...
El guardia, creyendo que estaba un poco loco, le
dijo con cierta impaciencia:
- ¡ Qué burro ha de zé, zeñó; qué burro ha de
zéee... !
Entonces, ya en la realidad, como Platero «no puede
entrar» por ser burro, yo, por ser hombre, no quiero entrar, y me voy de nuevo
con él, verja arriba, acariciándole y hablándole de otra cosa, temiendo que se
hubiese enterado de todo...
MISA
DE DOCE
Tal suerte de
aventura, bien podría habernos sucedido a nosotros mismos, si aquel lejano domingo
de mayo
en lugar de haber cogido el camino del Gazapón hacia el Riachuelo, de
cara a sembrar la que luego fue la última cosecha de patatas que entro en casa,
hubiésemos tirado Balsa abajo, siguiendo el camino de la iglesia, decididos a
hacer algo tan extraordinario, en aquellos
años, como era guardar fiesta un domingo. Nuestros padres, todo sea
dicho, trabajaban fuera de casa hasta el sábado al medio día, y el resto de lo
que hoy es fin de semana, se les iba entre campos y animales pasando
calamidades, por mal de hacer alguna perra.
Mosén Feliciano,
sonriente, de vuelta de oficiar en las Monjas y con el Heraldo de Aragón bajo el
brazo, camino de la sacristía, habría salido al paso de tan variopinta
representación rabalera, y en las gradas dado el alto y dicho con autoridad y
voz suave: “la caballería no puede entrar”.
Al pronto Perico en cabeza de todos, se habría
parado en seco, vuelto hacia nosotros y dicho: “Esta sí que va a ser gorda, me
habréis de perdonar unos y otros, pues sé que nos está hablando, pero de tan
pocas veces como vengo por aquí, no atino a comprender, lo que tan buen hombre nos
quiere decir”. Mi padre tomaría la palabra, para sacarlo del apuro, pues
vistiendo sotana un par de veces al año, si quiera el hábito de Nazareno por
Semana Santa, habría comprendido de pe a pa lo que el ensotanado cura nos
decía. “Gargallo, va por ti, ¿a quién se le ocurre venir a misa con peducos y albarcas?
Mira que eres desustanciado, así pasen cien años, que seguiremos en las mismas.
Debías de haberte mudao”. A este le hubiera cambiado el color a blanco pálido,
al saberse culpable de haber nacido pobre, y a escape mirándose los pies y
sonriendo habría dicho “Por eso no va a quedar, me las quito y entro descalzo
si es menester, como vine al mundo, es más, hasta muchos años después, que yo
sepa, no recuerdo otra cosa que ir descalzo, y ande tendré yo los zapatos, vete
tú a saber”. Y haciendo ademan de descalzarse bien se podría haber oído: “Quieto
parao, mecagüen el tío el copón, San Pedro era pescador y calzaba albarcas”
finalmente el juicio del ingeniero llegaba para poner orden, adivinando el Tío
Jesús la realidad de las cosas, “Lo que nos está diciendo el amigo Mosén es que
el animal no puede entrar a misa”.
Perico, entendiendo
la situación, y con todo el saber y educación del mundo, habría dicho: “¿El
animal?, ¿qué animal?, persona más noble, honrada y trabajadora no he visto en
toda mi vida, Dios me deje ciego ahora mismo si a la verdad falto, mecagüen el
turrón, ¿animal?, no veo ningún animal, con tal de que no habla la criatura, que
por lo demás, lo mismo que nosotros, que no sabemos hacer otra cosa que callar
y trabajar, y hacer lo que nos mandan, ni aun guardar fiesta sabemos. Andar
muchichos, agarrar del tiro a Platero, no lo vaya a sentir, que es también muy
sentido el hombre, y tirar para el rio las Monjas todos, andar que no se
entere, que no nos dejan pasar, porque no lo ven como a nosotros. No pasamos
ninguno y aquí no ha pasado nada”.
Y todos
asentiríamos y seguiríamos a Perico y
Platero camino del rio las Monjas.
LA
FOTO
Retrato.
La Familia en el Riachuelo sembrando patatas. Años 80. Calamocha.
A
menudo la recordamos, quizás como uno de los momentos más bonitos de aquellos,
años, estamos todos, no falta nadie, y uno que estaba tras la cámara piensa que
jamás hará ningún retrato ni tan bonito, ni tan entrañable, ni tan humano, como
aquel.
PLATERO
Y YO
El origen de toda la historia...
Llegó a casa esta Navidad derrotada por el peso de los libros, a su edad, no recuerdo haber leído otra cosa que no fuesen tebeos. Ahora leen libros, uno cada dos semanas, alternando, en este caso, el valenciano con el español.
Llegó a casa esta Navidad derrotada por el peso de los libros, a su edad, no recuerdo haber leído otra cosa que no fuesen tebeos. Ahora leen libros, uno cada dos semanas, alternando, en este caso, el valenciano con el español.
He
de leer éste y enseño el típico libro de hoy, formato bolsillo, con muchos
colores, sus 80 páginas, letra gorda y con dibujos, y que da lo mismo en que
este escrito, porque no hay dios que los entienda, ni tan apenas guste, ni aun
a ellos mismo, brujas, misterio, terror, son sus temas, de ahí no salimos. Su
lectura consiste en adivinar todo un despropósito que te deja boca abierto. ¿Qué
ha sido de los clásicos para niños?
(Literatura
infantil d'avui. Definició:Esbrinar tot un desgavell que te deixa bocabadat)
Y
luego he de leer este, es enorme, pesa un montón, casi doscientas de páginas,
lo menos cien capítulos,… con tan pocos días de vacaciones no podre.
Tratando
de animarle y lleno de orgullo le dije, si te han dejado ese libro es porque
saben que te lo puedes leer. Que va, me dijo, todos nos hemos ido a casa con
uno igual, llegaron un montón de cajas la semana pasada, los etiquetaron y nos
los han dado para esta Navidad, si lo rompemos o perdemos tendremos que
pagarlo, aunque nosotros como tenemos uno igual da lo mismo. “Habian lo mismo
cen Plateros”.
Caray,
pensé, menudo esfuerzo por parte del colegio, para que luego los pongamos a
caer de un burro, que detallazo, menudo regalo aunque sea temporal, y no se den
cuenta.
Unos
días después, arrinconado en la mochila el libro de bolsillo, “papa no entiendo
res, vaig llegir la primera pagina y lo dejo, la meua germana diu lo mateix, ya
te lo leerás tu”. Pues solo faltaba eso, así que le iba a soltar el sermón
oportuno, hay que estudiar, hay que leer, hay que trabajar, cuando me di cuenta
que el marca páginas en Platero estaba
casi a la mitad, ¿tú te has leído todo esto?, ¿cuida con lo que dices que te lo
voy a preguntar?
Asombroso,
en torno a Platero era ya poco menos que catedrática, nos contagio de tal modo
que pasamos los tres a leer capitulo tras capitulo, el libro entero. Todo el
mundo debería leerlo, si quiera una versión para niños como esta, repetíamos
párrafos enteros y la pequeña historia El Vergel, la leímos una y otra vez, Er
burro no pue entra, ¿el burro?, ¿qué
burro?, yo no veo ningún burro. Que burro va a ser zeño, pues eze.
Papa,
al final Platero muere, he leído ya el último capítulo. Eso es tristísimo,
pobre Juan Ramón.
Leímos
Platero y yo para niños de Ediciones Edebé, edición de Rosa Navarro Durán y
dibujos de Francesc Rovira. El capítulo transcrito copiado, retocado y pegado,
es una versión más de las muchas que se pueden leer, y oír en la red, no el
leído en si.
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