De fuera vendrán, y ¡vinieron de Madrid!, ¿de dónde iba a ser si no? Nada ha cambiado desde la noche de los tiempos. Mandados esta vez por don Manuel Fulgencio Ramírez de Arellano y Burgos, con un nombre así, y desde la villa y corte, bien nos podíamos dar por “perdidos” Desde allí todo es más fácil, ¡además era el VI Conde de Murillo! y para rematar Grande de España. Persona querida en su casa a quien veremos todo lo suyo le parecía poco. Poseía numerosas propiedades por toda España y aun así vendría a robarle lo suyo a la familia de nuestro pariente el pobre Bernardo Bordas y sus hijos, así como a su hermano Pedro, vecinos indefensos, ante la ley, de Luco de Jiloca, la cual siempre, en ello tampoco hay nada nuevo, dio la razón al poderoso caballero. Y llegó para arrebatarles, una mina de oro descubierta tras deslomarse de sol a sol, entre el hielo, la nieve, el cierzo y la calorina agostera por los vecinos de Luco años antes en el término de la Serratilla de Calamocha. Mas allá de la Cirujeda, pasada la Nava. Aún hoy no tiene pierde se llega a escape.
La
concesión minera del Conde databa de siglos atrás e incluía todas las
explotaciones que pudieran encontrarse en la villa de Molina de Aragón y “ocho
leguas” más allá. Defendiendo ante los tribunales que su merced se extendía a
partir de los mojones del Señorío y no desde la misma Molina. De esta sutil manera el oro de Calamocha quedaba dentro del
privilegio del que gozaba el Grande. Interpretación que hasta aquellos días
ningún tribunal había aceptado.
Al
norte del rio Jiloca el pobre Bernardo, esforzado trabajador, desde el lugar de
Luco había sido el más listo y temeroso de los nuevos tiempos, registrado
primero en Calamocha su mina de oro recién descubierta, (algo que jamás había
hecho nadie en nuestras tierras, en las cuales se buscaba oro sin parar y si se
encontraba se extraía sin más, sin necesidad de registro), para tenerlo todo
atado y bien atado. Luego la registró en Madrid. Además, la Real Casa de la
Moneda avaló el primer oro enviado. Podía extraerlo, y darse con un canto en
los dientes siendo tan solo la tercera parte de lo encontrado para la Hacienda Real,
hoy seria cuarto y mitad más. Todo
parece indicar que el bueno e inocente de Bernardo, llevado por su buena fe, al
registrar la mina de oro en la villa y corte madrileña destapó la caja de los
truenos al llegar la noticia a los tan limpios como avariciosos oídos del
Conde, a quien le faltó tiempo para entre bailes de alto copete, audiencias en
palacio y misas en las que asegurarse el cielo, ponerle un pleito aceptado por
la Junta de Minas. Después mando a sus hombres.
Desde
Molina de Aragón, bajo las órdenes del Conde, el señorito ni se manchará las
manos ni jamás pondrá un pie en nuestra acogedora tierra, un tal Narciso
Urtiuri Navarro, a quien el cielo ni fu ni fa, (siempre hubo gente para todo), fue el
encargado de la extorsión, llamemos a las cosas por su nombre, en defensa de
los áureos intereses del Conde, contratando para el trabajo sucio a su paisano
Pedro de Iparraguerri, vecino de San Martín del Río cuyo solo apellido
originario de tierras extrañas de más allá de las lindes del rio Ebro ya
infundía terror.
Supongo
que en este punto de la lectura se habrá despertado la curiosidad en mi querido
lector en torno a como discurrió la disputa y como acabo. Pues bien, para saber
más de los hechos y conocer el final recomiendo, (sobre todo a los más jóvenes),
hacerse socio del Centro de Estudios del Jiloca y leer a don Emilio Benedicto quien
en la revista Xiloca, Número 52, salida a luz la pasada feria dará
respuesta a todas las incógnitas. Escribe Don Emilio, un maravilloso artículo,
tan riguroso como ameno. Lo mejor sin duda que he leído en años. Y de paso nos
recuerda algo que hoy nos cuesta creer y nos parece del todo imposible: como
siglos atrás Calamocha fue una villa minera. (En cualquier caso, querido
lector, no le voy a engañar, vuelva a leer lo escrito y sustituya la palabra
oro por cobre).
Publicado en El Comarcal del Jiloca 5 diciembre de 2024
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