viernes, 17 de noviembre de 2023

Ara ja som la millor terra del món.

 

El día

Lo dicho, hoy acabando octubre las calles se llenan de almas como si de un chupinazo de gente menuda se tratase celebrando Halloween al tiempo que bien podríamos festejar de nuevo San Roque en noviembre. Me envía don Fernando Herrero una fotografía con lo que aun da su dominguero hortal, libre de plástico, al raso, abanderado del ecologismo. Resulta que da lo mismo que en agosto, empezando por tomates.

Si esto es normal, que se asome el Santo Cristo al rabal y lo diga, otro en quien confiar no hay. Hay pimientos, zanahorias, calabazas, porros, hasta algún nabo de los de antaño, cuando eran considerados comida de pobres, ¡si hasta hay berenjenas! La mare que va això ja és massa Así que de forraje, habrá barbaridad entre acelgas y borrajas amen de coles y cardos. Ese sueño de nuestros abuelos sabedores de que no hay tierra ni agua como la que va de Monreal a Calamocha la cual se hacía merecedora del clima del Reino de Valencia, alcanzaremos a verlo hecho realidad antes de joparnos de un cielo a otro. ¡Comer fritada en todos los santos después de vendimiar! ¿qué más se puede pedir? ¿caracoles, setas tal vez? En realidad, nada. Ni que decir tiene que aún no ha cascao el primer hielo, ni falta que hace. No cale darle más vueltas, tras el juicio final Adán y Eva despertaran y reconocerán en el Jiloca su paraíso. El cielo en la tierra.



La noche

Cuando llegamos veo rodar las capitanas de un lado a otro frente a los Tollos, anunciando la entrada del invierno. La carretera de Navarrete, moribunda ruta del silencio caerá en las prisas, perderá su encanto a ojos de los ya folasteros como yo. Frio en su cementerio, eterna su humedad. De vuelta de la roja tierra de sus tumbas encarar su salida es vislumbrar tras su puerta el baldío terraplén de un tren sin parada con su incorrupto puente a los infiernos. Aquí no va a quedar nadie. Te hace dudar si salir o quedarte, pero dicen que mientras hay vida hay esperanza. Huyes, el que come escapa y el hambre aprieta.

Ha empezado el invierno, no se habla de otra cosa, el aire es frio y los días de fiesta nos incomoda. Los testigos de Jehová a la entrada del cementerio invitan a leer la biblia. Van y vienen coches, no muchos, al fin y al cabo, es miércoles. Caras conocidas entre los que aun pisamos este mundo, pero muchas más entre las tumbas, donde todas deberían lucir una fotografía. Brotan nuevas lápidas sin cesar sobre la fértil tierra calamochina, se ocupan sin descanso uno tras otro los nichos y donde antes solo veías un hueco ahora ves el frio mármol de la lápida donde paras, lees, sientes pesar y por fin te derrumbas, no puedes huir. Forman parte, son ya, tierra calamochina esa que tanto amamos.

Me detengo una vez más en vano frente al panteón donde reposa don Adolfo Beltrán Ibáñez, (avergonzado le miento a Pilar Esteban cuando me sorprende y le digo que estoy tomando una foto para el próximo Comarcal) como de costumbre no logro sonsacarle ni una sola palabra al difunto en torno a su amigo Blasco Ibáñez. Pero algún día acabare de leer su obra y triunfante volveré, solo espero vivir lo bastante. Le oigo reírse al muerto al alejarme. Nos estamos acercando pienso, ya casi los tenemos.     

Todo transcurre rápidamente, no adolece el día para ir de un sitio a otro, comemos en el Arguiñano, sinónimo de cariño, hemos fijado la hora de vuelta a las cuatro de la tarde, queremos llegar de día al calor de Castellón donde aún dormimos con la ventana abierta, hoy por fin la cerraremos. Le llevo el dinero y los resguardos de la lotería de San Roque que vendí a Juan Miguel y me da un par de tomates y algo de borraja para mi madre, ¡y eso que no tiene huerto!

 

Publicado en El Comarcal del Jiloca Noviembre 2023

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