martes, 25 de septiembre de 2012

Torrijo del Campo en Versos 1918


 

Por pasarme tan deprisa

para atrás me retrocedo

saludo a la Militara
 
y a Benigno el “Centimero”.
 

Ahora paso a la esquina

porque me viene a la mano,

me encuentro con María

y con Vicente Ninano.
 

Y me paso a la otra casa

sin correr, pero deprisa,

y me encuentro con el Lesmes,

y su mujer que es la Rita.
 

Los que habitan esta casa

no lo puedo yo decir,

me parece que la habitan

la Militara y Perrin.
 

Por aquí las demás casas

que forman nidos y hogares

yo ya no las conozco,

que entonces eran solares.
 

Aquí tenemos las casa

que hoy habita Gabrielico

la construyeron sus padres

Manuela y Pascual Majito.
 

Esta es la Paca la Antera

la que tenemos aquí,

están formando su hogar

con su marido Agustín.
 

Y me estoy dando cuenta

que la Rambla va en remate

al amigo Antonio Julve

lo tenemos por delante.
 

Este es viudo y se prepara

de nuevas para casarse,

Francisca la Pucherera

la ha convidad a su enlace.
 

Aquí tenemos la casa

con su puerta cara el cierzo

que la habita la Rincona,

y su marido el Eusebio.
 

A continuación hay otra

que también sana se cria

habitada por Andrés

y su mujer la María.
 

Ahora suelo encontrarme

por la mitad del Calvario

y en esta casa me encuentro

con la Teresa y el “Cacho”.
 

Desde casa de Vicente,

cerca tengo el paradero

me encuentro con la Isabel

y Manuel “EL Mosquitero”.
 

Por aquí encuentro una casa

que os lo voy a explicar,

la mujer, es la Vicenta

el hombre, el tío “Militar”.
 

Aquí veo un matrimonio

que tuvo poco que hacer.

se trata de una Melusa

casada con un Garcés.
 

Y siguiendo mi camino

en esta casa me meto,

solo puedo saludar

a la Antonia de Morito.
 

En esta casa que estoy,

de golpe nos encontramos

a saludar a Perpetua

y a su marido el Mariano.
 

Me vuelvo otra vez “pa” tras,

que la cosa ya está clara,

en esta me encuentro

con el Cosme y la Nicolasa.
 

Y ahora vamos a ver

en esta casa vecina

encontramos al gallo

y su esposa Marcelina.
 

Y marchando muy deprisa

en esta casa me paro

para poder saludar

a la Mónica y al Manco.
 

En esta casa que entramos

es la que nos interesa,

vive Isidro “El Pájarico”

y su mujer la Teresa.
 

A Gregorio Carrascuevas,

en esta casa le encuentro,

además de estar muy solo

parece que está contento.
 

Iba y venía constantemente en aquel dos caballos furgoneta de color claro, color crema, en cuyas puertas se podía leer en letras de varios colores, entre otra cosas: Herminio Mateo, Fontanería, Torrijo del Campo. Mi abuela conocía el coche, auto decían los mayores, por el ruido que hacia al llegar y aparcar, por la chapa de la puerta al cerrarse, y ella, se asomaba a la ventana para comprobar que no se equivocaba y emocionada comentaba con cierto orgullo, “ya está aquí el sobrino Herminio, a ver que se cuenta”.

Y charraban, y charraban y charraban, se les hacían las tantas, nunca había prisa, por estas mismas fechas, llegado octubre solía bajar al Barrio azafrán para esbrinar o mandarnos algún conocido de Torrijo o de Caminreal, “llévale a mi tía Rosa, yo este año no tengo, ella ya lo sabe, dale recuerdos”… hablaban de la salud, de la familia de Torrijo, de las pocas novedades que el tiempo traía y de las cosas de Francia, de los recuerdos en suma, de las jotas, de aquella noche de baile ya de antes de la guerra, de la bajada luego de mis abuelos a Calamocha en busca de faena, de la Quinta del Biberón, y la toma de Barcelona, y del Secretario, de quien aun no siendo familia directa, el fontanero sentía verdadera admiración, admiración reciproca…

Hablaba pausado, con voz fuerte y rota por el tabaco, en aquellos años roncos en los que el fumar era como el comer, algo necesario por su normalidad, tonto el que fumaba pero nada más, tono perfecto y claro, voz tal vez jotera en su juventud, de festejador en Calamocha, todas fiestas allí en casa, era alto, muy alto, era Mateo, buen mozo, y mi abuela en él creía ver a su hermano, el cachondo de Blas, a pesar de que este viviese en Francia.

Herminio, inquieto, escribía a la familia, llamaba por teléfono, contaba historias, traía recuerdos, de todos, parecía fascinado por los años vividos y por lo que estuviese por venir, … preguntaba, escuchaba y contaba, trataba de dar respuesta a todo, conocerlo todo y contarlo, y todos escuchábamos en silencio, como si un día nosotros tuviésemos que contar sus historias.

Así que fue Herminio quien un día se presento por casa con un papel que decía Torrijo del Campo en versos, 1918, y del cual no hay autor pues no está firmado, quien lo fotocopio lo corto, no le dio importancia, no trae autor pero si protagonistas y muchos. Herminio que más o menos vería la luz en Torrijo unos años después de lo escrito lo leía al tiempo que mi abuela asentía, y a cada nombre un alto, un recuerdo,…

Herminio jugaba con ventaja, que ya lo conocía, y mi abuela que por aquel entonces de 1918 tenía unos diez años, recordaba para que su sobrino se volviese a casa con un puñado más de cosas que contar a propósito del pequeño tesoro escrito.

Nuestros abuelos no sabían leer, poco o nada, que es lo mismo, así que durante un tiempo el papel estuvo a mano y cada tanto mi abuela nos pedía que se lo leyésemos, asentía, nos interrumpía y nos hablaba de los personajes Para alguien que tan solo sabia escribir su nombre, escuchar a sus nietos leer, debía resultar maravilloso, un pequeño triunfo suyo, señal de que en la vida que les había tocado vivir, lo habían hecho bien, “ahí que pone” solía decirnos…. Una tarde entre al cuarto y era Doña Pilar la maestra, la vecina, de quien a veces no se sabía muy bien donde vivía si en su casa o en la nuestra, la que lo estaba leyendo en voz alta, y mi abuela concluyo con seriedad: “Guarda la hoja por ahí, no la pierdas, Herminio sabe dar traslao de todos, pero ya ahora mismo, si la verdad quiere que le diga, no recuerdo a nadie, de Torrijo serán, pero de eso hace muchismos años”

Otros días Herminio llegaba con alguna carta, con alguna foto, había hablado con alguien, tenía algo que contar… Nos dejo hace unos años, no muchos, pero ya empiezan a parecer una eternidad, por estas mismas fechas en las que los campos se vestían de morado, del color oro del azafrán.

De los Años de la Cazalla. La Tía y el Sobrino.
 

 

 

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