viernes, 4 de diciembre de 2020

Entre el frio y la soledad

Dicen en el pueblo, da lo mismo en cual que a uno y otro lado del país surcado por el Jiloca se oye por estas fechas la misma cantilena: “En los inviernos de hoy no hace el frio de antes”, de modo que ya no es menester asomarse a la calle antes de echarse al catre y mirar al cielo pues ya no caen aquellos hielos que lo dejaban todo pardina. Uno puede dormir tranquilo, demasiado incluso. En el caso concreto de Calamocha todo parece indicar que jamás se helara el Santo Cristo. En cambio, a falta de frio la soledad revestida de tristeza lo envuelve todo.

Si se pudiera medir dicha soledad más allá del típico ¿cuántos quedáis en el pueblo en invierno? Esta marcaría un nuevo y triste récord cada año. Del calor y el bullicio del verano a la nada. La vida y la muerte propia y de nuestra tierra en un abrir y cerrar de ojos.

Sin embargo, si a uno le dan a elegir entre el frio de cuando en Calamocha había tan sólo dos estaciones, la de tren y la del invierno y en la mayoría de los pueblos solo esta última, entre el frio o la soledad, ¿qué elegir? Días llevo tratando de contestar y no lo tengo claro. Culpa en parte de Sara Beltrán quien desde Radio Calamocha me recomendó la lectura de las brillantes páginas escritas por David Izquierdo Marin con Ojos Negros como protagonista de fondo. Ha sido llegar el fresco acordarme de sus libros y leerlos uno tras otro, un total de tres.




Los días y el halcón, Los radios de la bicicleta y En un palmo de tierra, conforman por orden de lectura la trilogía. Si el maestro Jon Lauko decía que para una novela con ciento y pico páginas era suficiente aquí tenemos tres sobrados ejemplos, no es necesario escribir más, aunque nos sepan a poco, además nosotros los de pueblo jugamos con ventaja pues todo cuanto leemos de un modo u otro lo hemos vivido y lo estamos sufriendo. El vendaval de recuerdos y escalofríos que nos va a producir te hace volver una y otra vez a lo escrito y a lo vivido. Suficiente.

El azar esta vez me llevo a leer siguiendo el orden concebido por el autor y fue un momento mágico cuando leí de tirón la primera parte de la trilogía, Los días y el halcón, en realidad el final de esta. En ella Alejandro ya anciano y Sebastián joven, viven la soledad de un pueblo resignado a morir. Páginas realmente magnificas de un sobrecogedor relato lleno de frio, de soledad, de tristeza, de la realidad de eso que se ha dado en mal llamar la España Vaciada, de un pueblo que muere, mientras sus piedras quedarán ahí y sus puertas cerradas darán paso a casas hundidas llenas de recuerdos olvidados, lugar donde hasta el cementerio parece vacío.

Los radios de la bicicleta nos llevaran al calor de un pueblo lleno de vida, a la infancia de Alejandro, a su amigo Cosme, al descubrimiento de la muerte y la emigración. Al nacimiento de su vocación como maestro a la guía de un abuelo inquieto, un granero mágico y al vuelo del halcón, guardián de la vida y los recuerdos. En apariencia siempre es el mismo y desde el cielo se convierte en testigo de cuanto acontece, como un dios que ya no ampara tal y como cantó Labordeta nos recuerda que pudiendo volar a cualquier parte ha elegido quedarse.

En un palmo de tierra se halla todo nuestro universo, una gran novela, historia de amor incluida, en unas pocas páginas. Alejandro ya adulto asiste al nacimiento de Sebastián, presente, pasado y futuro, la vida lenta de Pla, diario de una vida ya perdida, conversación, paseos, la emigración sigue como el vuelo del halcón. Lo dicho de principio a fin un placer para los sentidos. Soledad.

 Articulo publicado en El Comarcal del Jiloca

miércoles, 25 de noviembre de 2020

El Bello, el Apuesto, el Mentiroso y mi pobre tía

 Así que un día hicieron el apaño y nos presentaron, y aquí la tonta, no sé ni cómo llamarme no es que cayera rendida en sus brazos, pero casi, para que nos vamos a engañar, a mi familia se le veía tan contenta, hasta le pude perdonar a él y a los míos, que aquel primer día me dijese la primera verdad al tiempo que la primera mentira: “Tengo dos hijos”.

El vivía en Toulouse, y yo en Graulhet y empezamos a vernos y la cosa tiraba para adelante ni bien ni mal, pero ahí seguíamos, él quería que me fuese a vivir a su casa y yo que de la mía no salía ni me iba a vivir con nadie sin tener los papeles del divorcio arreglados, que se olvidase, que yo no era de esas, era la excusa que ponía vamos, pensando si acertaba o no y creyendo que el divorcio nunca llegaría.

El caso es que llego, la beata de la madre de mi marido, aquella mujer estaba siempre metida en misa, y luego no te daba ni los buenos días, se empeño en que debíamos firmar y se acabo. Ya no tenía excusa, estaba entre la espada y la pared, mi casa y mis hijos y mi trabajo o la segunda oportunidad con Antoine, y los papeles cuando los tuve, la diálisis ya de Jean Pierre en Toulouse, y un poco todo, pero la mayor culpable yo, lo deje una vez más todo y nos fuimos a vivir con él.

Total dos o tres años tonteando, no recuerdo si en ese tiempo había estado yo en su casa de Toulouse, en su piso vaya, o no… pero que llegamos allí los tres, entramos y la mierda que había no te la puedes imaginar, y por más que te cuente no te harías una idea jamás.

Para empezar, tenía cuatro hijos, dos de cada mujer y un primo hermano, de los chiquillos de eso que te hace pensar si no será hijo también de alguna otra fulana como yo, todos allí viviendo, sentados en el sofá con los pies en la mesa, aun me hierve la sangre de recordarlo,…

”Pasa, pasa, cariño, en esta casa hace falta una mujer”.  Estaba yo allí en la puerta pensando si entrar o no, con las maletas, con los chiquillos, viendo lo que había dentro y yo miraba para atrás y pensaba, pero si no tengo a donde ir, si lo he dejado todo, …Un follón de cojones vaya, yo solo hacía que ver a tu abuela a la Rosa pensando en que lo diría al verme,…Con mis padres no se podía contar, no podía ir a su casa, para ellos Antoine era una persona decente con poca suerte, como yo, trabajador… “Ale, Jean Luc cierra la puerta y pasa a dentro”, era el pequeño de todos y estaba como yo, pues eso, acojonao.

Aquella casa daba miedo, todo manga por hombro, que los metiera en vereda me decían mis padres, y el Antoine también, pero eran ya mayores, y unos zánganos desustanciaos de padre y muy señor mío, de los que antes se mueren de sed que se levantan a por un vaso de agua, de los que no comen por no guisar, y de los que por más que guises o limpies no puedes darles gusto y guarros como el que más, un despropósito total… “Cariño cuanto te quiero, cada día más” me decía Anotine. Coño, lo mismo que yo a ti, pensaba.

De tripas corazón y a echar para adelante, a ver qué pasaba y si la cosa no cambiaba, a joparme en cuanto pudiera, pero de ama de casa, de eso nada, eso es lo que el Antoine quería, “tú en casa como una reina me decía”.

Me subía por las paredes, aquello era inaguantable, pero no había otra cosa, no conocía a nadie, y yo en casa con semejante escaparate no podía estar, así que empecé a buscar trabajo, medio a escondidas, y no sé cómo surgió pero el caso es que lo encontré y el primer sito donde trabaje aquí en Toulouse, la primera gente, buena de verdad que conocí fueron los Judíos.

Trabaje durante algo más de dos años en la casa de un Judío, allí si que era yo la Reina con permiso de su mujer, casado él con una española nacida en Marruecos con la misma gracia y salero que Imperio Argentina, la Piquer y toda Andalucía junta, que yo misma vaya. Tenía la voz más bonita del mundo y cantábamos las dos mano a mano las coplas de España un día si otro también…aquellos momentos, cuando estaba en su casa trabajando eran los únicos de felicidad que tuve durante esos meses, dos años largos como te cuento, aunque no podía dejar de pensar, quitarme de la cabeza la merde en la que entre unos y otros y yo solita me había metido.

En la casa, en la sinagoga, trabaje y gane cuanto quise, hasta el día que ya, no pude más y me marche, encontré trabajo en lo mío, de cortadora en un fábrica de curtir en la otra punta de Toulouse, quería alejarme de todo de lo bueno y de lo malo y con un inmenso dolor, como cuando deje la casa del Registrador en Calamocha, me marche, ellos, la verdad, me ayudaron en todo cuanto pudieron y sintieron mi marcha.

 En aquellos años del apuesto Antoine, hubo tiempo para todo y hasta fuimos dos veces a España, la segunda ya cuando todo se acababa, de camino a Calamocha, entramos a Barcelona, siempre era al revés, pero estaba todo pensado, lo tenía todo pensado vamos, y allí dejamos en el Pasaje de los Ciudadanos a Jean Luc con sus primos que eran de la misma edad más  menos, “que se quede el chiquillo” y al sinvergüenza del Antoine le falto tiempo para salir corriendo con el coche y dejarlo allí.

A ese botarate le gustaba España más que a mí, y solo pensaba en la fiesta, en tu casa, tus abuelos, la familia, ya lo tenían guipao,… ni bueno, ni malo ni sí ni no, no engañaba a nadie… pero como me decía tu abuela, “Maña tu eres la que te duermes con él, así que tu veras”. Vamos que si la cosa no iba por donde tocaba, porque una cosa es la fiesta y otra distinta la vida diaria, ya estaba tardando en darle una patada en el culo.

Pero claro, la familia que va hacer, pues nada, callar y adelante, no les caía ni bien ni mal, al fin y al cabo lo veían cuatro días, pero a todas luces se daban cuenta, que era un don nadie, un impresentable de tres al cuarto, y que una se merecía algo mejor.



Cuando volvimos aquella segunda vez, ya teníamos los días contados, pero una se aferra, se aferra, y al final cree que todo es culpa suya y que si lo deja, malo y si se queda peor… había pasado el tiempo y parecía a ojos de todos que todo era maravilloso.

Mentira todo. No estaba dispuesta a pasarle ni una, busque, como te digo, el trabajo en la fábrica, encontré un piso, todo con los chiquillos a escondidas y pensé, un día de estos me dará un motivo, tendré una excusa que me sirva para contentar a la familia y adelante… Y me la dio, ya lo creo que me la dio.

Una tarde vino con un amigo, su amigo del alma me dijo, yo ni lo había sentido, para hacer no sé qué cosa en casa si cambiar un grifo o qué y así hablando, un momento que nos quedamos el amigo y yo a solas que se había bajao a comprar algo que les hacía falta, me dice “que hijo más aplicado tienes”, lo decía por Jean Luc que estaba estudiando, mientras los otros armaban jaleo, y añadió, “pero ya me ha dicho Antoine, que tu otro hijo es un holgazán, un vago, un perdido que solo da faena”…

En eso sonó el timbre, y le dije, mira ese es mi hijo, ve a verlo tú mismo… Y el amigo, que se pensaba vete a saber qué, fue y abrió la puerta, era Jean Pierre que volvía de la diálisis, ayudado por los chicos de la ambulancia, apenas se tenía en pie, y a continuación mi gran amor, Antoine.

Al amigo le cambio la cara, no lloro de vergüenza, pero casi, me pidió perdón una y mil veces perdón, “créeme, lo conozco desde niño, sé que es un sinvergüenza que la vida de los demás no va con él, se que miente en todo cuanto hace y habla, pero siempre lo creo”. El Antoine ni se enteraba, para el todo era una fiesta, quédate a cenar le decía, quédate, pero el hombre, termino y se marcho, no sin antes decirle a mi querido Antoine  algo así como “eres el hombre más afortunado del mundo, tienes una mujer, que la verdad, no te mereces, espero que no le mientas nunca, como haces con todos nosotros” y se fue…

La cena fue tranquila, después de la tempestad viene la calma, y hablamos hasta tarde, que todos mienten era su excusa, y que tener algún secreto era la salsa de la vida. Y cuál es tu secreto conmigo, le pregunte, como el que pregunta, cómo estas. La sorpresa fue tremenda.

Tu amiga Lola, me dijo sin inmutarse, durante más de dos años la tuve de querida, eso sí, se apresuró a tranquilizarme, antes de conocerte a ti.

Te puedes imaginar, aquello fue morir en vida, como si me hubieran matao allí mismo, me quede muda, paralizada, ni llorar podía. Lo único que acerté a decir fue: “No nos haremos viejos juntos tu y yo”.

Estuve días sin dormir, jamás lo hubiera imaginado, con mi me mejor amiga, y ella, y, todos, todos lo sabían, menos la tonta, menos yo,… a saber si se verían o no cuando ya estaba conmigo, piensa lo que quieras, me lo presento mi amiga para tenerlo cerca, para controlarlo… ¿O tal vez me mentía una vez mas?

A dios gracias, que ya tenía todo previsto para marcharme y apenas una semana después le dimos la patada y nos fuimos, porque si me coge sin trabajo ni piso, aquel día me muero, eso sí, antes le habría matao eso o me tendría que haber ido obligada por la decencia a hacer la calle, aquella situación era indecente, horrible, atroz.

La fecha en la que deje a Antoine, El Bello, El Apuesto, El Mentiroso no la puse yo, la dicto el Notario, no había papeles, no había nada de por medio, pero aquel día, yo quería que fuese el ultimo, no verlo jamás, como así ha sido, así que esa mañana, la recordare siempre…

“Cariño cuanto te quiero, la verdad que he tenido suerte en conocerte, vaya almuerzo me estas preparando, cuanto te quiero” me decía mientras desayunaba el café que le hacía cada mañana porque yo en la cama ya ni entraba y parada no me estaba, todo lo deje bien limpio.

Le prepare aquel día pan tumaca amb tortilla, vamos, como si nada, que se fue a trabajar contento de verdad, hasta le di un beso, más contento, “tira cabrón”, yo solo hacía que recordarme del día en que llegue y la visión de tu abuela diciéndome de todo por tonta, ahora también, me acordaba de ella y de Casimiro que me diría aquello de “maña, que cojones tienes”… Así que se marchó y yo pensando, ya verás cuando vuelvas, la patada en los cojones que te vas a llevar.

Se marcho a trabajar y los chiquillos bajaron a buscar al Notario y al camión que ya estaba en la calle esperando y que además hacían de testigos. El Notario levanto acta de todo lo que me lleve, todo lo mío, unos pocos muebles, la vajilla, ropa, firmo y le dejo una copia a Antoine…

Y se acabó, no dijo ni mu, ni pregunto ni me fue a buscar ni echo nada en falta, nada suyo me lleve.

El en cambio el a mi casi se me lleva por delante.

sábado, 21 de noviembre de 2020

Aquel abrazo


Recuerdo con cariño la tarde de abril del año 2017 radiante de primavera y vida bajo el sol anunciador del final de los hielos cuando al terminar de pronunciar el pregón de la semana santa baje las gradas y Julio Marin fue a mi encuentro y me felicito con un abrazo. Me sentí en el cielo. Después de tanto esfuerzo supe que lo había hecho bien, si como decía Pla “hay momentos que valen una eternidad”, aquel fue uno de ellos. Echar la bulla a todos calamochinos en especial aquellos que aprovechan esos días para escaquearse, hablar de lo mío y finalmente pregonar que creo en dios fue maravilloso, sin duda mereció la pena.

Acompañe unas veces a Julio y otras a Héctor en casi todas las procesiones les escuchaba, charrábamos cuando se podía y la amistad de tiempo atrás se fue consolidando, si bien Héctor no tardo en joparse sin poder despedirlo como dios manda, con un adiós, un abrazo y un puñado de recuerdos para Sergio mi compañero de armas en Alcorisa. Con Julio siguieron mientras se pudo las primaveras, los viernes santo antes de la procesión, los sanroques, los correos, los wasaps y aquella mañana del pasado mayo cuando le llame para decirle que salíamos para Calamocha y que a la tarde nos veríamos en el cementerio en el entierro de mi padre. Julio hizo sonar las confinadas a la par que calladas campanas tocando a muerto, y lo despidió con un entrañable responso a pie de nicho entre el sol la lluvia y la soledad. Gracias una vez más.

A finales del pasado mes de septiembre en un ir y venir al pueblo me acerque a despedirme de Julio. Mi madre me había avisado tiempo atrás: “a mi ver dicen que el cura se jopa, mira que son desustanciados los de Teruel, o quien mande, después de tantismos años lo echan a otro lado, ¿qué les costaba dejarlo aquí?, ya ira a escape con los años, menuda sanantonada. Ya le escribirás y te despedirás, o le llamas, no te vaya a pasar la del otro”. Nada que añadir una madre siempre tiene razón y se le debe obediencia. A buen seguro para él resulte “una faena” de dimensiones bíblicas, pero en cualquier caso, todos sabemos que tal hecho va con el cargo es predecible y hasta esperable después de tanto tiempo. ¿O no era tanto?



En el despacho parroquial, presidido por un simple y bonito cristo manco crucificado, tal y como ahora mientras el recién llegado coge las trochas queda el pueblo por un tiempo, del todo entrañable, renovada la casa años atrás no había vuelto a ella. Aquel lugar de las reuniones de las primeras juntas de semana santa donde reposaban los viejos libros a un paso del fuego purificador mitigador del frio de la estufa, aquellos donde consta el bautismo del primer Lechón siglos atrás, por buen nombre Domingo, de profesión pobre. Quinientos años después aún no hemos salido de pobres y seguimos honrando así a la familia. Charramos un rato apresuradamente en cualquier caso poco, aquel viernes frio anunciador del final del verano y sus días entre nosotros de Julio al pie del Jiloca hace ya un par de semanas, después de quince años se marchaba, ¿solo quince? Si.

Se va a la parroquia de San Julián en Teruel y de propina a la Merced y como no hay dos sin tres también a la diócesis y sus papeles, siguiendo los pasos de su predecesor en la villa Alejandro Tena quien a su vez habrá dejado todo camino de Castellón. ¡Vaya!, los caminos del señor a veces son más que caprichosos. Bromeo con Julio y sus predecibles pasos: Entonces en unos años nos vemos en el Centro Aragonés de Castellon que anda ahora celebrando el centenario.

Entonces nos abrazaremos, que pena no poderlo hacer aun teniendo a dios de nuestra parte, mejor dejarlo para otra ocasión, para dentro de unos años en Castellón.

 

Adiós y gracias una vez más por todo Julio y no pases frio, dicen que por Teruel hace muchísimo, un abrazo ya nos contaras que tal el jamón.


Articulo publicado en el Comarcal del Jiloca 30 octubre 2020

martes, 3 de noviembre de 2020

Boceto del monumento a San Roque

 O el Dichero silenciado

EL gran novelista de Bello Juan Antonio Usero en 1999 con la publicación de Cenicienta Teruel y tratando de redefinir la mitología turolense a través de la obra escultórica de José Gonzalvo con motivo de la inauguración del monumento a San Roque definirá a los calamochinos como: “Egoístas expansivos”. 

Si la lectura continua lo que el finalista del premio Planeta viene a decir es que ojalá en cada pueblo de Teruel hubiese una Calamocha o un puñado de calamochinos dispuestos a todo. 

El caso es que se quedaron sin presupuesto y el boceto del monumento nunca vio la luz tal cual lo imagino el gran escultor de Rubielos de Mora. Se corto por lo fácil, se silencio al Dichero.

“Corría el año 1972 y, a petición del Ayuntamiento de Calamocha, simboliza nuestro artista el egocentrismo expansivo de esta ciudad alrededor de San Roque, el gran aventurero empobrecido que le planto cara a la peste. Un mozo ataviado de romero, baila y palotea a sus pies. Acaba de ser creada la primera ONG del mundo”…



sábado, 10 de octubre de 2020

Caolín

“Anda maña, le decía mi abuela Rosa la Torrijana a mi madre, llégate al cajero contra la tapia de los Marinas en la fuente y trae un puñado de tierra blanca, limpia y fina para restregar los atoques”

A Nikolai, uno de los personajes nacidos de la imaginación de Lucia Roy, el tiempo que haga allá en Cracovia le da igual dado que siempre está a cubierto trabajando y esculpiendo una obra de arte tras otra. Día tras día, encerrado en la mina de sal. A mí me sucede algo parecido. Sin salir de casa leo y todo lo demás parece darme igual, ni tan siquiera me asomo a la ventana. 

Viajo sin riesgo alguno entre letras al país del Jiloca. Me divierto a través de los autores de Caolín, libro coral, (Imperium Ediciones Año 2020) repleto de pequeños relatos, tan magnifico que por momentos me parece un sueño poder leerlo en medio de estos grises días que darán paso si nadie lo remedia y nadie parece que vaya a hacerlo, a un final de año negro.

Allí en La Poza en su calle esta la entrada a la mina de sal al mundo de los sueños de Lucia, poética, enigmática, sugerente, lo tiene todo. Por sus páginas comienzo la lectura. A mi padre le hubiese gustado la historia del minero y más aún saber de ella como escritora. Su madre y la mía han pasado un par de tardes este verano recordando. ¿Te has leído lo escrito por la Luci? Pregunta mi madre cada tarde.

Cristina Jiménez da pie a la escritura dulce. A la belleza de contarnos la receta de las judías verdes de un modo imborrable. Dejo el libro, camino hacia la nevera, estoy de suerte, cenaremos judías. Sus letras deberían dar pie a un diario, algo así como Mi vida lejos de Calamocha, escrito allí mismo frente a la puerta de la iglesia, en el centro de aquel lugar donde en apariencia nunca sucede nada. Los lectores agradecidos debemos ser egoístas y pedir. No hay mayor elogio. 




A veces hasta me sucede a mí, me piden que escriba y no siempre es fácil. Leer en cambio no resulta tan complicado, aunque a veces te ahoga el corazón. Dudas y piensas que hacer si seguir hasta el final aun a riesgo de caer o dejarlo. Obviamente sigues y Carmen Prado te suma en la tristeza, la ausencia, la intranquilidad y a veces el miedo. No hay tregua entre sus líneas con la muerte omnipresente y la viva angustia de leer de un tirón aun a riesgo de no poder terminar y acabar sin aliento. Llenas a su vez de letras evocadoras finalmente balsámicas. Te engancha.

Álvaro Blasco la única presencia masculina en la obra viene a poner letra a las historias sencillas de la vida cotidiana reflejada en la importancia de los pequeños detalles que engrandecen su lectura. Entre ellos lo erótico más allá de lo simplemente humano junto con lo cruel del día a día. Los pasos del desamor. Romántico en el amor y conmovedor en la tragedia.

Es difícil, muy difícil, contar tantas historias en tan pocas líneas, ponerse en la piel de personajes tan distintos y salir airoso y las páginas de Caolín están repletas de buenos ejemplos de principio a fin. El cual llega para mí con lo escrito por Victoria Gonzalvo. Con ella acabo un libro que me ha sorprendido tanto que la espera de ver lo escrito por sus autores en un futuro se va hacer muy larga. ¡Otra vez a vueltas con el tiempo! en este caso cronológico. Y así la última autora en mi orden de lectura erase una vez hace mucho tiempo que fue tocada por el Hada del Escritura y a dios gracias, dejo el ganchillo, tomo un boli y un papel y comenzó a escribir. Y lo hizo a lo grande reescribiendo en unas líneas Blancanieves, alguien tenía que hacerlo, era necesario. Lo mismo que contar historias tristes. 


Articulo publicado en El Comarcal del Jiloca, viernes 2 de octubre de 2020

miércoles, 9 de septiembre de 2020

El mejor verano de nuestras vidas

 Siempre creí que mi tía Nati había vivido los mejores veranos de su vida en Calamocha. Sin embargo, estaba equivocado. Un día me sorprendió al contarme que el mejor lo había vivido entre 1937 y 1938 siendo una niña allá en Barcelona, cuando se iba de vacaciones en plena guerra civil a un yate anclado en el puerto que el tío Blas, hermano de su madre, Maria Mateo Bruna, tenía a su cargo mientras el señorito esperaba tiempos mejores en lugar seguro.

Pasaban una semana o dos y también de vez en cuando algún día suelto. Bañándose, cantando y bailando. Olvidándose de todo. En ese constante tirar para adelante que fue la vida de nuestros mayores en medio de la nada y el horror.

Su madre, el tío y demás amigos de veraneo no sabían que hacer para divertir a los chiquillos. Cada matrimonio llevaba lo que podía y aquellos días se tomaban un descanso pensando que tal vez vivían un mal sueño del que pronto despertarían. Los niños desamparados y sin futuro merecían algo mejor.

A unos metros de aquel pequeño barco había uno inmenso. Un buque prisión en el cual el padre de Nati estaba encarcelado. Allí por el contrario no había fiesta ni verano. Allí paso Miguel Alba Lozano la mayor parte de la guerra tras volver del Frente de Aragón y tomar la decisión de no luchar bajo órdenes que no fuesen de la CNT. Nati junto a su madre y hermana Maria, esta última aun entre nosotros, pasaban horas con la vista perdida en aquel monstruo de hierro que se había tragado lo que más querían. Salvo esos momentos el resto era una fiesta.

Al anochecer rendidas de sol, agua y canciones Blas, quien ejercía de padre para ellas y se había librado de la cárcel las cogía a caballo y las llevaba a la cama. Y lo mismo les hacía reír que llorar de miedo. Todo es vida, cuando les cantaba y bailaba el charlestón “Al Uruguay yo me voy” asegurándoles que el señorito se había marchado a América y comprado un rancho donde les aguardaba y que al día siguiente al despertar verían las costas de aquel bonito país no sin antes en medio de la noche rescatar a su padre. Les hacia soñar, les ilusionaba y el miedo merecía la pena y les devolvía la esperanza, la vida. Pero cada mañana al despertar y mirar al horizonte, Barcelona seguía ahí, el barco no se movía y el monstruo amenazante continuaba devorando a su padre.

Un día Blas echo el bote al mar, subió en el a su hermana y sobrinas y dos amigos se pusieron a remar en dirección al monstruo. Sabiendo que no podían oírle, gritaba a los carceleros toda clase de barbaridades y amenazas. Nati y Maria lloraban creyendo a su tío, iban a volar el barco, matarlos a todos, rescatar a su padre. Sin duda a morir todos. Nunca irían al Uruguay ni serian felices. “Calla desustanciado”.

Finalmente alcanzaron el monstruo les dejaron subir a bordo y pudieron volver a ver a su padre tras más de un año. Ante sus ojos de niñas apareció un anciano que aún no había cumplido los cuarenta, un muerto en vida, extremadamente delgado, apestando, con la ropa hecha jirones, con la barba blanca y larga como Jesucristo. “Fue como estar en el cielo y ver a Dios”. Corrieron abrazarlo. Impresionadas veían llorar a Blas. ¿Quién sabe qué precio pago para conseguirles el mejor verano de su vida?





Sin duda el verano del 2020 que ahora acaba podría haber sido y tal vez lo haya sido el mejor de nuestras vidas y nosotros no comprenderlo hasta muchos años después como les sucedido a mis tías. Nati por su parte el del 39 lo paso igualmente feliz en el pueblo más maravilloso del mundo, la isla bonita de Torrijo con sus abuelos maternos Blas y Jerónima en casa de su hija la tía Eulalia, pero eso ya es otra historia.

 Articulo publicado en El Comarcal del Jiloca 4 septiembre 2020