Siempre creí que mi tía Nati había vivido los mejores veranos de su vida en Calamocha. Sin embargo, estaba equivocado. Un día me sorprendió al contarme que el mejor lo había vivido entre 1937 y 1938 siendo una niña allá en Barcelona, cuando se iba de vacaciones en plena guerra civil a un yate anclado en el puerto que el tío Blas, hermano de su madre, Maria Mateo Bruna, tenía a su cargo mientras el señorito esperaba tiempos mejores en lugar seguro.
Pasaban una semana o dos y también
de vez en cuando algún día suelto. Bañándose, cantando y bailando. Olvidándose de
todo. En ese constante tirar para adelante que fue la vida de nuestros mayores
en medio de la nada y el horror.
Su madre, el tío y demás amigos de
veraneo no sabían que hacer para divertir a los chiquillos. Cada matrimonio llevaba
lo que podía y aquellos días se tomaban un descanso pensando que tal vez vivían
un mal sueño del que pronto despertarían. Los niños desamparados y sin futuro merecían
algo mejor.
A unos metros de aquel pequeño barco
había uno inmenso. Un buque prisión en el cual el padre de Nati estaba encarcelado.
Allí por el contrario no había fiesta ni verano. Allí paso Miguel Alba Lozano
la mayor parte de la guerra tras volver del Frente de Aragón y tomar la decisión
de no luchar bajo órdenes que no fuesen de la CNT. Nati junto a su madre y hermana
Maria, esta última aun entre nosotros, pasaban horas con la vista perdida en
aquel monstruo de hierro que se había tragado lo que más querían. Salvo esos momentos
el resto era una fiesta.
Al anochecer rendidas de sol, agua
y canciones Blas, quien ejercía de padre para ellas y se había librado de la cárcel
las cogía a caballo y las llevaba a la cama. Y lo mismo les hacía reír que llorar
de miedo. Todo es vida, cuando les cantaba y bailaba el charlestón “Al Uruguay
yo me voy” asegurándoles que el señorito se había marchado a América y comprado
un rancho donde les aguardaba y que al día siguiente al despertar verían las
costas de aquel bonito país no sin antes en medio de la noche rescatar a su
padre. Les hacia soñar, les ilusionaba y el miedo merecía la pena y les devolvía
la esperanza, la vida. Pero cada mañana al despertar y mirar al horizonte, Barcelona
seguía ahí, el barco no se movía y el monstruo amenazante continuaba devorando
a su padre.
Un día Blas echo el bote al mar, subió
en el a su hermana y sobrinas y dos amigos se pusieron a remar en dirección al
monstruo. Sabiendo que no podían oírle, gritaba a los carceleros toda clase de
barbaridades y amenazas. Nati y Maria lloraban creyendo a su tío, iban a volar
el barco, matarlos a todos, rescatar a su padre. Sin duda a morir todos. Nunca irían
al Uruguay ni serian felices. “Calla desustanciado”.
Finalmente alcanzaron el monstruo
les dejaron subir a bordo y pudieron volver a ver a su padre tras más de un año.
Ante sus ojos de niñas apareció un anciano que aún no había cumplido los cuarenta,
un muerto en vida, extremadamente delgado, apestando, con la ropa hecha jirones,
con la barba blanca y larga como Jesucristo. “Fue como estar en el cielo y ver
a Dios”. Corrieron abrazarlo. Impresionadas veían llorar a Blas. ¿Quién sabe qué
precio pago para conseguirles el mejor verano de su vida?
Sin duda el verano del 2020 que ahora
acaba podría haber sido y tal vez lo haya sido el mejor de nuestras vidas y nosotros
no comprenderlo hasta muchos años después como les sucedido a mis tías. Nati
por su parte el del 39 lo paso igualmente feliz en el pueblo más maravilloso
del mundo, la isla bonita de Torrijo con sus abuelos maternos Blas y Jerónima en
casa de su hija la tía Eulalia, pero eso ya es otra historia.
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