Recuerdo con cariño la tarde de abril
del año 2017 radiante de primavera y vida bajo el sol anunciador del final de
los hielos cuando al terminar de pronunciar el pregón de la semana santa baje las
gradas y Julio Marin fue a mi encuentro y me felicito con un abrazo. Me sentí en
el cielo. Después de tanto esfuerzo supe que lo había hecho bien, si como decía
Pla “hay momentos que valen una eternidad”, aquel fue uno de ellos. Echar la
bulla a todos calamochinos en especial aquellos que aprovechan esos días para escaquearse,
hablar de lo mío y finalmente pregonar que creo en dios fue maravilloso, sin
duda mereció la pena.
Acompañe unas veces a Julio y otras
a Héctor en casi todas las procesiones les escuchaba, charrábamos cuando se podía
y la amistad de tiempo atrás se fue consolidando, si bien Héctor no tardo en
joparse sin poder despedirlo como dios manda, con un adiós, un abrazo y un
puñado de recuerdos para Sergio mi compañero de armas en Alcorisa. Con Julio
siguieron mientras se pudo las primaveras, los viernes santo antes de la procesión,
los sanroques, los correos, los wasaps y aquella mañana del pasado mayo cuando
le llame para decirle que salíamos para Calamocha y que a la tarde nos veríamos
en el cementerio en el entierro de mi padre. Julio hizo sonar las confinadas a
la par que calladas campanas tocando a muerto, y lo despidió con un entrañable
responso a pie de nicho entre el sol la lluvia y la soledad. Gracias una vez
más.
A finales del pasado mes de septiembre
en un ir y venir al pueblo me acerque a despedirme de Julio. Mi madre me había avisado
tiempo atrás: “a mi ver dicen que el cura se jopa, mira que son desustanciados los
de Teruel, o quien mande, después de tantismos años lo echan a otro lado, ¿qué
les costaba dejarlo aquí?, ya ira a escape con los años, menuda sanantonada. Ya
le escribirás y te despedirás, o le llamas, no te vaya a pasar la del otro”. Nada
que añadir una madre siempre tiene razón y se le debe obediencia. A buen seguro
para él resulte “una faena” de dimensiones bíblicas, pero en cualquier caso,
todos sabemos que tal hecho va con el cargo es predecible y hasta esperable después
de tanto tiempo. ¿O no era tanto?
En el despacho parroquial,
presidido por un simple y bonito cristo manco crucificado, tal y como ahora mientras
el recién llegado coge las trochas queda el pueblo por un tiempo, del todo
entrañable, renovada la casa años atrás no había vuelto a ella. Aquel lugar de
las reuniones de las primeras juntas de semana santa donde reposaban los viejos
libros a un paso del fuego purificador mitigador del frio de la estufa,
aquellos donde consta el bautismo del primer Lechón siglos atrás, por buen
nombre Domingo, de profesión pobre. Quinientos años después aún no hemos salido
de pobres y seguimos honrando así a la familia. Charramos un rato apresuradamente
en cualquier caso poco, aquel viernes frio anunciador del final del verano y
sus días entre nosotros de Julio al pie del Jiloca hace ya un par de semanas, después
de quince años se marchaba, ¿solo quince? Si.
Se va a la parroquia de San
Julián en Teruel y de propina a la Merced y como no hay dos sin tres también a
la diócesis y sus papeles, siguiendo los pasos de su predecesor en la villa Alejandro
Tena quien a su vez habrá dejado todo camino de Castellón. ¡Vaya!, los caminos
del señor a veces son más que caprichosos. Bromeo con Julio y sus predecibles
pasos: Entonces en unos años nos vemos en el Centro Aragonés de Castellon que anda
ahora celebrando el centenario.
Entonces nos abrazaremos, que
pena no poderlo hacer aun teniendo a dios de nuestra parte, mejor dejarlo para
otra ocasión, para dentro de unos años en Castellón.
Adiós y gracias una vez más por
todo Julio y no pases frio, dicen que por Teruel hace muchísimo, un abrazo ya
nos contaras que tal el jamón.
Articulo publicado en el Comarcal del Jiloca 30 octubre 2020
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