sábado, 16 de noviembre de 2013

Recuerdos.

 
 

Siempre es más fácil compaginar la imaginación con el recuerdo y, además, nadie vuelve del pasado a pedir cuentas por la inexactitud de lo narrado: no hay palabras que puedan alterar el reposo de los muertos, y tampoco quería yo contar lo que pudiera pertenecer a su secreto más intimo, porque seria difícil que lo supiese. En tal caso, ese secreto seria inventado y, al serlo, el propio muerto estaría más cerca de la fabulación que de la realidad y hasta su mismo nombre ya no sería tan suyo como el grabado en el mármol o la piedra de su sepultura.

 

Luís Mateo Díez. El Reino de Celama


Mañana la nieve en Calamocha también será un recuerdo, llegará tal vez el frio. Hoy, María José se ha levantado y al asomarse a la ventana, ha visto el Ajutar nevado, la mejor tierra del mundo,  huérfana de clima.

Tan atenta como siempre ha hecho la fotografía que a mi me hubiera gustado hacer y nos la ha enviado para que yo una vez más recuerde y les cuente, aquello que ya contaban nuestros padres, "de crio si que nevaba, hasta mas allá de las pantorrillas, de las rodillas para arriba cada dos por tres, aquello si que era nevar". Cuanto más mayores más exageramos, no tenemos medida.

Muchísimas gracias, sigo buscando ofertas de cara al artista que tienes en casa. Confió en que alguien desde Torrijo, haya hecho lo mismo que tu y te haya enviado una foto, de los paisajes con los que te despertabas en la niñez.

Recuerdos a la familia.

PD Por cierto, en la foto de arriba, están los de Torrijo, cuando bajaban en San Roque al Barrio, detrás veras las Escuelas Viejas y la Iglesia, ni siquiera estaban construidas las Casas de los Maestros.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Así en la tierra, como en el cielo....

Para mi abuela, sinvergüenza más grande que hubiera traído madre al mundo, probablemente, no lo hubo, ni lo habrá jamás. Dicho esta todo entonces.
 
 Y  todo, poco más o menos por que un buen día se encontraron y aquel buen hombre dijo, que él, lo de mi abuela, lo arreglaba, literalmente, de la siguiente forma: “usted, lo que necesita, como todos los de su especie, es un par de hostias bien dadas, para que se ponga a lo suyo, que es trabajar y callar”.  Mi abuela se entiende, cuando menos algo sorprendida, educadamente contesto: “Usted lo que necesita es una buena patada en los cojones.  Hoy no puedo, mañana tal vez sí. Se cambie de acera cuando me vea”.
 
Y así fue desde aquel día, hasta el último. Cosas de esas que pasan aun sin querer y para las cuales ya nunca hay vuelta atrás. A pesar de que se diga, que no hay mal que cien años dure.

Mi abuela no llego a darle una patada en los cataplines como le hubiera gustado,  y mil veces pensó, qué le vamos hacer, del dicho al hecho hay un gran camino y el tiempo, al fin y al cabo, todo lo cura y le dio  razón. Con eso vino a conformarse.


Sin embargo, tenía que pasar lo inevitable, años, muchísimos años después, un buen día, el pueblo  perdió a uno de sus pilares, en concreto aquel buen hombre murió.


La amistad, por otro lado enorme, con el resto de la familia. “pobres, que culpa tendrán ellos, si ya con aguantarlo tienen bastante” y por encima de todo la cortesía que obliga en pueblos pequeños, en tales casos,  amén del placer que supone enterrar a quien ni fu ni fa, a uno le da casi lo mismo, si vive como si no,  hizo que mi abuela, fuese al entierro.
 

Acabado el mismo, la misa, en aquellos lejanos años, las mujeres no subían  al Campo Santo si no que acompañan a las señoras de la familia del muerto a casa, unas pastas, una copa de anís, y aquí paz y después gloria, tanta paz se lleve como deje, debía pensar mi abuela, aunque lo disimularía magistralmente.
 
 Y de allí con la satisfacción del deber cumplido, y vencido después de tantos y tantos años, ella volvería a casa, mientras  los hombres seguían el cajón hasta la tumba.
 
Se cumplimentaba el último pésame por parte de los hombres a las puertas del cementerio, donde ya todos somos iguales y cada uno a su casa y Dios en la de todos.
 
Fin.
 
 

 Aún se recuerda en casa, como ejemplo de humildad, de que no siempre se puede o se sabe elegir,  de esa gran verdad que dice que no hay ni vencedores ni vencidos, de que por mucho que creas tenerlo todo atado y bien atado, siempre se escapa algo, y de tantas y tantas otras cosas… el último disgusto, que aquel buen hombre, Mio Cid,  de manera involuntaria y ya muerto le dio a mi abuela.
 
Así, al llegar mi abuelo a casa, a él, ya después de tanto tiempo le  unía una estrecha amistad con el Señor Muerto en cuestión, olvidando lo pasado, que todo en esta vida depende del cristal con que se mire, como digo, al llegar del cementerio, mi abuela a escape, corrió a preguntar con cierto retintín, ¿Qué, ya le habéis dado tierra, al señorito, ha protestao, se ha quejao de algo…?. 
 
A mi abuelo, siempre con la sonrisa en la boca, dibujada esta por el cigarro, no le quedaba otra, que terminar la historia del mejor modo posible, el desastre se avecinaba, nunca mejor dicho, así que sin darle más importancia contesto:
 
Si maña, si, por eso no padezcas, allí se ha quedao, y habría de ser el primero que volviese, así que tranquila, pero no le hemos dao tierra, no ha hecho falta, se ve que no tenia perras para enterrarse en tierra con los suyos, y lo han metido en un nicho al lado de los pobres. Y terminó: Hasta después de muerto va a estar dando pol saco a más de uno.
 
Esa socarronería torrijana que aderezaba la respuesta, no paso desapercibida para mi abuela quien enseguida entendió el mensaje de principio a fin y pidió explicaciones. Y mi abuelo, por la cuenta que le traia, hubo de explicarse:
 
Coño que por qué lo digo, ahora te darás cuenta, ¿te acuerdas tu maña?, del último día que lo vimos, hace ya unos meses, cuando ya se decía que estaba en las ultimas, y nos sorprendió a todos verlo tan pito, te acuerdas, maña, cuando fuimos al Ayuntamiento a comprar los nichos, que él salía y nos saludo como si fuéramos familia, y que es más te casco dos besos que casi te deja preñada.

Cuando en aquella casa se escuchaba el silencio, mal asunto, mi abuela tardo en reaccionar temiéndose lo peor y dijo: Vamos hombre, no me jodas, pero qué me dices,… qué había ido a comprar el nicho.


 A pared, maña, estamos o estaremos como aquel que dice a pared, lo vamos a tener de vecino al amigo para el resto de nuestros días…. vecinos pa siempre maña, pa ti una tragedia y para muchos también…. Una calamidad, un desastre. Alli mismico de donde un dia estaremos nosotros enterrados, lo hemos dejao, vete preparando, bien nos lo vamos a pasar.

A mi ver, los dos compramos los nichos el mismo día y casi somos linderos, cosas que pasan, tu no te apures. Ya me moriré yo antes, ya te hare ese favor, y  me metes a enterrar en la pared más cercana a él…  más lejos no te podre dejar, a buen sitio hemos ido a parar, ya nadie querría ahora nuestros nichos ni regalaos … Menuda compra, tiene cojones la cosa, no haber preguntado por los vecinos, algo que va a ser ya para toda la vida. No nos volverá a pasar.
 
Eso sí maña, con él, somos amigos después de todo, pero no tontos, así que  no te olvides. Entiérrame con la hoz aquella que nunca sirvió para nada, porque un día u otro, habré de cortarle el cuello, no me pongas crucifijos ni rosarios ni costodias en las manos, ponme la hoz, sin zoqueta, que no me he de cortar, y si mi corto, a buen seguro no sangrare.
 
Redios que putada mas grande, vamos hombre, no me jodas, la culpa es tuya, aseguraba mi abuela,  como no caiste aquel día, pero que tontos fuimos la virgen,  redios no caer en la cuenta y  preguntar por los vecinos, que íbamos a tener, algo que ya es para siempre, y no preocuparnos, toda vida jodiendonos y ahora nos va a dar pol saco pa siempre. Mecaguen la puta de oros…
 
Concluyo mi abuela su letania, camino ya de la cuadra de las vacas, para buscar y subir a la cómoda de su habitación la hoz favorita de mi abuelo, aquella roñosa morisca que nunca tuvo utilidad alguna, “la trajo mi pobre padre de Cuba, o fue mi abuelo de África, o me la encontré en el Rincón en aquellos días….”
 
Años más tarde un día de mayo, tal vez, la metería en el cajón de mi abuelo, el caso es que ya no se volvió a ver por casa, asi, nada más que Lúcia con aquel Land Rover negro y amarillo bajo la costera del Barrio al ponerse el sol por Santa Bárbara y entró el ataúd en casa. Mi abuela dijo: 
 
“Dejarme un momento sola con él.”
 
De los Años de la Cazalla. Ni vencedores ni vencidos.

miércoles, 9 de octubre de 2013

La Quinta de Doña Pilar.


Aquellos, eran otros tiempos, decían nuestros abuelos, mientras nosotros asombrados, asistíamos al relato que lo corroboraba y ellos contaban con nostalgia. Tampoco lo que llegaba a nuestros oídos, nos parecía normal. Efectivamente sus tiempos, habían sido otros.

Luego, en apenas unos años, sus hijos, nuestros padres, parecieron tomar el relevo y hacer suya la frase, eran otros tiempos nos decían a todas horas y bajo cualquier excusa.

Resultaba terrible el pararse a pensar: de seguir todo así, ¿a donde íbamos a llegar?.

Era el acabose, el fin del mundo, la hecatombe lo que irremediablemente se nos venia encima, sin poder hacer nada para evitarlo.

Hoy soy yo, nosotros, los que a la menor ocasión hacemos de la frase toda nuestra razón, frente a lo que a diario nos acontece, en comparación con lo que dejo de suceder a nuestro alrededor, tan solo unos pocos años atrás. Efectivamente, son otros tiempos.

 


Hace un par de "sanroques", Gabriel se acerco y me saludo, andaba envuelto en la quimérica empresa, toda una odisea, de reunir a la Quinta, al curso escolar, cosas de esas que trae la edad, con el fin de quedar un día y charrar, en suma recordar y reafirmar lo evidente, aquellos años de nuestra niñez fueron otros tiempos.

Fuimos juntos a las Escuelas Viejas después unos meses a lo que luego seria el Instituto y finalmente estrénanos las Escuelas Nuevas. Más tarde él dejaría los estudios, debía ayudar en casa, las ovejas, la tierra, su padre... Un abrazo para toda la familia, hace unos días, para el Santo Cristo. Recuerdos.

Ese tipo de reuniones, deben se cualquier cosa, menos aburridas, y deben servir, de ahí su única utilidad, no le veo otra, para cotejar versiones, la verdad que de cada uno conocemos todos por ir de boca en boca por el pueblo, por muy lejos que uno este, con la verdad contada por su protagonista, ver en suma como le ha ido a cada uno en esta vida, a pesar de que ya lo sepamos.

"Pues mira este cuanto miente, más que habla, menudo fanfarrón, aún se cree que tenemos diez años, que nos chupamos el dedo, si ya de zagales, recuerdo una vez...".

Pasan los años, no cambiamos.

Sin embargo, se equivocaba, no éramos de la misma Quinta. Que si hombre, que no, le dije, soy un año más joven, tu perteneces a la Quinta de Doña Pilar, ¿te acuerdas?, ¿como no vas a acordarte?, vaya una pregunta que te hago.

Había empezado el curso, yo estaba en primero de EGB, allá en las Escuelas Viejas, arriba a la izquierda, visto de frente el antiguo edificio, había empezado el curso, pasado varios días, quizás semanas, tal vez un mes y llego una mañana, en la cual Doña Pilar, os pregunto algo que no supisteis responder.

Vete tu a saber el porqué de todo aquello, el caso es que al mediodía toco a la puerta de clase, entro y tras ella toda una reata de sus discípulos a priori menos aventajados, tu y media docena larga más, todos chicos, también fue casualidad aquello, que no os sabias la lección y allí os dejo, "tirados, abandonados, condenados" a repetir primero de EGB.

Algo habríais hecho, sus razones tendría. Por eso, fuimos juntos a la Escuela...

Aquellos eran otros tiempos, qué maestra de hoy en día se atrevería hacer semejante cosa, ninguna, ni maestra, ni maestro, ni aún teniendo la razón de su parte podría hacerlo, la ley no le dejaría, por no hablar de los padres y demás familia.

Irradiaba, y aún irradia Doña Pilar tanta autoridad que nadie debió decir nada, menos aun el que os iba a tener que enseñar los quebrados, un tal Don Eugenio, sin galones, recién salido de la Escuela de Magisterio, de allá del Reino de Valencia, que solo acertó a decir, "sentaros donde podáis".

Ni se canteo de la mesa aquel jovenzano, de hecho siempre lo recuerdo sentado mirando para su tierra, cambio la mesa de orientación, la esquino, para poder tener frente a él, el Cerro del Poyo, sintiendo aquello como una parte más de su cruel castigo, una plaza de Maestro en Teruel. "Bien, Don Eugenio, aquí le traigo a estos, a mi me sobran, con ellos, hace una clase de cuarenta y pico, como la mía".

Aquel es el primer recuerdo que tengo de Doña Pilar, y aquello ocurrió a principios de los setenta, aún tardaría unos años en venir a vivir al Barrio, lugar en el que de un modo u otro sigue viviendo, de hecho, creo que nació para vivir allí junto a todos nosotros.

En aquellos días, para entrar en las casas de los maestros había cola, era menester que alguien la dejase libre para poder ocuparla, casas que hoy, con poco más de cincuenta años, parecen tan viejas y de otro tiempo, tan maltrechas, como la propia educación que antaño cobijaron.

Se jubilo Don Vicente, el Director de aquellos otros tiempos, aquel hombre de la Valencia que lindaba con Teruel, y que hoy me parece sacado de una novela de Galdós, tan serio como simpático, decimonónico, siempre trajeado, más bien bajito, un buen día se subió a su Citroën 8 y se marcho, junto con él, se fue, la Señora Tomasa, su mujer, siempre repartiendo caramelos a los chiquillos del Barrio, que no éramos pocos, alta con gafas, sonriente,  charradora, apenas ya volvimos a saber de ellos, si no para confirmar lo evidente.

Y en eso llego para quedarse en el Barrio: Doña Pilar y familia.

 


Las abuelas pronto la trataron, su fama como Maestra le precedía, de todos era conocida, y poco más o menos venían a decir lo que en lo sucesivo tantas veces oiríamos, principalmente cuando no estaba ella presente:

Esta Tía, no es como las otras, ni como la Gitana esa que no tiene ninguna faena, esta, no tomara el sol en el corral despechugada, esta no tiene desperdicio, no para, y lo principal, no se si os habrías dado cuenta o no, pero ni tiene vergüenza, ni la conoce.

Esta Tía es como nosotras, como cuando éramos jóvenes, no cabía mayor elogio.

Redios, solo sabe que pedir favores, ahora que enseguida esta dispuesta para echar una mano a lo que haga falta, eso si, manda y mucho, hay que hacerlo a su manera, pero para eso es joven y sabe de letra, solo le podemos echar en cara una cosa, que no sea tan alcahueta como nosotras y ella, con lo que debe saber de todas casas,... Si hablara.

Estos "sanroques" nos vimos, cuando va a ser si no, y hablando y hablando, cayo en la cuenta, años y años después, de que me debía un cuadro, el que me prometió el siglo pasado, y el cual yo ya había olvidado.

Unos días después en pasar fiestas, se presento en casa allá en el Barrio, con el regalo, además, dedicado, no vale nada, dijo, ya veremos digo yo, y ahora ya es mío. He tenido que descolgar y guardar un Velázquez, para poder colgarlo y verlo cada día.

No hay color, para mi Doña Pilar le da cincuenta mil vueltas al retrato del Príncipe Baltasar Carlos de Velázquez que había en su lugar. Me es inevitable fijarme y verla a ella o la otra gitana la de los cestos, reflejada en su rostro.

 


Dejó el Barrio, la casa al jubilarse, aunque no el pueblo, dado que vuelve todos los veranos, allá, a la Rambla, que loca esta la Tía, decían de ella las abuelas cuando comento que se iba a construir una casa en el quinto pino camino de la nada, anda maña no me jodas, no le tiene miedo a nada.

Diría, que desde que se marcho aquella casa esta vacía, con las pegatinas de Naranjito aun en la ventana, pero gracias aquella bendita locura de construirse una casa, vuelve todos los años al pueblo, y a su casa, al Barrio, sigue la amistad, y en Navidad, cuando no nos vemos, hablamos... Muchísimas gracias por el cuadro, el día de su santo le llamo.

"Ahora le ha dado por pintar, como a la Lola Flores", otra bendita locura de aquellos últimos años, Las abuelas ya casi habían dejado el Barrio, hace tanto de aquello... Ya se le pasaron los días del arte, según me comento, cosas de la edad, el hecho es que siempre fue una pionera, (conocido es que a los pioneros, sus contemporáneos les llaman en un momento u otro, locos. Hasta que el tiempo le da la razón a uno u otro, en este caso siempre fue a ella), es inevitable acordarte de Doña Pilar al ver en La Bruja Novata, a Angela Lansbury en bicicleta.

Cuando nadie en el pueblo, ni aun en la ciudad iba en bici, ella la usaba para todo, y pedaleaba con falda, menuda fortaleza, decían las abuelas, un día se ha de estozolar en la costera de las Escuelas o de Zurriaga, que bien hace en no tener vergüenza,...

Cada tanto le robaban la bocina o le deshinchaban una rueda, nada pasaba, todo tenia arreglo, seguir pedaleando...

Dios que Tía, mira que no se le pone nada por delante. Quien fuera como ella, mecagüen la Tía el copón.

 

Un buen día en la fresca, un anodino día de verano, comento, tarde o temprano, tendré que bajarme de la bici, me hago mayor, voy a sacarme el carné del conducir...¿qué les parece?.

Tras el silencio y el consabido asombro por parte de todos, llego el apoyo unánime del rolde hacia Doña Pilar, no podía ser de otra manera, redios que Tía, tiene más cojones que una burra capada, es como nosotras, acaba de comenzar así una de las luchas más épicas que haya llevado a cabo nadie en el Barrio jamás.

La teórica, nadie esperaba menos de ella, fue coser y cantar, pero aprobar la práctica, su examen, nos tuvo a todos en vilo durante meses y meses toda una eternidad, batalla a batalla para ganar una guerra, en Teruel no hay una calle decente.

Guerra la cual un buen día en un recóndito lugar de Castilla donde residía alguien que había vivido años atrás en el Barrio, tuvo su fin. Aparco la bici y empezó a conducir. Todo un ejemplo.

Y ahora, conociéndola, cuando nos diga, sube que te llevo, como le vamos a decir que no. A nuestra edad, aún vamos a saber lo que es pasar miedo.

Felicidades en el día de su santo. Mil gracias. Aquellos eran otros tiempos, a veces para las Fiestas del Pilar, incluso nevaba.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Yo, a Torrijo. No vuelvo.

Carta.
 
Mi querida tía, como no podrá ser de otra manera, estarás ahora en el cielo conversando con unos y con otros, sentada en algún fresco rincón del cual solo te moverás para buscar otro lugar más cómodo, ya padeciste bastante aquí en la tierra.
 
Querida tía, tan solo escribirle para darle la razón una vez más, quizás sea un poco tarde, pero qué le vamos hacer, ahora que he visto las fotografías, he comprendido, aquella frase que tantas veces le oí decir.
 
Yo a Torrijo no vuelvo, me fui para no volver, allí no se me ha perdido nada, recuerdos a todos, se que todos me quieren,  yo más a ellos, …
 
Quizás le sorprenda que haya tardado tanto, diez o doce años desde que se fue, ¡qué barbaridad, como pasa el tiempo!. No crea, en realidad no es así, lo primero que hice en cuanto se presento la ocasión fue preguntar por las fotos, y hasta por las cartas de Córdoba, ¿recuerda cuando las encontró y pudo enseñarlas a quien siempre dudada de todo cuanto contaba?
 
“Olvídalo, me dijeron, no era ni de fotos, ni de recuerdos, no hay nada, no era de esas, nunca guardó nada”. 
 
Cosas de la familia, la respuesta, cualquiera lo sabía, no era verdad, pero, sigue bastando con que a uno le digan una vez las cosas, para que lo deje estar, paciencia.
 
Así diez años después, estas fiestas de San Roque me lleve una alegría enorme, cuando me dijeron: “Te he traído el álbum que me pediste, hay poca cosa, un par de docenas de fotos”.
 
Recuerdo.
 
Pasan los años, se suceden los recuerdos, se echa de menos y finalmente terminamos por añorar a las personas por algo que hicieron o dijeron, por una mera anécdota en la cual se resume toda una vida.
 
Yo, a Torrijo, no vuelvo, me fui para no volver. Lo repetía de manera categórica año tras año, ya no solo para referirse al pueblo donde nació, el mejor del mundo, de ello nadie en la familia albergó nunca duda alguna, sino también, para sustentar otras muchas de sus historias. Aquello paso, cosas que pasan.
 
Durante más de cincuenta años vendría los veranos a Calamocha, las Fiestas de San Roque eran su pasión, “no hace falta que os lo jure, bien lo sabéis, nunca he visto el Baile San Roque, ni lo veré”, era Tremenda, con mayúsculas, toda la familia allí reunida, hablando de todo en interminables horas, hablando en español, valenciano, catalán y francés, eso era lo que amaba, la familia, la conversación, años y años pasando ella por la puerta de su primera casa cada verano y mirando para otro lado, cara el Cementerio. Jamás volvería a Torrijo.
 
La sola idea de tener que pisar al tierra donde nació, le cambiaba la cara, “callaros, no me hagáis repetir las cosas, ya lo sabéis, a mi allí no se me ha perdido nada”. A la vejez viruelas, su marido murió al poco de jubilarse, pero aun les dio tiempo de venir a Calamocha en su propio coche, un Seat Gordini, coche con más encanto, no hubo ni habrá en la familia jamás, aquel auto, como decían los abuelos, que ya de nuevo parecía viejo, los dejo tirados a la altura de Monreal, y hubieron de entrar a pedir ayuda, arreglarlo y continuar viaje, aquel suceso, así catalogado, pudo haber sido una autentica catástrofe de haberse roto el coche unos kilómetros después a la altura de Torrijo. “Ni que decir tiene que hubiéramos dejado el auto allí, y bajado andando a Calamocha”. Nunca nadie lo pondría en duda
.
Contaba y no paraba una tras otra, mil y una calamidades, desde los años de la Incierta Gloria de Joan Sales, hasta nuestros días, recordaba con cariño por su nombre y apellidos a todos y cada uno, a decir de ella, de los cabrones que andaban por España en aquellos años de norte a sur y de este a oeste, también de alguna mala puta, que de todo hay y se encuentra uno en esta vida, a uno y otro lado del frente y más allá en Francia. Gente en cualquier caso, normal. La vida misma. Ayer como hoy, todo sigue poco más o menos igual. De mi nadie podrá hablar mal, pero no te digo que no exista quien lo haya hecho o haya tenido ganas de matarme más de una vez. Empezamos en un sitio, hubo que joderse, terminamos lo que empezamos, jodidos y perdidos, luego como todos cambiamos, y todo siguió igual, como al principio.
 
No había rincón de España, por grande ni pequeño donde no hubiera estado, y por fin dado con buena gente, a la que pedir favores, a la que años, décadas después devolver favores. 
 
Cuando finalmente se dejaba llevar por la emoción termina hablando en valenciano, donando canya tot el mon, ya no había forma de  pararla. La mare que va, el para que torna i la filla, a on es la filla?. Se fue de Torrijo a Valencia.
 
La foto.
 
 
 
Quizás fuesen otros tiempos, no lo sé, sin embargo, hacerse un retrato en aquellos años, barato precisamente no seria, menudo capricho, quitarse de comer por una tontería así,  pasar hambre a cambio de la inmortalidad, ahí es nada, pura vanidad, tal vez inmoral. ¿Pero qué clase de padres eran aquellos?
 
Igual, que los de hoy, según nos dicen, pues andamos a un paso de no tener qué comer, mientras seguimos pagando facturas de todo tipo e innecesarias,… En cualquier caso mil gracias, a quien fuese, seria la abuela, como tantas otras veces, la que pagase, todo por tener un recuerdo de sus nietos, malcriarlos y echarlo todo a perder a base de caprichos. Si bien, viendo la cara de una de ellas, tan de buena persona como de mala leche, de mi bisabuela hablo, no creo yo que soltase las perras sino alguna que otra hostia y en cualquier caso, nunca las suficientes.
 
Ella, era la mayor y tendría unos 6 años, así que sería muy probablemente el año de 1927,  aun hubo más tarde otra hermana tan pequeña que no está en la foto ni se tendría en pie o tal vez ni habría nacido, no lo sé.
 
Aparece ella con la gravedad que da ser la mayor, limpia en comparación con el resto, y el pelo impecable, con el vestido a rayas, retal de vete tú a saber qué, su hermana que no se tendría en pie, sentada, con la cara borrosa, de haberse comido los mocos a falta de cosa mejor, y el hermano, caray con el hermano, los chicos ya se sabe, no son como las chicas, esa saya que lleva parece la llevo antes todo Torrijo, y con más mierda encima que el palo un gallinero. Eso si, bien peinado, faena tendría quien le pasara la liendrera. Los zapatos, no hay duda, serian prestados. Como para gastar en zapatos estaban. No sabían lo que eran.
 
Una vez pudo salir de allí, para qué iba a volver… Hoy, lo comprendo todo.
 
Al Este del Edén (1952)
 
Cuando un niño comprende por primera vez a los adultos,  (es decir cuando se abre paso por primera vez en su grave cabecita la idea de que los adultos no están dotados de una inteligencia divina, de que sus juicios no son siempre acertados, ni su pensamiento infalible, ni sus sentencias justas),  su mundo se desmorona y la desolación se apodera de él. Los dioses han caído y ha desaparecido toda seguridad. Y además no caen un poquito, no, se destrozan y se hacen añicos, o bien se hunden en las profundidades del estiércol. Es una tarea muy fatigosa la de reconstruirlos; ya no vuelven a brillar jamás con su antiguo resplandor. Y el mundo infantil, ya no vuelve a ser jamás un mundo seguro. Es una manera muy dolorosa de crecer.
 
John Steinbeck (1902-1968)
 
El Tío Juanito Steinbeck, no era de Torrijo, a cambio sabía escribir, nadie es perfecto, nació en Salinas, allá en California en los Estados Unidos y no era de Torrijo como digo, pero casi, bien sabia él, que uno es de allí de donde nace, de la gente que vivió en esa tierra antes que él, tanto familia como no, de la tierra en si, y que por muy lejos que se vaya uno, por mucha gente que pase por su vida. … seguirá siendo hijo, y viviendo allí donde nació.  
 
Los Años de la Cazalla. La niñez. Muerte, abandono, hambre.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

La Leyenda del Santo Cristo.

Sábado. 14 de septiembre de 1492 
Dicen que contaba la historia, devenida con el paso del tiempo en leyenda, en cualquier caso, mentira, oral o escrita, escuchada o leída, por unos o por otros mil veces narrada, generación tras generación tan olvidada como recordada.  Cantada en sus inicios, por aquellos juglares que llegaban de la parte de Qa- Al-Ala-Tayud, cantada, escrita y contada, por el primer cronista del que hay constancia en Calamocha, un tal Ibn BLA´Sqo, que dio en afincarse aquí, hasta nuestros días.
De las hoy Cuatro Esquinas a también hoy el Poyo del Cid, que allá por finales del siglo XV en las afueras  de Calamocha, de la que mira hacia el Levante, sucedió algo extraordinario. 
El nacimiento del Rabal o las Fiestas del Santo Cristo, pues aún hoy en día se mantiene la duda de que fue antes, al suceder todo la misma tarde noche, en la que murió el Ala-Rabal.
Apenas un puñado de fuegos, de hogares repartidos por el Barrio Verde, la Poza de los Tres Deseos y la Calle del Tru-Jal-Raba, donde por todo ingenio, oculto, el nombre lo dice, un trujal, allí mismo donde siglos después apareciese la Virgen del Callejón, tan desconocida como milagrosa, y algún que otro pitañar más, pocos, al otro lado, en el Ara-Ñal de Q-At-Alan cara la Era del P-Al-Tre asomando a la amurallada Cerrada de Sancho.
Daban cobijo mayormente a más que pobres, mendigos, tan honrados como humildes ladrones, que vivían como podían, lejos de toda ley y Dios verdadero y que no haciendo nada la mayor parte de las veces, porque nada había que hacer, porque no había tierra ni peonadas, ni nadie de más abajo que les diese faena. Pudiera parecer a los habitantes de al lado, de la llamada Qua- Ala-Mocha, que estaban siempre de fiesta, cantando como lo hacían en las tierras del Sur de la península, allá en los confines de la Al-Bonica en el Ala-Rabal.
El hecho de que de vez en cuando desapareciese algún tocino, les libraba de males mayores, y es que el hambre, no espera y cuando se trata de comer, hay que comer.
Como el perro el rabalero, a ojos de la gente de bien, ni hacían ni dejaban hacer, poco era lo que respetaban, menos aun las fiestas de guardar, que el comer sabido es no espera y hay que procurarlo todos los días…. Aquel tercer mandamiento de Santificaras las Fiestas, lo tenían tan olvidado como el séptimo, del que eran fieles devotos.
Dicho de otro modo no se les veía por misa, arramblaban con lo que podían.
Y en aquellos años se podía perdonar prácticamente cualquier mandamiento, cualquier cosa salvo el hecho de no ir a misa, y aquello, aquel detalle (que te delataba como zancarrón), acababa domingo tras domingo, fiesta tras fiesta, con la paciencia del noble y cristiano pueblo de Calamocha, apiñado en torno a la Morería bajo la generosa sombra del otrora castillo de Musa. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
 
Aquel sábado 14 de septiembre de 1492, festividad del Santo Cristo en la Morería, a los, de lo que luego serían parte  del Barrio Bajo, a los de Calamocha de toda la vida, vino a terminárseles la paciencia y decidieron a la entrada del Coso agostados de palique, subir a pedir explicaciones y enseñar el camino de la iglesia a los haraganes zancarrones, de los pobres barrios de cara Al-Poyo.
Como aquel que dice, a tirar la primera piedra.
De la mano de Pascal Misifud, conocido como Gato, por sus vecinos conversos, caminaron juntos en un principio, se les acabó la paciencia a unos y otros, todos cristianos viejos, judío éste, el Pascal, que en estos de los gremios llevaba la voz cantante y pensó, "ya les toca, vamos para arriba a repartir estopa, si son pobres, ya les prestaremos, ...A por ellos"  
 
La cosa acabo como acabo, los del Ala-Rabal, no lo esperaban, y liose la de las Navas de Tolosa por la cantidad de piedras movidas aprovechando la cantera de la que luego, siglos después, seria llamada la Era de San Roque, en la parte baja del Ala-Rabal donde se libro batalla. Al resguardo de el calor.
Los de la Morería superiores en número, mejor organizados y con Dios de su parte, miraron hacia las tierras del A-Jutar, a sus ojos baldías, llenas de moreras y acogedores ribazos, objetivo encubierto de tan gran dislate, paso obligado del agua que regaba sus tierras, y dijeron “hasta aquí hemos llegado, a partir de ahora, a misa, esto es Calamocha y estos son sus Arrabales.”
 
Un puñado de aquellos del Barrio Verde y La Poza se marchó huyendo hacia el paraíso del sur, pronto de andar se cansaron, días más tarde en Al-Poyo, fue donde se asentaron, y fundaron el pueblo nuevo ya en el llano y de los pocos que quedaron aquella noche, heridos y maltrechos, ninguno se avino a entrar en razón, ninguno quiso doblar el Qan-Ton puerta de la Morería y bajar a misa, ni menos aún abandonar su tierra.
 
Un día es un día y una paliza es un rato, pensaron esos cuatro, que se quedaron, defendiendo lo suyo, el Ingenio del Trujal oculto y la entrada a la Mina.
 Ako El Rab, los Q  ´At Alan, los M´Ala Kos, la familia de  Es-Quelas, un puñado de recién llegados de lejanas montañas, conocidos como Los Serranos primeros cristianos viejos que dieron alli en asentarse, y alguno que otro más,  optaron por resistir, en justicia la siesta les impido huir, así, que allí mismo, decidieron los calamochinos de bien, amparados en Dios,  llevarlos a la hoguera, quemarlos y acabar con el problema. Un poco más allá de la hoy calle Ingenio decidieron pegarles fuego.
“Que se vean las llamas en Mont-Real.Que no huya el Renegado Giusepe Luigi Al Sancho, apresarlo si ha lugar, que venga y deje constancia de todo cuanto vea, qué pinte por fin algo que valga la pena". 
Dadas las pocas ganas de verse de los que allí vivían, no les fue difícil reunir a los de la misa, un buen montón de zarrios, y leña y en lo alto, cual brujas alcahuetas, que de todo pecaban los del Ala-Rabal, atados de pies y manos los cuatro que quedaron sin entrar en razón.
Fueron los críos de la Morería, armados con carracas y matracas, quienes se dieron un festín, los encargados de ir casa por casa arrancando todo lo que ardiese para ponerlo a los pies de la hoguera, jaleados por sus mayores. No hallaron piedad, ni aún las ratas, menos aún los pobres que allí habitaban,  ni entre las madres de los niños hubo compasión. Cohetes, tracas, petardos llegarían siglos después para aquella misma noche recordar todo su jaleo, todo su miedo, hasta que una tragedia tras otra, los silenciase, no hace tanto: “Lo mismo tiro el cohete para arriba, que lo tiro cara la puerta hacia el Cristo, que aquí yo hago lo que me viene en gana”… Aquel fue el último en sonar. Por su parte los zagales, sino de los nuevos tiempos, dejaron de pedir leña por las casas, ya no hay leña, ni aun en las eras,... ¡Ni muñeco que quemar hacen!.
Y hasta hace cuatro días, los zagales del Barrio Bajo corrían a pedradas a los del Peirón, cuando no era al revés, uniéndose otras veces, tomando el camino de Navarrete para tratar de conquistarlo, emulando a sus mayores de siglos atrás. Sin tomar jamás el camino que lleva a los parientes del Poyo del Cid.
 
 Y ya anocheciendo y para que escarmentasen, trabajasen y fuesen a misa, decidió el mas lanzado, el más valiente, el primero en todo salvo en acudir a la iglesia, seguir y no parar, pegarle fuego a la hoguera, tras rezar fuego amenazante en mano, una oración de esas que solo el sabia en pro de la salvación de las almas de los que se negaban a ser calamochinos… La primera salve que allí se dijo.
El que menos preocupaciones tenia, el Tío Preocopio, le decían, marino de fortuna llegado de Italia, contaba ser de familia noble emparentada con los Nerones ni más ni menos,… otro que vivía sin trabajar, pero en este caso, la ley y Dios, de su mismo pueblo, de Roma, le perdonaban, encendió la hoguera por fin.. Meses más tarde se diría pariente de un tal Cristobal Colon, su mismo padre resulto.
Buena fue la que prepararon, aquello ardió en un visto y no visto, y para sorpresa de todos, pasadas las llamas, agotada la leña y los zarrios, los ajusticiados seguían vivos, no ardieron bajo el fuego purificador, señal dijeron los justicieros de la Morería de que eran puros…
¡Milagro!. Ahora sí, era la hora de rezar, para evitar castigos divinos, todos a una. Misa a las nueve, allí mismo y no en la iglesia.
 
Aún salió por ahí un figura que aposto por aprovechar, antes de rezar y comulgar, las brasas para asar alguna costilla, longaniza y chorizo y alguna florecida morcilla con el fin de cenar todos en hermandad, con el fin encubierto de verlos cenar tocino a los que se salvaron de la quema.
 
Entrada la noche, no quedo duda alguna, Calamocha llegaba hasta la hoguera,… “Podéis quedaros, sois de los nuestros, podéis levantar sobre las cenizas un Peirón que diga esto es Calamocha y  vivir a su alrededor y vivir bajo su protección… vivir a la paz de Dios” 
Sin embargo, los ya calamochinos, los rabaleros orgullosos, “un Peirón, cuatro piedras,… tan poca cosa, eso lo hace cualquiera….”
Ellos que en una noche cerrada de invierno, despechados no de amor sino de hambre,  cavaron la Mina que atraviesa de Oeste a Este el Rabal,… para llevar el agua, para cruzar las Murallas del vergel de la Cerrada Sancho y procurarse sustento, no se iban a conformar con vivir junto a algo tan insignificante como un Peirón.
Y así en unos días, fanfarrones ellos,  edificaron la Ermita del Santo Cristo, con las piedras de la batalla.
Escrito queda, como llego el Arrabal a Calamocha como nació su ermita con la puerta orientada al Norte y no hacia el Este, no mira pues la puerta hacia donde sale el sol, si no hacia el pueblo calamochino, en contra de toda lógica cristiana, como muestra, tal vez,  de acogimiento hacia quienes suben de los barrios bajos a sus tierras, y sus fiestas a celebrar cada 14 de septiembre en honor al Santo Cristo, a festejarla ni más ni menos que con una hoguera y un infiel muñeco de paja, ya ausente, en lo alto.
Hay otra fiesta, no menor, pero si más familiar, cada mes de mayo, cuando los descendientes de aquellos que huyendo, quisieron curarse en salud y encontraron cobijo en el Poyo bajan a ver a sus parientes, bajan a la ermita. Son para los Rabaleros, los Curitos del Poyo.
En realidad fue la noche del Santo Cristo la fiesta grande de Calamocha hasta como aquel que dice, cuatro días, hasta que llego la peste a fines del XIX y hubo que pedir ayuda fuera, a Francia ni más ni menos, a Montpellier, donde un tal San Roque, finalmente se las vio y se las deseo, las paso canutas, pero acabo con la enfermedad y de fuera vendrán, que de casa te echaran, el Santo Cristo dejo de ser el patrón de Calamocha para ceder el puesto al bueno del francés, y así hasta nuestros días. Menos mal, que me queda el arrabal, debe el Cristo pensar.