miércoles, 4 de septiembre de 2013

La Leyenda del Santo Cristo.

Sábado. 14 de septiembre de 1492 
Dicen que contaba la historia, devenida con el paso del tiempo en leyenda, en cualquier caso, mentira, oral o escrita, escuchada o leída, por unos o por otros mil veces narrada, generación tras generación tan olvidada como recordada.  Cantada en sus inicios, por aquellos juglares que llegaban de la parte de Qa- Al-Ala-Tayud, cantada, escrita y contada, por el primer cronista del que hay constancia en Calamocha, un tal Ibn BLA´Sqo, que dio en afincarse aquí, hasta nuestros días.
De las hoy Cuatro Esquinas a también hoy el Poyo del Cid, que allá por finales del siglo XV en las afueras  de Calamocha, de la que mira hacia el Levante, sucedió algo extraordinario. 
El nacimiento del Rabal o las Fiestas del Santo Cristo, pues aún hoy en día se mantiene la duda de que fue antes, al suceder todo la misma tarde noche, en la que murió el Ala-Rabal.
Apenas un puñado de fuegos, de hogares repartidos por el Barrio Verde, la Poza de los Tres Deseos y la Calle del Tru-Jal-Raba, donde por todo ingenio, oculto, el nombre lo dice, un trujal, allí mismo donde siglos después apareciese la Virgen del Callejón, tan desconocida como milagrosa, y algún que otro pitañar más, pocos, al otro lado, en el Ara-Ñal de Q-At-Alan cara la Era del P-Al-Tre asomando a la amurallada Cerrada de Sancho.
Daban cobijo mayormente a más que pobres, mendigos, tan honrados como humildes ladrones, que vivían como podían, lejos de toda ley y Dios verdadero y que no haciendo nada la mayor parte de las veces, porque nada había que hacer, porque no había tierra ni peonadas, ni nadie de más abajo que les diese faena. Pudiera parecer a los habitantes de al lado, de la llamada Qua- Ala-Mocha, que estaban siempre de fiesta, cantando como lo hacían en las tierras del Sur de la península, allá en los confines de la Al-Bonica en el Ala-Rabal.
El hecho de que de vez en cuando desapareciese algún tocino, les libraba de males mayores, y es que el hambre, no espera y cuando se trata de comer, hay que comer.
Como el perro el rabalero, a ojos de la gente de bien, ni hacían ni dejaban hacer, poco era lo que respetaban, menos aun las fiestas de guardar, que el comer sabido es no espera y hay que procurarlo todos los días…. Aquel tercer mandamiento de Santificaras las Fiestas, lo tenían tan olvidado como el séptimo, del que eran fieles devotos.
Dicho de otro modo no se les veía por misa, arramblaban con lo que podían.
Y en aquellos años se podía perdonar prácticamente cualquier mandamiento, cualquier cosa salvo el hecho de no ir a misa, y aquello, aquel detalle (que te delataba como zancarrón), acababa domingo tras domingo, fiesta tras fiesta, con la paciencia del noble y cristiano pueblo de Calamocha, apiñado en torno a la Morería bajo la generosa sombra del otrora castillo de Musa. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
 
Aquel sábado 14 de septiembre de 1492, festividad del Santo Cristo en la Morería, a los, de lo que luego serían parte  del Barrio Bajo, a los de Calamocha de toda la vida, vino a terminárseles la paciencia y decidieron a la entrada del Coso agostados de palique, subir a pedir explicaciones y enseñar el camino de la iglesia a los haraganes zancarrones, de los pobres barrios de cara Al-Poyo.
Como aquel que dice, a tirar la primera piedra.
De la mano de Pascal Misifud, conocido como Gato, por sus vecinos conversos, caminaron juntos en un principio, se les acabó la paciencia a unos y otros, todos cristianos viejos, judío éste, el Pascal, que en estos de los gremios llevaba la voz cantante y pensó, "ya les toca, vamos para arriba a repartir estopa, si son pobres, ya les prestaremos, ...A por ellos"  
 
La cosa acabo como acabo, los del Ala-Rabal, no lo esperaban, y liose la de las Navas de Tolosa por la cantidad de piedras movidas aprovechando la cantera de la que luego, siglos después, seria llamada la Era de San Roque, en la parte baja del Ala-Rabal donde se libro batalla. Al resguardo de el calor.
Los de la Morería superiores en número, mejor organizados y con Dios de su parte, miraron hacia las tierras del A-Jutar, a sus ojos baldías, llenas de moreras y acogedores ribazos, objetivo encubierto de tan gran dislate, paso obligado del agua que regaba sus tierras, y dijeron “hasta aquí hemos llegado, a partir de ahora, a misa, esto es Calamocha y estos son sus Arrabales.”
 
Un puñado de aquellos del Barrio Verde y La Poza se marchó huyendo hacia el paraíso del sur, pronto de andar se cansaron, días más tarde en Al-Poyo, fue donde se asentaron, y fundaron el pueblo nuevo ya en el llano y de los pocos que quedaron aquella noche, heridos y maltrechos, ninguno se avino a entrar en razón, ninguno quiso doblar el Qan-Ton puerta de la Morería y bajar a misa, ni menos aún abandonar su tierra.
 
Un día es un día y una paliza es un rato, pensaron esos cuatro, que se quedaron, defendiendo lo suyo, el Ingenio del Trujal oculto y la entrada a la Mina.
 Ako El Rab, los Q  ´At Alan, los M´Ala Kos, la familia de  Es-Quelas, un puñado de recién llegados de lejanas montañas, conocidos como Los Serranos primeros cristianos viejos que dieron alli en asentarse, y alguno que otro más,  optaron por resistir, en justicia la siesta les impido huir, así, que allí mismo, decidieron los calamochinos de bien, amparados en Dios,  llevarlos a la hoguera, quemarlos y acabar con el problema. Un poco más allá de la hoy calle Ingenio decidieron pegarles fuego.
“Que se vean las llamas en Mont-Real.Que no huya el Renegado Giusepe Luigi Al Sancho, apresarlo si ha lugar, que venga y deje constancia de todo cuanto vea, qué pinte por fin algo que valga la pena". 
Dadas las pocas ganas de verse de los que allí vivían, no les fue difícil reunir a los de la misa, un buen montón de zarrios, y leña y en lo alto, cual brujas alcahuetas, que de todo pecaban los del Ala-Rabal, atados de pies y manos los cuatro que quedaron sin entrar en razón.
Fueron los críos de la Morería, armados con carracas y matracas, quienes se dieron un festín, los encargados de ir casa por casa arrancando todo lo que ardiese para ponerlo a los pies de la hoguera, jaleados por sus mayores. No hallaron piedad, ni aún las ratas, menos aún los pobres que allí habitaban,  ni entre las madres de los niños hubo compasión. Cohetes, tracas, petardos llegarían siglos después para aquella misma noche recordar todo su jaleo, todo su miedo, hasta que una tragedia tras otra, los silenciase, no hace tanto: “Lo mismo tiro el cohete para arriba, que lo tiro cara la puerta hacia el Cristo, que aquí yo hago lo que me viene en gana”… Aquel fue el último en sonar. Por su parte los zagales, sino de los nuevos tiempos, dejaron de pedir leña por las casas, ya no hay leña, ni aun en las eras,... ¡Ni muñeco que quemar hacen!.
Y hasta hace cuatro días, los zagales del Barrio Bajo corrían a pedradas a los del Peirón, cuando no era al revés, uniéndose otras veces, tomando el camino de Navarrete para tratar de conquistarlo, emulando a sus mayores de siglos atrás. Sin tomar jamás el camino que lleva a los parientes del Poyo del Cid.
 
 Y ya anocheciendo y para que escarmentasen, trabajasen y fuesen a misa, decidió el mas lanzado, el más valiente, el primero en todo salvo en acudir a la iglesia, seguir y no parar, pegarle fuego a la hoguera, tras rezar fuego amenazante en mano, una oración de esas que solo el sabia en pro de la salvación de las almas de los que se negaban a ser calamochinos… La primera salve que allí se dijo.
El que menos preocupaciones tenia, el Tío Preocopio, le decían, marino de fortuna llegado de Italia, contaba ser de familia noble emparentada con los Nerones ni más ni menos,… otro que vivía sin trabajar, pero en este caso, la ley y Dios, de su mismo pueblo, de Roma, le perdonaban, encendió la hoguera por fin.. Meses más tarde se diría pariente de un tal Cristobal Colon, su mismo padre resulto.
Buena fue la que prepararon, aquello ardió en un visto y no visto, y para sorpresa de todos, pasadas las llamas, agotada la leña y los zarrios, los ajusticiados seguían vivos, no ardieron bajo el fuego purificador, señal dijeron los justicieros de la Morería de que eran puros…
¡Milagro!. Ahora sí, era la hora de rezar, para evitar castigos divinos, todos a una. Misa a las nueve, allí mismo y no en la iglesia.
 
Aún salió por ahí un figura que aposto por aprovechar, antes de rezar y comulgar, las brasas para asar alguna costilla, longaniza y chorizo y alguna florecida morcilla con el fin de cenar todos en hermandad, con el fin encubierto de verlos cenar tocino a los que se salvaron de la quema.
 
Entrada la noche, no quedo duda alguna, Calamocha llegaba hasta la hoguera,… “Podéis quedaros, sois de los nuestros, podéis levantar sobre las cenizas un Peirón que diga esto es Calamocha y  vivir a su alrededor y vivir bajo su protección… vivir a la paz de Dios” 
Sin embargo, los ya calamochinos, los rabaleros orgullosos, “un Peirón, cuatro piedras,… tan poca cosa, eso lo hace cualquiera….”
Ellos que en una noche cerrada de invierno, despechados no de amor sino de hambre,  cavaron la Mina que atraviesa de Oeste a Este el Rabal,… para llevar el agua, para cruzar las Murallas del vergel de la Cerrada Sancho y procurarse sustento, no se iban a conformar con vivir junto a algo tan insignificante como un Peirón.
Y así en unos días, fanfarrones ellos,  edificaron la Ermita del Santo Cristo, con las piedras de la batalla.
Escrito queda, como llego el Arrabal a Calamocha como nació su ermita con la puerta orientada al Norte y no hacia el Este, no mira pues la puerta hacia donde sale el sol, si no hacia el pueblo calamochino, en contra de toda lógica cristiana, como muestra, tal vez,  de acogimiento hacia quienes suben de los barrios bajos a sus tierras, y sus fiestas a celebrar cada 14 de septiembre en honor al Santo Cristo, a festejarla ni más ni menos que con una hoguera y un infiel muñeco de paja, ya ausente, en lo alto.
Hay otra fiesta, no menor, pero si más familiar, cada mes de mayo, cuando los descendientes de aquellos que huyendo, quisieron curarse en salud y encontraron cobijo en el Poyo bajan a ver a sus parientes, bajan a la ermita. Son para los Rabaleros, los Curitos del Poyo.
En realidad fue la noche del Santo Cristo la fiesta grande de Calamocha hasta como aquel que dice, cuatro días, hasta que llego la peste a fines del XIX y hubo que pedir ayuda fuera, a Francia ni más ni menos, a Montpellier, donde un tal San Roque, finalmente se las vio y se las deseo, las paso canutas, pero acabo con la enfermedad y de fuera vendrán, que de casa te echaran, el Santo Cristo dejo de ser el patrón de Calamocha para ceder el puesto al bueno del francés, y así hasta nuestros días. Menos mal, que me queda el arrabal, debe el Cristo pensar.

 
 
 
 
 
 

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