Dudó el abuelo un instante, para mí toda una eternidad, interrogado con insistencia por los nietos, habidos ellos de encontrar alguna celebridad entre sus mayores. Veremos cómo sale de esta, pensé, no sin cierta maldad, tendrá que rendirse y decir la verdad. No le caldra otra solución.
Nunca en la familia hubo nadie que destacase en el terreno de lo que sería el juego, entendido como deporte. Somos del montón, cuasi patosos, la cosa es así, lo más normal del mundo, es menester haya de todo.
A escape y sin problemas, el abuelo lo resolvió con una brillantez enorme, sin mentir ni echar mano de la imaginación. Nos asombro a todos. A mí el primero.
En la familia había habido un fenómeno del juego, del deporte, y uno, a mi edad, lo desconocía todo.
Aquellos eran otros tiempos, advirtió, y eso de hacer deporte, no se estilaba, a vuestra edad, yo ya iba de pastor, y mi padre lo mismo, vuestros padres tuvieron más suerte, pero no pasaron de darle patadas a un balón o jugar al escondite en la puerta de casa, también eran otros tiempos los suyos, nada que ver con lo de hoy y el trajín que os lleváis… a pesar de todo, nos lo pasábamos en grande.
Escuchar, os voy a contar una historia y así podréis contarla y presumir por ahí, mi padre, tu abuelo, por mi, vuestro bisabuelo, por ellos, allá en Calamocha, hará cosa de sesenta años o más, el otro día, como aquel que dice si no me acordaría, era el mejor del pueblo jugando al Revienta Zapos. El deporte de los Trujales. Así lo definió. Un fenómeno.
Todos los veranos, continuo, corroborando sus recuerdos, Fulanito, cuando viene a pasar unos días para las fiestas, y nos encontramos en Los Viejos o ande sea, me lo comenta, tu padre era el mejor, mi padre y mi tío, jamás lograron vencerlo. Cuanto echo de menos aquellos días, cada vez que bebo un trago de vino recio, me acuerdo, en la vida no se me olvidaran jamás aquellas trápalas que se llevaban los mayores en los Trujales jugando al revientasapos.
El asombro corrió paralelo a la expectación entre todos, había una celebridad en la familia, alguien invencible en el extraño juego, para nosotros ya deporte, del Revienta Zapos, del cual lo desconocíamos todo, pero nos daba lo mismo. Habíamos dejado de ser unos desmanotaos en esto del juego.
A continuación el abuelo, trato de explicarnos en qué consistía tan apasionante deporte.
Veréis, vuestro bisabuelo era el que se apostaba, jugaba y siempre ganaba, ponía las rodillas en tierra y luego los codos, y luego estaban los otros dos que lo trababan, echaban la espalda al suelo y el uno el tiraba los pies a la cabeza y el otro a los riñones.
El juego empezaba y el que estaba a cuatro patas trabao, sin poder usar ni las manos ni los pies tenía que tratar de levantarse, mientras el uno le agarraba el cuello con los pies y el otro le pisaba los riñones, y además estos, se abrazaban para hacer mas fuerza si se ponían en el mismo lado, si no uno a cada lado, y venga los demás en el Trujal a la hora de la merienda a animar a mi padre para que se levantara.
Podía con todos, esa es la verdad, tardaba poco o mucho pero acababa levantándose a puro de tirar de riñones, y entonces, al levantarse los otros caían como sapos al suelo…
En todas calles había Trujales y en cuanto veían pasar a mi padre lo llamaban para que entrase a jugar un rato, era la temporada de jugar al revientasapos la de pisar las uvas y hacer el vino.
Andaban locos todos cascándole al mocle, al anis con mosto, y jugando, pasabas por un Trujal y ya oías chillar a todos, venga ya están reventando sapos. En fin, puede parecer fácil, pero no lo es, y si no probar a ver qué pasa, lo dicho el Tio Auge tenia mas cojones que una burra capada.
Abuelo, no digas palabrotas.
¿Qué coño he dicho maña?