martes, 24 de septiembre de 2024

La otra Batalla de Teruel

 

Seria allá por el año 1975 cuando un sábado a media tarde llegue con mi madre a la Residencia Obispo Polanco de Teruel. Nos habían citado para una operación rutinaria, poca cosa, una noche, el domingo a casa y el lunes escuela. A don Ángel el médico se le había acabado la paciencia con respecto a mí y al amigo Joaquinito, “Os doy el volante, subís a Teruel, os quitan las anginas y dejáis de dar faena. Por una tontería como esta no es menester llamarme ni faltar a clase”

Maqueta de las Escuelas Viejas obra de don Miguel Maicas


Mis arrestos de héroe los había perdido un par de años antes cuando en el cuarto de casa don Ángel operó de vegetaciones a mi hermano junto a otros valientes, “ya que estamos en faena y son de la misma quinta, pasar a buscar a fulano y se las quito también” Escondido bajo la mesa, aguardando turno, al sentir aquellas palabras pude respirar tranquilo. Me había salvado, pero la valentía del futuro cronista de la villa quedo para siempre allí escondida a la espera de mi destino.

Media docena larga de afortunados chicos y chicas de toda provincia llegamos aquel día a la residencia dispuestos a poner fin a los males de garganta. Junto a nuestras madres aguardábamos en un cuarto grande y frio, con unas cristaleras inmensas por donde se colaba el sol del invierno turolense en forma de frio. Se abrieron unas puertas enormes y vimos ante nosotros un nuevo cuarto con una extraña silla en su centro, igualito a cualquier decorado de las películas de Fu Manchú. “Pase el primero” dijo el médico y perdí la ocasión de comportarme como un caballero. Mientras nos mirábamos unos a otros una chica entró, las puertas quedaron abiertas y asistimos atónitos a su operación, ni un grito, ni una queja, ni una lágrima. Dejo el listón tan alto que aun daba mas miedo ser el siguiente. Además, era tan guapa y simpática.

Al final nos dieron matarile a todos, salía uno y entraba otro, te acompañaba tu madre motivándote como solo una madre de las de antes sabia hacer, “mira esa chica como se ha portado, no vas a ser tu menos, no te vas a dejar ganar, no me seas gabache, haz lo que te digan, y ni chilles ni llores, no me hagas avergonzar ni enfadar”

Sentado, recostado, encajado en el sillón, “abre la boca”. El medico colocaba unos hierros que impedían cerrarla, gritar y casi respirar, el llorar estaba descartado y no sería por ganas, nadie lo había hecho. Pin, pan “¿las quieres ver?” Evidentemente no quería, pero aun las recuerdo, “mira” me dijo.

Despacharon a nuestras madres hasta la hora de acostarnos y allí nos quedamos tratando de reponernos con una suculenta merienda en torno a una mesa camilla y una estufa de resistencias frente a una televisión que ninguno se atrevía a encender, las cartas, el dominó, el parchís. Un vaso de leche fría con cola cao, y un helado, ¡ostras Pedrin! en pleno invierno, y en la cena más helado. Era lo indicado tras la operación, para entonces ya habíamos encendido la tele y veíamos el futbol, jugaba el At de Bilbao que por aquellos días era el equipo de media España. Todos juntos en una habitación pasamos la noche con nuestras madres al lado durmiendo en una silla de cocina. Al día siguiente nos mandaron de vuelta a casa como lo que éramos, auténticos héroes. Íbamos sin duda para toreros. Teníamos tanto que contar. Y nuestra familia tanto que presumir.

Hoy en día también se presume de lo bien que se portan hijos y nietos: “No han podido con él, dos enfermeras y el médico. Han tenido que llamar al celador, no ha parado de darles patadas, será un gran futbolista, puñetazos a mansalva y hasta les ha escupido, ¿tú te crees?, no sabían qué hacer con él, como sujetarlo. Al final la pobre criatura se ha hartado y les ha dicho de todo. A ti te dejan entrar, pero no te puedes acercar, ya que saben tanto que espabilen, para eso les pagan, una pérdida de tiempo, ni le han mirado el oído, lo peor de todo el mal rato que le han hecho pasar al pobre”

 

 Publicado en El Comarcal del Jiloca, septiembre 2024

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