jueves, 27 de octubre de 2022

Crónica de la Villa de Calamocha por el Maestro Gargallo: El peor oficio del mundo

 Mi padre, dejo la escuela a los once años para pasar a estudiar en la Universidad Alejandro Gargallo, sita en la calle Real de la villa, en su misma casa, y lo hacia al caer la noche después de encerrar las ovejas junto a él prácticamente toda la recua de su quinta acudía fiel a la cita. 

Si uno lee el artículo escrito cien años atrás, crónica de lo que fuimos y seguimos siendo, que viene a continuación es muy probable que saque una idea equivocada del Maestro Gargallo, mas parecido a un Troll de hoy en día que a lo que en realidad fue. 

No se escondía lo más mínimo, había que tenerlos muy grandes, para ir casa por casa, y a casa de mi abuelo el Auge fue, como a tantas otras, a cantarle las cuarenta cuando supo que mi padre dejaba la escuela, como casi todos de su quinta, para ser pastor, como lo seria desde los doce años hasta la mili, y convencerlos a todos tan solo con su palabra encendida (Alejandro Gargallo: La palabra encendida de un maestro republicano ; Autor. Ezpeleta Aguilar, Fermín )

Así mi padre y tantos otros, en cuanto encerraban las ovejas se iban a repaso y se lo pasaban en grande escuchando y aprendiendo de aquel hombre sin par.  



Crónicas calamochinas 

La Voz de Teruel 5 de agosto de 1927

Calor. Buena cosecha de cereales. Esplendido aspecto de la vega. Sin cangrejos en esa parte del Jiloca, cuya desaparición nos ha privado de su cola suculenta, que dio origen a un arte culinario de buena y extendida fama local.

Como a falta de botrinos, buenos son los paseos, algunos amigos nos vamos a disfrutar de la generosa madre naturaleza, por la vía férrea al atardecer. 

Y en uno de esos paseos, salionos al paso la voz áspera de un campesino envejecido prematuramente, gritándonos desde un cercano predio de remolacha.

- ¡No hay peor oficio en el mundo que este!

Y señalaba con la mano oscura y callosa las plantas azucareras recién regadas

Al hombre, viéndonos “holgazanear” por la via, debió acometerle súbitamente una rebeldía hija de la envidia.  

- Si todos fueran como yo -siguió gritando el campesino avejentado- no sembraríamos más que pa nosotros

Lo que se le debió olvidar al hombre es decir que sembraría con las uñas de sus manos, ya que para hacerlo con la azada se necesita hierro, que el hierro lo descubra un geólogo, lo extraiga un ingeniero, lo funda un obrero, lo forje un artesano y a todos les haya enseñado a leer un maestro de escuela.

De la ignorancia supina de nuestros campesino, que ha esta dando su fruto amargo, por lo cual, se cree el único trabajador de la tierra, siquiera hay de convenir en que es el trabajo mas rudo y peor recompensado, son muchos los responsalbes y no hay para que, en una crónica que no quiere ser agria como la voz del campesino que nos atajo en nuestro paseo, señalarlos ni aun por clases. Basta el botón de muestra y pasemos a otra cosa, porque no queremos predicar en el desierto.


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