Te escribo
esta carta padre, ya la segunda desde que marchaste y lo hago a matacaballo con
la premura que da el verse uno sobrepasado por el tiempo. Bendito para mí, maldito
para ti, al ver que han transcurrido dos años desde que se cerro tu nicho aquella
solitaria tarde lluviosa y fría víspera de San Isidro justo al fin del maldito confinamiento
al cual tal vez le debamos la vida. ¡Dos años ya! y cuando te visito y recito
tu epitafio a modo de oración, no paro de imaginar como estarás, que quedará de
ti. Hodie midi cras tibi
Un poco mas
tarde, mientras yo le contaba lo primero que se me pasaba por la cabeza, sencillamente
para que escuchara el sonido de una voz amiga, abrió de repente los ojos. La
congoja inmunda, la vergüenza de su cuerpo delicuescente eran perfectamente
legibles en ellos. Pero también, una llama de dignidad, de humanidad derrotada,
aunque incólume.
Acto seguido
pediste un poco de zumo, busque una naranja y exprimí hasta la última gota en
el convencimiento de que te devolvería la vida que aún no habías perdido. Tal
cual te la acerque bebiste el último trago y recordé décadas atrás a tu padre
al cursar el mismo camino cuando pidió una cerveza y la abuela me mando buscarla
sin saber muy bien que hacer. “Sube Jesusin, el abuelo ha muerto”.
De nuevo he decidido escribirte,
aunque estés al corriente de todo, para darte cuenta de un modo sencillo de cómo
van las cosas por aquí del lado de quienes en una constante y vana ilusión nos
creemos tan afortunados como vivos
Lo cierto es que la crónica
del año, como todas, dirá bien poco. Ya pasados unos meses me cuesta recordar
lo sucedido. Así vengo de repasar de lo escrito aquello que quizás no sepas por
que lo cierto es que los nichos a tu alrededor se van llenando a un ritmo indeseable.
Mama cada vez que voy a verla, y voy todos los días, me da la mala nueva de que
uno u otro ha llegado hasta allí. Y al corriente os iréis poniendo, aunque imagino
solo será al principio, porque pasado un tiempo temo que lo que nos ocurra o
no, sabedores del destino final tampoco os importará en demasía, siendo como tenéis
y tendremos toda la eternidad.
De un mayo
a otro, fue un verano raro mama se rompió un brazo allá por la Virgen del
Carmen cuando se iba a marchar al pueblo y hubo que retrasarlo. Llego por San Roque,
que no se celebró como tal y a escape lo aviamos, tan apenas lo vimos en la iglesia,
nadie le bailo, media docena de dichos y se jopo a su casa. Tan poco hubo Santo
Cristo y la navidad fue rara. Del resto aquello del matadero sigue estancado y
de aquí a un año habrá elecciones municipales. Estoy cansado.
Días atrás me nombraron Cronista
de la Villa de Calamocha con lo cual ya tengo solucionado mi epitafio. El alcalde
se emocionó y tuvo unas bonitas palabras para ti ¿Te acuerdas el día que
metiste el camión en aquel campo a punto de cosechar y el padre del alcalde te
ayudo, paro su camión, saco el tuyo y te dijo: José María aquí no ha pasado
nada, jamás lo sabrá nadie, tu para adelante, siempre para adelante?
Sin más, me despido hasta
el año que viene ahora que llega el buen tiempo la vida sigue y quedamos a la
espera de alguna que otra pedregada.
Texto en cursiva (Jorge
Serprún en La escritura o la vida)
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