En la esquina de
Inocencio a la entrada del Barrio de las Escuelas por el Rabal, Maria siempre tenía
encendida la radio. Podía sentirse la voz del locutor entre la niebla del sonido
tanto como el olor a gloria de su cocina. Era la mejor hora para escucharla en aquellos
días en que apenas podía sentirse algo la SER. Lejos quedaban los días de los
viejos aparatos de nuestros abuelos olvidados tan pronto como llego casi su única
alegría en forma de televisión.
Teníamos en la cocina un
viejo transistor a pilas sin marca recordable en el cual sintonizar algo era la
mayoría de las veces imposible. La escuchábamos desayunando, huyendo del frio sobre
el calor final de la gloria y también a la hora de comer si había ocurrido alguna
noticia, entiéndase mala. A veces por la tarde, la luz se iba y moría el blanco
y negro de la tele y volvíamos a él tratando de escuchar el musical de la SER
con su lista de éxitos que por entonces era de docena y media y no cuarenta.
Unos sanroques allá
por la comunión mis tíos Carmen y Álvaro nos trajeron de Valencia un radiocasete
Osaka, nuevo ya parecía viejo. Sonaría sin parar su radio hasta el día de su muerte
muchos años después en el piso de estudiantes.
También con él nos batíamos
en una lucha constante las noches de futbol tratando de seguir los partidos de los
grandes en Europa, la copa del Rey o la liga. En lo más interesante se perdía
la señal y entraba cualquier radio francesa o de más allá del estrecho, aburridas
emisoras árabes eran el pan nuestro de cada noche. Apagabas la radio y rezabas porque
todo cambiase.
Un sábado de tantos a mediados
de los ochenta siguiendo la rutina buscamos en la FM y sin mas se escuchó la
voz celestial, de Pedro Elías locutor de Canal 2 de Radio Zaragoza. Aquello nos
cambió la vida a todos, grandes y pequeños, noticias y música a todas horas
desde Zaragoza y en las desconexiones desde Radio Calatayud, pueblo del cual
pasamos a formar parte. Aún recuerdo su número de teléfono para pedir una canción.
Pronto en cada rincón de cada casa había una radio. Dios bendiga a quien puso
en marcha aquel repetidor.
Al poco me jope a estudiar
a Zaragoza y allí la radio no paraba. Con ella me despertaba y me acostaba y a
la hora de la siesta escuchaba a Conchita Carrillo con la esperanza de que diese
la palabra a la otra Conchita, Sebastián desde Calamocha. Recuerdo también una
noche de madrugada dormido con la radio cuando una voz familiar me despertó, “Buenas
noches desde la Siberia española, soy José Luis Campos”. Llamaba a un
programa donde un genio capaz de hacer mentalmente operaciones matemáticas kilométricas
retaba a los oyentes calculadora en mano. Como era de esperar José Luis no perdió
la ocasión para promocionar su pueblo.
Treinta años han pasado
desde que me despertara su saludo aquella noche y quince son los que lleva él y
su equipo, hoy con la voz de Silvia por bandera haciendo radio de la buena a
diario y magistral los viernes donde un grupo de tan alto nivel como buenas
personas parecen haber encontrado el rincón ideal para hablar con total
libertad. Algo que a lo largo de la piel de toro solo sucede allí en la casa de
José Luis, la de todos. Felicidades con mayúsculas a Radio Calamocha- Cope
Jiloca no cabe mayor suerte que poder encender la radio cada día con tu pueblo,
con el país del Jiloca como protagonista. O bien en mi caso y el de tantos, acceder
a ella desde la distancia a través de la red. Hubiera sido maravilloso tener
una radio así en aquellos años del despertar a la vida, pero bueno, tampoco
estuvo tan mal todo lo demás. Muchísimas gracias y felicidades.
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