miércoles, 15 de junio de 2016

Las cartas de Manolete

Calamocha. Sobremesa del 15 de agosto de 1995.

La Felisa, hace una pausa y pide que alguien le acerque la botella de coñac, tras el carajillo con hielo, quiere abarrerse un culo de café que ha quedado, saborear una copa más. Atrás queda el remolachero, la cerveza y el vino. La conversación, se alarga. Se la acerco, como lo más normal de mundo. Todos sin excepción, más que puesto en duda, hemos mostrado nuestro asombro, por algo que acaba de decir: 

“Recuerdo con un cariño enorme, cada vez que llegaba a Valencia una carta de Córdoba, de la familia de Manolete, y como yo corría a escribirles. Nada más bonito que recibir una carta”.

Triste, cansado y abatido, al día siguiente, sin más remedio, además de ser San Roque, tengo que irme a la mili, agotadas todas las prórrogas. Aquellos días me parecen los últimos de mi vida, pero en realidad tan solo es el último verano en el que coinciden la Felisa, el Víctor y la Balbina,… el último verano de lo que tradicionalmente había sido la familia en fiestas, la edad, que no perdona, unos en el cielo, otros que se hacen mayores, otros que llegan.

Fue el Tío Víctor el primer en reaccionar: Felisa, nos estas diciendo, que conociste a Manolete, al torero, y que además te escribías con la familia. ¿Pero eso es verdad?. Mira que nos conocemos de toda vida, mira que llevamos años charrando, y jamás te lo he oído, eres tremenda, cuéntanos por favor, no nos tengas así….

Me iba a marchar a la mili, y discutíamos si debíamos escribirnos o no, como se hacía antaño. Se estaban perdiendo las formas, una cosa era no escribir cartas, y otra no llamar ni por teléfono, la familia se perdía, se alejaba, se agrandaba. Y todo entraba dentro de la lógica. Pero, las cartas. Dolía perderlas.

En el recuerdo, como no, mi Tío Jesús, se llevaba la palma, debió escribir una carta al día, a juzgar por las muchas fotos que envió, fruto de aquellas milis eternas, de finales de los cuarenta. Escribía desde San Javier, en Murcia, en el quinto pino saliendo de Calamocha por la carretera que lleva a Torrijo, donde había ido a parar por recomendación de la Felisa.

La Felisa aseguraba que a los militares había que entrarles por derecho, llevarlos a un rincón, mirarlos a la cara y decirles: Tengo un sobrino que llaman a quintas, aquí tienes los datos, quiero que haga la mili en Valencia capital, donde tú sabes, ¿te acuerdas, de aquel mes en Guadalajara?, ¿cuándo fue, en el 37?”

La verdad es que nunca se conoció a ciencia cierta, el por qué mi Tío Jesús acabo cumpliendo el servicio en Murcia en lugar de en la capital del Reino, aquella vez fue, quizás, la única en la cual la Felisa, no consiguió lo que se propuso. No quiero ni pensar, donde acabaría el militar de alto rango, aquel buen señor, encargado de llevar a cabo el recado.

“No ha parido madre, hombre que me diga que no, ni mujer, por supuesto” Decía con frecuencia la Felisa.

Cuando en Calamocha se supo dónde iba hacer la mili, a pesar de la recomendación, mi abuela no tardo en mandar recado a Valencia, para que quien fuese, ósea la Felisa, tomase cartas, en este caso de las otras, en el asunto: “Felisa, a Jesús, en la mili, lo han echado a Murcia, cosas que pasan, no lo esperes. Eres igual que tu padre. Recuerdos”.

El padre de la Felisa, era hermano de mi abuela Rosa, y nombrarle, compararla con su padre, era el mayor insulto, desprecio, que mi abuela podía hacerle a su querida sobrina, que prácticamente era una hija. Cosas de familia,…

Lo dicho, no quiero ni pensar, donde acabaría aquel militar que debió recomendar a mi tío y dejo a la Felisa en la estacada. Ella al respecto, siempre contó barbaridades… Eso, si en San Javier, mi tío, gozo de tantos privilegios, que hubo de decir basta.

Aquel fue el único “fallo” conocido de la Felisa, se contarían por cientos, las recomendaciones de todo tipo que fue dando a lo largo de su vida, de uno u otro tipo, "yo favores, no pido, hacen lo que les pido, porque antes, yo, he hecho algo por ellos. He conocido a tanta gente, he estado en tantos sitios"

A más de uno y dos calamochinos, también los enchufo a la hora de hacer la mili allá en Valencia, uno de ellos, sin ir más lejos, fue quien se casó con su hija, otro, casó con la vecina de arriba...

Hablábamos aquel día, en aquella sobremesa de la que no me habría levantado jamás, como decía, de las cartas,… que ya nadie escribía.

Che collons, Víctor, me vas hacer tu, como el desustancio de mi yerno, que no tardo en mandarme callar y echarme a la cara que mentía. ¡Mentir yo! Ha faltado la Felisa, alguna vez a la verdad, decirme, os ha contado algo alguna vez, que al cabo del tiempo haya resultado ser mentira. No. Pues, lo dicho. No solo tengo las cartas, sino que lo que hablo debiera bastar, sin pedirme explicaciones. En su casa yo fui una más, una hija más para su madre, y una hermana más para todos.

Hace un rato, Víctor, has dicho, que conociste, si quiera viste de lejos, a Machado, cuando salía de España, camino de Francia, por que estabas de soldado allí. Y la Felisa no te ha interrumpido, ni lo ha puesto en duda ,porque tú, como yo, porque nadie en esta familia, ha tenido nunca la necesidad de mentir.

Aquello de mi yerno, después de tantos años, es que me jodio viva, echarme en cara que mentía, y que jamás había sentido él, cosa igual ni de mi, ni de nadie, que tenía delirios de grandeza, que chocheaba llego a decirme, vamos para haberme levantado de la mesa, y haberle dado una patada en los cojones. "Aún no ha nacido quien me toque a mi la figa". Su madre, mi cosuegra, la Tía Rosario, que de pequeño debió volverle la cara del revés más de una vez y dos, y no lo hizo, y ahora lo paga la Felisa. También tiene su culpa.

Estábamos en un restaurante, y ni me levante, ni hable más de lo que manda la educación, una vez me dijo lo que dijo y dio a entender lo que dio. Termine y me marche a mi casa. Si a él, como a vosotros, no os lo había contado nunca, será porque nunca ha habido ocasión, porque yo hablar, ya me conocéis, no paro, hablo y lo cuento todo, pero también es verdad, y me darías la razón, que nunca me habéis oído contar dos veces la misma historia, somos ya mayores, hemos vivido mucho, nos ha pasado de todo, y aún no hemos terminado, al menos yo, de contar tanto como he vivido, ni creo que la Felisa vaya a vivir tanto, como para poder contarlo todo. Y cuento, como debe ser, las cosas no por presumir, sino porque lo trae la conversación, y si hoy estamos hablando, de que ya nadie escribe cartas, es lógico que recuerde las que he escrito, las que he recibido, y también las que deje de recibir.

En cuanto llegue a casa aquel día del restaurante, ya no hice otra cosa, me hervía la sangre, removí Roma con Santiago, después de tantos años, y al final, encontré las cartas, me las guarde, y espere toda la semana, hasta el domingo siguiente cuando nos juntamos todos de nuevo a comer, esta vez en su casa. El graciosos de mi yerno, ya lo conocéis, no tardo en decir, “bueno y por Córdoba, Felisa, como están las cosas”. 

Mecaguen el tío el copón, los palos que le habría dado, de haber sido hijo mío. Mira, aquí las tienes, le dije, ven a por ellas y ya nos dirás. A mí nadie me llama mentirosa.

Se levantó, las cogió, volvió a su sitio y se sentó, las leyó varias veces, y ni comió, ni hablo en un buen rato. Al final no le quedó otra, que darme la razón,.. Le faltó tiempo, cuando por fin, salió de su asombro, en levantarse y querer llevársela para copiarlas, trae aquí le dije, esas cartas, no salen de mi vista, se vuelven a casa conmigo, me las dio, y fin de la historia. Fin de la historia. (*)

Joder Felisa, eres cojonuda, lo que tantas veces hemos hablado, ¿como pudo la República, estando tú de su parte, perder la guerra?. Tienes razón, las cartas son de Manolete y familia, la mare que va, collons. Tengo la mejor suegra del mundo, la más grande, no me la merezco.



Te cuento Victor….

Los conocí cuando la guerra, cuando iba a ser si no, de los días que con Pedro en Intendencia nos tocó estar por allá abajo, por Córdoba, unos días, meses imagino, en los que fui a parar a su casa, allí su madre, me acogió como una más, como una hija más,…. Viví con ellas, con su madre y sus tres hermanas, personas mejores que aquellas, pocas.

Yo ya sabéis, que para las cosas de casa no valgo, tendría entonces, no llegaría a veinte años, coño ni a dieciocho, recién casada con la guerra,  y ni aun coser un botón sabia, ni freír un huevo, más que ayuda, en esos menesteres de la casa siempre he sido un estorbo, aun hoy no se hacer nada de eso, ni aprenderé… pero nada importo, allí viví con ellas, allí pasamos como pudimos aquellos días, yo ayudaba poco, pero bien sabéis, que no paro, y eche una mano en todo lo que pude, a la Felisa, nunca se le ha puesto nada por delante, y si había que ir hablar con unos o con otros, echar mano de esto o de lo otro, buscar y sacar de donde fuese, allí que iba la Felisa la primera en tocar a la puerta que quien fuese, vergüenza, ya me conocéis, no he tenido nunca. ¿Quién pensaba? Lo que vendría después, lo uno y lo otro. Manolete estaba en eso de los toros, pero no era nadie, ni se podía imaginar lo que llego a ser luego, quien lo iba a pensar… más noble no se podía ser, al final, se lo llevaron a la guerra.


Mirar, aun se me pone la carne de gallina, solo de acordarme de ellas, y del día en que nos despedimos, la cosa se ponía fea para todos, nos trasladaron a otro frente, y yo las deje allí, cuidaros, cuidaros mucho y que esto acabe cuanto antes, ya nos escribirás que ya sabes dónde estamos, me decía su madre, y en cuanto podamos nos vemos. Cuantísimo me querría aquella mujer y cuanto les quise yo.

Y aquello de la guerra, tócate los cojones, poco más y no acaba, pasaron años hasta que termino, y fuimos a parar a Valencia después de recorrernos toda España entera y verdadera.

Cuando tuve tiempo y me acorde, me senté y escribí a Córdoba, para dar traslado de que estábamos todos bien, vivos y que finalmente, no pasábamos a Francia, y así ver que tal estaban por allí, Manolete ya empezaba a ser famoso. Tan pronto como escribí, me contestaron, todas bien, me dijeron, Manolete dice que en cuanto te enteres de que va a torear a Valencia, vayas a verlo.

Nos ha jodido yo a los toros, antes me vuelvo a Torrijo, o mejor a la guerra, que me voy a una plaza, como si no tuviera otra faena. No podría ir a verlo.

Así que una tarde, al cabo de un tiempo, yo sola en casa, me tocan a la puerta, dos hombres y abra señora, y abra señora, y dale que te pego, y yo que siempre he sido una miedosa, que no, y que no, hasta que uno me dice, que le traigo un recado del Maestro Manolete.

Y entonces les abrí, el uno era un criado y el otro, debía ser un policía secreta que lo acompaño hasta la puerta, y con una sorna y una gracia me soltó: “Es usted la Felisa, el Maestro Manolete quiere verla, que pase sin falta por el hotel, que la espera”.

Mira, me hervía la sangre, le hubiera dado una torta como un pan, de aquí hasta allá.

Pues muy bien señor, le diga usted lo siguiente: si mi marido puede, iremos a verlo, y si no, otra vez será, y le diga también que ahora que ya sabe dónde vivo. Si quiere algo, que venga él a verme.

Nos ha jodido, tratarme como una fulana, no sé qué recado le daría Manolete, pero el que me dio, ya te digo yo que no. Aquí estaríamos, de haber sido yo de aquellas, que nunca les importo agacharse ni pringar sabanas que no fuesen suyas, pues no me faltaron ocasiones ni nada, que de cabrones e hijos de la gran puta, con el perdón de sus madres, anda el mundo lleno, pero conmigo, lo llevaron siempre claro, ya lo creo, pasando calor y matando moscas estaría hoy la familia,… cuando menos estaríamos en Marbella que no en Calamocha

Al día siguiente, fui a verlo, más que nada por si necesitaba algo, y por qué si su madre se enteraba de que no había ido a verle habiendo recibido el recado, lo mismo venía a Valencia y me daba una paliza, no era cosa de perder la amistad, por guardar las formas, fui sola, sin Pedro, que debía estar en el purgatorio, no lo recuerdo, igual lo vi dos o tres veces más, alguna ya con Pedro, cada vez que venía a Valencia, pero claro, aquel cabrón de toro lo mato enseguida, casi no le dio tiempo a nada al pobre.

El hotel, lo recuerdo, como si estuviera hoy allí, siempre estaba lleno de gente, a ver si caía algo, no era fácil acercarse, ni que te hicieran caso, así que al llegar a recepción, buenas, buenas, que desea, soy la señora Felisa, ah, sí, si Manolete ha dicho que suba, que la está esperando, perdone señor, dígale que baje, que yo no subo. ¡Mujer!... ha dicho que suba. Pues dígale que la Felisa, le espera, que si quiere algo que baje, que yo no subo, que soy mujer casada… 

Al minuto Manolete bajo, preguntando donde estaba su hermana valenciana. Y en cuanto me vio, me dijo: Felisa, eres tremenda.

De los Años de La Cazalla. La Fiesta Nacional.

* La Felisa, como ella misma se llamaba, murió hace unos años, cada vez mas, y cada vez mas la echamos de menos. Las cartas no aparecieron entre sus recuerdos, fotos, y papeles que le sobrevivieron. Muy probablemente, aquel día en que después de tantos años, contó la historia, las enseño y dieron fe de ella, al llegar a casa, las quemo.

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