AQUEL concurso, rompió nuestros sueños de gloria, que tal vez no fueran si
no pura vanidad por nuestra parte, resumida en la ilusión de llegar a la final
y tal vez ganarla, lo cierto es que la teníamos al alcance de la mano cuando se
nos escapó. Y se nos fue para mostrarnos como era la vida fuera del colegio,
quien manejaba los hilos, lejos de las aulas y el buen camino marcado por
nuestros sabios y prudentes maestros de la infancia, hilos manejados por los
bancos, las multinacionales y la iglesia, a los cuales se les podía aplicar la
propiedad conmutativa, esa que dice que el orden de los factores no altera el
producto, por si alguien ya la ha olvidado. La culpa era de todos a un tiempo,
y también nuestra ¿o no?.
Poco importaban ya que las palabras de la Maestra de Sociales se
cumplieran, y que el Tutor, se mostrase abatido al final del curso, recogiendo
el sentir del colegio, pues su reacción y la de todos en general resulto un
éxito, a la vez aprendíamos la lección mayor que la escuela nos pudiera enseñar,
aquella que dice que el esfuerzo no siempre tiene recompensa, pero que a pesar
de ello, hay que continuar esforzándose, para qué, qué más da. Si te pones a
pensar, en este caso, es peor. Lección que llevaba consigo aquello tan práctico
y vital como es, no culpar a nadie, no buscar excusas, la vida sigue, qué más
da lo que pasara.
El premio final para todos fue ver el mar, y para muchos iba a ser la
primera vez que lo verían, definitivamente, en este aspecto, si que eran otros
tiempos, y el premio el mejor de todos posibles, mejor incluso que ganar, o
quedar segundos como mal menor, o mejor que disfrutar de la fiesta final en
Teruel en medio de aburridos colegios cómplices, de pago y oración. Nosotros
nos íbamos a subir al autobús, tres, cuatro, cinco autobuses, y un luminoso día
de junio, el mismo en el que se jugaba la final a todas luces amañada, carretera y toalla, en busca del mar en
tierras de Castellón.
De madrugada al atravesar Teruel fue la última vez, hasta este año tal vez,
en que nos acordamos, o me acorde, vete a saber el porqué, de aquel concurso, y
comenzamos a cantar y animar al Ricardo Mallen y Calamocha al tiempo que
lanzábamos toda clase de insultos de mayor y menor tono a los colegios
finalistas. La autoridad presente hubo de pedir calma y algo de cordura, pues aquello
ya había pasado, había que olvidarlo y nos esperaba un día magnifico. Como así
fue.
Todo lo bueno se hace esperar, y el mar no iba a ser menos, así que antes
de llegar a la playa y disfrutar de nuestra bien ganada libertad, de la vida en
sí, ahora que ya sabíamos lo que era y nada ni nadie nos iba a
impedir gozar de ella, debíamos de hacer algo educativo, cultural, había, de
ello se trataba, que aprovechar el viaje, el mar como excusa sí, pero la
ciencia como fondo, el saber que no ocupa lugar, como motivo del viaje.
Así que tocaba la obligada visita al museo de turno, el cual en mí, años
después continua siendo, cada tanto, una pesadilla recurrente, aún me despierto
soñando en mitad de la noche que estoy perdido y solo entre sus pasillos,
rodeado de animales disecados, y la megafonía con sus aullidos a tope, gabache
que siempre fue uno. Un día de estos, quizás me haga al ánimo y nos acercaremos
a verlo, en fin, camino del Museo de Ciencias Naturales de Onda, previo paso a
nuestro desembarco en las playas de Benicasim a eso del mediodía, dispuestos a
quemarnos al sol entre las olas, sin crema, la mayoría sin toallas, unos en
bañador, otros en calzoncillos, como se bañaba uno en el Pozo los Hoyos,
aquellos años en que se puso de moda, horas y horas de sol, arena y agua, hasta
llegada la noche y caer derrotados en el autobús de vuelta a casa, tan
derrotados, que la mayoría no bajo del mismo a cenar al parar en aquel otro bar
de carretera, claro que la mayoría además estaba ya sin un duro.
Antes de todo esto, como venía diciendo, paramos a desayunar, ¿dónde?, no
lo sé, solo recuerdo que había un único camarero, para todos nosotros, ciento y
la madre, deseosos de libertad, y beber, Pepsi, que allá por los ochenta y para
nosotros era lo más, frente a la imperialista Coca Cola.
No tengo, no tengo, no tengo… además sois incapaces de diferenciar su sabor
de la Coca Cola. Tal cual el camarero nos lo dijo cuándo le pedimos una Pepsi
nada más bajar del autobús, nos dejó para
el arrastre, nos puso en nuestro sitio y nos sirvió entre sonrisas, mientras a
regañadientes frente a él nos bebíamos la receta de la Coca Cola…
En medio del follón el camarero, servía, daba lecciones, cobraba, vigilaba
y podía con todos nosotros holgadamente, se bastaba solo, habría sido un buen
maestro de escuela, el local era inmenso, y aun siendo nosotros un montón, no
dejaba escapar nada, no teniendo ningún problema para hacerse oír y atendernos a
todos.
De pronto, al tiempo que con sorna, nos enseñaba los envases que nos había
servido, y nos habíamos bebido con tanta desgana como premura, efectivamente
era Pepsi, nos la había colado, nos había engañado con tanta maestría que no nos
quedaron ganas de chartir más con él, pedimos Pepsi, nos dijo que no tenía, que
nos ponía Coca Cola, nos sirvió Pepsi nos dio el cambiazo en nuestras narices,
y nos bebimos nuestra Pepsi a desgana, creyendo que era la infame Coca Cola.
Eh vosotros los de la Pepsi, nos dijo, no os habréis quedado con ganas de
más, al camero le iba la marcha más que a nosotros que al fin y al cabo,
estábamos empezando, una cosa, venga, animaros que esto no es el fin del mundo,
aquellos que no paran de dar mal, ¿son de fiar? Y señalo al grupo que había
traspasado las fronteras del bar hacia los salones interiores separando los
biombos.
Si, totalmente, y no sé si en aquel momento le dijimos la verdad, le
mentimos, o le engañamos, como él había hecho con nosotros. Está bien, nos dijo
y empezó a gritarles.
Eh vosotros, esperar, subir las persianas, retirar los biombos y encender
la máquina, esto es un bar, no la escuela, aquí viene uno a divertirse, y la
vergüenza se deja en casa, vosotros pedir lo que queráis.
Y ahí me quede, ya solo, observando, lo que vino a ocurrir a continuación,
y que aún recuerdo cada cierto tiempo, más aún cuando oigo la canción que sonó,
para asombro de propios y extraños instantes después, asombro de todos o de
cuando menos, mío.
Fue, lo ocurrido, toda una lección por parte de los tipos duros del
colegio, de las chicas malas, de los eternos repetidores, y demás calamochinos
que parecían haber elegido el camino del mal, aquellos que se asomaban precipitadamente
a los años ochenta dispuestos a comerse el mundo, sin importarles nada, sin
casi vergüenza, sin ningún tipo de reparo. Lo mejor de cada casa, chaquetas
vaqueras, alguna de cuero, que más daba el calor, pelos largos, coletas de
torero, imitando a Miguel Bosé, parches en la ropa, muñequeras, collares,…
Todos ellos, allí reunidos frente al mundo que apareció tras los biombos
que separaban el bar de la pista de baile del restaurante aquel, menudo
descubrimiento, pista en la cual reinaba con luz propia una gramola, una
maquina con discos, de esas en las que metías cinco duros y elegías dos
canciones, o quince pesetas, y una. Se imponían, las matemáticas prácticas, y
la búsqueda de cinco duros.
Les costó lo suyo encontrar los cinco duros, ninguno, como es normal,
quería soltar la pasta, al final, tras muchas idas y venidas, lograron reunir
el dinero, pero si aquello fue costoso, ponerse de acuerdo en las canciones a
elegir, parecía no tener fin. Para gustos los colores, y esas cincuenta o
sesenta canciones que solían tener esas máquinas no parecían las suficientes
como para hallar las dos que contentasen a tanto inmaduro marchoso
preadolescente.
Se oían nombres, de grupos y cantantes, se oían canciones que unos y otros
proponían, pero el tiempo pasaba, y de un momento a otro nos iban a llamar para
volver al autobús. Finalmente, dejaron caer los cinco duros, y pulsaron las
letras y números correspondientes, mientras yo esperaba oír lo que por su forma
de vestir y modales transmitían, rock cañero, Leño, Coz, Miguel Rios, Kiss, los
Rolling, quizás Grease o Tequila, cuyas canciones uno u otro había pedido. El
silencio se apodero de ellos, y al tiempo de todo el local, cuando comenzaron a
sonar los primeros acordes de la canción y todos al unísono rodeando, casi
abrazando la máquina, comenzaron a cantar.
A mí, que observaba todo desde una prudente distancia, y que por supuesto,
les negué el duro de rigor, de lo cual me arrepentiré siempre, a mi, es como si
de pronto el mundo se me hubiera venido encima, ni en un millón de años hubiera
logrado adivinar la canción que finalmente eligieron para sonar en primer
lugar, y no, no se trataba ni de un error, ni de un gracioso al que se le hubiera
ido la mano y puesto la que no tocaba. Habían elegido, para eso se habían
tomado su tiempo, lo que les había dado la gana. Comprendí aquel día muchas
cosas, entre ellas, que los rockeros también lloran…
Así empezaron a cantar, todos a una, siguiendo el ritmo de la gramola,
comiéndosela literalmente con sus voces de menos a más:
Cuando el silencio
ensordecía el sentido de mi vida
y quería volver a nacer.
Cuando la cabeza me estallaba con palabras enredadas
y quería volver a nacer.
Era cuando te necesitaba y acostado con mi almohada,
imaginaba tu amor.
Luego, ya metido en tus entrañas, despertaba y tú no estabas
y quería llorar.
y quería volver a nacer.
Cuando la cabeza me estallaba con palabras enredadas
y quería volver a nacer.
Era cuando te necesitaba y acostado con mi almohada,
imaginaba tu amor.
Luego, ya metido en tus entrañas, despertaba y tú no estabas
y quería llorar.
Por dios, habían puesto
Acordes, una canción de Los Pecos, el grupo de chicas por excelencia, no me lo
podía creer, y además se sabían la letra, de pe a pa, y llegado el estribillo
alzaron la voz y cantaron a todo pulmón…
Yo me dormía y al rato moría por estar ausente de ti,
al día siguiente nacía y luchaba por sobrevivir.
Luego al verte sonriendo con cara de felicidad,
yo te maldecía y odiaba por no haber estado allí.
Por dios, una vez más, los
tipos duros de clase, no solo las inalcanzables chicas, también los tios,
cantando aquello que a todos nos producía un rechazo absoluto, pero como era posible,
pero que tipo de rockeros eran estos… que vergüenza, a mí jamás se me habría
pasado por la cabeza gastarme el dinero en Los Pecos, aunque me gustasen, y
menos delante de todos, qué iban a pensar de mi. Pero no había duda, Los Pecos
nos gustaban a todos, chicos y chicas, buenos y malos, yo también me sabía la
canción, el rock podía esperar. Qué más da lo que piensen de ti. Gran lección. Y
aún quedaba, lo mejor, aun quedaba por sonar la segunda canción tras el éxtasis
colectivo que supuso el entonar entre todos calamochinos los Acordes de los
Pecos.
Llegado el silencio a la
gramola, tras el éxito de Los Pecos, se oyó con claridad, “cinco minutos y nos
vamos”,… cundió la decepción, ahora que empezábamos a pasarlo bien, teníamos
que irnos, mientras los rockeros seguían a lo suyo, esperando que la gramola
volviese a sonar.
Los compañeros de aquel viaje
y de otros muchos, llamados a liderar la noche calamochina de los años
venideros, de la movida, recorriendo el Brindis, el Misa de Doce, el Nebraska,
la Albonica, Las Vegas y sus mil nombres, y otros nobles garitos más, pedían
silencio a todo el bar, para dejar que las notas de la gramola se oyesen a todo
meter, creciendo la expectación en torno a cuál sería la siguiente canción.
Mi sorpresa ante lo que
comenzó a oírse, fue también mayúscula, cuando todos a una empezaron, empezamos
a entonar el Don Diablo de Miguel Bosé. ¡Ah!.Y ahí, acabo, o comenzó todo, aún
estoy en ello. La movida calamochi entre nuestra generación, los años ochenta, en un bar perdido camino del mar.
Hoy, cuando en la radio, en
M80 dicen aquello de la siguiente canción ochentera Acordes de Los Pecos, se la
dedicamos a ( ) quien nos ha llamado desde, ( ) siempre tengo la esperanza
que terminen diciendo desde Calamocha. *
Fin
Poco después Barón Rojo
cantaría aquello de Los Rockeros van al infierno. Evidentemente era solo una
frase, y mentira además. Nos veremos todos en el cielo.
* Ni que
decir tiene, en el coche, llevo la música de Los Pecos, y si también,
algo, bastante de Miguel Bosé, guardada en la carpeta de los grandes
éxitos ochenteros del Rock and Roll Español. Toma ya.
Aqui la primera parte de la historia:
http://recuerdosdecalamocha.blogspot.com.es/2015/02/la-realidad-de-las-cosas.html
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