AQUELLAS noches, del despertar a la vida, aquellas noches de sábado, llegada la hora,
sin nada que ver en ninguno de los dos canales de televisión, sin ganas, acabábamos
en la cama junto a la radio tratando de escuchar el futbol, lo único divertido
de aquellas noches en tierra de nadie, el fútbol, lo único que se podía
escuchar. Y no siempre había suerte, a veces, ni aún el futbol a través de la
SER se podía sintonizar, mientras RNE tan apenas tenía un hilo de voz.
Aquella noche
calamochina, podía ser la última de nuestra vida, ser Calamocha pasto de una
invasión de marcianos, llegar el fin del mundo y no enterarnos de nada. De
hecho, de aquella excursión de Tejero al Congreso, tan apenas, pudimos saber
algo en lo que hoy llamamos “tiempo real”. Además, por aquellas fechas, en unos
de esos programas de Iñigo los domingos por la tarde en la tele, un piloto de
Iberia, lo había dejado bien claro: el
ovni lo vi sobrevolando Calamocha, de camino a Madrid, en el Puente aéreo. Sin
duda alguna, estábamos en su punto de mira, Calamocha el centro del universo.
Jugando con el
dial, emisoras franceses, árabes, su música, se escuchaban con nitidez, era el
colmo, el pan nuestro de cada día, del todo inexplicable, escuchar emisoras de
vete a saber dónde, en francés, en árabe, y no oír nada de Madrid, Barcelona o Zaragoza,
de Teruel ni hablar, para qué, si era poco menos que Calamocha, la isla bonita.
El radiocasete
aquel ya era viejo cuando nos lo regalaron, si bien las cosas antes, aun nuevas
parecían viejas, (era como un Mecano Made in Corea), como si llevasen años
fabricadas y otros tantos en las
estanterías de las tiendas. Las cintas se las tragaba cada dos por tres, la
tapa de las pilas hacía tiempo se había perdido, rota así mismo la puerta del
casete, la antena bailaba y amenazaba con sacarte un ojo, todo un fantástico desastre,
cinta tras cinta había que cortar y
poner celo para volver a escucharlas, y las pilas, se la tragaba que daba
gusto. Así solo quedaba la radio para la noche y gracias... y en ella una
palanca que decía FM, y que allí en el pueblo hasta ese momento no servía de
nada, sin embargo, todo ilusión, no perdíamos la esperanza, y cada día, por
probar no pasaba nada, cambiábamos la
palanca de AM a FM y movíamos el dial.
Aquella noche
subimos a la cama a escuchar el final de un Barça Málaga, y ocurrió aquello por
lo que llevábamos tanto tiempo soñando, que no luchando, no podíamos luchar, ¿contra
quién?, no podíamos cambiar el pueblo de sitio, ¿o sí?, el pueblo a trasmano de
todo era un remanso de ondas silenciosas, eso se decía, eso creíamos. Sin
embargo, la música termino por llegar a Calamocha.
Fue
sencillamente magnifico, mi hermano llevo la palanca de la FM a su posición, movió
la rosca, lo que tantas y tantas veces habíamos hecho y de pronto la niebla se paró
y oímos atónitos “parafernalia” si esa fue la primera palabra que oímos....
volvió atrás, sintonizo y la voz de Pedro Elías, de Canal Dos de Radio Zaragoza
a través de la FM entro en casa, como si estuviese allí mismo junto a nosotros,
y llego a Calamocha para quedarse.
La música
llego a Calamocha. Parafernalia, parafernalia, parafernalia. Aquella noche,
todo un momento mágico quedo inevitablemente ligado a esa palabra, escuchamos
la radio hasta dormirnos, se agotaron las pilas, y al despertarnos a la mañana
siguiente bajamos corriendo a por el cable de la luz, enchufamos el radiocasete
una segunda marca de la marca el pato, y bendito sea dios,... Sonaban los Beach
Boys. Sería el año 83, tal vez 84 poco después escuchamos el debut de
Butragueño, en un descanso musical, así que eran esas fechas,... el momento
justo para dejar la Marcha de Aplauso los sábados por la tarde, a Tequila, Parchís
y Boney M y subirnos a la Movida. Íbamos
a convertirnos lo mismo que Loquillo en
una rock and roll star.
Se corrió la
voz, prácticamente todos lo habíamos descubierto la misma noche, tantas eran
las ganas de escuchar la radio, la música, que la desesperación diaria nos llevaba
a todos a la misma rutina, probar por probar en el dial de la FM. ¿Pero qué había
cambiado, como era posible, de buenas a primeras, acaso nadie sabía nada?
Efectivamente
nadie sabía nada, solo una cosa, la radio en la FM se oía perfectamente, solo una
emisora, pero qué más daba, habíamos pasado de la nada al todo. Del silencio a
la música. No queríamos saber nada más.
Como la voz
del Hombre Lobo en American Graffiti, aquella música que vino a poner banda
sonora a nuestros años del despertar, nunca supimos muy bien, de donde salía ni
por qué, ni para qué, y en realidad jamás nos importó,... día a día, la radio
de la FM, la Frecuencia Modular, llegó para quedarse, y con ella toda la música
de los ochenta. Solo los días de tormenta, dejaba de escucharse, acrecentando
la tristeza del momento, ver llover, sentir los truenos. Había que cuidar el
repetidor, fuese de quien fuese, estuviese donde estuviese, no quiero ni pensar
que habría sido de nosotros en aquellos días lo mismo de invierno que verano,
sin la posibilidad de escuchar música,... han sido los Tajadas, los que ha
puesto el repetidor, se comentaba, y mirábamos hacia sus tejados, y pensábamos !benditos sean!, en cualquier
caso, ni se nos pasaba por la cabeza mirar hacia los tejados del ayuntamiento, ocupado como estaría
en goteras y cosas más serias, ni siquiera nos acordábamos de ellos para dedicarles una de Los Ilegales, aquella
de “soy un macarra, soy un hortera…”.
Preocupados y
mucho durante un tiempo estuvimos, en tareas de aprovisionamiento, cual Alaska
y los Pegamoides y su terror en el hipermercado, sacando de donde no había,
todos los transistores posibles, grandes pequeños, a pilas, a luz, con el fin
de tener todos los rincones de nuestra vida musicalizados, dándonos cuenta de que
tantos como había por casa, ninguno tenía FM, había que comprar, pedir
prestado, y por cierto como era posible que hubiese tantos “arradios” por todos
los sitios si era imposible oír nada con ellos… hacerse con unos cascos, era ya
otra de las prioridades. En fin, pedir a quien fuese, que de Andorra nos
trajese una radio AM FM y cascos…. Y se olvidase de los paraguas, quesos, cartones
de tabaco y demás tonterías. Alguna que otra radio afortunadamente fue
llegando.
Las noticias
de la SER por la mañana eran nuestro desayuno, enganchados al “sermómetro”, los
Cuarenta Principales por la tarde con todo el calor, a la hora de la siesta era
lo mejor, y a eso de las seis por fin,… aparecía en las ondas Radio Calatayud,
god save the queen, él no va más. La nuestra. Durante meses, años, Ole, Ole,…Calamocha
fue un barrio de Calatayud, y no nos importó en absoluto, fuimos unos
bilbilitanos más, estábamos al tanto de todo cuando ocurría allí, sus
desgracias eran las nuestras, y sus alegrías también, por el contrario, de
Calamocha seguíamos sin saber a penas nada, ni importarnos. Vivamos felices en
Calatayud, y a ratos en la Venezia de los Hombres G, lejos de Calamocha en cuanto encendíamos la
radio marchábamos a Calatayud, o a cualquier pueblecito de su alrededor, sufríamos
lo indecible con ellos y la amenaza de la autovía a Madrid, quién nos lo iba a
decir que años después nos tocaría a nosotros, también con los incendios en la
Sierra de Vicor o la tensa espera de los carteles de las fiestas de San Roque o
de la Virgen de la Peña… Cualquier despistado de paso por nuestro pueblo, podía
entrar a comprar un jamón, y dudar de si estaba en Calamocha o Calatayud al oír
la radio de fondo tras el mostrador.
Y así desde el
cielo de Calatayud, voyage, voyage, a la
tierra calamochina fue llegando la música de los ochenta, Dona Sumer,
Flasdance, Michael Jackson, Bon Jovi, Maniobras Orquestales en la Oscuridad, mientras
nosotros íbamos con la radio de un lado a otro, tanto en verano como en
invierno, estudiando con música, jugando en el barrio las tardes de verano interminables
partidos de voleibol sin playa, fai un sol de carallo, sentados a la fresca a la espera de que los
mayores contaran algo interesante, con música cuando íbamos a pescar, o a sacar
las patatas, ni aun todos los coches tenían radio en aquellos magníficos años,
ni mucho menos con FM…
Y llamando,
llamando cada dos por tres para pedir una canción, cualquier excusa era buena.
Aun hoy, escuchando M80 me dan ganas de llamar, has apuntado el teléfono me
dicen en casa, vamos a llamar, no hace falta, les digo yo, aun me lo sé, aun
guardo en la memoria el número de Radio Calatayud, pero ya no llamo. Llamábamos
para pedir una canción, Lobo hombre en Paris, Jardín de Rosas, la canción del
momento y pedíamos por favor presenta la canción y déjala sonar entera, vamos a
grabarla. Aquello resultaba maravilloso, podíamos grabar todo y con la mayor
calidad del mundo, y luego de casete a casete y guardando silencio hacíamos
copias de unos a otros. Oye, ayer grabe esta, yo aquella, nos falta Ni tu ni
Nadie, vamos a llamar y que nos la dediquen a los del Rabal. Deben estar hartos
de nosotros…
Y no todo era música
disco, ni de la movida, también estaban los heavies de Villarroya que llamaban
a todas las horas para pedir Still love you de Scorpions aún hoy al escuchar
M80 hay quien llama y sigue pidiendo esa canción, desde Barna, desde Granada,
la piden y pienso si no será uno de aquellos que escuchaba Radio Calatayud, y
que un buen día, dejo su pueblo, pero no su música.
Un mal día,
Radio Calatayud dejo de escucharse, Siniestro Total, en su lugar el silencio u
otra cadena, no lo recuerdo, hace años dejó escucharse, volvió el silencio, cien
gaviotas donde irán, adiós a la música, a la banda sonora de la vida en su
despertar, seguramente entre nosotros resulto toda una catástrofe, aunque ya
tuviésemos todos radiocasetes de dos pletinas, listas para grabar las cintas
que comprábamos en los moros cuando el mercado estaba en la plaza de la
iglesia, esto no puede estar prohibido pensábamos, se vende en la plaza del ayuntamiento,
y si vende radiocasetes con dos pletinas, será porque se puede, …. Pero los
malos recuerdos, y entre ellos esta, el fin de las ondas de Radio Calatayud
hace tiempo los condene al olvido.
También
desapareció aquel viejo radiocasete segunda marca, de la marca el pato, años
más tarde en Zaragoza donde termino sus días, roto el casete, roto finalmente
el Dial, imposible oír música, oír nada, lo baje al portal y lo deje sobre una
lavadora vieja, un día de esos, que pasaban a retirar electrodomésticos por los
portales, aquel viejo aparato, sin él no habríamos podido vivir, tendría el
pobre más de veinte años.
Cuando lo
abandone, sonaba en mi cabeza los acordes de “soy un gnomo, el más anciano del
lugar…” La canción con la cual durante años la Discoteca Albónica daba por
terminados los domingos a eso de las diez de la noche. Es inevitable desde entonces
el recordarla cada vez que algo se acaba.
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