"A Jarve, pasare por La Palanca"
Cada tanto, conforme te alejabas del pueblo hacia las tierras de labor, había una Casilla, una Palanca, en medio de los campos, aprovechando cualquier cornejal sin cultivar, tierra de todos y de nadie, allí, caprichosamente en apariencia, surgía una. En aquellos días, todo nos estaba por descubrir.
Te sorprendía el hecho de que ninguna tenia puerta, era casa de todos y de nadie, y era también inevitable acercarte entre curioso y gabache, para asomarte a su interior como si entrases en un castillo abandonado esperando, con temor a ser descubierto, encontrar algún tesoro.
Ya entonces aquellos viejos pitañares y cuchitriles, estaban a medio hundir, hacia ya años que los unos por los otros, la casa sin barrer, no se arreglaban, uno se llevaba unas tejas, otro unas vigas, al fin y al cabo eran suyas, ellos las habían heredado de sus padres y abuelos, arreglado, y finalmente, dejado agonizar y hundir, porque ya no tenían utilidad alguna, y nunca hemos estado para tirar, ni antes ni ahora. Tractores, coches, la maquinaria, lo cambió todo, también a buen seguro a las personas, acorto las distancias y hasta el tiempo. Venció.
Nadie, ni agosteros ni del pueblo, dormía en ellas los días de siega cuando se trabajaba de sol a sol, con tal de no perder ni un minuto de luz, y ya nadie se resguardaba en ellas, ni hombres, ni caballerías, los días de tormentas, con miedo a que un mal rayo les partiese como le paso al pobre aquel, esa maldita tarde que en días asi se recordaba invariablemente, mala suerte, se concluía, una lástima, a charrar, fumar, cascarle un trago a la bota del otro y esperar a que escampase. Tal vez algún vagabundo norteño o portugués perdido, camino del dorado de la tierra y el tiempo valenciano, fue su último morador. Este ha sido un verano de Palancas, de tormentas, y algún día quien sabe si hasta con San Roque al hombro, se habrá de correr hacia la más próxima.
A charrar de lo que traía el tiempo, de ribazos y de pleitos, de cacicadas, de animales y malas cosechas, de quien necesitaba de una paliza, y quien de dos, del baile del domingo y de la tia aquella que si se entiende o no con algún civil solterón, y del cura, también mozo viejo, solterón, a quien era menester darle una paliza como a un macho, porque no dejaba de caer piedra verano si verano también por mas que las beatas rezasen, ni una perra por ningún lado, una pena no saber de letra… Que malo ha sido siempre, ser pobre. Mañana será otro día.
La fotografía es del año 1994, en realidad no he vuelto por allí desde entonces, por temor, miedica que sigue siendo uno, a ver lo que no quiere ver, lo que es fácil de imaginar, que se ha hundido, que ya no está.
Cuando mandé el recado: “a Jarve, pasare por La Palanca”, en realidad no hacía otra cosa si no enviar un mensaje a través del teléfono móvil escrito, no ahorrando letras sino mas bien movido por las prisas veraniegas y las escasas ganas de hacer cualquier cosa, que diferencia con aquellos que pasaban las noches y las tormentas en la Palanca, el calor, en suma, que me ahoga ahora.
Todo ello con el marco de fondo de estar aquel día en Calamocha y hablar, recordar y escuchar palabras que en cualquier otro lugar ni encuentro ni uso lo uno por olvidadas y lo otro porque no me van a comprender, “lo que hablamos comunicamos”, la finalidad en cualquier momento y lugar no es otra que hacerse entenderse, nadie parece esperar ya que le comprendan, en realidad había escrito, decía lo siguiente, y el receptor del mensaje, así lo entendió y aún comprendió:
“A la hora en que se pone el sol en verano, a la hora en que nuestros abuelos salían a las Monjas a Jarve, decían ellos, para pedir el turno de riego para la zaica de la Orillada, pasare a echar un Jarve, un trago de agua y charrar de lo que vemos en el pueblo, San Roque nos libre de criticar ni a nada ni a nadie, nos vemos en la Caseta que tienes en el campo”.
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