domingo, 1 de abril de 2012

Recuerdos de Semana Santa.

Por, José Tomás Cuéllar, año 2012

Dijo el poeta que la patria del hombre es su infancia. Buena parte de mi infancia es Calamocha: paisajes, rincones, personas, rostros… Escenas que han quedado en mi memoria como fotografías de un “álbum entrañable” del que uno no puede desprenderse y que siempre lleva consigo allá por donde va.



Una de las escenas que recuerdo con nitidez es la de la incipiente primavera en los campos y las filas de niños en la calle La Balsa, camino de la iglesia, bajo la atenta y severa mirada  de D. Miguel Maícas. Aquel recorrido me hacía intuir la llegada de la Semana Santa. Era costumbre de la época el que los niños y niñas de la escuela asistiesen a las “Cruces” la tarde de los viernes de Cuaresma. Mosén Salustiano recitaba oraciones al pie de cada una de las estaciones, que llegaban hasta nosotros como un murmullo lejano e ininteligible. Y aquel murmullo contribuía a que levantásemos la mirada hacia las alturas y nuestra imaginación infantil volase buscando paisajes más abiertos.




Recuerdo la Semana Santa como unos días sin escuela. Días en los que la televisión adquiría especiales tonos grises debido a una programación distinta, aburrida,  que invitaba a salir a la calle, a deambular por el campo o por la cercana estación, a construir alguna cabaña con los amigos…

Recuerdo las tardes de las procesiones. Al tío Octulio vistiéndose el hábito de nazareno para, como se decía entonces y ahora, llevar el “santo”. A la tía Pilar, siempre con prisas, llamándonos para llegar puntuales a las celebraciones y a la procesión. A mi madre peinándonos para que saliésemos bien arreglados. A la abuela María sentada en la puerta, como siempre, viendo pasar a la gente y viéndonos marchar a todos. Recuerdo la procesión en la calle Real, el casino y los bares con las luces apagadas, las cofradías de siempre, pero con pocos cofrades, los de toda la vida. Recuerdo a la Guardia Civil engalanada y con el Mauser a la tercerola. Recuerdo especialmente al tío Andrés el Tajada, que sin pertenecer a ninguna cofradía, levaba su particular cruz intentando imitar al verdadero Nazareno en las calles de Jerusalén




En plena infancia, una mañana de septiembre, me fui a los frailes, como se decía por los pueblos del Jiloca. Con ellos universalicé y globalicé mi existencia y descubrí que Calamocha es conocida, incluso en Menorca, donde el nombre sonaba, pero no sabían exactamente en qué zona de la isla situarla. Y con los frailes conocí otras Semanas Santas y entendí lo que ese tiempo tan especial significa en la vida de tantas personas, creyentes o no creyentes, que se acercan hasta las procesiones.

Durante esos años, la Semana Santa de Calamocha la viví a través de las cartas al principio y del teléfono después. Últimamente lo hago a través de Internet… ¡Calamocha siempre en el recuerdo! Todavía me viene a la memoria el entusiasmo del tío Octulio por ser la cofradía de Jesús Nazareno la pionera en introducir un “carro” que facilitase llevar el paso. Recuerdo la primera foto que se debió hacer del Nazareno. Una foto hecha por Ángel Martín a raíz del estreno de la nueva túnica que se había confeccionado para la imagen. Y también me llegaban cada año noticias del centro de flores que la tía Ángela había comprado en Zaragoza para situarlo a los pies del “santo”, y que luego llevaría al cementerio para recordar a todos los nuestros que ya nos habían dejado.




En 1999, después de casi veinte años, tuve la oportunidad de volver a ver la Semana Santa de Calamocha. Encontré una Semana Santa distinta de la de mi infancia. Más concurrida, más participada, más colorida y sonora. Fue un momento entrañable el final de la procesión, cuando las cofradías concentradas en la plaza dejaron de tocar los tambores y en silencio entraron al Cristo muerto a la iglesia. En aquel momento me vino a la mente aquel enunciado que aprendí en las interminables clases de Metafísica en la facultad de Granada: “Cuando callan los entes se escucha al Ser”. Fue aquella una escena indeleble para siempre en mi entrañable “archivo fotográfico”: la posibilidad de escuchar lo inaudible.




Con los años he ido resituando la pertenencia de la familia a la cofradía de Jesús Nazareno. La cofradía del Nazareno tiene en Calamocha una historia larga,  indocumentada, sin papeles. Una historia que únicamente puede ser reconstruida por los recuerdos de quienes durante generaciones lo llevaron en sus hombros. Una historia humilde, como sencillos fueron sus primeros cofrades. El primer cofrade de la familia fue Vicente Saz, el abuelo de la abuela María. Un hombre del Poyo nacido en Alcorcón, cerca de Madrid y que murió en el Arrabal el día de San Roque de 1918. Siempre vistió como los hombres de nuestra tierra, con pañuelo en la cabeza y calzón blanco. Se cuenta que el paso de Jesús Nazareno fue sorteado entre los parroquianos del pueblo. Al tatarabuelo Vicente le tocó en suerte el palo trasero izquierdo. Y con los otros tres palos comenzó la historia de una cofradía humilde, cuyos cofrades vivieron como una gran suerte el peso del Cristo, que tendrían que llevar sobre sus hombros. Costaleros acostumbrados al peso del trabajo en el campo. Aquellos hombres adoptaron una túnica  de color morado, el color del sacrificio, y el tercerol, tan identificado con la Semana Santa de nuestra tierra aragonesa. La nieta conservó hasta su muerte el hábito de nazareno de aquel buen hombre. Y el tercer palo también lo heredó el bisabuelo Pedro, hombre recto y bueno, las circunstancias quisieron que muriese el  Jueves Santo de 1965, y como el Nazareno, enterrado el Viernes Santo, sin el toque de las campanas, la máxima expresión del luto en la Iglesia de la época. Y lo continuó llevando el tío Vicente, tan legendario como atrevido, que contribuía a poner en la cofradía una alegría que rompía con el formalismo de lo políticamente correcto. Y con esta peculiar herencia continúa desde los años setenta el tío Octulio, pozolero de nacimiento y calamochino de adopción. Recordando los rostros de todos ellos en la distancia uno cae en la cuenta del paso del tiempo, también de que han sido cuatro las generaciones de nazarenos en la familia, más de cien años acompañando ininterrumpidamente a Cristo por las calles de Calamocha.


Mil gracias al amigo Pepe Tomás, embajador calamochino allá donde quiera que va, lector infatigable, estudioso, divulgador de recuerdos, nazareno,... quien como tantos otros,  cada mañana al levantarse, se asoma a la ventana esperando ver Santa Bárbara y no la encuentra, tampoco la Dehesa, entonces resignado, cuenta una vez más, los dias que restan para ver llegar a San Roque bajo la generosa sombra de la nave de la iglesia en el fin de su procesión, para volver a la niñez, para ver a la familia para sentir Calamocha.

Recuerdos

JESUS

PD Atento, de aqui a cuatro dias, alli en las islas, ya tendras cerezas, ya habra guindas, ya podreis fer retaci tot l´any.

Edito los comentarios de José Luis Sancho e Isamel:

 
Los Recuerdos de José Luis Sancho. (Calamocha)

Mis recuerdos de la Semana Santa son exactamente como José Tomas ha relatado. No inmerso en ninguna cofradía pues mi familia no se ha arrimado nunca a ninguna, pero si en el aspecto triste de los días.

Me acuerdo perfectamente de las excursiones hasta la iglesia de los escolares, en fila india y sin alborotos bajo la atenta mirada de los maestros. D. Maicas no me llego a dar clase pero sí que lo conocimos como uno de los maestros a los que no había que enfadar mucho.

Me acuerdo de Mosén Salustiano, sobre todo cuando nos daba el catecismo, si no te sabías la oración del día te mandaba al final de la fila. Y así nos aprendimos bastante mejor el catecismo que no ahora. Que les obligan a los chicos a estar tres años de catequesis antes de comulgar y otros tres después y total para que no se sepan el padre nuestro.

En fin que me voy por los cerros de Dehesa, pero así era la Semana Santa en Calamocha, con la procesión que parecía un entierro de tercera nunca mejor dicho y que en diez minutos hacían todo el recorrido los Santos. 

Ahora no todo es distinto. Ahora es bonito apreciar las mejoras que se han hecho en los pasos, los cientos de cofrades que adornan con sus túnicas la procesión, y ese estruendo que se escucha cuando empiezan a sonar los tambores.

En fin que lo de antes mejor o peor solamente se ha quedado en el titulo de este blog. RECUERDOS.

Un abrazo desde Calamocha

Los Recuerdos de Ismael (Valencia) 

Personalmente recuerdo la Pascua de otra manera, sí que es verdad que cuando la pasábamos en el pueblo era como dices, seria, silenciosa, calles oscuras únicamente iluminadas por los cirios que portaban los nazarenos descalzos. 

Pero la Pascua que he vivido fue la de irnos al campo a comernos la Mona, la de saltar a la cuerda todos en familia y con los amigos, la de volar la cometa que en valencia se dice "empinar el cachirulo". A ver quien lo volaba más alto. La de explotar el huevo en la frente, incluso el que no era duro y estaba pintado igual que los demás , y reírnos a carcajadas. ¡Que tiempos!, recuerdo a mi madre saltar a la cuerda y darle "Tocino", una forma de saltar en la que cada vez hay que darle más rápido hasta quedar uno extasiado y no poder mas.

¡Que tiempos!...ojala volviesen.

Saludos

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