martes, 20 de mayo de 2014

Calamocha en los días de hacienda

Calamocha en los días de hacienda


Hodi mihi, cras tibi.

 

Que viene a decir "Hoy soy yo, mañana seras tú". Calamocha en los días de hacienda.

 

 

Decididamente el pueblo, para los días de fiesta que trae el calendario, está realmente bien, hasta incluso, para los entierros, donde lo “extraordinario”, deja en un segundo plano lo cotidiano. 

 

 

Sin embargo, pasar por Calamocha, un día de hacienda cualquiera, resulta desolador, aunque no hayan transcurrido ni tres días, desde que te marchases, tras las vacaciones de Semana Santa. Toda una paradoja.

 

(Mi padre murió en Castellón el 14 de mayo del año 2020 derrotado por un cáncer tras otro)

 

 

 

Así, uno, en su camino hacia los ochenta te dice, lo que por otra parte y raro que pueda parecer, habitualmente son tus palabras: 

 

 

A buen sitio me mandas, al huerto, pero no ves como estoy, más jodido que Arpa Vieja, lo menos llevo un mes con un resfriado del copón, no hay manera de echar el mal pelo fuera. 

 

 

O a los “viejos”, dices, que me vaya de casa y me distraiga, a pleitear allí con unos y con otros, de careo toda la tarde, que si el cortado es más caro que el café, que si la copa no entra, el uno que no ve, el otro que no oye, arrastres, renuncios, a cáscala a Luco. 

 

 

No queréis ver, no os dais cuenta de que no valemos ya para nada, de que estamos para pocos trotes, enfilando la Canadilla, ni aún para fiestas valemos ya, nos cansamos de todo, no podemos ni tatear. 

 

 

Llevo así, aunque no os lo parezca, meses ya. Me quedo en casa. Andaros con viento fresco al charco de una vez.

 

 

 

 

Otro, ya en los noventa y cuatro…un rato después, cuando ya estamos en Zaragoza, donde los días de hacienda son los mismos que en el pueblo. Me habla así…

 

 

Donde mejor me encuentro es en la cama, la vuelta al reloj le pego, igual me da diez que doce horas, ni me despierto, ni me levanto en toda la noche, eso sí, en cuanto tiro a levantarme me duelen todos los huesos, dicen que los tengo, como estarán las vigas del pajar, carcomidos, el caso es que no me dan solución alguna, los médicos a escape te mandan a escaparrar, con decirte que a ellos les gustaría llegar a tu edad tal y como estas, te avían, y te mandan callar, y que pase el siguiente, que ese sí que esta jodido y no tu…Se te van las ganas de ir. Que tengo años, me dicen, pero eso ya lo sé yo también sin saber de letra.

 

 

Tres más, en Calamocha quedan tres más de mi Quinta, cuatro conmigo, que si te paras a pensar, casi te diría que quien de mis años no se quedo en el Ebro, aún vive. Y razón tienes y no te falta cuando recuerdas que la última vez que nos vimos, yo iba con gayata, y después ya enganche una en cada mano, la de la Morena y la mía, y ahora, para salir a la calle, cojo el tacataca, el carro, y me paseo de aquí allí, y charro con unos y con otros, Paseo Longares arriba, paseo abajo… 

 

 

Coñe como ha pasado el tiempo para todo, aún recuerdo cuando fuimos a tallar, recomendados que íbamos el Chato el Esquilador y yo, por un pariente militar que tenía el. Asi en la fila nos aparto, y dijo, vosotros ya estáis libres, pero tenéis que tallar como todos, encogeros bien, no me saquéis pecho, que nadie note nada. No era menester encogernos nada más que un geme, pero si dabas con uno que quería te jodia… Y nos salvamos de la mili y de la guerra que fue todo a una. Esa suerte tuvimos. 

 

 

Pero no te lo pierdes, que acabando la guerra, nos llamaron a filas, y allí ya no se salvo nadie, ni pequeño, ni grande, ni torcido ni derecho, todos servían,… y aún me casque, tres años de mili. Mecagüen el turrón que decía Perico, pues no he vivido yo poco, allí que estuve yo, poniendo la primera piedra en el Cuartel de Valdespartera, que ya ves lo que queda, nada, y lo que es ahora, ¿tienes prisa?, ¿Qué llevamos?, ¿dos horas hablando?,… te cuento lo de mili a escape… Pero eso de dormir, que me decías como es, cuéntame que me entere.

 

 

 

 

Te cuento, no sólo es como estar dormido, sino lo peor de todo es como estar en la gloria. Eso es lo malo, que lo más fácil es dejarte llevar, así que te medio duermes, caes rendido y notas como empiezas a flotar, y empiezas a salir, a elevarte unos gemes, un palmo,  lo mejor es que lo dejes ahí, te despiertes, y vuelvas a dormirte. El alma sale y el cuerpo se queda.

 

 

La curiosidad puede llevarte a seguir flotando, subiendo, es entonces cuando miras hacia abajo y te ves tumbado, prestas atención, y eres capaz, de oír lo que ocurre en cualquier otra habitación lejos de allí, hasta en la calle si reconoces la voz de quien habla, aunque borroso y muy fuerte, como se oye debajo del agua, así lo oyes tu… volver empieza ya a ser complicado, y alejarte más, imagino será el fin. Te vas. La curiosidad mata al gato.

 

 

Así pues, llegado el momento, es sencillo, otras veces, cuando directamente te niegas a salir,  te invade la angustia, tratas de despertarte y no puedes, tratas de moverte y tampoco puedes, oyes y ves todo, y gritas y pataleas para que te despierten, pero nadie te oye, te creen dormido tan feliz, te rindes a la espera de irte o no, ahí, ya no creo que puedas hacer nada. 

 

 

Más o menos, la cosa es así, una vez te haces a la idea, pueden ser unos segundos, pero en realidad toda una eternidad, en la que te das cuentas de donde estas. Te rindes a la espera. Sigue con lo de la mili, y dejemos esto de los males….

 

 

De aquello de la mili que te decía, pues ya ves, acabando la guerra nos llamaron a todos los que por una cosa u otra nos habíamos salvado de ir, se ve que llego un momento que todos éramos buenos, y allá que fuimos, no a la guerra, pero por tiempo, el mismo, … casi tres años me tire allí en el Cuartel de Valdespartera, que entonces no había nada, y piedra a piedra hubo que construirlo… Mejor que pegar tiros, cualquier cosa, pero que veías aquello y decías, esto no me lo acabo, en toda vida, venga con el carretillo y la pala de un lado a otro, nada de instrucción, desde el primer día, a construir el cuartel. 

 

 

Pero hubo suerte, al poco de estar, una mañana al hacer de día, en la formación me sacan, me apartan, y me dicen, tu espera ahí, de esas cosas, nada bueno podías esperar, pero que vas hacer, esperar lo que hiciese falta y allí me casco casi todo la mañana hasta que por fin viene un tío, un Sargento y me dice, oye, he visto que vienes de Calamocha,  yo soy de Bañon, una pregunta te voy hacer, por mal de aprender un oficio quieres cascarte toda la mili tirando de pico y pala o te quieres venir a casa de pasante para mi, y miramos de rebajarte de servicios a cambio de que por las tardes las pases en las cocinas pelando patatas…. No se hable más mi Sargento, me voy con usted. 

 

 

Que mili me pegue, de su casa de criado a la cocina, y de la cocina al catre con un montón de chuscos para todos, y yo harto de patatas y huevos y tajadas, no me había visto en otra así. Que buen hombre era aquel, ¿hay alguien más de Calamocha por ahí?,…  Pues si mi Sargento, que venimos juntos, Carlos, el Pipero el de la tienda para que tú me entiendas, que era de mi quinta. “Pues mañana iré a por él y lo llevare al Botiquín, que necesitan a uno, y que se olvide de picar. Y así fue, en una mañana le enseñaron a poner banderillas y ya no hizo otra cosa en la mili. En fin, habrá que pensar en cenar.

(Gargallo murió a mediados de marzo de 2020 en Zaragoza a unos días de cumplir los cien años y a causa de los mismos DEP)

 

 

 

 

Otro más, al día siguiente, también con noventa y cuatro, en la Ribera del Ebro donde los días de hacienda son los mismos que en el pueblo…

 

 

Veo que se levanta, ya para marcharse y hace ademán de lanzarme un florero a la cabeza, que vitalidad pienso. Ven, me dice, vamos a darnos un abrazo y despedirnos, porque tenemos ya muchos años, y cualquier día nos llaman a filas. Nunca se sabe, yo estoy como me ves, sin un dolor ni medio. Me quedo pensando si ese “nos” es lo que parece o no lo es, si habla por él o más bien un poco por los dos.

(Murió, por causas propias de la edad, la tarde del 23 de noviembre del mismo año. D.E.P.)

 

 

 

 

 

Otro más, otro día después, continuando la ronda, camino de los ochenta, allá en la Casa Grande a media altura donde los días de hacienda son los mismos que en el pueblo…

 

 

Llamo, abro la puerta de la habitación, me ve y comienza hablar. Pasa maño, pasa, aquí estamos a la espera de la licencia, para irnos a cáscala a casa, que no te creas tu, que no tiene narices la cosa, un mes que me he tirado aquí, y aun las gracias tengo que dar, que estoy vivo me dicen, que me he muerto tres veces y tres veces he vuelto a nacer, que otros a la primera se fueron…  No te creas que no vale lo que hay que aguantar de los médicos, que ni aun hablar te dejan, y preguntar ya les puedes preguntar, que te dirán siempre lo mismo, que hace un día de sol, para el tiempo que estamos, cojonudo, para que nos vamos a engañar. Que no me queje dicen, ni hablar uno puede, parece que se ofendan, ni caso maño. Y por qué  a mi si paraba fuerte y nunca he tenido nada, y por qué a mi…

 

 

Calla no me seas desustanciado, le interrumpe la mujer llena de humor gaditano, ¡chiquillo!. ¿Estás lelo o qué?, no ves que ha sido cocinero antes que fraile, que le vas contar tú.

 

 

 

 

(El Murió en su casa, por causas propias de la edad, la madrugada del 22 de junio del año 2016 D.E.P. y Ella murió la navidad del 2017 a causa de un poco de todo)

Otro más, terminando uno ya semejante vía crucis en el que se ha convertido la semana, camino de los ochenta también, allá en la Casa Grande a una altura superior donde los días de hacienda son los mismos que en el pueblo…

 

 

Cuenta él desde la cama los días que lleva y lo que le quedan, las cuentas no le salen, tanto tiempo por una tan gran tontería como llego al hospital, un simple dolor de tripa, pero maño como aquí nadie te dice nada, solo que espere, que ya dirán, que mañana, que al otro,… basta que abras la boca para que te digan, que no tengas prisa, que no tienes faena, que esperes, que ya te diremos, que te calles…. Y los médicos nunca dicen nada. Menos mal que tu, que te has visto en las mismas o peores, al menos mala cara no me ves.

 

Bien hombre, ahora que vienes tú, vienen a limpiar, ya te puedes ir, no quieren a nadie, aquí mandan ellas, y charran más que los médicos, pasa, maña, pasa, que ya se va,… ¿Cómo va todo?

 

 

 

 

Otro, ya de vuelta a casa, dejando Calamocha, otro más recién cumplidos los novena y dos, allá en Navarrete donde los días de hacienda son los mismos que en el pueblo…Nos despide. 

 

 

Andaros con viento fresco, casi os diría que molestáis, los jóvenes parece, nunca tenéis faena alguna, siempre vais con prisa de un lado a otro, y como el perro del hortelano, ni hacéis, ni dejáis, andaros ya, aquí tengo un montón de faena, y que dure, porque como todo, el día que la acabe, me iré, dejare todo hecho...y me iré.

(Acabo sus faenas y sus dias y se marcho el 26 de abril del 2018)

 

domingo, 4 de mayo de 2014

Mil pesetas.

Muchas veces, siempre con admiración, oí hablar de Leoncio, aquel albañil de los años cuarenta, de allá de Caminreal, que construyó la casa, la última vez, fue tan solo hace unos días, al recordar que aun yendo camino de los cien años, esta como nueva, aquel hombre sabía lo que hacía.

Casimiro, le decía a mi abuelo, me tienes en un sinvivir, voy, vengo, ahora un cuarto, mañana una cuadra, luego una habitación, un granero, antes la bodega, el pozo, a cualquier hora me llamas, me llevas como zorra por rastrojo, y no acabamos nunca… hagamos una cosa.

Ve al banco, ahora tienen dinero y lo dan, ve y saca unos miles de pesetas y la terminamos de una vez, luego ya les pagaras, así descansaremos todos, tú con tu casa acabada y yo con la faena terminada.

Casimiro, obra a obra, mil pesetas tras mil pesetas, ahora una corte, luego una cuadra, después una habitación, le decía al bueno de Leoncio lo mismo de siempre, lo suyo era trabajar, no descansar, si tanta prisa te corre, termina la obra por tu cuenta y ya te pagare cuando pueda. Hombre no es eso, respondía el de Caminreal, no hay prisa.

 A lo que mi abuelo el Torrijano decía, amigo, será que no hay prisa o será que tú no te fías de mí. Me parece que te pasa a tu conmigo, lo mismo que a mí con los bancos, que no te fías. Sabemos mucho los dos. Pero tu pájaro, más que yo. Y no te voy hacer caso.  Además ya te hice caso una vez y deje hacer a tu gusto  el ramo escaleras, no te olvides del ramo escaleras, que ande se ha visto en casa de un pobre como yo y la torrijana una escalera de caracol que se come media planta como si uno fuera un marques, que ni aun el carro puedo meter en la cochera, eso sí, causa admiración, las cosas como son, saber, sabes y mucho, por eso no te fías de mí, haces bien, yo me fié de ti, y ahí está el ramo escaleras, que me quita medio solar, media vida.

Mi abuelo nunca le hizo caso, pero siempre, él y todos, presumieron orgullosos del ramo de escaleras, que o bien fue un capricho de mi abuela al verla vete a saber dónde, en Barcelona antes de la guerra seria, o bien aquel hombre de Caminreal, tenía un gusto magnifico a la hora de construir. Cosa de los dos seria. Allí se fueron algo más que mil pesetas. 

Así que mil pesetas tras mil pesetas fueron construyendo la casa, como la obra del Pilar, aún por acabar. Había otras prioridades.


Entre ellas, comprar tierra, no sé lo que costaría el hortal, ni el resto de la tierra, siempre pagada a tocateja, eran los años en que mi abuelo vivía de cazalla y tabaco, apenas comía, tenía esa suerte, fue de principio a fin, mal comedor, tampoco consideraba necesario dormir más allá de una cabezada. No sé qué haría en estos tiempos, donde comemos y dormimos tanto.

Siempre trabajando a quita caballo. Al punto de la mañana llegaba a la Estación Vega a descargar los trenes y repartir, por la tarde hacia las faenas del campo, los animales, las vacas, labrar para otros, y por la noche, entraba a la fábrica de Daudén…. Aún  así y todo, conseguir mil pesetas era harto complicado. Entre tanto, en los ratos muertos, algo de estraperlo. 

No paraba quieto, ni él ni nadie en la familia, un buen día, uno de tantos, pensó, voy a subir a Caminreal a llamar a Leoncio, y que nos haga una habitación atrás, para poner dos camas, el Cuartel está lleno de civiles que no tienen donde caerse muertos ni dormir y se las alquilaremos, con lo que paguen, compraremos más vacas y les venderemos leche, ahora les vendemos más agua que leche y lo notan, el caso es que hay más civiles en este barrio que los que manda dios.


Allí en el huerto de la Serrana, el primer trozo de tierra que pudo comprar, el el cajero del cornejal junto a la tarjadera, planto un peral, y allí paso sus últimas tardes, fatigado, sentado a su  sombra, sobre la tierra donde enterró al Chato, su perro lobo de aquellos años al que solo le faltaba hablar, fumando, esperando. Al morirse, el peral se secó, lo cortamos y aun con su tronco dimos en hacer una prensa para los jamones.


PD De los Años de la Cazalla. Mil pesetas. 

A propósito de la foto del huerto de la Serrana, del Ventorrillo que hoy, Santa Bárbara, me ha pasado Miguel.

Fotos: El huerto y mi Abuelo con el Guardia Civil y la mujer de éste, que más tiempo vivió en casa, de hecho nunca vivió en el Cuartel. Donde se esta bien, buen rato. Detrás tienen el Cañalejo. Y la foto sera de alguna visita en los años sesenta. No consigo recordar sus nombres.

lunes, 21 de abril de 2014

El niño del pelo rojo

El inicio.

Fue en septiembre, en las fiestas del Santo Cristo, mientras la Banda de Música de Calamocha atacaba pieza tras pieza.

 Yo trataba de escuchar a pesar de mis ganas de hablar, que me podían, sin embargo, sabia que me moriría de vergüenza si me llamasen la atención, lo cual, eso de la vergüenza, nunca ha ido con él y él, el Dichero Olvidado, estaba junto a mi.

Fue entonces, cuando, incapaz de guardar silencio, ni allí ni en misa, ni en el cementerio, me dijo: “calla, me sé todo el repertorio, ¿quieres que te adelante lo que van a tocar a continuación?. Le tengo dicho al Director, que les meta caña, menos sonrisas y más solfeo es lo que necesitan, se duermen en los laureles.
Quiero, me dijo, preguntarte una cosa, seguía él en sus trece, para ver qué opinas, ver qué te parece, de una próxima osadía que me ronda por la cabeza, no es nada nuevo, es algo que en muchos sitios ya se hace… 

Resulta halagador el hecho de que quieras saber lo que opino, le dije sin alzar la voz, ¿pero de verdad vas a tener en cuenta lo que yo pueda decir?.
Rotundamente no, me contesto, pero que te parecería una visita guiada al cementerio durante la próxima semana santa, al uso y manera de las que se han hecho en el convento y en la iglesia.
Genial, le dije, verte a ti en el cementerio es el sueño de medio pueblo, por no decir de la mitad y tres cuartos, ya sabes cómo somos, aquí y en todos lados, el día que te marches te echaremos de menos, hasta una calle tendrás, por aclamación popular. Y yo mismo te daré matarile como a un tocino si nos la vuelves a liar y programas la visita solo para los que vivís aquí. Sinvergüenza.
Será en sábado, me advirtió, y ya tardas en contarme cosas. Ojo, le advertí, vamos alejarnos, el Director parece que tiene el oído fino, es lo que toca, y la vista aún mejor y nos oye y nos mira mal, y mucho me temo que acabara tirándonos y  atravesándote un ojo con la batuta, o a lo peor será el mío. Cállate, por el dios, le insistí. En cuanto llegues a Castellón te pones a la faena, me respondió y añadió: Cállate tú.
Así pasaron los meses como si de días se tratasen que llego la Cuaresma y uno y otro estábamos como al principio, lo cual a mí me daba lo mismo, pues no era yo quien se había comprometido en tan aventurada empresa. Así ya lejos de la sonrisa amenazadora del Director de la Banda cruzamos correos de tal suerte:
 “Oye, me escribía, estoy con esto del cementerio y con aquello, y quien me mandaría a mi meterme en esto, échame una mano, mejor dos, … Ya sabes, has tentado al diablo, le escribía yo, lo mejor sería que el Viernes Santo cayeses muerto al pie del Ecce Homo así, nuestra Semana Santa tendría un mártir, y al día siguiente tu visita al cementerio quedaría resuelta.

Todo el pueblo querría ver como dan tierra a semejante visionario cansino que creía saber tanto, aunque modestamente, esa es la verdad, nunca le importo reconocer, que quien más sabia en la familia era su padre”
“Qué te parece si cuentas esto, nada me decía, y esto otro, nada sigue buscando, y aquello de… nada, esfuérzate más.

 Y entonces cuando ya creía tener la historia que buscaba le conté, aquello de que tenemos un cementerio de cine, pues sale y no sale, en una de las películas de ese gran pensador aragonés que fue Don Paco Martínez Soria, en concreto en “Don Erre que Erre”. 

Nada, no me ayudas nada, voy a tener que buscarme a otro, sigue, se me echa el tiempo encima, y voy a quedar fatal”.

La Historia.
   Fue entonces cuando recordé la historia que a continuación copio y pego de su blog original, añadiéndole fotografías, con el fin de que el niño del pelo rojo, protagonista de tan cariñosa y terrorífica historia a un tiempo, hoy abuelo, bien cumplidos los ochenta, pueda rebuscar en su memoria, la emoción de aquella tarde noche,  a mediados de los años cuarenta, en el cementerio de Calamocha.
La había leído unas cuantas veces hace mucho tiempo y de tanto en tanto la buscaba, era aquella historia de un zagal, que subió de noche al cementerio junto con su padre a pintar un panteón, como fin del trabajo que habían venido a realizar desde Valencia.
El Dichero Olvidado artífice de la visita en ciernes, quedo encantado con la historia, la hizo suya, hablamos, preguntamos, buscamos y tan es así que por momentos la contó en primera persona el día de la visita, no hay duda, le hubiese gustado ser aquel niño pelirrojo que se llevaba de calle a todas las chicas del baile.
El niño del pelo rojo hoy
SÁBADO, 3 DE NOVIEMBRE DE 2007


Mi padre me llevó en una ocasión con él a pintar en una fábrica de telas en Calamocha. 


Fábrica de Mantas Dauden







Wenceslao Dauden 1911






Un día, el dueño le dijo a mi padre si quería pintarle el panteón de su familia para el 1 de noviembre (estábamos a finales de octubre). Para no perder tiempo en el trabajo fuimos a pintarlo de noche.


Cogimos todo el material, escalera incluida, y después de cenar salimos hacia el cementerio. No se encontraba muy lejos, pero estaba en lo alto de un promontorio y la visión que un niño de mi edad (andaría yo por los 15) tenía de un lugar como aquel se semejaba mucho a esas viejas películas de terror que nos tenían atemorizados a toda la chiquillería. Esa noche había luna llena, y su blanca luz incidía sobre las vallas y la puerta, dándole un aspecto, a mis ojos, terrorífico.



La cuesta años atrás.


La cuesta del cementerio hoy



El sepulturero le había dejado a mi padre las llaves del cementerio y del panteón. Al abrir aquella verja, los goznes chirriaron de una manera que aumentó más aún el miedo que ya tenía.


Al fondo la entrada

Al entrar, a la izquierda, estaba el panteón. Era el único que había. Abrió mi padre la puerta y al entrar, sonaron nuestras pisadas a hueco, y es que los difuntos estaban debajo mismo de nosotros, en una bóveda.


Una frente a otra, allí fue a pintar






Encendimos unas cuantas velas (no había electricidad) y un hornillo para calentar la pintura (hecha con un material que hacían hirviendo pieles de conejo, que soltaba una especie de gelatina que al secarse endurecía, y que vendían en forma de pastillas). 

Como necesitábamos agua me mandó ir a buscarla. Salí a por ella con un cubo y con bastante miedo, que todavía se hizo mayor al ver (al entrar, con el susto, seguramente no me había dado cuenta) como a unos 20 centímetros del suelo, una especie de niebla brillante formada por puntitos blancos.



Siguiendo el pasillo entre cipreses al fondo esta el pozo


Me quedé paralizado, sin fuerzas. Mi padre que no me quitaba ojo de encima, me preguntó qué me pasaba y yo le expliqué como pude lo que estaba viendo. Entonces vino hacia mí y me abrazó riendo. Me contó el motivo de tan extraño fenómeno. Me dijo que era el fósforo de los huesos enterrados allí, y que se les conocía como ‘fuegos fatuos’.



Esta es


Aqui el valiente de aquella noche

El miedo no se me pasó, pero el abrazo que me dió mi padre y el ánimo que yo le vi me calmaron bastante. Aunque después de tantos años (tengo ahora 75) sigo recordándolo como si de ayer mismo se tratase.

Tu hijo Ramón.

El final.

Termino ya, mil gracias a JB por la visita, la chiquillería quedo encantada, como han cambiado los tiempos, creo recordar que no había de por medio y de esa edad, ningún crio, todo eran chicas. 

Las abuelas ya se saben, te seguirán hasta el fin de sus días que también serán los tuyos, allí estaba, me lo decía mi padre, la otra Calamocha, la que no se mueve ni por el chocolate ni por el baile, estamos gente para todo, decía.

El tiempo fue esplendido, acompaño de un modo certero, comenzó con sol, se fue nublando, corrió el aire frio, llegaron los relámpagos y truenos y comenzó a llover, en apenas una hora se hizo de noche a las siete de la tarde y todo el mundo salió corriendo, y nos quedamos allí a la espera de que escampase en la oficina del Chato el Esquilador, aquel hombre, pegado a un sombrero de paja, todo nervio, tal vez, el ultimo Enterrador como tal.


El centro mismo de Calamocha y el guía que todo lo sabe

Fue él quien un día te marco en el suelo, en la tierra nuestra, el centro mismo de Calamocha, allá en el cementerio, el lugar donde están enterrados aquellos que murieron a causa del cólera, a finales del XIX, hasta que llegara San Roque, un francés, a echar una mano, y allí junto a ellos enterrados, los autores del Baile.

Y allí en la oficina, las crías, tú y yo, quienes recordaran aquella tarde como la primera vez que entraron a un cementerio y tú les descubriste un montón de cosas, tan didácticamente contadas, que a día de hoy no me han preguntado nada, y eso que no paran de hablar de tal acontecimiento.

Todos, se fueron a escape, me saludas por favor al bueno de Agapito, no pude, fue el primero en salir corriendo a pesar de su cojera, no pasen pena ninguno, los últimos serán los primeros. Yo cualquier día, descalzo y con el hábito del nazareno, subiré a la Madalena, que no a la Cañadilla.

Solo tu, rodeado de media docena de niños y una cincuentena de abuelos puedes a la puerta del cementerio hablar de muertos, vivos, tierra santa, limbo, moros, hospitales, soldados, curas, infiernos, rojos, banquetes, putas y lobas, autoridades y gente sencilla, uniendo frase tras frase, sin que ni una sola duda nos quede en la cabeza, dormitorios, lupanares, aullidos…para despedirnos con unos versos de Juan Ramón Jiménez. Y por favor, acomodaros, sentaros entre las tumbas, no tengáis vergüenza, estáis en vuestra casa, y ellos estarán encantados.

Y la constatación de que no somos nada, ni siquiera Calamocha pues hay más calamochinos muertos, que vivos, y allí todos son buenos, buena gente, le decía aquel secretario del ayuntamiento, a aquella madre desconsolada que no podía pagar el traslado de su hijo, soldado, allí enterrado, déjelo estar, le escribió, en Calamocha son muy buena gente, y en concreto en cementerio están los mejores. 

Recuerdos

Termino, ahora sí, a lo igual que empecé, copiando  y pegando un párrafo del mismo blog de recuerdos de Don Ramón Montal, haciendo mías unas letras de uno de sus seres queridos (Jesús Sánchez García):

Bueno, solo son recuerdos, pero los recuerdos nos hacen eternos mientras están en la mente de otros, y es mi deseo que perduren en la memoria de todos porque, de ese modo, se cruzaran y enlazaran espacios y tiempos de unas personas con otras, por muy lejanos que lleguen a estar físicamente en el espacio y en el tiempo en que vivieron. Fui creciendo, mi cuerpo y mi mente fueron cambiando, pero mis recuerdos y los momentos vividos permanecieron, y ahora siguen vigentes, esa vida la tengo atrapada, me enrriqueció, la disfruté y me sigue alimentando.

- Fins un altre dia, Sr. Ramon - le decia al despedirme de vuelta a mi casa.



- Adeu, xiquet, así me trovaras, cara a la paret. - Me contestaba, sin apartar la vista del pincel ni del toldo.

Mil gracias
Lunes de Pascua de 2014

Aquí en el enlace, supongo que añadiré más, la reseña de la visita en el Diario de Teruel  (No tener en cuenta el movimiento artístico, en el que como pintor ha encuadrado al protagonista)

http://www.diariodeteruel.es/noticia/45768/el-cementerio-de-calamocha-guarda-curiosas-historias

lunes, 7 de abril de 2014

Qué hacer en el pueblo.

Como hacer, hay, realmente poca cosa. Hay dos cosas, sin embargo, muy interesantes: pasear y hablar con la gente. Los pueblos pequeños viven en un estado de abandono inenarrable, insondable, abrumador. Por ellos pasan los decenios, los siglos y están como el primer día. Atraviesan momentos de pobreza y de prosperidad, ahora estamos en uno de esos momentos. Y las cosas permanecen siempre igual: la misma suciedad, el mismo abandono, idéntico gusto por vivir en una decrepitud desagradable y siniestra. Esos pueblos tienen, desde el punto de vista material, un aspecto desapacible desde todos los puntos de vista.




Este país nuestro no tiene aseada más que la cabeza, ¡y aún! Lo demás es como otro mundo al que no llega el menor interés, ni la más vaga iniciativa, ni la menor aportación del dinero colectivo. En esos pueblos impera la insolidaridad más profunda. A mi entender, esa insolidaridad ha aumentado, en los últimos años, en términos considerables. No puede esperase hoy que nazca, del interior de ellos, la menor empresa de carácter colectivo. En la atonía, en la pesadez de su aire, la historia es un mero resbalar del tiempo sobres las viejas piedras, sobre los ladrillos nuevos.

Yo no sé si el estado y situación de nuestros pueblos provocaran algún día la formación de algún interés general, de sentido renovador, amable, positivo. Lo que sí sé es que nuestros pueblos, deberían ser arreglados de buen grado y si ello no fuera posible, por una imposición contundente. Dar a los pueblos un mínimo de sentido colectivo, primero en forma de las exigencias mínimas de higiene y de la limpieza; luego en forma de urbanismo, al objeto de que vivir en ellos no sea una maldición y una tragedia. Lograr que en verano no haya en las calles tanto polvo y tantas moscas y tanta porquería; que en inverno no se convierta todo en un barrizal, un barrizal de cuadra mezclado con un barrizal de lluvia. La creación de un sistema de algunos, pocos, intereses materiales y concretos, podría ser el principio, quizá, de la aparición, en un plano general, de intereses más elevados, la iglesia, la administración, las escuelas, las comunicaciones, etc. Y así con el tiempo, desde luego con el tiempo, podía llegar, quizá, a ser posible tener en los pueblos pequeños una conversación con alguien, una conversación que sobrepasara las feroces ambiciones particulares, los crudos intereses familiares, y enfocara asuntos más genéricos. Diálogos, así no son hoy posibles, porque nada hay común en los pueblos. Es decir, los pueblos no son tales; son grupos de casas aisladas, amontonadas, porque así lo estuvieron siempre. Pasear, pues, por los pueblos, podría dar y da, ¡y con qué fuerza, una idea de su estado real y verdadero. ¿Qué ello no tiene interés?, ¡Válgame Dios bendito! Lo tiene, y enorme.



() Me he preguntado muchas veces, paseando por los pueblos, comprobando la soledad e insolidaridad que reina en ellos, la espantosa pequeñez de visión, la asfixiante comadrería que constituye el único denominador común de su vida social, si el desplazamiento del campo a la ciudad no será una de las pocas cosas de buen sentido que puedan hacerse en las presentes circunstancias. Me sabe muy mal haber escrito esta frase. Pero con sinceridad afirmo que al vida en los pueblos es asfixiante, y a pesar de todos los pesares, a pesar de la tristeza inmensa de la vida en la gran ciudad, yo comprendo que la gente abandone sus pueblos. Yo no me marcharía. ¡Pero comprendo que la gente se marche para siempre!

Así, pues, yo propongo, en los pueblos, simplemente esto: pasear. Con ello se tendrá una idea del aspecto materia de las cosas. Y de muchas otras cosas que no son el aspecto material. Aquí esta, por ejemplo, la política.

Josep Pla
Otoño, 1948
Viaje a pie
Ediciones 98
Extracto de sus páginas iniciales….



Querido amigo, cuando subas al charco a rezar a la Pilarica, “virgencica, que me quede como estoy” es lo mejor que puedes pedirle, para ti y para todos nosotros, también por el pueblo, no lo dudes ni un momento, reza por todos, tal vez, siguiendo la recomendación del libro, siendo como tienes todo el tiempo del mundo, debieras subir a la capital andando, o cuando menos en autobús, en tren que quieres que te diga, tú y todos de por allí, bien sabéis como está la cosa, igual no te topas con nadie con quien charrar y te pasas el viaje echando un rosquete, sería una pena,  aprovecha y entra en alguna de las muchas librerías que hay alrededor del Coso, hazme caso, te sentara bien, lo mismo que el rezar, déjate unos cuartos en el libro, yo te lo compraría si me encontrase en la certeza de que te lo ibas a leer, y lee a Pla en su Viaje a pie, y veras como hoy, como ayer, la cosa no cambia, ni cambiara, no lo esperes.

Y por favor, no te demores en los asuntos pendientes con el Reino de Valencia, tu andas y charras mucho, capazo tras capazo lo mismo que Josep Pla, sólo la boina te falta. Y todo se te olvida.


Recuerdos.

martes, 25 de marzo de 2014

Las primeras vacaciones de nuestros abuelos.

Decía el Tío Paloma “enfermar es cosa de ricos”, y lo solía repetir una y otra vez allá en el Palmar, en la albufera de Valencia, en cuanto se le presentaba la ocasión y alguien quería oírle, entre barcas y copas, entre el tajo y la cantina, en realidad era Don Vicente Blasco Ibáñez, quien  hablaba por él en su novela Cañas y Barro.

Razón no le faltaba, como tampoco a ninguno de nuestros abuelos, quienes decían exactamente lo mismo, llegando un poco más lejos si cabe, “enfermar es cosa de ricos, lo mismo que las vacaciones, y no hablemos del retiro. Moriremos, como lo que somos unos pobres desgraciados, tirando del arado”.

No menos curioso y cierto resulta el hecho que se recuerda de que el mismísimo Blasco Ibáñez pasase algún que otro periodo “vacacional” en el Castillejo, allá en Calamocha. Seguro que a Perico nacido por aquellos años y lugares, le oí alguna vez alguna historia con Don Vicente de protagonista, sin saberlo.

Tan era así la cosa para nuestros abuelos al respecto de enfermedades y fiestas, que en concreto uno de ellos no alcanzo a vivir ninguna de tales circunstancias propias de los ricos.

Así, jamás se fue de vacaciones, nunca se retiro y tan apenas enfermo que se murió sin haber puesto un pie en un hospital, ni haber visto, prácticamente, a medico alguno en su vida. Murió de viejo con tan solo setenta años y en su cama, la misma donde nací yo.

Don Angel, el médico de aquellos bonitos años, aparcaría el vespino rojo en la puerta de casa, subiría a la habitación y tranquilamente, ante todos, diría, “Es el final. Aquí en casa será cosa de un mes, si subimos a Teruel, en cuatro semanas te bajaran, te daré algo para que lo lleves mejor y adelante, por mi, para estas cosas, como en casa en ningún lado. Tu dirás”

No con menos tranquilidad mi abuelo efectivamente, hablando por todos, diría: “Así es la cosa, un día es un día y una paliza es un rato, si me dieras una copa de anís y tres cigarros al día, lo llevaría mejor, diles también que no se pasen con las comidas, no tengo gana ya lo saben, y ya no necesito trabajar. Que le vaya todo bien. Donde se está bien, buen rato, aquí nos quedamos. Gracias por venir”. Mi abuelo, con buen tino, espero al cumpleaños de mi abuela, la felicito, y marcho por fin de vacaciones, al cielo. Dando la razón así a quienes piensan que finalmente podemos, unos pocos, elegir el momento de nuestra propia muerte, una vez que lo damos todo por hecho.


Y así y todo llegamos a la fotografía, con mis abuelos, el Auge y la Xaltación junto al Tío Cachurro y la Tía Matea, allá por el año 80, en algún lugar en el cual no nos ponemos de acuerdo. 

Creo no equivocarme, que a pesar de todo la foto está tomada en color, al menos en el color que dominó sus vidas, donde todo fue mayormente o blanco o negro.

No hemos logrado reconocer a nadie más, estaba el tío no se quien y la tía no se qué, que eran matrimonio, pero como tenían un hijo por allí, aquel día se habían ido a verlo y no salieron en la foto, donde media comarca, o media provincia de Teruel posa junto a los guías. 

Creía tener un pequeño tesoro con todos abuelos de su quinta calamochina, pero me temo no sea así.

Alicante, Benidorm, Elche, Javea allí creo finalmente que fue el lugar donde pasaron aquellas vacaciones, para muchos tanto las primeras como las ultimas. La playa, el mar más bien, castillos, iglesias, museos y la gran decepción que fue para mi abuelo la visita al Huerto del Cura en Elche, aquella mañana creyó que iba a disfrutar de la huerta valenciana en todo su esplendor y lo llevaron a ver flores y arboles que ni las ovejas ni las cabras se comerían. Para semejante viaje, no hacía falta alforjas.


De los Años de la Cazalla. Enfermedades y vacaciones. Cosas de ricos.

Recuerdo de Javea
Para Fer. Detalle, en rojo las iniciales de los protagonistas conocidos.
(En el caso de mi abuelo debe quedar claro que el botellin no era ni de agua ni de Coca Cola, era de cerveza)