Viaje a La Yunta
“Saliendo de Calamocha pasas
primero por Tornos, y luego por Bello, antes de salir a la carretera que va de
Daroca a Molina, Y 8 km antes de llegar a La Yunta hay que salir de la A211 y
entrar en la GU418. No te pases el desvío”
Tales fueron las
indicaciones y efectivamente no tenían pierde que me dio José Antonio Floría. Escritor,
recolector de palabras, músico, autor del best seller Así en la tierra como
en el suelo del cual escribí tiempo atrás. Obra en la que dio cuenta de su heroica
infancia vivida en la villa que le vio nacer. Llamado sin duda aun a más altas metas
cuando relate la crónica de la nueva vida de su incomparable y bello pueblo con
aquellos niños, en su mayoría emigrantes en Barcelona, camino hoy de la jubilación,
de nuevo como protagonistas.
Se trataba no solo de
conocerlo a él, si no de ver mundo. Y un diez de septiembre, día de San Nicolas
de Tolentino a la hora del café y el guiñote previa a la del arrastrao perrero
llegamos a la villa castellana donde la primera alma que vimos resulto ser la
del calamochino de adopción, casado en Rubielos de la Cérida con Pilar,
el Maestro Albañil Paco, hijo del alguacil de la hermandad de La Yunta echando
los cimientos de una nueva casa; De modo que bien puede llevar a estas alturas
cuarto y mitad construido él solito de la nueva villa, todo con un gusto
exquisito. La tarde fue una sorpresa continúa, viendo más grúas levantadas a
pie de obra que en todo Calamocha. Junto a él nos aguardaba nuestro anfitrión.
Entre el Torreón, la
Virgen de la Cabeza y la Virgen de la Soledad atravesado por el Royo parece
residir de alguna manera el secreto de la eterna juventud a decir de los años y
muchos que acumulan en la flor de su vida sus pocos habitantes. Lugar donde el
silencio reina de tal manera que pareces estar a un peldaño del cielo. Tierra
de paso donde quedarse, de noche a buen seguro puedes tocar las estrellas, todo
es llano, todo es ancho, o estrecho según quien mire, sus huertos pequeños,
otrora llenos de vida como en todos lugares, ahora andan cerradas sus puertas
de madera y perdidas sus llaves también de madera, su riego fue a caldero,
pozal o cubo por que el arroyo nunca dio para nada mas que para dar vida a una
tierra acogedora entre el frio del invierno y el calor del verano. Habrá que
volver en enero cuando todos sus habitantes cojan en un autobús. Sin tienda,
pero con bar tienda, un pueblo como dios manda si no fuera por la ausencia de
niños; aquellos cuya vida relato nuestro famoso guía, su mejor embajador.
El lavador y el abrevadero
donde los peces hoy son de colores, ni barbos ni truchas de antaño y el pato
solitario. El paseo junto a los chopos aun verdes, “será bonito en otoño”
comente, “el verano debería ser eterno aquí” contesto José Antonio. Detener el
tiempo, la vida, de eso se trata ¡si pudiéramos! el molino, la iglesia cerrada,
pero con llave cuatro portales más arriba y las vistas desde lo alto del torreón
donde no subí por temor a encontrarme con San Pedro y reclamase mi alma.
Paso la tarde y andamos más
que en San Roque admirando una villa enclavada en Castilla con la mirada perdida
en tierras aragonesas. No pensábamos encontrar una maravilla así. Quedamos para
el verano que viene, lleve el libro para que me lo firmase y a cambio me entrego
una edición mas cuidada con el encargo de regalar el mío a un tercero, (Serafín
Catalan sería su destinatario. Por cierto, le encanto).
De vuelta a Calamocha, si
algún día nos perdemos, advertimos a nuestras hijas, no tenéis nada mas que
acercaros a La Yunta, entre el eterno silencio de las tierras de la Laguna allí
donde abandonaron en una ermita al pariente mas lejano que podamos recordar y
el país del Jiloca donde vino a parar.