Allá por el curso del 87
la eterna vida tranquila de Calamocha transcurría en apariencia lo mismo que
hoy. Día tras día el sol nos devolvía la vida por la Dehesa, llegaba a lo más
alto y bebia de la Fuente de la eterna juventud del Bosque para seguir su camino
y esconderse por Santa Bárbara llevando la luz al otro lado.
Una mañana de aquellas
alguien llamo a la puerta del aula de física o química sin llegar a entrar. Yo andaba
repitiendo COU un mal año lo tiene cualquiera. Aquel profesor dió por terminada
la clase y se marchó: “Van a cortar las acacias de la Fuente del Bosque. Voy
a encadenarme con los demás”.
De vuelta a casa pase por
aquel mágico lugar hoy idealizado por los recuerdos y una sombra de lo que fue.
No pude acercarme, jóvenes encadenados, Land Rover de la Guardia Civil, tráfico
cortado y gente apostando por llevarlos al cuartelillo, darles su merecido y rematar
la faena. Creo alcanzaron a cortar una, la rápida actuación de un grupo escaso
de calamochinos y algún forastero junto al buen hacer de dos o tres profesores de
instituto, por aquellos años unos calamochinos más, impidieron a la motosierra
su trabajo. Defendidas en todo caso, mayormente por todos aquellos para quienes
el paso por el puente era mas un capricho que una necesidad.
En aquella ocasión las
acacias tenían los días contados bajo el rodillo del progreso, el único, o casi,
que puede con todo amen de la ignorancia y dejadez de unos y otros. Las opiniones
eran dispares. Todas ellas las daban por perdidas. El trajín de coches en uno y
otro sentido, la cantidad de camiones y los tractores y cosechadoras cada vez más
grandes que por allí transitaban parecían sentenciarlas. Aquel único carril, la
falta de arcén y de aceras, era todo un despropósito un peligro para todos en especial
para los caminantes. Aún hoy lo es.
A la carretera de Morata,
la más bonita del país del Jiloca le había llegado el turno, dos carriles, arcén
y un puente ancho y seguro sobre el hermano pobre del puente Romano. El Ratero,
puerto del Rabal sin habaneras. Resumiendo, acacias fuera, paso al progreso del
siglo venidero, ese al que se oponían quienes gritaban “viva las cadenas”. Aquellos
que no lo usaban en su trabajo parecían tener otras inquietudes. Visionarios soñaban
con una próxima carretera del Gazapón al Rincón y por la Rambla Rija a la Atlántida
de Gallocanta, otros apostaban por dejar una hilera de acacias, o una tan solo
y hasta llevarla a la plaza de la iglesia donde decían en su día hubo un olmo redentor
ahora que se morían también los de la Huerta Grande te abrazases o no a ellos.
A día siguiente o unos después
tras lograr parar la primera tala los ecologistas de Calamocha y Teruel, de cuyo
nombre como asociación no logro acordarme nos llamaron a manifestarnos en
defensa de las “acacias centenarias”. De nuevo en clase de física o de química alguien
llamo. El profesor les hizo pasar y dejo hablar, no tardaron en convencernos,
calamochinos y no, alumnos de toda la comarca para que abandonásemos la clase y
subiésemos al Santo Cristo, olimpo de la villa, para sumarnos a la manifestación
y seguir apostando por la vida tranquila de un solo carril bajo la sombra del
paisaje que nos legaron.
Dicen fue la primera manifestación
de la democracia en Calamocha y un montón de gente, canto “no nos moverán”. Por
mi parte era joven, me dejé llevar. Asistí tan derrotado como convencido de que
aquello no tenia sentido y de que tarde o temprano, si no para esa cosecha,
para una próxima calmados los ánimos una mañana de invierno volvería la
motosierra y su infernal ruido. Siempre me contaron los mayores y les creí que contra
el poder y el progreso poco o nada podía hacerse. Por fortuna las acacias, árbol
de la vida, dulces doncellas de nuestras choperas puntuales en flor cada San
Roque celebraran el próximo año su noventa aniversario.