Sea como fuere quería haberme tomado un descanso y escribir de cualquier otra cosa que no fueran libros. Hacerlo tal vez de los días malgastados (“Días sobrantes, como la cáscara que nada aporta, que quitas y tiras” JCL) días que vamos dejando atrás con la satisfacción de creer haberlos vivido, o de los igualmente malgastados días que parece nunca vendrán como serán los de San Roque. Pero no habría sabido cómo hacerlo. Quizás por ello y tal y como anda el patio de cara al verano creí mejor seguir leyendo para poder primero pensar y después tal vez olvidar. A veces conviene olvidar, descansar.
“Escribo para el futuro, es decir, para releerme. Estos días solo tendrán sentido cuando hayan pasado” (JCL).
Ando precisamente estos días previos a ese verano por “vivir” leyendo parte de la para mi inmensa, en todos los sentidos, obra de Josep Carles Laínez (València 1970) siguiendo la acertada e insistente recomendación sanroquera de José María de Jaime: “Lo de menos es que tenga raíces en Ferreruela de Huerva. No dejes de leerlo”. Reconozco con humildad y asombro propio que hace un rato al ponerme a escribir he buscado en el mapa donde estaba una parte de sus raíces. ¿Cómo he podido olvidar un lugar como Ferreruela?. Con las veces que por allí pasé en tren y no precisamente a grandes velocidades o sentí hablar de su silo o visite con mi padre repartiendo pienso. El conduciendo la Avia, yo sin perder detalle sentado en el regazo de Manuel Colas. Hoy con su área de servicio al pie de la autovía de la que tanto me hablan los camioneros, fieles lectores.
Hace un tiempo fui directo a internet y sus librerías de viejo y compré un puñado de sus libros, todos los que encontré y poco a poco fueron llegando desde media España, sin marcas de haberse leído, ni firmas, ni fechas, ni ex libris. Una pena, nuevos con olor a viejo, a bodega, a trastero de librería. Y sin más orden que el de su publicación comencé a leer. Alma, (tal vez cine negro), Deseyos Batalers (escrito en aragonés), Música junto al río (poemas), Ene Marginalia (originalmente escrito en asturiano) y finalmente La muerte del padre, libro que no recordaba haber comprado. Creo que fue otro el que pedí. Tal vez aquel librero de Asturias que me lo envío se equivocó, o bien sabía lo que estaba por suceder.
Del todo fascinante, como poeta, como escritor, como autor de teatro o como articulista, me faltó tiempo entre medio de sus lecturas para buscar su rastro en la red y devorar viejos y nuevos artículos. Quien sienta curiosidad, adelante, es una forma extraordinaria como primer paso para conocerlo, no se verá defraudado, todo lo contrario, su capacidad para ordenar las palabras y darles sentido más allá del idioma en que escriba es desbordante. Sobrecogedor, balsámico, necesario.
La muerte del padre, 2009, es un diario donde refleja seis meses de su vida escritos en media docena de lenguas, solo al llegar al final me di cuenta que estaban traducidos al español en el anexo. En cualquier caso, no es necesario, podemos leerlo de tirón. Son los días tristes que acompañan al fin de una vida, en este caso la de su padre hace ya unos años, la enfermedad, la muerte, el protagonista y su familia, “El punt de referència de la vida no hem de ser nosaltres, sinó la resta de la gent”. Uno de esos libros tristes con la muerte de un ser querido como protagonista cuya lectura te recuerda lo frágiles que somos nosotros y cuantos nos rodean.
(A mi padre derrotado por la vida en un cáncer tras otro. Calamocha, diciembre de 1936-Castellón, mayo de 2020. Gracias) (Articulo publicado en El Comarcal del Jiloca)
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