viernes, 15 de julio de 2016

CALAMOCHA Y YO (V) De paso

CAMANDULERO I

HERMANOS, medio hermanos, padre, tío
Frailes, santos y demás
Ajustes de herencia. Cosas de familia
Leo Los Hermanos Karamazov
Y su autor, Dostoievski
A uno de ellos lo llama:
Camandulero

Mi Tía Nati, pronunciaba camandulero
Con el acento más bonito del mundo
El de Torrijo
Me pregunto cómo se escribirá en ruso
Camandulero
Es más, como se pronunciara
Y si, sonara igual de bien

Hipócrita, astuto, embustero y bellaco
Dice el académico diccionario que significa.
¡Qué crueldad! Para tan bella palabra
A falta de lo que diga Doña Maria Moliner
Para una palabra tan bonita ¡Qué crueldad!

Mañana pasare por Calamocha
Allí, hay palabras, que parecen
Decir otra cosa

EL SUEÑO ETERNO (II)

DE camino hacia el charco
Aparco frente  casa
Cansado, apuesto por cerrar los ojos
Se acabó

En la calle, el sol parece desgarrarme la piel
Hay un silencio triste
¿Cómo será la cosa en invierno?
Ni coches, ni gente, nada
El sol me quema los brazos
En un rato nos vamos
Calamocha de paso

Pasa Cachurro de vuelta a casa
Apurando la sombra
El perro con la lengua fuera
Tira de él, parece tener prisa

A QUE NO SABES QUIEN… (III)

NO me gusta oír esa frase
Y me la repiten una y otra vez
Parecen no cansarse, no tener fin
Aunque lo hacen sin más remedio
Obligados
Esta vez es mi madre quien me habla

No me gusta esa frase
Porque si sé, lo que voy a oír
¿A que no sabes quién se ha muerto?

Tú no la conocías
Llega a parecer que la muerte de alguien desconocido
Es menos muerte. Pero nunca es así
No quiero oír quien se ha ido, aun no sabiendo quien es
Pienso que un día, me puedo cruzar el Peirón con ella

LEER (IV)

Ya no te leerá más
Me paraba en la calle y hablabamos de la familia
De los años pasados y de lo que todos fuimos
Lo escrito por ti le parecía haberlo vivido
Le gustaba leerte y recordar

Esta tarde iremos al entierro
Si no  estuvieses de paso
Esta tarde iríamos todos al entierro
Tú también
¡Cuánto te quería!

Se ha marchado en unos meses
Y yo aún no me lo creo
No sé que me parece
Aun pienso que me la encontrare por el pueblo
Y nos pararemos hablar
De lo escrito por ti y vivido por todos
Le gustaba leerte
Y ya no lo hará más
MALAS HIERBAS (V)

ENTRE el cemento, junto al desagüe
En lo que fue el corral de las gallinas
Tocinos, conejos y algún cordero
Antes machos y vacas. Barro, tierra y fiemo
Hoy cemento y sol

Ha nacido una mala hierba, un morrotocino
Es tan grande, que resulta imposible no lo hayan visto
Sin preguntar me dicen: déjalo estar, que se de vida
Mira el plantero que tengo

Sobres de simiente que compro, constantemente
Simiente que nunca plantare
Este año, vamos a probar, con esto, y aquello, y eso otro
Y mi padre prepara el plantero en viejas macetas
Apio no cale que pongamos, Santafe tiene, ya le cogeré






CAMINO DE NAVARRETE (VI)

VAMOS también de paso
Al cementerio de Navarrete
Me fijo en el tanatorio
Allí donde están los mejores calamochinos
Alguien acaba de llegar
Abrazos en la puerta
Tristeza alrededor

Pienso en lo dicho por mi madre
No me lo puedo quitar de la cabeza
Siempre con prisas, siempre de paso
Ya no la conoceré

Hinchada por el calor, la puerta no se abre
Finalmente cede y podemos entrar
¿Quién fue Don Justino Bernad? Me preguntan
Luego os cuento. Respondo
¿No sabes quién fue?. Voy a buscarlo
Claro que sí, pero a qué hemos venido
¿El cementerio es suyo?
No, no es de nadie. Apaga el móvil.

Es la una de la tarde,
El sol cae cruelmente sobre todos nosotros
Pero tenemos suerte de que así sea
El cementerio, que no es de nadie
Parece serlo de los pájaros
Allí anidan, cantan, y supongo mueren

Hemos venido a ver la lápida del abuelo
A quien enterramos aquí
El día de San Valentín
Iñaki el de Corbatón la puso hace unos meses

Una puerta al cielo
Yo creía haberla visto, pero me dicen que no
Desde que la coloco no habíamos vuelto
Ni siquiera de paso
Ni por Calamocha ni por Navarrete

Y hemos entrado al cementerio
A ver la lápida del Yayo Antonio
Su puerta al cielo
Se marchó y nos dejo
“Todos los besos del mundo”

LA COSECHADORA (VII)

OJALA nada cambiase
O lo que es lo mismo
Ojala todo siguiese igual
Aunque creo que no sé, muy bien lo que digo

A lo lejos Zaragoza nos espera
Su camino se hace eterno
Vamos detrás de una cosechadora
La carretera Navarrete
No ha cambiado en décadas
Es una vuelta al pasado

Retiro lo dicho
Siento el calor de los días de cosecha
En el vadillo, en el riachuelo
El fin del agua en la botella
El beber o no beber del caño
La vuelta a casa
El polvo de la paja pegado al sudor
La garganta seca, la nariz taponada
El pelo rubio, lo oídos tapados
El olor a paja recién cortada
Los sacos de basta tela llenos, el grano seco

Retiro lo dicho
Segar de sol a sol, dormir en el tajo
La gavilladora, trillar, la ablentadora
¿De qué me quejo’

Retiro lo dicho, mejor todo cambie
Aunque la carretera Navarrete
No lo haga

SANTO CRISTO (VIII)

DE nuevo en Calamocha, camino de casa
Mi madre me busca con la mirada
Y me dice con admiración
Mira que hay, quien le tiene devoción

Aun queriéndolo yo
Nunca podre tener la devoción
Que otras sienten
Y no sé por qué será

El domingo lo esperamos
Solo por ver la puerta del Santo Cristo abierta
Y entrar, y charrar
Tienes que preparar una foto
Y regalársela
A quien tiene más devoción que nadie
Por el Santo Cristo del Rabal
¿Sientes lo que te digo?

LA OVEJA NEGRA (IX)

Un día el Tío Colín, la que pasaba entonces
Llego a un acuerdo con el pariente Cerillas
Allá en el Peirón, puerta con puerta
Y yo que era un crío, entraba en el trato

Cambiarían un tocino por seis ovejas
José le paso el tocino, lo convenido
Esto no está claro, dijo el Tío Colin
No te daré síes ovejas
Te daré cinco ovejas y una negra

Anda Auge, llévate las que quieras
Tu que sabes y entiendes más que ninguno aquí
Y me las lleve, ese día y todos los días
Y al volver a casa, ellas solas se iban
Al pesebre del pariente

La negra bien lo sabía
Que el Tío Colin ya no era su amo
De paso por su puerta, ni lo miraba
Cuando cayó el tocino con el frío
El Tío Colin  no paraba de decir
Que bien sabe a cordero
Que tocino más bueno



A QUE NO SABES QUIEN… (X)

¡CLARO que lo sé!
Ya no se acuerda, pienso, de lo hablado ayer
Y eso me tranquiliza
Quedémonos todos aquí
Y deje Calamocha de ser un lugar de paso

Mi madre me busca con la mirada y me dice
¿A quién no sabes quién se ha muerto?

Ayer ya me lo contaste
Respondo tranquilo
Aquella mujer, que tanto le gustaba
Y ya no podrá.
Leer los recuerdos de la familia
Aquella mujer con la que te pasabas horas
Hablando en la calle
Capazo tras capazo
Ahora lo hará en el cielo

Déjame hablar, déjame que te cuente
Esto se acaba para todos
De ella hablamos ayer
Pero, aquí estamos de paso
Y en un día, llevamos tres entierros
Déjame hablar, déjame que te cuente...

viernes, 1 de julio de 2016

Setecientas pesetas

Perico, sentado a la fresca, se preguntaba así mismo, por la hora. ¿Tienen que ser cerca las diez?, decía, tras mirar hacia Santa Bárbara y a lo del Carretero. Sin prisa, su pregunta no tenía, ni esperaba, respuesta por parte de nadie de los que estábamos junto a él. Se hacia el silencio, se recostaba sobre la silla, aupado por la albarcas y los peducos, alcanzaba la cadena y sacaba su reloj de bolsillo.
Menos cinco, habrá que ir a por el rancho, menuda tarde, y aún es de día, si supiera que yendo al catre descansaba, ahora mismo me subía a la cama. Hace días que no he sentido el parte, hoy tampoco lo haré. Imagino todo seguirá igual, porque no contáis nada. Igual de bien para todos menos para nosotros, que vamos de puto culo, y espera. ¿A cómo crees Gargallo, que dicen que a mi ver, están pagando el trigo? Menudo bochorno, no corre una gota de aire.
En los meses de verano, con el calor y la llegada de la cosecha, Perico cambiaba el reloj de pulsera por el de bolsillo, verle mirar la hora, se convertía en todo un ritual. Pregunta, vista al cielo, bolsillo, confirmación de la hora. Lo cierto es que ni él, ni nuestros mayores, necesitaron nunca mirar el reloj para saber qué hora era. Siempre sabían donde estaban, cuando y por qué. Saber estar.
Joder, que hora será, decía mi abuela Rosa, ya tiene que ser cerca la una. A continuación, se paraba y con ella, parecía detenerse el mundo entero, al menos Calamocha lo hacia, y el reloj de la torre, obedientemente daba la una. Ya va la cosa a escape, voy a preparar la comida. Mi madre, cosas de familia, prácticamente no sabe lo que es un reloj.
Hacía mucho tiempo que lo tenía decidido, de mayor, me compraría un reloj de bolsillo, su cadena, su tapa, su cuerda,… y el placer de mirar la hora sin prisa alguna, como si en realidad me diese igual la hora que fuese.

No era solo Perico quien lo llevaba, había mucha gente más, y por momentos me parecía, que para salir al campo a trabajar, y yo quería salir, aunque mis abuelos se empeñasen en lo contrario y apostaran por quitármelo de la cabeza, tu que puedes, estudia me decían. Había que tener un reloj de bolsillo, por alguna extraña razón, los de pulsera, modernos, no servían para trabajar la tierra.
Fue antes, con mi abuelo Casimiro, cuando empecé a fijarme en los relojes de bolsillo, sus amigos lo llevaban, él nunca uso ni uno ni otros, ya que para saber la hora, le bastaba con mirar el paquete de tabaco y contar, lo que había fumado y lo que le quedaba por fumar.
Bajo la atenta mirada de mi abuela Rosa lo acompañaba hasta la era a buscar setas, en realidad a fumar, ella se quedaba en la puerta, con el paquete de tabaco requisado, mirándonos marchar, hasta asegurarse de que una vez en la esquina de Inocencio caminásemos hacia el Santo Cristo y no hacia el Minino o lo de Santos. Ale, ya está, vamos.
Sus amigos, el Tío Alfonso, el Tío Conchanete, y otros, creo recordar, llevaban el reloj en el bolsillo del chaleco. Y yo esperaba pacientemente a que en medio de la charra, se les hiciese tarde y echasen mano al reloj. Cuando seas mayor y comulgues, te regalaran un reloj, me decían, ahora no necesitas saber la hora eres muy pequeño, un buen reloj, de pulsera, con sus números relucientes de noche y el día del mes. Solo tienes que aprender a leer la hora y acordarte de darle cuerda todos los días, con mucho cuidado.
Eso me repetían unos y otros. Quedaba tan lejos el día de la comunión, y lo peor de todo, como decir, que a mí me gustaría tener un simple reloj de bolsillo.En realidad no quería un gran reloj para mi comunión, tan solo un reloj que se pudiese llevar.

Fue a mi padre, a quien le regalaron al comulgar el mejor reloj que se podía tener, a buen seguro el más caro de alguna joyería de Valencia. Fueron los padres de su prima Boneta los que se lo trajeron a Calamocha, y con él en la muñeca sale en la única foto de su comunión.
Mi padre, no se lo pensó dos veces, y al día siguiente de comulgar, se fue a sacar las ovejas con el reloj en el brazo. Fue la sensación, recuerda con orgullo, entre todos los amigos a lo largo y ancho del camino de la Jampudia y el Campo Aviación, no se hablaba de otra cosa… se pasaba los días mirando el reloj y dando la hora a todo el mundo. Hasta que paso, lo que paso, lo inevitable.
Mi abuela Xaltación, se dio cuenta de que el reloj no estaba en casa y al ver que lo llevaba, lo puso de vuelta y media, y le dijo de todo, dándole una lección vital, de la filosofía familiar, que nos ha hecho llegar hasta aquí, generación tras generación: ande vas tú con reloj, tráelo aquí, que no lo necesitas, las cosas buenas hay que guardarlas para que duren, y si lo rompes, y si lo pierdes, y si te lo quitan, les habrá costado un potosí, y tú no lo necesitas para nada, las ovejas bien saben la hora que es, y tú para saberla con la torre de la iglesia y la luz del faro de la aviación, ya tienes bastante. Y si no, a quien lleve reloj, le preguntas la hora. Dámelo…
Y se lo dio, y la Xaltación lo guardo en el joyero, una caja pequeña de esas de madera, donde las abuelas guardaban pequeños tesoros, unos botones, para por si acaso, una navaja de juguete, unas cuchillas de afeitar, un rosario… Mi padre con el tiempo llego a pensar, que había perdido el reloj corriendo detrás de las ovejas al salir huyendo del Guardia de la Dehesa, una noche sin luna.
Cincuenta años después, el reloj, apareció en la caja, la Xaltación tenia razón, junto a innumerables tesoros, sigue funcionando, tras medio siglo marcando la hora del olvido para la familia y guardando el tiempo para el día de mañana.


A mediados de los ochenta, el mercado de los miércoles, era los martes y los jueves, y se colocaba en la plaza de la iglesia, centro del pueblo, cuantísima gente, y puestos parecía haber, todo lo colapsaba, mientras la ombria del frontón quedaba vacía los días de invierno y se llenaba con los de verano.

Solíamos aprovechar el recreo en el instituto para acercarnos a mirar los puestos interesantes, y muchas de las veces, al medio día, camino de casa volvíamos a pasar, detenernos con algo más de tiempo y curiosear, en una plaza hasta la bandera. Gente, coches, motos, tractores, y camiones despistados desde la fábrica de piensos de la Balsa, la cual daba ambiente floral a toda la contornada.
Nos parábamos frente a los puestos de última tecnología y superventas, regentados por moros y quinquilleros, nuestros guías espirituales acorde con la edad. Radiocasetes, transistores, relojes digitales, calculadoras, maquinetas matamarcianos, carteras, cascos, y otras muchas cosas, amén de toda la discografía patria y ajena en radiocasetes piratas con portada fotocopiada en blanco y negro. Nadie parecía poner el grito en el cielo, como hacen hoy con el pirateo, lo más normal del mundo era comprar cintas piratas y realizar copias para los amigos, además, de no ser así, nuestra vida musical ochentera habría sido un completo desastre.
¿Cuánto ese reloj?, barato, barato. Caro, caro, ¿es Casio?, ¿japones o koreano?, cuantas alarmas tiene, tiene luz, y ese que lleva calculadora funciona, paisa, paisa…  Los relojes digitales eran la pasión de todos, y si llevaban doce alarmas de gaiteros escoceses, mejor que diez. Mil, mil quinientas pesetas, era un pastón, nos parecían caros de todos modos, … pero a la vuelta de unos años, décadas, demostrado esta, que ya no se fabrican cosas como antaño, tampoco en cuanto al mundo tecnológico. Los que tengo por casa, incluido el reloj calculadora, siguen funcionando, la calculadora científica, lo mismo, hasta, a sus años, ha vuelto al instituto.
Un lejano día de aquellos, en uno de los puestos, había relojes de bolsillo, el mismo paraíso, algo inimaginable, ¡pero si nadie los usaba ya!, entra tanta tecnología, y quien llevaba un día de hacienda mil pesetas en el bolsillo que pedían por uno, la próxima semana volveré a venir nos dijo, o volveremos, por que solía haber dos puestos, con lo mismo, y mismos precios. Iba a ser una semana larga, y mil pesetas casi nada.
Al final me lo dejo en setecientas pesetas, y toda la cuadrilla se compró su reloj de bolsillo,…y el mío, ahí está, en mi bolsillo, estos días de calor, como si yo también, tuviera que salir a cosechar he vuelto a él. Aun hoy me parece que pague demasiado, y me engañaron, pero a la vista del resultado, fue un regalo y nadie me engaño.
Cuando desperté, la mañana del lunes 27, tras el desastre del domingo, volví de golpe a la realidad. Todo seguía igual, y el CD Castellón, con toda la crueldad del mundo, seguirá un año más en Tercera División, y por si eso no bastase, al ir a ponerme el reloj en la muñeca me di cuenta que se había parado la tarde del domingo, poco más o menos sobre la hora en que el CD Castellón fallo el penalti decisivo.

Hoy, no hay mayor tragedia, que la de quedarte sin batería en el momento más inoportuno, y cualquiera parece serlo. La vida me va en ello, afortunadamente, no tarde en recordar, que en la mesilla guardaba aquel reloj de bolsillo, que un día compre en Calamocha por setecientas pesetas, cuando mi vida, aun iba a cuerda. Lo puse en hora, le di cuerda, y al bolsillo.

miércoles, 15 de junio de 2016

Las cartas de Manolete

Calamocha. Sobremesa del 15 de agosto de 1995.

La Felisa, hace una pausa y pide que alguien le acerque la botella de coñac, tras el carajillo con hielo, quiere abarrerse un culo de café que ha quedado, saborear una copa más. Atrás queda el remolachero, la cerveza y el vino. La conversación, se alarga. Se la acerco, como lo más normal de mundo. Todos sin excepción, más que puesto en duda, hemos mostrado nuestro asombro, por algo que acaba de decir: 

“Recuerdo con un cariño enorme, cada vez que llegaba a Valencia una carta de Córdoba, de la familia de Manolete, y como yo corría a escribirles. Nada más bonito que recibir una carta”.

Triste, cansado y abatido, al día siguiente, sin más remedio, además de ser San Roque, tengo que irme a la mili, agotadas todas las prórrogas. Aquellos días me parecen los últimos de mi vida, pero en realidad tan solo es el último verano en el que coinciden la Felisa, el Víctor y la Balbina,… el último verano de lo que tradicionalmente había sido la familia en fiestas, la edad, que no perdona, unos en el cielo, otros que se hacen mayores, otros que llegan.

Fue el Tío Víctor el primer en reaccionar: Felisa, nos estas diciendo, que conociste a Manolete, al torero, y que además te escribías con la familia. ¿Pero eso es verdad?. Mira que nos conocemos de toda vida, mira que llevamos años charrando, y jamás te lo he oído, eres tremenda, cuéntanos por favor, no nos tengas así….

Me iba a marchar a la mili, y discutíamos si debíamos escribirnos o no, como se hacía antaño. Se estaban perdiendo las formas, una cosa era no escribir cartas, y otra no llamar ni por teléfono, la familia se perdía, se alejaba, se agrandaba. Y todo entraba dentro de la lógica. Pero, las cartas. Dolía perderlas.

En el recuerdo, como no, mi Tío Jesús, se llevaba la palma, debió escribir una carta al día, a juzgar por las muchas fotos que envió, fruto de aquellas milis eternas, de finales de los cuarenta. Escribía desde San Javier, en Murcia, en el quinto pino saliendo de Calamocha por la carretera que lleva a Torrijo, donde había ido a parar por recomendación de la Felisa.

La Felisa aseguraba que a los militares había que entrarles por derecho, llevarlos a un rincón, mirarlos a la cara y decirles: Tengo un sobrino que llaman a quintas, aquí tienes los datos, quiero que haga la mili en Valencia capital, donde tú sabes, ¿te acuerdas, de aquel mes en Guadalajara?, ¿cuándo fue, en el 37?”

La verdad es que nunca se conoció a ciencia cierta, el por qué mi Tío Jesús acabo cumpliendo el servicio en Murcia en lugar de en la capital del Reino, aquella vez fue, quizás, la única en la cual la Felisa, no consiguió lo que se propuso. No quiero ni pensar, donde acabaría el militar de alto rango, aquel buen señor, encargado de llevar a cabo el recado.

“No ha parido madre, hombre que me diga que no, ni mujer, por supuesto” Decía con frecuencia la Felisa.

Cuando en Calamocha se supo dónde iba hacer la mili, a pesar de la recomendación, mi abuela no tardo en mandar recado a Valencia, para que quien fuese, ósea la Felisa, tomase cartas, en este caso de las otras, en el asunto: “Felisa, a Jesús, en la mili, lo han echado a Murcia, cosas que pasan, no lo esperes. Eres igual que tu padre. Recuerdos”.

El padre de la Felisa, era hermano de mi abuela Rosa, y nombrarle, compararla con su padre, era el mayor insulto, desprecio, que mi abuela podía hacerle a su querida sobrina, que prácticamente era una hija. Cosas de familia,…

Lo dicho, no quiero ni pensar, donde acabaría aquel militar que debió recomendar a mi tío y dejo a la Felisa en la estacada. Ella al respecto, siempre contó barbaridades… Eso, si en San Javier, mi tío, gozo de tantos privilegios, que hubo de decir basta.

Aquel fue el único “fallo” conocido de la Felisa, se contarían por cientos, las recomendaciones de todo tipo que fue dando a lo largo de su vida, de uno u otro tipo, "yo favores, no pido, hacen lo que les pido, porque antes, yo, he hecho algo por ellos. He conocido a tanta gente, he estado en tantos sitios"

A más de uno y dos calamochinos, también los enchufo a la hora de hacer la mili allá en Valencia, uno de ellos, sin ir más lejos, fue quien se casó con su hija, otro, casó con la vecina de arriba...

Hablábamos aquel día, en aquella sobremesa de la que no me habría levantado jamás, como decía, de las cartas,… que ya nadie escribía.

Che collons, Víctor, me vas hacer tu, como el desustancio de mi yerno, que no tardo en mandarme callar y echarme a la cara que mentía. ¡Mentir yo! Ha faltado la Felisa, alguna vez a la verdad, decirme, os ha contado algo alguna vez, que al cabo del tiempo haya resultado ser mentira. No. Pues, lo dicho. No solo tengo las cartas, sino que lo que hablo debiera bastar, sin pedirme explicaciones. En su casa yo fui una más, una hija más para su madre, y una hermana más para todos.

Hace un rato, Víctor, has dicho, que conociste, si quiera viste de lejos, a Machado, cuando salía de España, camino de Francia, por que estabas de soldado allí. Y la Felisa no te ha interrumpido, ni lo ha puesto en duda ,porque tú, como yo, porque nadie en esta familia, ha tenido nunca la necesidad de mentir.

Aquello de mi yerno, después de tantos años, es que me jodio viva, echarme en cara que mentía, y que jamás había sentido él, cosa igual ni de mi, ni de nadie, que tenía delirios de grandeza, que chocheaba llego a decirme, vamos para haberme levantado de la mesa, y haberle dado una patada en los cojones. "Aún no ha nacido quien me toque a mi la figa". Su madre, mi cosuegra, la Tía Rosario, que de pequeño debió volverle la cara del revés más de una vez y dos, y no lo hizo, y ahora lo paga la Felisa. También tiene su culpa.

Estábamos en un restaurante, y ni me levante, ni hable más de lo que manda la educación, una vez me dijo lo que dijo y dio a entender lo que dio. Termine y me marche a mi casa. Si a él, como a vosotros, no os lo había contado nunca, será porque nunca ha habido ocasión, porque yo hablar, ya me conocéis, no paro, hablo y lo cuento todo, pero también es verdad, y me darías la razón, que nunca me habéis oído contar dos veces la misma historia, somos ya mayores, hemos vivido mucho, nos ha pasado de todo, y aún no hemos terminado, al menos yo, de contar tanto como he vivido, ni creo que la Felisa vaya a vivir tanto, como para poder contarlo todo. Y cuento, como debe ser, las cosas no por presumir, sino porque lo trae la conversación, y si hoy estamos hablando, de que ya nadie escribe cartas, es lógico que recuerde las que he escrito, las que he recibido, y también las que deje de recibir.

En cuanto llegue a casa aquel día del restaurante, ya no hice otra cosa, me hervía la sangre, removí Roma con Santiago, después de tantos años, y al final, encontré las cartas, me las guarde, y espere toda la semana, hasta el domingo siguiente cuando nos juntamos todos de nuevo a comer, esta vez en su casa. El graciosos de mi yerno, ya lo conocéis, no tardo en decir, “bueno y por Córdoba, Felisa, como están las cosas”. 

Mecaguen el tío el copón, los palos que le habría dado, de haber sido hijo mío. Mira, aquí las tienes, le dije, ven a por ellas y ya nos dirás. A mí nadie me llama mentirosa.

Se levantó, las cogió, volvió a su sitio y se sentó, las leyó varias veces, y ni comió, ni hablo en un buen rato. Al final no le quedó otra, que darme la razón,.. Le faltó tiempo, cuando por fin, salió de su asombro, en levantarse y querer llevársela para copiarlas, trae aquí le dije, esas cartas, no salen de mi vista, se vuelven a casa conmigo, me las dio, y fin de la historia. Fin de la historia. (*)

Joder Felisa, eres cojonuda, lo que tantas veces hemos hablado, ¿como pudo la República, estando tú de su parte, perder la guerra?. Tienes razón, las cartas son de Manolete y familia, la mare que va, collons. Tengo la mejor suegra del mundo, la más grande, no me la merezco.



Te cuento Victor….

Los conocí cuando la guerra, cuando iba a ser si no, de los días que con Pedro en Intendencia nos tocó estar por allá abajo, por Córdoba, unos días, meses imagino, en los que fui a parar a su casa, allí su madre, me acogió como una más, como una hija más,…. Viví con ellas, con su madre y sus tres hermanas, personas mejores que aquellas, pocas.

Yo ya sabéis, que para las cosas de casa no valgo, tendría entonces, no llegaría a veinte años, coño ni a dieciocho, recién casada con la guerra,  y ni aun coser un botón sabia, ni freír un huevo, más que ayuda, en esos menesteres de la casa siempre he sido un estorbo, aun hoy no se hacer nada de eso, ni aprenderé… pero nada importo, allí viví con ellas, allí pasamos como pudimos aquellos días, yo ayudaba poco, pero bien sabéis, que no paro, y eche una mano en todo lo que pude, a la Felisa, nunca se le ha puesto nada por delante, y si había que ir hablar con unos o con otros, echar mano de esto o de lo otro, buscar y sacar de donde fuese, allí que iba la Felisa la primera en tocar a la puerta que quien fuese, vergüenza, ya me conocéis, no he tenido nunca. ¿Quién pensaba? Lo que vendría después, lo uno y lo otro. Manolete estaba en eso de los toros, pero no era nadie, ni se podía imaginar lo que llego a ser luego, quien lo iba a pensar… más noble no se podía ser, al final, se lo llevaron a la guerra.


Mirar, aun se me pone la carne de gallina, solo de acordarme de ellas, y del día en que nos despedimos, la cosa se ponía fea para todos, nos trasladaron a otro frente, y yo las deje allí, cuidaros, cuidaros mucho y que esto acabe cuanto antes, ya nos escribirás que ya sabes dónde estamos, me decía su madre, y en cuanto podamos nos vemos. Cuantísimo me querría aquella mujer y cuanto les quise yo.

Y aquello de la guerra, tócate los cojones, poco más y no acaba, pasaron años hasta que termino, y fuimos a parar a Valencia después de recorrernos toda España entera y verdadera.

Cuando tuve tiempo y me acorde, me senté y escribí a Córdoba, para dar traslado de que estábamos todos bien, vivos y que finalmente, no pasábamos a Francia, y así ver que tal estaban por allí, Manolete ya empezaba a ser famoso. Tan pronto como escribí, me contestaron, todas bien, me dijeron, Manolete dice que en cuanto te enteres de que va a torear a Valencia, vayas a verlo.

Nos ha jodido yo a los toros, antes me vuelvo a Torrijo, o mejor a la guerra, que me voy a una plaza, como si no tuviera otra faena. No podría ir a verlo.

Así que una tarde, al cabo de un tiempo, yo sola en casa, me tocan a la puerta, dos hombres y abra señora, y abra señora, y dale que te pego, y yo que siempre he sido una miedosa, que no, y que no, hasta que uno me dice, que le traigo un recado del Maestro Manolete.

Y entonces les abrí, el uno era un criado y el otro, debía ser un policía secreta que lo acompaño hasta la puerta, y con una sorna y una gracia me soltó: “Es usted la Felisa, el Maestro Manolete quiere verla, que pase sin falta por el hotel, que la espera”.

Mira, me hervía la sangre, le hubiera dado una torta como un pan, de aquí hasta allá.

Pues muy bien señor, le diga usted lo siguiente: si mi marido puede, iremos a verlo, y si no, otra vez será, y le diga también que ahora que ya sabe dónde vivo. Si quiere algo, que venga él a verme.

Nos ha jodido, tratarme como una fulana, no sé qué recado le daría Manolete, pero el que me dio, ya te digo yo que no. Aquí estaríamos, de haber sido yo de aquellas, que nunca les importo agacharse ni pringar sabanas que no fuesen suyas, pues no me faltaron ocasiones ni nada, que de cabrones e hijos de la gran puta, con el perdón de sus madres, anda el mundo lleno, pero conmigo, lo llevaron siempre claro, ya lo creo, pasando calor y matando moscas estaría hoy la familia,… cuando menos estaríamos en Marbella que no en Calamocha

Al día siguiente, fui a verlo, más que nada por si necesitaba algo, y por qué si su madre se enteraba de que no había ido a verle habiendo recibido el recado, lo mismo venía a Valencia y me daba una paliza, no era cosa de perder la amistad, por guardar las formas, fui sola, sin Pedro, que debía estar en el purgatorio, no lo recuerdo, igual lo vi dos o tres veces más, alguna ya con Pedro, cada vez que venía a Valencia, pero claro, aquel cabrón de toro lo mato enseguida, casi no le dio tiempo a nada al pobre.

El hotel, lo recuerdo, como si estuviera hoy allí, siempre estaba lleno de gente, a ver si caía algo, no era fácil acercarse, ni que te hicieran caso, así que al llegar a recepción, buenas, buenas, que desea, soy la señora Felisa, ah, sí, si Manolete ha dicho que suba, que la está esperando, perdone señor, dígale que baje, que yo no subo. ¡Mujer!... ha dicho que suba. Pues dígale que la Felisa, le espera, que si quiere algo que baje, que yo no subo, que soy mujer casada… 

Al minuto Manolete bajo, preguntando donde estaba su hermana valenciana. Y en cuanto me vio, me dijo: Felisa, eres tremenda.

De los Años de La Cazalla. La Fiesta Nacional.

* La Felisa, como ella misma se llamaba, murió hace unos años, cada vez mas, y cada vez mas la echamos de menos. Las cartas no aparecieron entre sus recuerdos, fotos, y papeles que le sobrevivieron. Muy probablemente, aquel día en que después de tantos años, contó la historia, las enseño y dieron fe de ella, al llegar a casa, las quemo.

miércoles, 1 de junio de 2016

Calamocha fue... (Un día de mayo).

Calamocha y yo

Calamocha fue...

Calamocha fue un mes de mayo, sus mañanas y sus caminos, el mío fue la calle Real, recién barrida, también, lo fue, la Balsa y su umbría, camino del instituto bajo el tibio sol de las ocho y media de la mañana, con la rosada en los tejados y el frío que pasa, olvidándose de nosotros, también de la tierra, fueron los corros de los mayores al sol final de la tarde, hablando del sonar de las campanas al medio día, Calamocha fue aquellos fines de semana, de las ultimas cosechas, el dolor de abandonarlas, el sembrar la vega, el ver crecer el cereal en el secano, fue el caminar y echar la vista atrás, el polvo de los caminos, porque nunca llovió lo que tocaba, Calamocha fue la calle y su trajín los miércoles de mercado, adolece la calle, fueron los domingos de los ochenta, días, con la ilusión de la llegada del verano, y sus verbenas, las fiestas de San Roque, la cosecha, Calamocha fue la noche de mayo, viendo a los mayores, mirarse los unos a los otros antes de cerrar la puerta, con la vista puesta en el cielo de Santa Bárbara, a la espera de la última helada, helada que ha de venir, y dejarlo todo pardina, única certeza de aquellos días, abandonados por el Santo Cristo, Calamocha fue el despertar del último día de clase, preguntándonos si habría un mañana, y cual sería…. Calamocha fue mayo, como el resurgir de la vida, lejos del frío, a la espera de la lluvia, de la lluvia sin granizo, del sol abrasador, de las moscas, de la escasa cosecha… En una palabra: Ilusión. En tres, Calamocha es mayo. (Fue)

A todo eso que recuerdo Chabier hace unos días, le puso imágenes y también letra, y dio en llamarlo LAS HIGHLANDS DEL JILOCA:

Verdes cruzados de labores frescas,

Abiertas en los barbechos

Para preparar la sementera de octubre...

Azules, verdes, royos...

Son los colores de mayo

En estas tierras altas”

http://naturaxilocae.blogspot.com.es/2016/05/las-highlands-del-jiloca.html )

Abonando en Los Molinares. Mediados de los ochenta. Calamocha fue un día de mayo.

Y nos despertó, a los calamochinos de la diáspora, en palabras de Jesús Blasco, de ese largo invierno, que no es otra cosa, si no la ausencia de Calamocha. La vida. Si algún día, aquellos campos, se abandonan Dejaremos de ser Calamocha. Dejaremos de ser nosotros mismos.

Por qué nos fue siempre tan fácil conocer la tierra lejana, oída, leída, vista y por qué nos cuesta tanto querer, la Retuerta. Calamocha siempre fue, un lamentar continuo, cuando allí vivimos. Luego fue un recuerdo. Hoy es un recuerdo, tan solo eso. Lamento, ilusión, recuerdo.

Definir Calamocha.

Unas pocas palabras del diccionario más próximo, del María Moliner, deberían, bastar para definir Calamocha. Debería poderse definir de alguna manera, pero ¿Cómo? 

La verdad es que no lo sé, o soy incapaz, al menos por el momento. Además, en mi caso, entiendo, ha de ser una definición en pasado, un imposible.

Quien haya vivido allí siempre, tal vez pueda pueda dar con una definición, y quien sabe si no lo haría mejor, un recién llegado.

Ahí está el diccionario, en la estantería, con las tapas a punto de romperse, con las hojas, arrugadas, y yo sentado bajo él, sin encontrar esas palabras. 

Espada de Damocles sobre mi cabeza. Hielo a finales de mayo. 

Calamocha, unos y otros, fue una suerte llegar hasta allí.

Si lograse definir Calamocha, no como algo pasado, si no como algo presente, tal vez, dejase de escribir. Pero no doy con el orden de las palabras, no puedo, y eso, por momentos, me desespera. Seguiré recordando, seguiré escribiendo. Lo que Calamocha fue.

Nada nuevo es el querer definir Calamocha, antes que yo, el gran Jesús Blasco, dio en intentarlo. El sí lo consiguió. Su definición fue algo más que un reclamo turístico, o un eslogan comercial. Fue un lamento desesperado en busca de ilusión.

Calamocha, conocerte para quererte. Cuando se le ocurrió, tan enorme desatino, tan enorme como fue y aun es su éxito, dice que lo tuvo claro, a Calamocha, hay que conocerla para quererla, y cuando más se le conoce más se le quiere.

De golpe y porrazo, nos llamó a todos “mal nacidos”, y aquí paz y después gloria, nada pasó, solo él podía hacerlo, uno no deja de preguntarse, debes conocer a tu madre para quererla. Al menos en el caso, calamochino, a decir del genial Blasco, sí. 

Últimamente, permeable a todo lo que le rodea, su definición es “Yo por mi pueblo yo por Calamocha: Mato” Faltan, las pegatinas para el coche, como aquellas otras, que tanto éxito tuvieron, todo llegara, alguien las hará.

Definir algo que para mí dejo de existir, empieza a carecer de sentido, todo lo que puedo hacer es, recordar, una parte del pasado, que lleva el mismo camino que todo, pardina de aquí a un tiempo. Todo se acaba.