martes, 15 de marzo de 2016

CALAMOCHA Y YO ( IV ) La Ventana.


LA VENTANA DEL CUARTO I

ME recuerdo sentado
En una vieja trona azul
De madera y tiras de plástico
La máquina de coser como mesa
Girando la cabeza
Queriendo asomarme a la ventana

Jugando con unas natitas
Caramelos de nata, dulce de todos
Envueltos en papel de colorines
Todas del mismo sabor

¿Cuánto me quieres?
Me pregunta mi abuela
Todas las natitas del mundo
Respondo sin dejar de mirar por la ventana
No quiero perderme nada

Siguen las preguntas
Los mayores preguntan mucho, quieren saberlo todo
¿Qué serás de mayor?
No digo nada, aun hoy no lo sé

TRONA TACACA TRICICLO II

EN la infancia casi todo fue prestado
Nuevo para uno, viejo para otros
Así era el préstamo, de unos a otros
Decían:

Cuando no lo necesitéis
Hacer lo que veáis
Y así se hacia
A la falsa, a la gloria, a las enrunas
Conmigo todo acabo
De puro viejo, no prestamos nada

Antes que yo, otros aprendieron
Vieron, caminaron, montaron en bici
Donde yo aprendí

Hoy mis recuerdos, son los de todos
Presto recuerdos. Guardarlos
Luego hacer lo que veáis.

LA CALLE III

RECUERDO alejarme de la ventana 

 Asomare a la puerta
Lluvia y barro frente a las casas
Cuadrados de tierra, cordel y madera
Tablones de paso, caminos

Enterrando la calle con cemento
El año que encementaron las calles
Los hombres no pueden trabajar
Ha llovido, todo barro, lo dejan hasta que escampe

Ya están  con el cemento en casa de Malaco
Ellos están todos en la calle
Cruzan al horno de la Tía Amparo por el tablón
Gritan mucho, Joaquín deja su huella en el cemento
Aun estará, su mano
Más arriba está la de Paco

Yo no me atreveré, no nos llamen la atención
Pero mi padre nos hará un gua
Y jugaremos a los pitones
Chiva tute matute retute y gua
Durante años Aún esta.

Mi padre me aupa en brazos
Para ver mejor, pero yo lo que quiero
Es tocar el timbre
Me deja tocarlo. Chirria
Es un timbre horroroso
Y aun funciona, da miedo oírlo

Cuando comulgues, llegaras a tocarlo
Me dice y me lo creo
Espero a comulgar para tocarlo
Mi padre tenía razón

Llego a tocarlo, vestido de marinero
El traje con el que comulgo mi hermano
  
HIERRO Y PAJA IV

YA soy mayor
Estoy en segundo de EGB
Con Don Juan como maestro
A través de la ventana, miro

El Tío Perico sale del corral
Lleva un saco de paja, tan grande como él
Para la cama del Romo y el Bayo
Está cayendo el sol por Santa Bárbara
Y yo le pregunto a mi abuela

¿Que pesa más, un kilo de paja o un kilo de hierro?
Redios, te crees que soy tonta, dímelo tú
Pesan lo mismo
Nos lo ha dicho Don Juan,
Y nos ha hablado del Tío Perico

Me responde con una pregunta:
¿Y  un kilo cuantas onzas tiene?
¿De zafrán?, pregunto yo.

GUARDIA CIVIL V

A veces no me da tiempo de mirar tras el cristal
Sentado en el frío suelo, la espalda en el tablé, jugando
Entre los dibujos de las ásperas baldosas de Corbatón
Solo veo la sombra de quien pasa
Reflejada en el techo del cuarto

Tardo en levantarme y girarme, veo la sombra
El techo como un espejo, ve lo que no alcanzo
Si la sombra camina hacia la derecha
La persona va hacia el Rabal
Si la veo al revés
Va hacia los Maestros.

La sombra de los civiles es fácil de conocer
Capa, tricornio y a veces mosquetón
El techo por un momento se tiñe de verde
De dos en dos, andando, rápido.
Entraran a lo de Santos, y al Minimo
Y bajaran al Peirón, al Chato y lo de Borrascas

Son nuevos. Serán andaluces
Eso no lo dice la ventana, ni la cal del techo
Lo dice mi abuela
Y ella es mayor y lo sabe todo

PASOS VI

CLOC, cloc, cloc… alguien se acerca
Es una vaca, es gigante, da miedo
Tiene unas pezuñas enormes
Anda torpemente, está sucia
De ahí sale la leche

La llevan al toro, dice mi abuela
Mira que braguero lleva
Que vaca más bonita
Ojala fuese nuestra

Que miedo, pienso, pero me callo
No quiero que mi abuela
Sepa lo que ya sabe
Soy un gabache

Yo a quien quiero ver pasar
Es al abuelo de Tololo con su burro
A Perico con los machos
Y no a una vaca, ni un perro perdido

Me gustan las ovejas
Pero a mi abuela, no
En cuanto siente los cencerros
Se va por la escoba

Dejan la calle perdida
Saluda al pastor desde la puerta de casa
Les oigo hablar, ¿qué tal va?, ¿y la madre que hace?
Pero antes de salir, mi abuela ha dicho
Este cabrón podía cruzar las ovejas por su Barrio
Le da recuerdos, se dan recuerdos.
No pasa nada, hasta que pasa

Y pasa en su lugar un tractor
Con una jaula y una tocina
Camino del Barraco
Los tocinos son muy malos
Y van enjaulados
No te acerques dice mi abuela
No pienso.



OTROS PASOS VII

SE oyen saludos y puertas
Pasa el cartero: Cartero
Y deja una carta de Francia
Y se cruza con alguien con prisa
Se saludan con la cabeza. Todos los días lo mismo
Esta Isabelita, aguarda a última hora
Para ir a comprar. Ya no habrá pan

Deja abrir la ventana

Aunque entre el frío.

Se siente pregonar

Y a este Santos no se le entiende nada.

Otra vez van a cortar el agua

Y nosotros enterramos el pozo

Tontos fuimos.

Ya  es la una
Pasa Valero el bicicletero
Con la moto, de trabajar del Pilero
A comer
Y mira quien pasa ahora

Es esa mujer del Rabal, que viene de lavar
Del lavador de la fuente del Bosque
El del Ajutar, está siempre lleno 

Allí van la Matea, la Teresa y las demás

Allí abrevaban los machos de Trimoto

En el del Bosque con su agua fría
Ella, la Goya y la Moracha, lavan.
Y lleva el balde sobre la cabeza
Lleno de ropa limpia, y mojada

Salgo a la calle a verla
Me fascina.
¿Abuela tu sabes?
A tu qué te parece
Parece que a los maestros les cueste saludar

Pasa la Amelia, y se detiene
Charra, que te charra
A mi abuela se le van todas las prisas
La Amelia a casa, llegara cuando llegue
Mi abuela ya está en casa

Hablan cosas de mayores, me manda al cuarto
Pasa otra moto, y no son ni la una ni las tres
No es Valero
Es una moto roja, lo veo en el techo
Y veo el rojo

Es el miedo, es una cuchara en la garganta

Es el médico.
Ha terminado la consulta
Y Don Ángel, con su voz ronca, va alguna casa
Cuando viene a verme
Solo oír la moto, sentir su voz
Me hace morirme de miedo

Y se me pasan todos lo males

Mejor ir a escuela que esperar su visita

Mi abuela tiene razón
Redios que pocas chichas tienes
Y no es para menos
Me quiere sacar las anginas

COUSTEAU VIII

YO pienso que mi abuelo lo ha visto todo
Se sienta lejos de la ventana
Apoyado en la mesa, entre periódicos
Y revistas viejas, también prestadas

Mira los santos y las letras grandes

Hace poco aprendio a leer
Está cansado, dicen que tiene fatiga, celtas y cazalla

Cena cuando nosotros merendamos
Y se va a la cama,, come menos que yo
Juntos vemos a Cousteau en la tele
Nos gusta mucho, por un rato
No hago caso de nada más

Mi abuela echa la luz del cuarto
Y cierra la ventana
No quiere que nos vean

Mi abuelo se sube al catre
Despacio muy despacio
Mira al frente
Lo que ocurre tras la ventana
Ya lo ha visto antes

GOLONDRINAS IX

SIGO haciéndome mayor, estoy en 3 de EGB
“Volverán las oscuras golondrinas…”
Mi abuela y la tía Antonia
Hacen gancho junto a la ventana

Llego de la escuela
Casi no ven, pero tejen de memoria
A mi abuela nadie le enseño a contar
Pero sabe contar
Nadie le enseño a escribir
Pero sabe escribir su nombre
Nadie le enseño a leer
Y no sabe leer

Es raro, saber hacer algo que tu abuela no sabe
Mira me dice, ya son las seis menos veinte
Hoy llegas tarde y me mira
Pasa el autobús de Tornos y Bello
La calle es su carretera

Los días de fiesta
Pasan coches perdidos
Preguntando por la Laguna
Camiones llenos de paja
Y el autobús de Zuriaga
Pasan a todas las horas

Mira hoy han llegado las golondrinas
A los nidos del sol de la tarde
Salgo a verlas

Vuelan y vuelan, a ras de la calle

Es fascinante
Joaquín sale de casa, dispuesto a cazar una
Nunca lo conseguimos
Un día encontramos una muerta
Y la enterramos en el Callejón de los Condas

Requien cantim pace
Dicen que vienen de África
Pero no nos lo creemos

Ha construido un cazamariposas gigante
Bueno, un caza golondrinas
Bueno, un caza nada.

MI ABUELA ME RIÑE X

A mí y a todos, y no le falta razón
Desde la ventana nos ve jugar
Al buen portero, a los tres fallos
Mientras esperamos llegue más gente
Cuando salgan de la escuela

Iros lejos a jugar al escondite
A tres navios por la mar
Iros lejos. Pero hemos dicho de quedarnos
Llegan de todos Barrios
A todos dejamos jugar
Bueno a casi todos, a los Cuartel no
Ellos no nos dejan cruzarlo para ir al otro Barrio
Estamos en guerra. Nunca les ajuntaremos

Jugar un partido de futbol
Puertas, ventanas, coches
Todos se llevan balonazos

Lo calamos a lo de Miércoles
Fin de fiesta, chatarras, trapos, papeles y botellas
Habrá que espera que venga el Ángel
A dar de comer a los conejos
No hay más balones de cuero

Vigilar que salto
Y alguien salta, y nos devuelve el balón
Y vemos el mini del Ángel llegar
"Salta al corral de Perico le gritamos
Y súbete a la bardera"

Por el Cuartel viene Perico con los machos
Casi nos pillan. Disimulamos

Pasa un grupo de chicas
“Las chicas a la basura”
“Pim pam fuera”
Es lo único que se nos ocurre decirles
Vamos a levantarles las faldas, gritamos
Y corremos tras ellas, sin querer pillarlas

Ahora que lo recuerdo
Siento vergüenza
Nunca es tarde

Tras la ventana miro y me detengo
Mi abuela lo sabe todo
Pero no dirá nada
Sabe que soy un cobarde
Entro hacer los deberes
Sudo como si fuera verano, y hace un frío terrible
Si fuera tu padre, te daba una paliza

Me dice y me lo creo.
En verano sudamos la gota gorda

NOCHE XI

TODAS las ventanas de casa, o casi, son iguales
En la habitación de noche entra la luz blanca
Un día cambiaron las farolas de la calle
Y su luz amarilla, aun siendo yo mayor
Me daba miedo. No me gusta.
Pero aún falta mucho para ese día

Suenan las campanas
Mi abuela se despierta
Como en la guerra, dice,
Entonces las tocaba tu abuelo

Algo pasa, tocan a fuego
El Barrio se asoma a la ventana
Y no ha pasado la basura
Hablan unos con otros
Las luces van a Santa Bárbara
Arde una paidera

Mi padre se levanta con Perico y Gargallo
Se suben al coche de Mariano y se van ayudar
Pasan muchos coches
Me gustaría esta asomado a la ventana
Dormiros, nos dicen

La basura pasa por la mañana
Mira saluda a ese, dice mi abuela tras la ventana
Es  Procopio, tirando la basura al camión

Saludo y nos saluda
Anda entra y llévate a este
Y oigo la puerta de casa
Miedo, viene a por mi.

UN DIA CUESTA XII

UNA ventana o una puerta
Bien o mal puesta, un día cuesta
Eso le oí decir, un sábado
A mi Tío Valentín

Cuando vino, y quito la ventana de la que hablo y puso la otra
De la carpintería de Soriano
Allá junto al río, con persiana, con cierre…
Ajustaba, cerraba, nueva
Más grande, pero…

Quemamos en la gloria la vieja
Sus dos pequeñas puertas, su persiana
Sus rejas, siempre vienen bien, a guardar en el pajar.
Sus historias, sus capas de pintura

Dejaba pasar la luz, y el frío, no ajustaba, y a oscuras el cuarto
La luz blanca de las farolas de la noche...
Era el paraíso, junto a la estufa, y su olor a carbón
Asada a veces una cebolla, humo, frío, fuego
Su frío cristal, sus moscas muertas en él…

Mi Tío también dijo, y se quedó tan ancho
Menudo zarrio, ya era hora
Y se acabaron las historias

Tiempo atrás, ya dejamos de mirar
Mi abuela y la Tía Antonia, ya no estaban
Nosotros tampoco, aunque seguíamos aquí

Hasta el autobús y los camiones, dejaron de pasar
Cuando el Gazapón, se hizo carretera
Cerro el Pilero, las Escuelas también, se fue la gente…

Y mi padre bajo la ventana, unos días después
Coloco una placa de mármol, tras la nueva reja
Una placa, a modo de lápida, donde faltó escribir

Tras la ventana, vimos la vida pasar
Quisimos pararla, pero no pudimos
Olvidamos casi todo lo visto tras ella
Y lo aprendido también
Decía

No te subas a la ventana, la batirás y te caerás
¿Qué haremos si te pasa algo?
No te apoyes en la ventana, deja que entre el sol

No te asomes por ver quien pasa
Siéntate junto a la ventana y espera
Espera, espera…

martes, 1 de marzo de 2016

De los Peribáñez de Luco

Saludo
BIEN  maño, entendido, ya me dirás en que puedo ayudar. Esta tarde te conoceré.
Primos
LOS dos nacimos en Luco, catorce años me lleva, él es quien manda, a mí me falta uno para los ochenta, así que echa la cuenta, y sabrás los años que tiene. ¡Y como manda ¡ te has dado cuenta?, manda y ordena. Yo a su lado, nunca mandare, el lleva la voz cantante, como debe ser, para eso, no solo es el mayor, sino que además, él lleva el apellido de la familia en primer lugar, y yo en segundo. Con eso, está todo dicho.
Por qué no nos ven hablar, dicen que no nos queremos (JA Labordeta)
LA vida da más vueltas que manda dios, mira donde estamos hoy, en Torrero, parecemos tontos, pensamos que nunca nos va a tocar, y no es así, pasan los años, y la familia va y viene, se junta y se separa, y al final, los que quedan se buscan. Y eso nos vino a pasar a nosotros después de años y años.
Entonces, cuando no había de nada, ni coches ni perras, a cualquier hora íbamos andando de un pueblo a otro a ver a la familia, luego llegaron, los coches, los trenes los autobuses, y con las prisas, dejamos de ir a ver a la familia.
Unos nos venimos a la capital, otros se quedaron en el pueblo y entonces, nos mandábamos recuerdos con unos y con otros, y cada uno vivía por su lado, cada vez nos veíamos menos, pero siempre que había ocasión,  preguntábamos y se mandaban recados, y por obligación, como esta de ahora, nos juntábamos en alguna ocasión…
El caso, es que no, por no hablarnos dejamos de querernos, y como primos, a lo que quisimos darnos cuenta, vimos que se nos había ido la vida. Y así llego ese día, en que alguien te dice, oye sabes que tu primo está en Zaragoza, y donde, en tal sitio, hombre, vecinos somos.
Desde aquel momento, años ya, en que me entere y lo busque, hemos estado juntos. Y él manda.
Guiñote.
SI llego tarde a la partida, me pone a caer de un burro, si llego antes y me ve sentado con unos o con otros, me llama y me dice, hoy jugamos con aquellos, y nos vamos a la otra punta del hogar, a esos déjalos me dice, y a los otros también, vamos a por aquellos, y no hay más que hablar…
Se juega con quien él dice, que para eso manda, y todos quieren jugar con nosotros, por ver si nos ganan, todos nos tienen ganas, pero no hay quien nos gane, somos los mejores. A mí se me escapa alguna carta de vez en cuando, y me dice de todo, o de casi todo, solo le falta decirme que no valgo ni para cuidar ovejas, y entonces lo provoco y le digo, ya está el Cabo de Gastadores, el tío del bigote, que al fin y al cabo es el primer recuerdo que tengo de él, al verlo llegar de la mili, allá en Luco en la puerta de casa. Aún guardo una foto suya en la que echa más bulto el bigote que él… pero a él, jamás le he visto echar la carta que no toca, aún tiene que ser la primera, vamos en arrastre y es capaz de decir que juego lleva cada uno. Es el mejor. Si nos jugáramos las perras seria otra cosa, nadie se nos acercaría, pero por un café con leche y un botellín de agua, tú me dirás.
De esas cosas que de pequeño se te quedan en la cabeza.
La una
UNA de ellas el respeto, cuatro años, entre el final de la guerra y lo que vino después, se pegó en la mili, matando hormigas con las botas en los Pirineos, se los recorrió todos de arriba abajo y vuelta a empezar, igual hiciese frio que calor. Así que no le digas de ir de excursión a los Pirineos.
Y al volver a casa, yo un crio, al verlo, me pareció un tío enorme, con ese bigote que se había dejado, y ese poco más de metro y medio que siempre midió, y aun mide. Y alguien cercano a casa, le pregunto, ¿cazaste muchos maquis?, y el tranquilo, ni se inmuto, simplemente dijo: ¿y para qué?, y el otro no supo que decirle. Dandole a entender, que todos somos lo mismo, que un día estamos aquí y el otro allá, y que quien más pierde, es quien se va, quien nos deja. Como hoy.
Y la otra, que hace dos.
SERIA que quien siembra recoge, y tal cosa ocurrió el día de su boda, cuando se casó con la más guapa y flamenca de Navarrete. Catorce años tenía yo, y otros catorce que me lleva, a esa edad se casó.
La primera vez que salí de Luco, fue ese día, y salí para ir a Navarrete, a la boda del primo, madrugamos toda la familia y en cuadrilla echamos andar, para llegar a la misa, ¡qué tiempos!  Y al acabar y salir de la iglesia, ocurrió, esa otra cosa, que por lo que sea, se me quedo grabada, y como era costumbre, antes de comer, los recién casados, dieron la vuelta al pueblo acompañados de los joteros, unos con la guitarra, otros con la bandurria y los cantadores de la familia, a casa de unos y de otros, de los parientes y amigos. En fin, a cantar y pasarlo bien.
Cuidado con cómo eran las jotas antes, que te echaban una canta en la puerta de casa y te colgaban el San Benito y la faena era tuya para quitártelo, no habido pocas riñas los días de ronda ni nada… Conque cuando su suegro dijo que le iba a echar una canta, yo que era un crio, lo primero que pensé, por lo que había oído contar, yo y todos, todos pensamos lo mismo, a ver que canta este hombre, aquí en su pueblo delante de medio Luco, a ver que le canta, si comemos aquí, todos como amigos, o salimos a palos.
Mira, se hizo el silencio, vamos que se podía cortar con un cuchillo, un tío, su suegro, como cuatro veces el yerno, todo serio, y dispuesto a cantar, las familias que se miran, y a ver que va a pasar aquí, porque según lo que cante, esto se acaba y nos volvemos a Luco, no andando si no corriendo, así que el hombre se preparó y cantó:
Si algún día en la calle me encuentras
No pases sin hablarme
Que el amor que te tengo es tan grande
Que la vida podría costarme
(Cantada aquel día por Fabián Grange, de quien ya nadie en la familia recordaba cantase jotas)
Mira, aquello fue, de lo mejor que he vivido, acabo de cantar y todo era aplaudir y abrazarse los unos y los otros, y yo que era muy poca cosa y un cobarde, de pronto comprendí cuanto nos querían en ese pueblo, gracias a él, se me paso el miedo de repente, y aprendí, que cuando uno es buena gente no debe temer nada, y de eso que piensas, yo de mayor, quiero ser como mi primo, que haya donde va, tiene todas las puertas abiertas, y él lo consiguió, ya entonces, siendo el primero para trabajar, el primero para ayudar, y siendo noble, muy noble… No me sé más jotas.
Y tú de Calamocha
PUES yo de Luco, no vamos a entrar en quien es mejor que quien, a los de Calamocha se les da la razón y punto. Allí hace más frio que en mi pueblo, y no hay nada más que hablar, pero en cambio no tenéis cerezas, y yo prefiero las cerezas al frio.
Un año que subimos a llenar los bidones de gasoil en el remolque del tractor, a la altura del Salobral, casi nos volvemos, muertos de frio llegamos pero muertos de verdad, aunque en un velatorio este mal decirlo, no he pasado más frio en mi vida, bueno, sí, hubo un día en que aun pase más frio, pues antes de que Calamocha llegase a los treinta bajo cero, el record del frio, lo teníamos en Luco.



Cuando Luco era el pueblo más frio de España
HACIA muchismo frio dentro y fuera de casa, y entrada la noche, nos fuimos a la cama, al piso de arriba de la casa, en el de abajo todo bien cerrado y el hogar encendido, y en el de arriba del todo, en el granero hasta los topes de paja para no dejar entrar el frio.
Y al cabo de rato sentimos que mi madre empieza a chillarnos, y venga levantaros todos, esta noche morimos todos, no os quedéis dormiros, agarrar las mantas y todos al hogar, a mi madre le parecía y a todos como luego supimos, que aquello era el fin del mundo. La pobre estaba fuera de sí, no fue persona hasta un par de días después, tenía miedo a dormirse y morirse de frio sin darse cuenta, … nos hizo bajar al hogar, echar más leña y pasar allí la noche junto al fuego, vestidos y con mantas por encima en un duerme vela que se hizo eterno, … en todas casas se veía el hogar encendido, el humo, aquel día en Luco, luego se vio, no hubo nadie que durmiera en la cama.
Mi madre todas las noches, se subía a la cama con un tazón de leche con algo de café, y allí antes de acostarse se lo bebía, y aquella noche, como siempre se subió con la taza la dejo en la mesilla, se acostó y a lo que fue a echar mano, no se lo pudo beber, se había helado en un instante. Aquello le impresiono de tal manera, que comenzó a gritar fuera de sí, que nos despertásemos, que nos abrigáramos y bajáramos todos al hogar, y sobre todo que nos moviésemos y no nos quedásemos dormidos, porque si nos dormíamos, moriríamos todos.
Al final, pasamos la noche, todos allí juntos al lado del fuego, y a lo que empezó a verse la luz de la calle y el sol, y la gente empezó a moverse y salir a la calle, vimos que todos contaban lo mismo, y en eso, que alguien cayo en la cuenta, y pensó en ir a la puerta de la iglesia, donde estaba el único termómetro que había en el pueblo, y allí que fuimos todos.
Era de día, con sol, y marcaba 28 grados bajo cero. No le dimos más importancia de la que tenía, allí se quedó el mercurio parado, ya ni subió ni bajo, allí murió.
De vuelta a casa, a mi madre no le dijimos nada, igual le daba ocho que ochenta, a ella se le había helado el tazón caliente y no necesitaba saber más, eso no le había pasado nunca, aún estaba fuera de sí, y aun tardo en volver a ser persona, de hecho aquel día, en casa cocinamos los hombres. Pobre mujer, casi se muere de miedo la noche más fría que acertamos a vivir.
De la tele y el periódico.
COMO no había de nada y de lo poco había mucho, nadie se enteró, de la temperatura de aquella noche, no es como ahora que te enteras de todo, quieras o no quieras, siempre miras el periódico o la tele por ver si sale algo de Luco, y te enteras de las cosas.
Estos años, han hecho muchas cosas allí, y hace cuatro días, salió en todos los sitios, lo del carnaval, los zarragones. Te han de gustar los carnavales, y a mí, la verdad no me iban mucho, a mi hermano en cambio sí, y mucho, él se vestía de diablo, con una tela de saco, la cara pintada con un corcho, un sombrero, y las tijeras de podar los árboles en la mano, daba miedo, y en la boca con una patata pelada, se hacía unos dientes la mordía y parecía, que se yo… Pero luego dejo de celebrase, a Franco no le iban esas fiestas, y tampoco es que la cosa después de la guerra estuviese animada para ninguno. Todo vuelve.

Volver
ME guastaría volver, si quiera por unos días, todos los veranos hasta el final, pero en el pueblo ya no queda nada, ni aún casi nadie, volver y abrir la casa, dar vuelta, sentarme en donde teníamos el hogar, quitarle el polvo a los retratos de la familia y santos que aún están colgados, ver las fotos que allí guardo, y recordar, no necesito tele, con ver las fotos tengo bastante, una y otra vez las veo, y me vienen a la cabeza las historias que guardan.
Volver al pueblo y encontrarme con unos y con otros, con los pocos que ya vamos quedando, charrar con todos, ya todos son amigos, el tiempo todo lo cura, estamos aquí de paso,  pasear, seguir el camino del rio a la Virgen del Rosario, llegar al Amazonas, el rio, donde deje la chopera y la di por perdida, cuando decidí no vender la madera. Me acordaba de lo que paso en la familia la última vez que la vendimos, y nos engañaron, nunca hemos sabido el precio de las cosas, siempre hemos trabajado por lo que nos han dado y nos ha parecido bien. Pero a veces las cosas, pasan de claro a oscuro.
Ya habrán muerto los chopos, y si no, morirán conmigo, decidí que sería así y así será cuando nos toque, no venderé, lo mismo que los cerezos de la viña, en mala hora arranque las cepas, debí también dejarlas morir conmigo. Casi me costó la vida, ver un día de paso, la viña mal labrada, los ribazos emparejados, y los cerezos destrozados, aun en pie por estar en alto y no llegar el tractor.
Nadie te pide la tierra, y eso que estas deseando darla, la cogen como si fuera suya, y la labran, se creen en el derecho, nada respetan, ya no hay hitas, ya no hay ribazos… yo no quiero dinero, quien necesite la tierra, ahí la tiene, la labre, pero la respete. No hay nada peor, y a todos nos ha pasado, a nosotros a los dos, ver lo que fue tuyo, de tus padres, de tus abuelos, lo que aún es tuyo, y a ellos tantos horrores les costó,  tratado como si no valiera nada.
Ya solo me quedan las fotos, cuarenta hay, algunas repetidas… en fin, es la cosa así, a nosotros también nos movió el hambre a labrar lo que no era nuestro, pero hoy, todo parece más fácil, y no es el hambre el que tira los ribazos. Es, tú ya sabes lo que es, tú ya me entiendes. Te duele.
Pero como vuelvo ahora al pueblo, yo a Luco y el a Navarrete, como vuelvo yo, solo, yo que vivo para contarla, perdida la familia en el camino, y la poca que queda su vida hecha lejos de todo, como vuelves si ya no conduces, sin tiendas, sin nada a mano, dependiendo en todo de los demás, con miedo, que uno ya tiene a todo, a lo que se encuentre, a lo que te pueda pasar, y a quien llamas, un favor se puede pedir un día, pero no a todas horas, y a quien llamas…si ya el único que te debe algo es que labra lo tuyo.
Adiós
SE está haciendo tarde, no parece que vaya a dejar de llover, se ha estropeado el tiempo, dicen que viene el frio, una pena, con el la temperatura tan buena que hacía, todo en flor.
Tendrás que atender a la gente, mañana nos veremos otra vez, siento no tener con quien ir y no poder acompañaros, hace unos días pase por casa a verlo, ya se veía el final, nació, en una cueva, en un pueblecito de Granada, (Fonelas), y lo vais a llevar a Navarrete, ¡que mejor sitio!, allí estará bien, buena gente, yo no os podre acompañar, me quedare aquí y después de la misa, con la luz del día, daré vuelta de la familia, les llevare unas flores.
¿A qué hora has dicho que es el entierro?

lunes, 15 de febrero de 2016

Tren a Valencia.

A veces me duele, el alma se me va de las manos, en un ahogo dulce, y vuelven a mi recuerdos olvidados, como si lentamente mi vida fuese pasando, ese instante final del que hablan, años ya en mi caso, y con ello aparece, el miedo a olvidarlos, pero sobre todo, el miedo a no poder contarlos, y ello me hace escribirlos a mata caballo, como labraban mis abuelos, por mal de ganar algo más. De contar algo más en mí caso.
Así, esta mañana al ver el sol, he recordado la primera vez que lo vi. En realidad, aquella en la cual tome conciencia de ver el sol, un lejano día en el cual madrugamos para ir al médico en Teruel.
Yo hasta ese instante, me sentía el centro del universo, tan era así, que creía a pies juntillas, que el sol no solo giraba a mí alrededor, sino que además, salía para mí. Cuatro o cinco años tendría, camino de seis tal vez, cuando me quedaba mirando fijamente al reloj de cuerda, de esfera blanca y carcasa roja, cuyos números brillaban en la oscuridad al ritmo de un tic tac, que de noche se oía en toda la casa.
Reloj que mis padres de recién casados, le habían comprado a Juanito, el andaluz de Murero, aquel buen hombre, que era viajante y todo cariño y que desde Daroca se recorría toda la comarca día a día, capazo tras capazo, sabanas, ropa blanca,…lo que fuese menester, o tal vez se lo compraran a Santiago el relojero del Rabal, pues nunca se pusieron de acuerdo. ¿Juanito relojes?, sí, al principio vendía de todo para la cocina. Yo no entendía nada. Relojes, vajillas, camisetas… ¿cocina?
A esa edad, antes de las nueve de la noche, ya estábamos en la cama, y dado que la escuela la teníamos en la puerta de casa, nos levantábamos a las nueve en punto, de modo que sin querer, ni darme cuenta, le daba la vuelta al reloj, dormía hasta que cantaba el tocino reclamando la chura, mis buenas doce horas, pero dicho detalle, no me entraba en la cabeza, lo cierto es que me iba a la cama antes de las nueve  y me levantaba tan solo un poco más tarde, a eso de las nueve. Con el tiempo justo para medio lavarme la cara, con esa agua tan fría que salía del grifo, abrigarme, coger la cartera y las galletas con mantequilla y azúcar, para el recreo, y volver la esquina del Barrio camino de las escuelas, no sé por qué, pero aquellas galletas, se habían puesto de moda entre los párvulos, tan simple manjar nos resultaba delicioso.
Así aquella mañana en la que nos fuimos al médico a Teruel, mi madre me levanto un poco antes de las ocho, y para mi sorpresa, al abrir la ventana, vi que era de día, es más, había un sol espectacular sobre la rosada del tejado del corral de Miércoles y su cartel de Chatarras, trapos, papeles y botellas. Pero ¿cómo era eso posible?, cómo si me había ido a dormir a las nueve, me podía levantar a las ocho, antes de la hora en que me había acostado, y además ser de día,… A mi hermano le costaba dios y ayuda hacerme entender, que el día tenía más horas de las que yo pensaba, en concreto veinticuatro, pero yo en el reloj solo veía doce. Ver para creer.
De camino al autobús, seguía pensando en el reloj de casa, el que más cercando tenían, era al hacer la comunión, cuando te regalaban y comenzabas a llevar reloj en la muñeca, así que de jugar con el despertador de casa nada de nada, ¿seria verdad que los reljoes tenían más de doce horas?, Rabal abajo, con el frio de primavera, el sol, el pasamontañas, las manoplas, no dejaba de darle vueltas a la cabeza, alguna explicación debía tener, era de día, era de día, había sol, y el sol no salía cuando uno se levantaba, si no vete a saber cuándo,… al llegar a las Cuatro Esquinas, se oía el altavoz de los autobuses de Zuriaga, o como solían poner, de vez en cuando, en la propaganda de los programas de las fiestas, para sonrojo de Doña Pilar, Zurriaga, avisando de la llegada del autobús de las ocho. Las ocho y de día. Aquel señalado día en que vi la luz del sol, lo hice para dejar de ser el centro del universo. 
Pero si no me situaba en el tiempo, a duras penas lo hacía en el espacio, dicen que por aquellos días me conocía bien la carretera de Teruel, por los continuos viajes a los médicos, con frio, con nieve, y hasta un día que diluviaba y no pudimos pasar de Singra, en cuyas fuentes y canales, era espectacular ver correr el agua en medio del secano a través de esos medios tubos que hacían de canal, y lo salpicaban todo, donde mi padre llenaba la botella de agua y me daba a beber, solíamos parar a refrescarnos, subíamos en camión, en furgoneta y en coche y siempre de prestado, amén del autobús.
Sin embargo un buen día, pusimos rumbo a Golmés, un pequeño pueblo de la provincia de Lérida, a unos trescientos kilómetros de Calamocha, íbamos a ver al Tío Secretario, hermano de mi abuelo Casimiro, y con él a toda su familia, así que tomamos rumbo a Zaragoza, en el Renault 8 de mi Tío Jesús, íbamos los seis, casi nada, mi tío y mi tía delante y nosotros cuatro atrás, mis padres, mi hermano y yo. Poco equipaje llevaríamos, y poco bulto echaríamos, aquel coche tenía el maletero delante, el motor detrás, y unos asientos verdes de skay ideales para el calor. Llegando a Luco, viendo las primeras casas, apenas a diez kilómetros de Calamocha,  a pesar de la advertencia de lo largo que sería el viaje, no dude en preguntar, dando botes de contento, si ya habíamos llegado a Lérida. Mecagüen el crio el copón, que cosas tiene.
Y tenía más cosas, ya lo creo, pues una vez llegados a Golmés, y jugando en la puerta de casa con mi hermano y mi prima Maria del Mar, dicen que eche en falta algo, no se el que sería la verdad, el caso, es que decidí volver un momento a casa, a Calamocha, los deje allí jugando y tome el camino del Barrio.
No debí llegar muy lejos, pero según siempre han contado, tardaron un tiempo en notar mi ausencia, uno siempre ha pasado prácticamente desapercibido, así que al cabo de un buen rato, cuando por fin se dieron cuenta de mi ausencia,  comenzaron los nervios y las prisas hicieron presa de la familia en su punto justo “mecagüen el crio copón, habrá que atarlo”, decía mi tío Jesús, con gran sentido práctico,…No andara muy lejos, decía el Tío Secretario, todo el mundo sabe que venía mi familia, alguien lo encontrara.
Y donde estará, donde habrá ido, y por donde vendrá, vamos a buscarlo y que hacemos… unos por aquí, otros por allá,… y en ello estaban cuando efectivamente me llevo una mujer de vuelta a casa, susto pasado para todos, me traía de la mano, charlando conmigo, no sé qué le contaría o que me contaría ella, quien no paraba en piropos hacia tan maja criatura como era uno de pequeño, vamos que, se había enamorado de mí sin remedio. Si no lo quieren, me lo den y me lo llevo, conmigo estará bien, dijo al llegar… pero se ve que me querían, y no me dejaron marchar. De haberme dejado allí, Recuerdos de Golmés, se llamaría el blog, que cosas. Años después, vino a ocurrir algo parecido, no es que me volviese a perder, pero sí que estando ingresado en la Residencia de Teruel, una señora del norte, de Éibar, sin hijos, harta de cuidar a su sobrino con el que compartíamos habitación, le rogaba una y otra vez a mi madre, que me dejase, marcharme con ella. Recuerdos de Éibar, se llamaría el blog ahora…
Y así y todo, en mi titánica lucha por la comprensión del tiempo y del espacio, por encontrarme a mí mismo, un buen día, subí al tren.


Viernes, 28 de junio de 1974
Aquel día pasamos a casa de Doña Pili, la maestra, quien vivía allí en el Barrio junto a nosotros, para recoger las notas del curso, los últimos días de clase, de segundo de párvulos, me los perdí, a buen seguro por algún achaque propio de tan tierna como feliz edad, el caso, es que ella, allí en la puerta de su casa, me dio las notas, un abrazo, y un par de besos, como diciéndome que ya estaba listo para comenzar a ver mundo, me esperaba a la vuelta del verano, ni más ni menos, que primero de EGB, si bien, antes, teníamos por delante las vacaciones, y nos íbamos, ese mismo día, a Valencia. A ver el mar. Mi tío Jesús nos esperaba con el coche para acercarnos al tren.
Al llegar a la estación, a mí ya me parecía estar lejos de casa, en cualquier lugar del mundo, era todo tan distinto a las calles del pueblo, tres o cuatro coches aparcados, un montón de gente, el matadero, el silo, y un bloque de pisos como los de la capital… ¡y aquello era Calamocha!, no me lo parecía esa es la verdad… El color rojo de la estación y de los pisos me impresiono y siempre me acompaño, como “rojo Calamocha”, además, frente a mí, el campo de aviación, con aquella veleta que marcaba la dirección del aire…
El tren vendrá por allí y os iréis por allí, vendrá de Zaragoza, cuando salga del túnel, veras la luz, asómate y lo veras… Asombroso, allí mismo estaba Zaragoza, tras el túnel, y un poco más allá, Valencia. Pero no era del todo así.
¡Un viaje en tren!, en realidad no se podía pedir nada más, enseguida subimos y nos sentamos en unos asientos enfrentados dos a dos, con una mesa plegable en el centro, donde comer, merendar y jugar, y el tren, que no espera a nadie, se puso en marcha camino de Valencia. Recorrer los poco más de doscientos kilómetros, que separan la capital del Reino de Calamocha nos costó casi nueve horas, salimos sobre las doce y media y llegamos cerca las nueve, toda una eternidad, pueblo a pueblo, estación a estación, subir, bajar, parar, arrancar, todo ello, pegado a la ventana sin quitar ojo al paisaje… Recuerdo perfectamente, de tantas y tantas veces como hemos revivido aquel épico viaje, la hora en el reloj de salida, la una menos veinte y la hora en el reloj de llegada, las nueve menos cuarto. La hora de dormir. Valencia estaba lejismos, esa es la verdad, y aun hoy, en tren, sigue estando prácticamente igual. No todo cambia.
Algún día debí darme cuenta y comprender que el día tenía veinticuatro horas, aunque nadie entonces usaba el término AM o PM ni se le ocurría decir a las veinte horas, por las ocho de la tarde, decididamente ahora todo parece más fácil, y los relojes son digitales mayoritariamente. Y también debi tomar conciencia del espacio, del lugar donde había venido al mundo. Calamocha. Pero no lo recuerdo.
El viaje de vuelta se os hará más corto, nos dijo mi madre, los viajes de vuelta siempre son más cortos. Tal afirmación no venía si no a complicarlo todo, si la distancia era la misma, debería durar lo mismo, volveremos en coche, dijo. El caso es que en coche o en tren no dijo ninguna mentira, los viajes de vuelta siguen siendo más cortos, todo un misterio, aunque en este caso, mi madre bien se podía haber callado, dos, tres semanas después, una mañana el Tete Manolo y la María vinieron a recogernos para llevarnos de vuelta al pueblo, todos a bordo del Seat 850 amarillo, lo mismo que el Renault 8 pero más cañero. Fue un viaje igualmente fantástico.
Salimos a primera hora de la mañana con el fin de llegar a la hora de comer a casa, estábamos esperando en la calle, desierta de coches y personas, cuando finalmente vimos aparecer el coche amarillo, y el Tete Manolo bajo para tratar de organizar el equipaje y los pasajeros, fue tan fácil, que no dudo en provocar a mi Tía Felisa, ¿quien no tiene o ha tenido una Tía Felisa?, afirmando que aún quedaba sitio para ella, y su inmensa humanidad, mi Tía, valenciana a mas no poder, todo lo valenciana que uno puede ser habiendo nacido en Torrijo del Campo, respondía al cariño del Tete en su propia lengua: Che collons, quina pasiensia te la Maria con tu, la mare que va, quina pena de home,… no me toques la figa que …
Recorrimos las calles desiertas de Valencia que desde aquellos días hasta hoy cuando vuelvo y me pierdo, me resultan tan familiares. Y nos pusimos en camino, el Tete, como era de costumbre en él, no paraba de hablar, y repartir cariño y hacía sonar la radio, todo un lujo… íbamos con tanta calma o rapidez como requerían las circunstancias, subiendo el Ragudo, todos vehículos ya en procesión, en caravana, cuando de repente otro Seat 850 amarillo , algo más sucio que el nuestro, que siempre brillo más que ninguno, nos pitó y adelanto, la gente joven no tiene conocimiento, dijo el Tete, iban a toda pastilla, por el lado izquierdo, con las ventanillas bajadas, cantando… bueno, debíamos ir a veinte por hora, no mucho más. El caso es que unos kilómetros más adelante, o tal vez metros, la caravana se detuvo, se paró, y se acabó. 

Allí comimos a pie de cuneta, jugamos a fútbol, algo ha pasado, decían los mayores,.., paso la grúa, y finalmente, volvimos a movernos… El otro 850 amarillo, el de los jóvenes, acabo en la cuneta, se cruzó de tal manera, que hasta que no llego la grúa no se pudo volver a circular… Veis lo que pasa dijo el Tete… En cualquier caso, ya habíamos echado el día, eso de que los viajes de vuelta son más cortos, aun siendo cierto no es verdad, paramos a merendar al llegar a Teruel… como nunca se sabe lo que puede pasar tanto mi madre, como la primera mujer que me tuvo entre sus brazos, la María la mujer del Tete, habían echado algo de comer, por si acaso… y a paso de burro llegamos cerca Teruel, paramos y merendamos… de modo que al hacer de noche entramos al Barrio.
Lo cierto es que hoy por hoy aún tengo un miedo a perderme tanto en el espacio como el tiempo, y tanto lo uno como lo otro, me sucede cada vez con más frecuencia. Me detengo, miro el reloj, pienso no puede ser, miro a mi alrededor, y me digo, qué hago aquí, a dónde voy. El día que me pregunte, ¿quien soy?, el blog se habra acabado.

lunes, 1 de febrero de 2016

EL JARDÍN DE LOS NARANJOS

Todos los libros se deben leer, y para nosotros, en especial aquellos que de un modo u otro, recuerdan a Calamocha, gran suerte la nuestra, El Jardín de los Naranjos, de Jon Lauko, escritor "calamochino", por la gracia de Dios, resulta imprescindible leerlo.


LEER una novela de Jon Lauko, leer algo que me recuerde a Calamocha, es un placer que como lector, quisieras nunca acabase, es como un oasis en medio del desierto, un descanso, el paraíso mismo, un lugar, sus novelas, donde quedarte y disfrutar, de la esencia de la vida misma.
Más aun, hoy si cabe, inmersos como estamos en esa travesía por momentos tan soez como atroz, por la que “obligados” caminamos la mayor parte de las veces, sin remedio, de mala gana, travesía en el desierto, en la cual parece se han convertido nuestros días.
Por ello, y por todo lo que a uno pueda recordarle la tierra donde vio la luz, amén de otras muchas más cosas, leer el Jardín de los Naranjos, ha sido una auténtica delicia. Con lo cual, ya lo he dicho todo.



Sin embargo, tanto lo uno como lo otro, con el paso del tiempo, se acaba, se acaba el libro, se acaban los días entre naranjos y conversación, y sigue el discurrir de la vida, cuyos aciagos días del momento, eso sí, en principio no se acaban, y aún se ven lejanos en su fin. ¿Se acabaran?, todo parece indicar que no.
Piensas en aquellos días sobre los que nos habla la novela, y la facilidad con que entre sus gentes rodaban cabezas, cortaban manos, volvían a rodar cabezas, juzgaban de inmediato, asediaban, iban a la guerra, impartían justicia y volvían a rodar a cabezas, eran unos barbaros, piensas, pero qué pensarían ellos de nosotros, ante tanto como vemos, oímos y al parecer no sentimos…
Claro está, que Jon Lauko nos había acostumbrado, y a mi aficionado, a la novela negra, y eso es lo que, al menos yo esperaba, día tras día, desde el fin de aquellas páginas del 23F, crímenes, asesinos, buenos y malos, si es que hay diferencia entre unos y otros.
Esperaba una novela negra y sin embargo, hace unos meses, Jon Lauko, dijo hasta aquí hemos llegado, y después de tanto esperar, de quien espera ya se sabe, desespera, nos sorprende sumándose a la moda de la novela histórica, válgame dios, pensé, como está el mundo, que desatino, volver a leer “historia”. Al menos, al ver que no formaba parte de ninguna trilogía, conseguí tranquilizarme. Dispuesto a leer la novela. Ahora una idea me ronda por la cabeza, mejor no pensar, pero y si  en su próxima aventura literaria, que a buen seguro, ya tendrá en borrador, ¿se sumara a la moda de la novela erótica? En fin… Dios dirá. Dios lo perdone.



En el discurrir del verano del año de Nuestro Señor 2015 después de la llegada al mundo en Belen de Jesucristo, nuestro salvador, el hijo de Dios, nuestro único señor, verdadero y todopoderoso. Vino a ocurrir un hecho realmente extraordinario y vino para poner luz y abrir un camino a la esperanza para todos nosotros en medio de la desolación reinante. Y así,  Don Francisco Rubio, quien vivía por aquellos días en esa Barcelona, que costaba tanto de definir como aun de creer, hijo que fuera de aquel maestro de escuela, que por unos años llegó a vivir en el Arrabal de Albónica, desde  Santa Maria de Albarracín, su primera tierra. Publicó en medio de aquel frio verano un libro, por el escrito, al dictado de sus recuerdos, que llevo por título El Jardín de los Naranjos y por añadido El Sable de la Dinastía.
Vuelta al relato.
Compre el libro a través de internet cuando ya llegaba la navidad, y por supuesto en papel, así cuando por fin lo tuve entre mis manos y lo abrí, vi algo diferente a los anteriores, lo mire de arriba abajo, leí algún párrafo, me fije en el tamaño de la letra, y pensé, vaya, da la impresión de que esta novela, a pesar de todo lo que pudiera haber imaginado, merecía una encuadernación de lujo, tapas duras y marca páginas. Y ciertamente así es.
En una prosa verdaderamente bonita, por momentos poética, fácil de leer, ágil, sin una palabra de más ni de menos, por momentos sin tregua…adiós gracias bien fragmentada en capítulos, con su introducción, historia paralela y relato. De no ser así, uno estaría condenado a leerla de principio a fin de un tirón.
De modo que muy leal y fiel a su tierra, el escritor Jon Lauko no nos cuenta una historia, si no muchas historias, una tras otra, sin descanso, a cual mejor, y por momentos, llenas de matices y sugerencias, quien espere encontrar una única historia, al uso tradicional, de planteamiento, desarrollo y desenlace, encontrara todo lo contario, una historia tras otra, en torno a Santa Maria de Albarracin. Conquistas, táctica y estrategia, asedios, cristianos, judíos, árabes, viajeros, guerreros, monjes... y una partida de ajedrez absolutamente increíble
Cada capítulo viene a tener su introducción, por parte del narrador, y su historia, o su relato, como bien escribe una y otra vez Jon Lauko: Vuelta al relato. Dicha introducción, es prácticamente imposible de seguir, adornada de fechas, estaciones, y nombres árabes, casi es mejor, leer sin pensar, y acercarse al relato. Escuchar sin pensar, como cuando mi madre quiere contarme algo importante y comienza:
Ahora que me acuerdo, no te he contado, y sé que te gustara, que el otro día, cuando ya había que salir andar con chaqueta, de vuelta a casa por la Cangrejera, que bajaba yo de allá arriba, me encontré con la hija de aquella mujer que venía tanto por casa a ver a tu abuela, ya sabes, la que estuvo cuando la guerra con la tía Felisa, a la que tanto quería, por aquel favor que le hizo a su marido, cuando se juntaron en no sé qué pueblo de Guadalajara, que luego se marcharon a vivir, por no sé dónde, mas allá de Santander, o no sé, al norte, pero que venían todos los veranos a Calamocha, a casa de sus padres, allá por el otro barrio, el caso es que, lo que nos alegramos de vernos, que estaba de paso en Calamocha porque había venido a vender unas tierras que ni sabía que eran suyas, que además las tenían por dónde íbamos a …
Mama, por dios, qué más da ya todo eso, cuéntame la historia.

Mientras en el caso de Jon Lauko y el Jardín de los Naranjos, la historia suele comenzar así, como si de la formulación de un problema matemático se tratase, que para eso, fue según cuentan las crónicas,  profesor de Álgebra. Dios y sus alumnos lo hayan perdonado:

Sa´id, el abuelo de mi señor el cadí Abû bakr ´Atiq (¡Dios se apiade de él, le perdone y salve!) odiaba a los nuevos amos de la Qasaba que habían arrebato la Meseta y loa Sahla toda a su hermano que fuera el último señor de la Santa Maria, quien sostuvo por tan poco tiempo el titulo de Husam al-dawla, el pusilámine. Yahia hijo del Du-l-ri´asatayn Abd al-Malik (quien con tanto valor y durante tantos años sostuvo su reino) hijo de Hudayyl Izz aldawla hijo de Jalaf hijo de Lubb hijo de Yahyà (quien gobernó tras la muerte del valeroso Merwan) hijo de Hudayl hijo de Isa hijo de Ubayd Allah el Noble hijo de Lubb el Cojo hijo de Hasìm hijo de Abd al-Malik hijo de Jalaf (de quien, a su muerte, tomó el poder su hermano Ahmed el Desterrado) hijo de Ibràhìm Ibn ben Razin el Africano. Y ese odio fue su perdición. (*)

Vuelta al relato

Caes en la cuenta y piensas, ¿quién fuera de Albarracín?, de las Tres Torres, de Santa María, lo mismo pensarían ellos, los de Albarracín, al leer Barrendero, Enterrador, Ferroviario, ¿quién fuera calamochino? para disfrutar aún más, si cabe, de la lectura, pero al cabo de unas pocas páginas, caminos, ríos, bosques, montañas, todo cuanto cuenta, forma parte ya de ti, uno deja de perderse y en el colmo de la buena suerte para un lector calamochino, de pronto aparece en la novela, la Calamocha de Lauko, la referencia a Albónica, un aliciente más para su lectura, emocionado señale la página, al menos una docena de veces…
Agradecido Jon Lauko a las tierras de la niñez. Cierras el libro, y piensas, Santo Cristo el Arrabal, que pena no sea una trilogía. Oh dios, todo poderoso y misericordioso y qué pena también hoy no rueden cabezas, como ayer. Si mi pluma valiera tu pistola. No, creo, que esta frase final, no va aquí. Perdóname dios, si he pecado, tanto de pensamiento como de obra, ya no sé lo que escribo. Aunque todo cuanto he dicho sea verdad.


(*) Todos ellos, con seguridad, ancestros tanto del bueno de Agapito como del algo menos bueno Momsieur Cambremer y el resto de personaje del universo Lauko.

Libros que hay que leer, ...

El JARDIN DE LOS NARANJOS
(El sable de la dinastia)
De Jon Lauko
Editorial Sekotia 2015

1 de febrero de 2016. Primer día a la espera de la nueva novela de Jon Lauko