Mi madre cambio de conversación. Sera que no te acuerdas, insistía, el Tío
Jorge y la Tía Maria siempre han estado en la familia, a falta veces habremos
hablado de ellos. ¿Venga hombre, como no te vas acordar…?
El caso es que yo, jamás en la
vida había sentido hablar de ellos, ni del Tío Jorge, ni de su mujer, la Tía
María. Mi madre no salía de su asombro, pero en realidad era yo, el asombrado, quien no podía creer lo que estaba escuchando.
Así a bote pronto, al ver en la carretera el cartel que señalaba el desvío a
Albentosa. Mi madre cambio de conversación
Dejó las historias de Francia,
con las cuales un día más venia dándome la tabarra desde que salimos de
Calamocha, su tema, sin duda, favorito
cuando estamos solos, como queriendo, una vez más que le cuente y explique lo evidente pero con la
esperanza de encontrar un distinto final.
Para mí, hubo suerte el cartel le
hizo cambiar de conversación. Aunque pueda parecer lo contario, rara vez
pregunto, los recuerdos, surgen solos. Se trata de escuchar. De esperar.
Fíjate tu, ahora, me decía, lo
cerca que esta hoy Albentosa de Calamocha y lo lejos que estaba entonces, te
hablo de hace cincuenta años, o más. Cuando llegar te suponía un día. Las
últimas veces, ya me dejaban venir sola a ver a la Abuela Emilia, que estaba
aquí con el Secretario y su familia.
Me acuerdo como si fuera hoy, en
Albentosa nació el primo José Vicente, el Viçen que dice la Rosa, y la que se
preparo con aquello fue buena, toda una dijenda, que andaba de boca en boca por
el pueblo “eso son cosas de los de Calamocha,
vendrá de lejos, ellos sabrán” decían los de allí, que no acertaban a
comprender nada, lo mismo que el pobre Secretario, el Victor, con lo sentido
que era él para todo. La que se le vino encima, al nacer el Viçen.
El primo nació con el calor de
julio, a principios de semana, y ya sabes cómo era la cosa entonces, nacer y
bautizar, a escape había que correr a echarles agua bendita a los zagales,
pero, hazte cuenta en aquellos años.
Entre unas cosas y otras, nacería,
mandarían recado, de que todo había ido bien y era por fin un crio, ya sabes el Tio, la preocupación que siempre
llevaba por que el apellido no se perdiera, mandarían recado a Calamocha, y al
resto de la familia, porque ellos allí estaban solos, y nos enteraríamos un par
de días o tres después, daríamos traslado con una cosa u otra, total que para
el domingo no llegábamos a bautizarlo ni aun corriendo, ni unos ni otros.
Y así paso lo que paso, en aquellos años todo el mundo iba a
misa, no había otra cosa mejor que hacer, y más el tío, siendo como era el
Secretario del Ayuntamiento, casi tenia la obligación de ir, pues toda esa gente, no podía faltar, que si
el maestro, el médico, y el cura claro, el cura tampoco faltaba.
El único que falto aquel día a misa en
Albentosa fue el primo recién nacido. Y el Tío Victor, pues bien te acordaras también
que era muy sentido y le gustaba tenerlo todo dispuesto, y se ve que había
hablado cuando fuera con cura y le diría, no creo que se le olvidara semejante
cosa, que el bautizo seria más adelante,
porque la familia no podía venir. Y Aquello al cura le debió sonar a excusa.
Y que te crees que paso, pues que
va el cura, y en mitad del sermón, delante de todo el pueblo, a voz en grito, enfadao
como un demonio, señala al Tio y a toda
su familia y empieza a echarle en cara, que si esto que si lo otro, y pregunta que
donde está el zagal, que si lo iba a bautizar o no, que si las hermanas
estarían bautizadas o no, que él como Secretario iba de pueblo en pueblo y a saber, lo que hacía
y dejaba de hacer.
Y el cura venga a cascar sin parar, a dónde
íbamos a llegar con esa juventud que debía dar ejemplo, y más trabajando en el
ayuntamiento,…, el Tío se ve que de pocas se muere del disgusto. Para el cura
aquello era lo que faltaba por ver, ya nada se respetaba, a donde iría la cosa
a parar. Así que acabo la misa, y en todo el pueblo ya no se hablaba de otra
cosa, si seria o no verdad lo que decía el cura, si lo bautizarían o no, y vete
a saber tu si el resto lo estaban.
En todo el verano no se hablaría
de otra cosa, y más porque el Tio, de aquella, se echo al monte. Y los días
pasaban y la cantinela del cura, seguía siendo la misma, ¿A qué esperáis?.
Yo no sé muy bien porque, ni a
santo de qué, pero el caso es que el padrino del primo iba a ser el Tío Jorge,
ya mayor, coño viejo ya para aquel entonces, si tendría más de cincuenta años, ya lo creo, mayor que
mi padre, y vivía el padrino en
Valencia, con su mujer, la Tía Maria, el era primo hermano del abuelo, y del
Victor claro, de la familia Meléndez que les quedaba nacida por Odón, y la mujer creo que era de Daroca o de
Calatayud, ya no lo sé.
El caso es que para más liar la cosa, trabajan
en el puerto de Valencia a turnos, de modo que no podían ir al bautizo hasta no
se cuantísimos días después, ya que a mi ver se ve que hacían fiesta un domingo
cada uno o dos meses.Imagina. Ese domingo al cabo las mil fue el del bautizo.
Espera, que casi se me olvida, el
cura era amigo del Tío, coño, venia la
cosa de lejos, el cura era de Calamocha, un hermano de Leo el del Estanco, se
conocían de años atrás, por eso la gente cascaba tanto, “esto viene de lejos,
de Calamocha”. El Tío no le encontraba explicación alguna.
Al final lo bautizaron, subió
toda la familia, nosotros en tren desde Calamocha hasta Rubielos, uno de esos
dos pueblos no sé cual, allí bajabas y la Abuela Emilia ya nos estaba, como
todas veces que fuimos, esperando. De allí a Albentosa había un trozo
grandísimo, pero mucho, lejos de verdad, había que andar, pues como de
Calamocha a Torrijo, por medio del monte.
La Abuela Emilia, no recuerdo a mujer más
echada para adelante que ella, mira que no se le ponía nada de por medio, ni
siquiera mi madre y eso que se las traía, era así, ella ya llevaba el doble de
camino, y recuerdo que nos decía, “esto maños, está lleno de Maquis, aquí tirar
para adelante y a casa, ver, oír y callar, si nos salen al paso, dejarme hablar a mí, yo
saludare, daré razón de quiénes somos y a donde vamos, y a seguir camino, aquí
nadie ha visto nada, así que todos a callar, lo digo por ti maña, le decía a mi
madre, no me vayas a empezar aquí una revolución, por este, por el abuelo, no
paso pena, este se va con cualquiera y nada le incomoda”. No vimos a nadie.
Después del bautizo creo que la
Abuela Emilia se fue a Valencia con sus sobrinos, con el Tío Jorge y la Tía
Maria, y hasta creo que yo me fui con ellos. No me hagas mucho caso, pero pase
unas cuantas temporadas allá en Valencia en su casa, por llamar de alguna
manera al lugar donde vivían, no te puedes dar una idea del pitañar aquel en el
puerto en el que estaban, en medio de campos, en un bloque de pisos o lo que
fuera aquello, que ni aun puertas ni ventanas tenían, a medio oscuras todo el
día, todo manga por hombro, sin agua, todos revueltos por allí, unos que entraban
otros que salían, que ya no sabias ni en casa de quien estabas, y eran, los más
felices del mundo, no te puedes dar una idea de lo bien que aseguraban se vivía
allí, con toda esa gente de vecinos y en la calle todo el día, porque dentro no
se podía casi ni estar.
Gracias a dios, la Tía Presen, la
hermana de la Felisa, ya de la otra rama de la familia vivía un poco más allá, cerca,
cerca, y yo iba y venía de una casa a otra haciendo faenas, … y en cuanto podía
me quedaba con la Presen, que esta sí, tenía una casa como dios manda. Entre
ellos, el Tío Jorge y la Tía Presen aunque no eran familia, como si lo fuesen,
a todas horas se juntaban.
Aún recuerdo una de aquellas.
Venga decían, que va a venir a Valencia el Secretario con toda la familia, y
enseguida el Tio Jorge con la Presen, veniros vosotros también a comer, mañana
me ire con la chiquilla al mercado de Ruzafa, comprare anguilas y comeremos
“allipebre”. Mira, se me llevo al mercado, una paliza de ir y venir que para
qué y yo que me lo veo comprando culebras, un cesto hasta arriba y el venga
hablar de lo buenas que eran,… y yo un miedo, solo hacía que pensar, y eso
vamos a comer… mala me puse, y a ellos cuanto les gustaba comer eso, y para
terminar a la vuelta el Tio Victor había mandado recado que no venían, … una
semana comiendo anguilas, una semana en ayunas que estuve. En fin, todo aquello
se acabo ya.
La última vez que fui a
Albentosa, ya vine sola, y andando de la estación al pueblo con un miedo
terrible, nadie salió a buscarme, no sé si eran fiestas o que pasaba y tu Tío
Jesús que tenía que haber salido, se durmió, y la Abuela Emilia, no lo
despertó, ya vendrá, … Y yo venga a pensar en los Maquis, si la Abuela Emilia
les habría dicho que venía o no y que me dejaran pasar… que miedo he tenido
siempre a todo. Ale, ya estamos en Segorbe.
Aquí estuvo muchos años viviendo
un hijo de la Tía Presen que era ferroviario en eso de la Renfe y los
trenes, cada dos por tres estaba en
Calamocha, como el abuelo siempre andaba por la estación descargando trenes,
uno u otro le decía, “Tu sobrino el de Segorbe bajara a verte tal día, que le
mates un pollo”.
Menuda amistad había entonces entre las
familias, luego todo se perdió… el abuelo le temía más que un nublao cuando por
estas fechas de Semana Santa, le llegaba el recado “no compres tocino, que
bajara tu sobrino de Segorbe y dice que te lo trae y que corras la voz”.
Como no pagaba billete por ser
trabajador de Renfe venia a cualquier hora y se presentaba con una retahíla de tocinos,
unos para casa y otros para vender, conociéndolo a él y a la familia en
general, si ellos no criaban, de ande los sacaría. El abuelo Casimiro decía, “mecaguen el copón
otro año que nos jode este con los animales, no comeremos jamón. No he visto cosa más fura y fina que un
tocino valenciano”
De los Años de la Cazalla. El Bautizo.